Socialdemócratas,
mirad hacia Londres/Antonio Estella es profesor de Derecho en la Universidad Carlos III de Madrid.
El
País | 27 de marzo de 2014
El
próximo mes de mayo los ciudadanos de los 28 países que forman la UE elegirán
al nuevo Parlamento Europeo para el periodo 2014- 2015. Una de las innovaciones
fundamentales que se van a producir en estas elecciones es que el Partido de
los Socialistas Europeos (PSE) se presentará a las mismas con un candidato
común a la Presidencia de la Comisión Europea, el alemán Martin Schulz. He
defendido en otro lugar (Estella, 2009) la necesidad de esta reforma, que no
implica, además, una modificación de los tratados comunitarios, sino solamente
un acuerdo entre los partidos nacionales que forman cada partido político en el
nivel europeo. En este terreno, el PSE ha tomado además el liderazgo dando el
primer paso, puesto que tras el movimiento del PSE, el Partido Popular Europeo
(PPE) también ha elegido a un candidato común a la presidencia de la Comisión
Europea, el luxemburgués Juncker. De esta manera, las elecciones al Parlamento
Europeo dejarán de ser unas elecciones “ciegas” (en las que no se sabe muy bien
a quién se está votando) y pasarán a convertirse en un proceso electoral con
nombre, apellidos y cara.
El
problema está en que las innovaciones con vistas a estas elecciones acaban
precisamente allí. No hay nada demasiado nuevo, en particular, en lo que se
refiere a las políticas sustantivas que la socialdemocracia desarrollaría si
ganara estas elecciones. Con respecto al PPE, en realidad su programa está ya
escrito en los tratados actuales, con lo que no merece la pena darle muchas más
vueltas a la cuestión. Sin embargo, de los socialdemócratas sí que cabría esperar
algo más. A pesar de ello, los documentos que hasta ahora se han publicado
sobre Europa por parte del PSE (o de los propios partidos socialistas
nacionales) en ningún caso ponen en cuestión el actual rumbo de las políticas
comunitarias. Esta ausencia de propuestas novedosas y atractivas es si cabe más
llamativa en materia de política económica.
Pues
bien, a pesar de la existencia de un estado de opinión en nuestro país muy
contrario a la forma en la que Reino Unido tiene de entender sus relaciones con
la Unión Europea (véase por ejemplo Torreblanca: Brexit: ¿Y qué?, publicado en
este mismo diario el 27 de febrero de 2014), es de Reino Unido de donde están
viniendo las propuestas más interesantes en materia de política económica desde
la socialdemocracia. Por tanto, Reino Unido, y en particular los laboristas
británicos, tienen mucho que aportar a este debate. Desde esta perspectiva,
Brexit importaría, y mucho además.
Digámoslo
de la manera más clara posible para enmarcar correctamente el debate que se está
produciendo en Reino Unido: la socialdemocracia no tiene ni idea de cómo
generar una economía socialmente justa, o si queremos una etiqueta, de cómo
hacer que la economía (y nos solamente la sociedad, o la política) sea, también
ella, progresista. Lo único a lo que ha aspirado hasta ahora la
socialdemocracia, después de la II Guerra Mundial, ha sido a gestionar los
fallos de mercado a través de la acción correctora del Estado. Pero por mucho
que nos empeñemos en justificar esta posición en aras del pragmatismo, en
realidad lo que ha hecho la socialdemocracia con ello ha sido renunciar a uno
de sus principios más básicos, más fundamentales, y por los cuales ganó crédito
a principios del siglo XX: el de que la economía, también ella, sería
reformada. La socialdemocracia ha aceptado no solamente a los mercados, sino
también al capitalismo (cuestiones que a menudo se confunden, pero que son
completamente distintas) y lo que ha hecho ha sido intentar corregir sus
desmanes como ha podido. Hasta los años ochenta esto más o menos funcionó. Pero
desde los años ochenta, dejó de funcionar. La Gran Recesión solamente ha sido
el punto final en este proceso de progresiva incapacidad del Estado para
embridar al capitalismo, sobre todo, al financiero.
En
este contexto, ¿qué propone el líder del laborismo británico, Ed Miliband? Lo
que propone es volver a retomar ese tema —hagamos una economía progresista, y
no solamente una sociedad progresista— bajo el concepto de “predistribución”.
La predistribución trata, precisamente, de que sea la propia economía la que
genere resultados socialmente justos, reduciendo por tanto la necesidad de que
luego el Estado actúe ex post facto y con resultados que son completamente
desalentadores, sobre todo en el contexto de hipertrofia de los mercados
financieros y de globalización que tenemos por delante. Hay muchas propuestas
en las que esta idea de predistribución se concreta de manera muy específica:
desde el establecimiento de una ratio entre sueldo medio y sueldo de los
ejecutivos de las entidades financieras, hasta el establecimiento de un máximo
de cuota de mercado que los bancos y las entidades financieras puedan acaparar,
de tal manera que se evite la tendencia a las concentraciones cuasi
monopolísticas que se produce en este ámbito, y con la consiguiente reducción
de los riesgos derivados de la existencia de entidades financieras que son too
big to fail.
La
socialdemocracia europea tiene que mirar, por tanto, hacia el otro lado del
estrecho. Al fin y al cabo, fue el Reino Unido uno de los principales lugares
en los que, históricamente, la izquierda gestó y desarrolló el principio de que
la economía, también ella, debía ser reformada y reorientada hacia resultados
mucho más justos.
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