“Mi
pacto es con el futuro de México”
El
mandatario afirma que no claudicará en el desarrollo legislativo del esfuerzo
reformador que su Gobierno impulsa en el orden constitucional
Peña
Nieto promete transformar México
JAVIER
MORENO México
El País, 9 JUN 2014
Cuando
Enrique Peña Nieto la pronunció casi al final de la conversación que mantuvimos
hace unos días en el palacio presidencial de Los Pinos, en la ciudad de México,
la frase retumbó, corta y seca. Resumía de forma extraordinariamente precisa, o
al menos así me lo pareció en aquel momento, el aura que casi siempre ha
envuelto a la más alta institución del país, el trepidante ritmo de las
reformas que el presidente ha puesto en marcha en los 18 meses que lleva de
mandato y seguramente su propio carácter, por todo lo que me habían contado,
por las veces anteriores en que nos habíamos encontrado y por el propio
transcurso de la entrevista:
—El
presidente de México no tiene amigos.
La
respuesta se produjo cuando, tras haber repasado otros muchos asuntos sobre
economía y relaciones internacionales, le planteé si haberse desempeñado
previamente como gobernador del Estado de México, el más poblado de la
República, uno de los más industrializados y con seguridad también uno de los
más complicados de manejar políticamente, le supuso un buen bagaje para
afrontar sus actuales responsabilidades.
“Mi
propósito: ni rebajar ni ceder ni claudicar en el esfuerzo de las reformas. No
pienso en una visión cortoplacista”
Se
acumula experiencia, formación, afirmó Peña Nieto, “pero no hay nada que se
parezca ni siquiera de cerca a lo que es la responsabilidad de ser presidente
de México; es única y compromete a uno con todo México y sólo con México; y ahí
recuerdo haber compartido todavía en la transición, en algún mensaje que dirigí
a un grupo de representantes de distintos sectores sociales: a ver, el
presidente de México no tiene amigos. El presidente de México está dedicado a
una tarea que es servir a México y como tal asumo esta responsabilidad. Esa es
mi visión”.
Enrique
Peña Nieto nació en 1966 en Atlacomulco, una población del Estado de México que
da nombre también a un grupo de vaga afiliación dentro del Partido
Revolucionario Institucional (PRI) desde los años cuarenta, en la época del
presidente Manuel Ávila Camacho. Peña Nieto se convirtió en gobernador del
Estado tras ganar las elecciones de 2005. Pocos años después, su nombre
comenzaba ya a sonar con insistencia para la más alta magistratura del país.
REFORMAS.
RESISTENCIAS
Conocí
a Peña Nieto cuando todavía era gobernador, y para ser sincero entonces con él
le quise confesar (“con el debido respeto por el Estado de México,
gobernador”), que no quería hablar tanto de la entidad que entonces dirigía, sino
más bien de sus ideas sobre México pues ya entonces, le dije, su estrella
ascendente dentro del PRI y el buen desempeño de este último en las encuestas
podían hacer pensar en él como futuro presidente.
Accedió
de grado y tanto en ese encuentro como en algún otro posterior cuando ya era
candidato se mostró claro y directo, aunque nada me hizo anticipar la sacudida
que se produciría en su discurso de toma de posesión el 1 de diciembre de 2012
en Palacio Nacional, en el que anunciaría una larga lista de reformas y planes
extraordinariamente concretos que rompían con una tradición de discursos igual
de elevados pero convenientemente vaporosos, y que sorprendieron tanto a
políticos como a empresarios, cuyos más conspicuos representantes asistieron al
evento.
Muchos
de ellos, según pude comprobar ese día al finalizar el acto, entendieron de
inmediato que las reformas propuestas buscaban poner coto a los monopolios de
tres de los empresarios más poderosos del país: Carlos Slim, siempre entre los
más ricos del mundo según Forbes, cuya compañía América Móvil controla el 70%
de las líneas de telefonía fija (Telmex) y el 75% de los móviles (Telcel) así
como servicios de banda ancha; y Emilio Azcárraga y Ricardo Salinas Pliego,
dueños, respectivamente, de las cadenas Televisa y TV Azteca, cuya cuota de
pantalla combinada llega al 96%. La alusión a la necesidad de transformar a
fondo el sistema educativo se entendió como otro desafío a uno de los poderes
fácticos más arraigados de México, el del sindicato de maestros, lo que suscitó
un aplauso inaudito, atronador, inacabable, entre los invitados al acto.
Apenas
dos meses después, en febrero de 2013, Elba Esther Gordillo, la líder de la
central sindical más grande y potente de América Latina, la que agrupa a los
maestros de México, fue arrestada acusada de desviar fondos del Sindicato
Nacional de los Trabajadores de la Educación. Sucedió al día siguiente de que
se promulgase la reforma educativa anunciada en el discurso en Palacio
Nacional. A la espera de lo que resuelva finalmente la justicia (aunque pocos
en México dudan de la corrupción de La Maestra, como se la conoce), su
detención supuso un golpe de autoridad comparable al que otros presidentes
mexicanos dieron al comienzo de sus mandatos.
Peña
Nieto mostró así que no estaba dispuesto a aceptar viejos chantajes ni tolerar
límites al poder legítimo del presidente de la República. Un viejo priista,
lapidario en su confesión a Luis Prados, el anterior corresponsal de EL PAÍS en
México, declaró: “Enrique tiene más de cabrón que de bonito”, en respuesta a
los que consideraban al flamante presidente una figura manejada por otros entre
bambalinas, al servicio de sus intereses.
Me
gustaría comenzar la conversación, le digo al presidente, por ese momento, por
el impacto que causó su discurso en la toma de posesión en el Palacio Nacional.
Todas las personas con las que hablé ese día, unas más favorables al PRI, otras
menos, coincidieron en mostrarse debidamente impresionados por la contundencia
del mensaje, aunque la mayoría expresaron dudas sobre su eventual culminación
con éxito. Por eso me interesaba su reflexión sobre esa idea tan extendida en
la sociedad mexicana de que aquí había reformas que jamás se harían o asuntos
que no se podían tocar.
—Lo
entiendo muy bien. Se trata de una sensación que deriva de la experiencia
vivida en los últimos años, con una transición política, con el cambio de partido
en la Presidencia de la República: hay esfuerzos frustrados por sacar adelante
cambios en distintos ámbitos, en el ámbito educativo, en el ámbito energético,
y que no habían prosperado, la reforma fiscal… se habían hecho ajustes, pero
verdaderamente magros o casi marginales. Insuficientes a la luz de los
resultados del bajo crecimiento que habíamos experimentado en la última década,
insuficiente para la generación de los empleos que el país demanda,
insuficiente para aumentar el bienestar y el desarrollo social. Parecía que
nuestra condición política no daba más de sí.
—Sucede
en un grado o en otro en distintas partes del mundo, pero ¿cuán grande diría
usted que es el poder de los poderosos en México comparado con otros países?
—No
hay país que esté exento. Sucede en todas partes. Que ciertas reformas
trastocaran o llegaran a tocar ciertos intereses establecidos hacía que
acabaran pospuestas. Por eso lo que hemos buscado, y esto sí lo señalé
claramente desde mi discurso de toma de posesión, es reivindicar el papel del
Gobierno de la República, del Estado mexicano en su conjunto, como rector de
las políticas que deban incidir en el desarrollo social y económico del país. Y
de acuerdo a esa premisa hemos venido actuando.
Con
esa voluntad, en los siguientes meses sucedieron cosas inauditas en el país. Se
anunció inmediatamente el Pacto por México entre los tres grandes partidos para
asegurar la aprobación legislativa de las reformas. Y luego, como en cascada,
“la reforma educativa, la reforma de competencia económica, la reforma en
telecomunicaciones, que prácticamente transitan al mismo tiempo, una reforma
financiera, una reforma fiscal, una reforma energética que es prácticamente el
colofón de todo este esfuerzo, junto con una reforma político-electoral”, enumera
el presidente de un tirón.
A ello se suman decenas de miles de millones de dólares en obras públicas e
infraestructuras. El objetivo consiste en liberar a México de los corsés que
han lastrado su crecimiento, lograr tasas del 5% o del 6% al final de su
mandato, mayores ingresos fiscales y reducir con ello la desigualdad y las
bolsas de pobreza, mejorar la educación y los servicios sociales.
La
entrevista se celebra en un pequeño salón de Los Pinos, presidido por un cuadro
del pintor José María Velasco, que muestra un paisaje de la ciudad de México a
principios del siglo XX, diminuta frente al volcán Popocatépetl al fondo, con
el lago que hoy subyace al centro de la urbe aún sin desecar completamente,
irreconocible el conjunto frente a la megalópolis de más de 20 millones de
habitantes en la que estamos. Peña Nieto viste un traje azul oscuro, con
corbata a rayas rojas y azules, con la atildada corrección por la que se
distingue.
EL
NUEVO BOOM ENERGÉTICO
De
todas las paradojas que afligen a México en asuntos económicos (corporaciones
con liderazgo global junto a un tejido empresarial medio y pequeño de gran
fragilidad; segmentos de población que viven y consumen como en cualquier país
industrializado y avanzado junto a capas de miseria y exclusión social; enormes
desigualdades en ingresos y rentas), la de Pemex es probablemente la más
legendaria.
Y
la más cruel, para el grupo de mexicanos consciente de las oportunidades
perdidas para su país.
Durante
6, 12 o 24 años el país mantuvo una discusión plagada de prejuicios
nacionalistas que impidió cualquier reforma en profundidad de la empresa
estatal, su producción en declive a la vista de todos, que ha entrado en
pérdidas y que hoy día se encuentra carente de los recursos y la tecnología
necesaria para extraer petróleo de yacimientos cuya creciente dificultad en el
acceso amenazan con su estrangulamiento.
La
reforma constitucional aprobada el año pasado bajo impulso de Peña Nieto pone
fin a esta situación, permitirá la entrada de capital extranjero y de ella se
espera no sólo que atraiga el dinero suficiente para que Pemex pueda seguir
desempeñándose como una gran petrolera con aspiraciones globales (nunca ha
dejado de serlo, con más o con menos recursos), sino que desate un ciclo
virtuoso de crecimiento que, junto con el resto de transformaciones permita a
México crecer a ese 5% o el 6% al final del actual sexenio presidencial, la
cifra mágica que permitirá paliar los peores rezagos del desarrollo social en el
país. ¿Por qué entonces no se hizo antes? ¿Estuvo Pemex mal gestionada en los
años, lustros anteriores? ¿O sencillamente su estatuto no permitía que se
gestionara de otra manera?, le pregunto al presidente.
—Yo
creo que el ajuste que se ha hecho en materia energética es algo que se había
venido posponiendo, parecía un tema intocable, sin duda estaba o está en la
cultura de nuestro pueblo como un tema casi inalterable. Pero era evidente que
el marco legal en el que veníamos actuando no haría posible que México tuviera
un mayor desarrollo energético. Evidentemente, la explotación de los
yacimientos fáciles de acceder se estaba agotando; es evidente que hay un
decrecimiento en la explotación petrolera de nuestro país.
Si
el mundo se mueve a velocidad de vértigo, los mercados de la energía lo hacen a
un ritmo mayor todavía, impulsados por las ingentes cantidades de dinero que
engrasan el negocio y los avances tecnológicos (la revolución del gas shale o
de esquisto en Estados Unidos ha modificado de golpe los precios y la
geopolítica). México es el séptimo productor mundial, pero los rezagos
industriales y las trabas de todo tipo en la producción y el refino le obligan
a importar casi el 50% del combustible que consume y el 30% del gas que
necesita. Peña Nieto es perfectamente consciente de todo ello.
—Es
evidente que el mapa se está moviendo. Lo que Estados Unidos ha alcanzado en
esta asignatura energética modifica todo el mapa. México no se podía rezagar.
Lo que estaba ocurriendo de seguir en esta misma ruta es: se nos iban a caer
los ingresos por petróleo, nuestra producción seguiría decayendo y no
estaríamos generando el insumo energético que el desarrollo industrial demanda
en el país. Estábamos entrando a fases deficitarias. Le digo, el tema de
alertas críticas por el gasto de gas natural se apreció ya en los últimos años
de la pasada Administración. Es decir, no había gas suficiente. Hoy estamos ya
en otra lógica. Con la construcción, además, de una red de gasoductos que
permita cubrir las necesidades.
La
lógica es otra, efectivamente, pero la realidad aún no ha cambiado. Aunque la
reforma constitucional se aprobó el año pasado, faltan por conocerse los
detalles finales de las normativas que regularán la inversión extranjera. Es lo
que en México se conoce como la legislación secundaria, cuya aprobación está
prevista para este mes de junio por el Congreso y sobre la que conversaremos
más adelante, cuando tratemos las reformas en las telecomunicaciones y la
televisión.
“Las
distintas ideologías podemos coincidir en asuntos que son de interés para el
país. Eso me inspiró el Pacto por México”
Para
cualquier observador resulta más que notable, de todas formas, que después de
décadas de discusiones fuertemente ideologizadas se pueda dar una reforma de
este calado, que acaba con 75 años de monopolio estatal, sin desatar un serio
conflicto social. Peña Nieto se ha definido en numerosas ocasiones como un
pragmático. Algunos acusarían una contradicción entre esa declaración y militar
en el PRI. Él no la ve. No solo no la ve en su partido, tampoco en el resto de
fuerzas que le han apoyado en el Pacto de México, y que sólo ha dejado fuera a
algunos grupos marginales, que siguen oponiéndose con más tenacidad que
resultados a todo tipo de reforma económica.
—Estoy
formado en las filas del PRI, en el que he abrevado precisamente de principios
y de valores. Pero el pragmatismo….yo creo que el mundo se ha vuelto hoy mucho
más pragmático. Menos ideologizado. Y entendiendo lo que pasa en el mundo, aquí
no podemos casarnos con una ideología a rajatabla y no ceder o no flexibilizar
posiciones cuando el hacerlo nos permite tomar posiciones que apoyen el
desarrollo del país. Así veo al mundo; así veo incluso a México. Si bien hay
distintas expresiones políticas, todas con sus ideologías, podemos coincidir
tanto en muchos asuntos que son de interés para el país, que solo faltaba
sentarnos y ponernos de acuerdo. Eso fue la inspiración que tuve del Pacto por
México.
La
batalla por abrir Pemex a la inversión extranjera después de 75 años la ha librado
—y ganado— México contra sí mismo, contra sus propios fantasmas, los mitos
sobre los que se sustenta toda sociedad, cada una tiene los suyos.
La
de las telecomunicaciones, incluida la televisión, por el contrario, tiene
nombres y apellidos conocidos por todos: Slim, Azcárraga y Salinas Pliego. Y
sus costes también son perfectamente conocidos, aunque las compañías afectadas
los discutan sin tregua, en todos y cada uno de los frentes, en todas las
ocasiones. Recientemente, The Economist publicó que varias personas ligadas al
conglomerado empresarial de Slim enviaron misivas a la revista británica en
queja por un reporte sobre la escasa velocidad y el elevado precio de la banda
ancha en México.
Los
ingleses se defendieron con su proverbial humor y revelaron que volvieron a
comprobar sus datos con el organismo que las había proporcionado originalmente,
la OCDE, el club de los países más desarrollados, al que pertenece México: eran
perfectamente correctas. El informe de 2012 de este organismo estima en un 1,8%
del PIB el coste para la economía mexicana de la falta de competencia en el
sector, por supuesto precios más elevados para el consumidor y un servicio que
la mayoría de mexicanos considera deficiente. Se estima en 40.000 millones de
dólares el mercado de móviles e Internet.
El
de la televisión es mucho más reducido, apenas unos 5.000 millones de dólares,
cifras que no incluyen, porque no hay manera de hacerlo, la influencia que
supone compartir un duopolio en este campo. La televisión es el medio principal
de los mexicanos para procurarse información. Al igual que con la energética,
las reformas constitucionales necesarias ya fueron aprobadas y la discusión se
centra ahora en el reglamento o leyes secundarias. El objetivo consiste aquí en
fomentar la competencia, para lo que se eliminan las restricciones a la
inversión extranjera en telefonía fija (ahora del 49%), se conceden otros dos
canales en abierto (más otro estatal, de carácter social) y se obliga a
deshacerse de activos a aquellas empresas que controlen más del 50% en la
prestación de un servicio. El presidente se muestra muy claro sobre este punto.
—Lo
que se pretende es que haya un terreno mucho más parejo para la competencia en
un tema donde, sin duda, prácticamente se habían establecido prácticas
monopólicas. Y que la misma competencia permita una oferta de mejores
productos, de mejores precios y sobre todo una mayor cobertura como el país nos
está demandando.
—E
igual que con el monopolio de las telecomunicaciones, ¿diría usted que el
duopolio que ha venido operando en la televisión ha tenido efectos negativos
similares, en este caso sobre la pluralidad de ideas o sobre la libertad de
información?
—No,
no. Yo no lo apuntaría en esa lista, porque me parece que hoy los contenidos
televisivos son muy amplios y diversos. Plurales. Yo más bien lo apuntaría en
la necesidad de abrir mayor competencia en el sector y por eso se van a licitar
dos cadenas más de televisión, y se va a crear además una cadena de televisión
del Estado. En fin, creo que se amplía la diversidad. Es evidente además que
los servicios de televisión restringida [de pago] también van creciendo. La
reforma también posibilitará que haya mayor oferta de este tipo de servicios y
que, por la competencia que se genere, obviamente haya precios más accesibles
para la población.
—Presidente,
¿hasta qué punto cree usted que los empresarios afectados entienden la
necesidad de las reformas?
—A
ver. Todo cambio en cualquier ámbito, en éste o en el que abordemos: el
educativo, fiscal, todos, inevitablemente conlleva resistencias. Porque
trastoca intereses. Intereses económicos. Y siempre habrá resistencias al
cambio. Si hubiésemos seguido haciendo las cosas como se venían haciendo en el
pasado, de manera inercial, pues es evidente que el resultado iba a ser
exactamente el mismo. Si queremos asegurar un mayor crecimiento económico y
desarrollo social, no podemos hacer exactamente lo mismo. Por más esfuerzos que
se han hecho en políticas públicas, en hacer ajustes aquí y allá, al final de
cuentas los resultados han sido magros. En los últimos 14 años, o en los
últimos 30 años, el promedio del crecimiento del país es del 2,4%. Es
verdaderamente pobre, bajo e insuficiente. Ante ello, pues es evidente que
teníamos que hacer ajustes y cambios y eso es lo que hemos, creo yo, logrado en
las reformas estructurales. Mi punto de partida es que no podíamos seguir
exactamente igual. Además, es algo compartido con las principales fuerzas
políticas. Aquí no estamos haciendo imposición de nada. Más bien ha sido un
tema de consenso y de respaldo mayoritario, como ocurre en toda democracia. Ha
habido resistencias, ha habido incomodidades y se ha explicado ampliamente por
qué la necesidad de cada una de las reformas más allá de los intereses o de las
afectaciones que pueda generar en algunos sectores. Sin duda los beneficios de
las mismas son mayores y de orden superior frente a lo que puedan suponer las
resistencias.
—¿Está
encontrando mucha oposición política o de otro tipo para tramitar las leyes
secundarias? ¿O simplemente está resultando más complicado de lo que había
esperado?
—Se
ha de entender que cuando ya se transita del marco al detalle siempre lleva más
tiempo lograr los acuerdos necesarios. Pero ninguna fuerza política ha dicho:
‘hasta aquí llegamos y ya no vamos más allá’.
—¿Y
cuán grande es el riesgo, precisamente por la necesidad de alcanzar consensos,
de acabar echándole agua al vino en las legislaciones secundarias, de no
apretar la clavija hasta el final, o hasta donde se hubiera pensado
inicialmente? Hay voces sugieren que así está pasando.
—No.
No es ni propósito ni deseo de que esto ocurra. El propósito, el interés, lo
que nosotros vamos a defender: ni rebajar ni ceder ni claudicar el esfuerzo
reformador que se hizo ya en el orden constitucional.
—¿Estaría
usted de acuerdo si yo le dijera que el no ceder aquí y ahora es un punto clave
en su presidencia? ¿Qué ahí se juega el legado de la presidencia?
—Este
es un punto clave por lo que ya he señalado. Es toral. Sería claudicar al
esfuerzo puesto en este propósito y por eso vamos, reitero, a mantenernos en el
apego que se ha hecho en la reforma constitucional y espero que realmente
logremos encontrar un consenso mayoritario.
Esté
uno a favor o en contra, lo cierto es que el cambio en México está siendo
radical. Realmente hay que conocer la dificultad de los cambios legislativos en
el país norteamericano, el hecho de que el PRI no disponga de mayoría en las
Cámaras, el número y la importancia de las reformas propuestas, la extensión y
la profundidad de los intereses afectados para comenzar a imaginar el perímetro
de la tarea.
“Si
fuera fácil, ya se hubiera hecho antes”, apostilla el presidente a propósito de
esa idea, que desemboca inmediatamente en otro problema, ya en incubación. Este
tiene más bien que ver con la gestión política de las expectativas que se han
creado con estas reformas, y que son directamente proporcionales al gigantismo
de la tarea. ¿No le preocupa, le digo a Peña Nieto, que los resultados tarden
en apreciarse? ¿Incluso que sea otro mandatario, le pasó a Schröder con Merkel,
quién recoja los beneficios? Es dudoso que la reforma energética, por ejemplo,
comience a dar resultados visibles antes de que pasen algunos años.
—Yo
le voy a decir algo bien claro: mi compromiso como presidente de la República
es con México. Es pensar en México y es hacer lo que México le convenga para su
presente y futuro. No estoy pensando en una visión cortoplacista porque eso
limitaría verdaderamente mucho lo actual. No estoy pensando siquiera en la
siguiente elección o en la rentabilidad política que esto puede haber. Yo estoy
pensando qué le puede deparar a México mejores condiciones y mejor desarrollo.
Me toque apreciarlo en una mayor dimensión durante mi gestión o no me toque
apreciarlo. Porque pensar en qué hago para que me vaya bien y salga con bombo y
platillo durante mi gestión me parece que sería lastimoso y estar falto a la
responsabilidad que como presidente tengo en la conducción del país. En el tema
energético, por ejemplo, que destacará como el vector más importante que México
tendrá para su crecimiento económico, sí tengo claro que no será en muy corto
plazo, sino más bien en un mediano plazo y algo que trascenderá en el tiempo a
mi Administración. Dicho esto, aspiro a que podamos en un breve tiempo, o lo
más pronto posible, acreditar ante la sociedad mexicana los beneficios que
traerán consigo estas reformas, que evidentemente hoy no se aprecian en lo
inmediato ni en su justa dimensión.
LA
SEGURIDAD. EL TERRITORIO
La
violencia resulta inabarcable en México, en sentido figurado y en sentido real.
La polisemia del término incluye las batallas entre narcotraficantes, los
enfrentamientos entre estos y las fuerzas del orden, los excesos o abusos de
estas últimas con los ciudadanos, los secuestros, los asesinatos, la impunidad
(“si usted mató a alguien en los últimos seis años la probabilidad de que esté
en la cárcel sentenciado por ese homicidio es menor al 1%”, según el
articulista Carlos Puig con cifras de la Fiscalía).
En
sentido real, en los seis años de Gobierno del presidente Calderón se
contabilizaron 70.000 muertes violentas. Las autoridades atribuyen el 93% de
todos los muertos de una u otra manera al narcotráfico, aunque hay expertos que
advierten de que se trata de un cálculo arbitrario y sin excesivas garantías
científicas. Muertos en esta guerra han sido el hijo de un gobernador de
Coahuila, el hijo del poeta Javier Sicilia, el secretario de Turismo del Estado
de Jalisco…
Por
otro lado, la mayoría del territorio mexicano goza de índices de seguridad más
elevados que muchas otras zonas de América Latina, el país es el segundo
destino turístico del continente (sólo por detrás de EE UU, por delante de
Canadá y de Brasil) y la diplomacia mexicana tiene un inmenso quebradero de
cabeza con la difícil tarea de convencer al mundo de que la violencia está
concentrada en determinadas zonas, lo que no deja de ser verdad, y confinada a
asuntos de narcotráfico y que la mayoría de ciudadanos lleva, en lo que a
seguridad se refiere, una vida relativamente normal, como en cualquier otro
país latinoamericano o mejor.
Peña
Nieto tomó de inmediato medidas para corregir el descontrol percibido en los
últimos años de su predecesor, anunció la creación de una gendarmería nacional,
rebajó la retórica de guerra contra el narco tan del gusto de la Administración
anterior, aprobó una ley de víctimas y planeó y puso en marcha con éxito dos
operativos, muy distintos en carácter, sobre dos territorios que ya estaban
francamente fuera de control: Michoacán y Tamaulipas, donde envió el mes pasado
al Ejército, la Armada y la Policía Federal y disolvió las 40 organizaciones de
policía locales.
Le
cuento al presidente que un alto responsable de la Administración anterior me
comentó en su día que eran conscientes de que había zonas en ambos territorios
fuera del control del Estado. Pasaron años sin que se observase a continuación
la toma de medida alguna. ¿Cuáles fueron los datos, pues, que le impulsaron a
actuar?
—Ante
lo que era evidente. Tenemos en el país un problema de seguridad,
específicamente muy señaladamente en algunas entidades de la República y
establecimos una nueva estrategia para la seguridad. Abril fue un mes que
aumentó lamentablemente el número de homicidios y eso nos llevó a tomar esta acción
de reforzamiento para el Estado de Tamaulipas. En Michoacán teníamos un
deterioro social en mucho consecuencia del debilitamiento de las instituciones
del Estado o del Gobierno estatal, de los gobiernos municipales, policías
prácticamente cortadas por el crimen organizado. Una organización criminal muy
permeada en distintas esferas de la sociedad, del Gobierno y de la sociedad en
general, el grupo criminal de los Templarios, y eso obligó a que tomáramos una
acción completamente diferencial de lo que habíamos venido haciendo en otras
partes del país.
La
acción a la que se refiere Peña Nieto consistió, además de enviar tropas, en
una inversión de 3.400 millones de dólares, un dinero que casi duplica el
presupuesto anual local y con el que se construirán carreteras, hospitales
colegios y se concederán créditos y becas. La mayoría de observadores considera
que este rescate, el mayor que jamás haya experimentado una región mexicana, es
uno de los nítidos logros de la actual Administración.
—En
el Estado de Michoacán se tomó la decisión de designar a un comisionado
especial para esta tarea ante el debilitamiento que había de las propias
instituciones del Estado, no vimos que tuviera toda la capacidad para un
reempoderamiento de la fuerza local y por eso acompañamos el esfuerzo con un
comisionado y con todo el respaldo del Gobierno de la República.
Las
cifras de la violencia están bajando, un 25% de reducción en el número de
homicidios, según el presidente, que califica el dato de “alentador”. Otros
expertos en seguridad consideran que la reducción es marginal o incluso
inapreciable (y que por acabar el sexenio con 40.000 muertos en lugar de con
70.000 la tristeza y la rabia no serán menores) y advierten de que otros
delitos, como el secuestro o la extorsión, por el contrario, van al alza. Esto
último el presidente lo admite sin ambages.
—Al
tiempo estamos enfrentando otros fenómenos, porque si bien ha habido
disminución de violencia, disminución del número de homicidios, sí se ha
disparado el número de secuestros, y el número de extorsiones particularmente.
Al verse limitados los miembros de las organizaciones criminales o al haber
detenido a los principales dirigentes (son ya más de 88 de los 120 que teníamos
identificados como grandes blancos) empieza un desmembramiento, se empiezan a
ver limitadas sus capacidades de actuar y empiezan a recurrir a la comisión de
otro tipo de delitos más comunes.
—¿Hay
algún otro Estado en una situación precaria donde pueda recurrir algo similar?
—Guerrero.
No es una condición igual a la de Michoacán. No para decir que sí ni para
eventualmente descartar que esto se pudiera requerir, pero en Guerrero tenemos
también condiciones de inseguridad. El Valle de México. Hoy estamos reforzando
la capacidad operativa que tienen las instituciones del Estado. Es un escenario
completamente diferente de lo que se advertía en Michoacán. Jalisco, una
entidad en la que había otra banda criminal de nueva generación, así
denominada, que estaba en conflicto con los Templarios. Obviamente el
desmantelamiento de los Templarios abre espacios a los otros, y esto llevará a
tener un frente de combate en el Estado de Jalisco.
“El
presidente de México no tiene amigos. Está dedicado a servir a México y como
tal asumo esa responsabilidad”
Las
conversaciones en México sobre la violencia son, como la realidad que
describen, inabarcables. Pero el presidente hace una pausa con gesto
categórico.
—Quisiera
concluir con esto: creo que México ha estado estigmatizado en los últimos años con
el tema de la inseguridad. Y no porque no sea un tema ni sea un asunto
prioritario en su atención para el Gobierno de la República. Pero no es el
único tema. Se volvió así porque quizá así lo fue para el Gobierno anterior, o
en la proyección que México había tenido en los últimos años como si fuera un
asunto monotemático. Creo que México tiene otras potencialidades, otras
fortalezas, que no se debe ver el escenario de inseguridad que se vive en
algunas entidades del país de manera aislada, sin darle contexto realmente a lo
que México vive, al desarrollo de otros aspectos en los que está incursionando.
EL
VECINO DEL NORTE Y LAS DROGAS
La
desconfianza y los recelos mutuos han pespunteado desde siempre las relaciones
con Estados Unidos, el inevitable polo sobre el que gravita la acción exterior
de las sucesivas administraciones mexicanas. Interrogado sobre América Latina,
Peña Nieto despliega la batería habitual de la diplomacia mexicana: asumimos
nuestra responsabilidad en el continente; no, no hay ninguna rivalidad con
Brasil, pese a la importancia que se le otorga a la exitosa Alianza del
Pacífico junto con Colombia, Perú y Chile (preeminencia vista con incomodidad
desde Brasilia, según fuentes diplomáticas mexicanas); con Cuba tenemos “una
relación de respeto y cordialidad” y hay que acompañarla en el cambio que está
buscando; en Venezuela, México debe “ser respetuoso, no involucrarse”, Peña
Nieto quiere “lamentar y condenar los hechos de violencia que se suscitan en
este país y desear que se encuentren entre las partes involucradas soluciones
pacíficas”.
El
tono cambia de forma ligera, pero claramente perceptible sin embargo, cuando la
conversación gira sobre el vecino del norte. La actual Administración mexicana,
en lo que ha denominado “diplomacia pragmática” ha mantenido un perfil más bajo
que las anteriores sobre los dos puntos de fricción más relevantes: la
necesidad de restricción a la venta de armas en EE UU, que México considera, y
existe evidencia empírica suficiente que lo prueba, que acaban en manos de las
bandas de narcotraficantes al sur de la frontera. Y la reforma migratoria, que
afecta a millones de mexicanos en EE UU.
La
razón para mantener el perfil bajo es que la Administración mexicana considera
que ambos temas son de política interna estadounidense y que intervenir de
forma excesivamente visible no sólo contraviene las normas generalmente
aceptadas en diplomacia sino que puede ser contraproducente para los intereses
mexicanos, una posición que le ha valido críticas internas, pero también
elogios.
Donde,
por el contrario, Peña Nieto no tiene problema en extenderse y mostrarse
debidamente contundente es cuando la conversación discurre por el pantanoso
asunto de las drogas, sus mercados y sus clientes, de los que México se ha
considerado tradicionalmente una víctima. La legalización de la marihuana en
algunos Estados de EE UU, le digo al presidente, ¿no le complica el discurso
tanto a usted como al presidente Obama en la lucha contra el narcotráfico?
—Mire,
yo creo que ahí hay un tema de inconsistencia, de incongruencia y que es una
política que evidentemente tiene que revisarse. La definición que se tenga
sobre esta política tiene que ser hemisférica. EE UU tiene un papel clave que
jugar en esto. Pareciera que no ha querido entrarle todavía al toro por los
cuernos, como se dice coloquialmente. Pero lo tendrá que hacer. Lideró
especialmente esta política de combate al tráfico, especialmente la marihuana.
Y, hoy, aunque es algo ilegal y está prohibido, pues vemos que en varios
Estados ya no es tan ilegal. Vemos que Uruguay, en la región, ya lo aprobó.
Vemos que eso tampoco tuvo ningún efecto en el orden de la relación
diplomática, en el orden del universo. Mire, yo personalmente, y creo que es
parte del dilema y que habrá que preguntar al presidente Obama, personalmente
he declarado que no estoy en favor de la legalización de las drogas. Y tampoco
de la marihuana porque me parece que es una puerta por la que se puede
incursionar al consumo de drogas mucho más dañinas para la salud. Sin embargo,
la legalización de la marihuana es un fenómeno creciente. La demanda que hemos
hecho ya nosotros es que revisemos el tema, sentémonos a debatir sobre el tema,
a revisar la política que se ha seguido en los últimos 30 o 40 años y que a la
postre solamente ha arrojado mayor consumo y mayor producción de drogas. Por
tanto, es una política fallida. Hay que revisar eso. Insisto, yo no estoy en
favor de la legalización, es un tema de convicción personal. Sin embargo,
tampoco podemos seguir en esta ruta de inconsistencia entre la legalización que
se ha dado en algunas partes, sobre todo en el mercado del consumidor más
importante, que es EE UU, y en México que sigamos criminalizando la producción
de marihuana.
—Es
una paradoja terrible: EE UU está financiado las dos partes de la guerra. Por
un lado, ayuda a los gobiernos y a sus fuerzas de seguridad, Colombia, México,
a luchar contra los traficantes; y por otra parte, los consumidores
estadounidenses financian a los narcotraficantes y a sus bandas…
—Siendo
paradójico y tan absurdo es evidente que demanda que pronto se abra un debate
sobre el tema. Y ya veremos qué hacemos con el asunto. Ahí están las
experiencias de partes del mundo que en un momento se abrieron, legalizaron,
luego dieron marcha atrás o por lo menos limitaron la apertura inicial con la
que habían querido tratar el tema de drogas… Hay que abrir un debate y aquí en
México empieza a haber posiciones ya que demandan, como es natural, por esta
inconsistencia e incongruencia que se aprecia, que demandan la eventual
legalización de la marihuana, por lo pronto.
Ha
pasado más de una hora de conversación, el doble de lo que se había asignado.
El presidente se levanta, se despide con amabilidad, y se encamina al siguiente
acto de su agenda. En el salón, ahora vacío, el cuadro con el Popocatépetl y la
vista de la ciudad de México en 1902, el lago sin desecar y el paisaje rural
que rodea a todo ello contrasta casi de forma violenta con el trepidar de la
gran energía de la vida política, económica y social que se deja adivinar más
allá de los muros de Los Pinos.
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