2 may 2013

El mensaje que llega desde Boston/Anne-Marie Slaughter


El mensaje que llega desde Boston/Anne-Marie Slaughter*
Project Syndicate |29 de abril de 2013
Estados Unidos ha madurado. La reacción del público ante los atentados con bombas durante la maratón de Boston y ante la identidad de los autores revela una nación muy distinta de la que se reflejó en las respuestas traumatizadas y ocasionalmente histéricas ante los ataques terroristas del 11 de septiembre de 2001. La magnitud de los dos ataques fue, por supuesto, muy distinta – en el año 2001 se asesinaron a miles de personas y se destruyeron principales puntos de referencia nacionales, mientras que el atentado con bombas en Boston mató a tres personas e hirió a alrededor de 260. Aún así, fue el primer ataque de grandes proporciones contra Estados Unidos desde el año 2001, y es instructivo contrastar la actualidad con aquel momento.

Considere el zumbido en los medios sociales a pocos minutos de la explosión de las bombas. El New York Post, un tabloide, emitió un flujo de reportajes sensacionalistas afirmando que 12 personas habían muerto y que un ciudadano saudí se encontraba “bajo vigilancia” en un hospital de Boston. Periodistas y columnistas veteranos inmediatamente contrarrestaron dicha información cuestionando las fuentes del Post y la falta de confirmación de lo que estaba informando. Kerri Miller de la Radio Pública de Minnesota envió un mensaje de Twitter indicando que ella había cubierto el atentado de Oklahoma en el año 1995, mismo que según los reportajes periodísticos iniciales fue una explosión de gas, posteriores reportajes indicaron que fue un ataque de terroristas extranjeros, y, finalmente, se informó que fue la obra de extremistas nacionales.
Dichos comportamientos cautelosos y moderados surgieron directamente como resultado de la toma de conciencia colectiva acerca de que muchos inocentes musulmanes-estadounidenses sufrieron por la ignorancia e ira de los estadounidenses después de los atentados del año 2001. En efecto, fue igualmente sorprendente el número de expertos que insinuaron que el atentado con bombas en Boston fue gestado dentro de la nación, guardando mayor similitud con el atentado en la Ciudad de Oklahoma o con el tiroteo masivo de niños de primer grado en Newtown, Connecticut el pasado diciembre, que con el complot del año 2001. Estados Unidos del año 2013, en contraste al Estados Unidos del año 2001, está dispuesto a reconocer sus propias patologías antes de buscar enemigos en el extranjero.
Es más, incluso en medio de la conmoción y el dolor avivado por las imágenes del atentado con bombas y de las muchas víctimas con miembros destrozados y triturados, los estadounidenses encontraron al menos un poco de ancho de banda para comprender que las bombas siguen siendo una característica de la vida cotidiana en Irak y Siria. El Estados Unidos de hoy es una nación que reconoce que no es la única nación del mundo, y que de ningún modo es la que está en peor situación.
Muchos comentaristas enfatizaron la resiliencia de los estadounidenses, y en especial la de los bostonianos. Al igual que los londinenses después de los ataques contra su sistema de transporte público en julio de 2005, los ciudadanos de Boston estaban decididos a demostrar que la vida continua. Las banderas de Estados Unidos ondeaban a media asta, el presidente Barack Obama se dirigió a la nación, el país lloró con las familias de las víctimas y con los jóvenes atletas que nunca correrán de nuevo. No obstante, incluso en medio de una persecución policial masiva y un bloqueo de emergencia (“lockdown”) en toda la ciudad, los organizadores ya se centraban en garantizar que la maratón del próximo año redimiese la tragedia ocurrida este año.
Del mismo modo, cuando se hizo evidente que los sospechosos del atentado con bombas, Tamerlan y Dzhokhar Tsarnaev, eran chechenos que habían emigrado de la provincia rusa de Daguestán, la reacción – al menos entre los participantes habituales en el debate público – fue mucho más sutil en comparación a la de hace una década. En aquel entonces, el artículo de portada de Fareed Zakaria en Newsweek – titulado “The Politics of Rage: Why Do They Hate Us?” (“La política de la rabia: ¿por qué nos odian?”) – pintaba un retrato a brocha gorda del furor de los jóvenes musulmanes en el Medio Oriente contra las dictaduras brutales y opresivas financiada y apoyadas por el Gobierno de EE.UU. Zakaria tenía razón en muchos aspectos, mas también tenía que poner al día a sus lectores resumiendo seis décadas de historia en unas pocas páginas.
Por el contrario, David Remnick, editor de The New Yorker, sopesó sus palabras en un artículo sobre los hermanos Tsarnaev que comenzó describiendo el destierro del pueblo checheno llevado a cabo por Stalin “de su tierra natal en el norte del Cáucaso hasta Asia Central y los páramos de Siberia”. La introducción de Remnick no tenía la intención de presentar un resumen de la historia brutal y violenta del pueblo checheno, sino enmarcar un relato detallado de la historia específica de la familia Tsarnaev.
Remnick incluyó una serie de mensajes en Twitter del hermano menor, Dzhokhar, quien sólo tiene 19 años, comenzando con un mensaje del 12 de marzo de 2012 (“ya estoy una década en Estados Unidos – quiero salir”). En palabras de Remnick, los tweets muestran “los pensamientos de un hombre joven: sus chistes, sus rencores, sus prejuicios, su fe, sus deseos”. Incluso en medio de la ira y el dolor de los estadounidenses ante el acto sinsentido perpetrado por los hermanos Tsarnaev, podemos verlos no como encarnaciones sin rostro de ira islámica, sino como personas individuales, como seres humanos – incluso como personas tristes.
La capacidad de distinguir las características individuales entre aquellas de la masa de personas, poder llegar a opiniones sutiles y controlar los impulsos iniciales de rabia y venganza son el sello distintivo tanto de la madurez de las sociedades como la de las personas. No obstante, Estados Unidos también ha madurado en otra forma, aprendió a optar por la transparencia en lugar del secretismo, y aprendió a confiar en el poder de sus ciudadanos.
Después del 11 de septiembre de 2001, el experto en seguridad Stephen E. Flynn instó al Gobierno a “involucrar al pueblo estadounidense en la iniciativa de gestión de amenazas a la nación”. Una década después, el FBI, de manera inmediata hizo un llamado a todos los que asistieron a la maratón de Boston, pidiéndoles que envíen fotos y videos de la zona alrededor de la línea de meta – lo que sea que pudiese ayudar a los investigadores a identificar a quienes perpetraron el atentado con bombas. La inundación de información resultante permitió a las autoridades identificar a los dos sospechosos mucho antes de lo que hubiese sido posible si hubiesen confiado en métodos policiales tradicionales.
Estados Unidos del año 2013 es más reflexivo de lo que era hace una década y también está conectado de forma más conscientemente con el mundo. El resultado es una ciudadanía que tiene menos tendencia a interpretar acontecimientos, incluso ataques, en términos simplistas y a menudo contraproducentes, como lo son los términos vinculados al pensamiento de “nosotros contra ellos”.
El cáncer de la violencia se hace patente dentro de EE.UU con demasiada frecuencia, avivado en parte por la misma desigualdad, alienación, falta de oportunidades y búsqueda ferviente de la verdad absoluta que podemos visualizar en el extranjero. La represión brutal de Chechenia, el extremismo islámico violento, un culto estadounidense de la violencia, los sueños frustrados de los inmigrantes, y una gran cantidad de otros factores que aún no han salido a luz crean un complejo patrón de riesgo que es difícil de desentrañar, y que es aún más difícil de minimizar. No obstante, ver dicho patrón de manera clara es un importante primer paso.
Anne-Marie Slaughter, a former director of policy planning in the US State Department (2009-2011) and a former dean of the Woodrow Wilson School of Public and International Affairs, is Professor of Politics and International Affairs at Princeton University. She is the author of The Idea That Is America: Keeping Faith with Our Values in a Dangerous World. Traducido del inglés por Rocío L. Barrientos.

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