Por un libro universal/Javier Calvo es escritor. Su última novela publicada es Mundo maravilloso, Mondadori
Publicado en EL PAÍS, 24/12/09,
Asistimos estos días a la enésima versión de un enfrentamiento clásico: por un lado, la orientación democrática de la mayoría de innovaciones en el terreno de la comunicación digital. Por otro, el inevitable movimiento de actores empresariales y políticos para restringir el alcance de las nuevas tecnologías y ponerlas a rendir beneficios. Este antagonismo, que se ha instalado en el centro del debate de la cultura al convertirse Internet en uno de los principales medios de transmisión cultural, ya ha zarandeado violentamente el cine y la música y ahora alcanza al libro.
El presente artículo defiende que el actual sistema de implantación del libro electrónico no es solamente una transición del papel al soporte digital, sino básicamente una extensión del modelo tradicional de edición. Una extensión insostenible y en última instancia perjudicial para el autor y el lector. La meta para la nueva década, en mi opinión, debe ser la distribución gratuita del libro por Internet. Y por una vez, lo ideal es también lo que tiene más números de ir a suceder.
¿Cuál es el modelo actual de implantación del libro electrónico? En Estados Unidos, el primer país donde se han comercializado de forma masiva los libros electrónicos, las grandes editoriales dan la opción de comprar sus novedades y parte de su catálogo en formato digital a través de tiendas online (principalmente, Amazon y Barnes & Noble). Existen dos aparatos lectores (el Kindle de Amazon y el Reader de Sony) que se están vendiendo bien. Aunque todo el mundo se guarda bastante sus cifras, Amazon anunció que en 2009, de todos sus libros que se comercializaban simultáneamente en papel y en formato electrónico, el libro electrónico ya alcanzaba el 10% de las ventas y este porcentaje estaba subiendo muy de prisa. Para quienes ya usamos lectores de e-books, es evidente por qué. El libro electrónico es mucho más barato, gratuito en el caso de las obras libres de derechos (que abarcan todo el canon literario previo al siglo XX); permite la adquisición inmediata, elimina problemas de espacio y, pese a que alguno vaya a levantar la ceja, es más cómodo y manejable que un libro.
Ahora bien: como es obvio, todo este montaje, del que se benefician principalmente tiendas online y editoriales, depende de que la gente no pueda conseguir el libro gratis. El mismo dilema que afrontan la música y el cine. Para evitar que el usuario obtenga el libro sin pagar existe la llamada Gestión de Derechos Digitales (DRM, por las siglas inglesas) destinada a restringir la circulación de la obra en formato digital y a evitar que ésta pueda ser copiada, impresa o compartida. El mecanismo de DRM que se usa en la actualidad para el libro electrónico es el algoritmo anticopia, que permite que un libro comprado solamente pueda ser usado por un número restringido de usuarios (de uno a cinco, dependiendo del título).
Este mecanismo ya está desfasado, y han aparecido varios métodos para eludirlo, desde localizar el algoritmo de protección y anularlo hasta otros más pedestres como pasar el e-book por un escáner fotográfico y generar una copia digital-físico-digital. El próximo sistema de DRM que se investiga es la llamada huella digital, que consiste en insertar en los contenidos del libro un conjunto de bits (marca de agua digital) que contienen información del comprador, lo cual permite detectar al responsable de la copia ilegal. No hay duda de que el nuevo sistema se mostrará eficaz durante unos meses, pero en la práctica todos los sistemas de DRM que se han usado ampliamente han sido derrotados cuando se los ha desplegado a bastantes consumidores.
No hay duda de que esa insostenibilidad “estructural” del modelo editorial tradicional aplicado al e-book es una mala noticia para editoriales y grandes librerías, que ya deben de estar temblando al pensar en el dinero que perderán cuando la gente se descargue gratis el nuevo Dan Brown. Su gran preocupación no son los “derechos de autor”, obviamente: la gratuidad favorece el consumo y eso interesa al autor. Son los beneficios de sus accionistas lo que peligra. Los empresarios tienen tanto miedo a que la gente acceda a los libros gratis que están generando situaciones grotescas: varios grupos editoriales americanos, por ejemplo, ya han declarado una guerra contra las bibliotecas públicas para que éstas limiten al máximo el préstamo de e-books, presionando, por ejemplo, para impedir las lecturas simultáneas. Una idiotez diametralmente opuesta a la idea de biblioteca pública.
A quien realmente beneficia la insostenibilidad del modelo editorial es a los lectores y a los autores: la extensión natural de la piratería tiene que favorecer un modelo alternativo al que ofrecen las editoriales actuales. Sin las cortapisas que imponen el DRM y su legislación asociada, autor y lector tienen la oportunidad de adentrarse en una nueva era delimitada por los horizontes ideales de la distribución universal y el acceso universal. (Algo que, como he mencionado, ya es una posibilidad efectiva en el caso de los “clásicos” libres de derechos). La auto-edición digital, ya sea comercial o gratuita, es una de las opciones más atractivas.
En su página web, el escritor José Antonio Millán calculaba recientemente que un autor que editara y comercializara él mismo sus libros electrónicos desde su sitio web obtendría algo más del 75% de lo que pagara el comprador, tras asumir los costes del alojamiento, el ancho de banda y la pasarela de pago y pagar al proveedor de formatos. (La autoedición, claro, implica renunciar al célebre anticipo). Por el contrario, una obra electrónica de las que se comercializan hoy bajo formato protegido reparte un 10% de beneficios para el editor, 10% para el agente, 10% para el proveedor del formato y 40% para la tienda online.
Por supuesto, construir un sitio web que permita descargar e-books no es sencillo: hacen falta una pasarela de pago seguro y una recomposición completa del dominio en https que asocien pasarela de pago y descargas, además del coste del alojamiento y del ancho de banda. En caso de considerarse la autoedición comercial, esto obligaría a los autores a asociarse para constituir pequeñas tiendas online. Dichas tiendas, en última instancia, estarían expuestas al mismo riesgo de copia por parte del usuario que las grandes librerías, lo cual, si se buscara la sostenibilidad económica, obligaría a ofrecer la descarga gratuita y obtener ingresos por otras vías: desde la publicidad en el sitio web o dentro del contenido del libro hasta el evento en directo.
Siguiendo el modelo del músico, el evento en directo (lectura o performance, a menudo en el marco de un festival) se presenta como alternativa viable al descenso de ingresos por ventas. Aun así, este nuevo modelo no se libra de otros dos problemas tradicionales de la auto-edición, que a los editores tradicionales les encanta señalar como infranqueables: la promoción y el marketing. El horizonte que propongo pasaría por combinar conceptos como la gira promocional, el uso de agencias de relaciones públicas especializadas y las distintas técnicas de marketing viral, obligando al escritor que quiera darse a conocer a asumir varias funciones del empresario.
Ya hay muchas organizaciones, algunas tan grandes como Electronic Fronter Foundation o Free Software Foundation, que combaten el DRM y abogan por el nuevo modelo de comunicación cultural libre. Pero tenemos que ser los creadores quienes empecemos a mover ficha. No vamos a cambiar el mundo de la noche a la mañana, pero no hay duda de que un panorama donde los lectores tengan acceso libre y gratuito a los libros es el modelo deseable, y vale la pena trabajar en esa dirección. La tecnología lo permite, en el marco de una serie de prácticas que devuelven cierto control al artista y que ya están teniendo precedentes apasionantes en experiencias de autogestión en el mundo audiovisual.
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