Las
mareas de populismo latinoamericano/ Jorge G. Castañeda
Project
Syndicate | 29 de diciembre de 2015..
Los
demagogos y populistas como el candidato presidencial norteamericano Donald
Trump y la líder del Frente Nacional de Francia, Marine Le Pen, están
incendiando la política occidental. En América Latina, en cambio, los líderes
populistas están perdiendo apoyo: Cristina Kirchner de Argentina ha sido
desplazada de la presidencia en las últimas elecciones; en Venezuela, los
socialistas del presidente Nicolás Maduro sufrieron una derrota resonante en
las elecciones parlamentarias; y la presidenta de Brasil, Dilma Rousseff, ahora
enfrenta la perspectiva de un juicio político. Muchos especulan con que la
“marea rosa” de populismo, que empujó a la región hacia la izquierda en los
últimos 15 años, ahora se está revirtiendo. ¿Pero es realmente el populismo lo
que estos países están rechazando?
Por
cierto, los ciudadanos no parecen estar tan impulsados por la ideología como
por su frustración frente a los crecientes desafíos económicos, que fueron
causados principalmente por una situación sobre la cual sus líderes tienen escaso
control: el fin del boom de los commodities que comenzó a principios de este
siglo. Cuando ese auge, que estuvo sustentado por el apetito aparentemente
insaciable de China de materias primas y alimentos, llegó a su fin en 2012, la
caída abrupta de los precios devastó a los exportadores de Latinoamérica.
Brasil,
a pesar de su gran mercado doméstico y de su fuerte sector industrial, recibió
un duro golpe. La situación fue aún peor para Argentina y Venezuela, que
dependen marcadamente de las exportaciones de materias primas -principalmente
soja y petróleo- no sólo para financiar las importaciones, sino también como su
principal fuente de ingresos gubernamentales. Considerando los enormes
programas sociales que habían implementado los gobiernos de estos países, no
pasó mucho tiempo antes de que el colapso de los precios se cobrara sus
víctimas. Venezuela siguió gastando hasta que el dinero directamente se acabó.
Los crecientes déficits de Argentina derivaron en inflación, devaluación y
recesión.
Por
supuesto, regímenes con diferentes inclinaciones ideológicas podrían haber
tenido diferentes conductas de gasto, lo que potencialmente podría haber
amortiguado el golpe del colapso de los precios de las materias primas. En
Brasil, en particular, el gasto estuvo fuera de control, aun si el gobierno de
Rousseff logró ocultarlo por un tiempo. (Accidentalmente, son los métodos
utilizados para ocultarlo los que ahora tienen a Rousseff en jaque).
En
la gestión de Rousseff, la inflación creció y el tipo de cambio del real se
derrumbó; se lanzaron y luego se abandonaron enormes proyectos de
infraestructura conocidos como “elefantes blancos”; y los esfuerzos por reducir
los tipos de interés condujeron artificialmente a una burbuja de crédito para
consumo. Por el contrario, el antecesor de Rousseff, Luiz Inácio “Lula” da
Silva -un ícono de izquierda de su mismo partido, el Partido de los
Trabajadores- adhirió esencialmente a una ortodoxia macroeconómica, a la vez
que expandió los programas de ayuda social.
Como
sea, la conclusión es que, cuando un contexto global hostil saca a flote la
mala gestión económica de sus líderes, los votantes latinoamericanos se
muestran cada vez más desencantados. No rechazan necesariamente a los líderes
de izquierda; más bien, rechazan a quienes están en el poder, no importa su
signo. Da la casualidad que la mayoría está en la izquierda.
Consideremos
el caso de Chile y Perú, que dependen marcadamente de las exportaciones de
cobre. Frente a la caída precipitada del precio del cobre, los líderes de ambos
países probablemente sufran reveces electorales. El hecho de que el presidente
de Perú, Ollanta Humala, sea más moderado que la presidenta de Chile, Michelle
Bachelet, en verdad no incidirá. De la misma manera, la caída de los precios de
la banana y del petróleo creará los mismos desafíos políticos para el agitador
de izquierda Rafael Correa en Ecuador, así como la caída de los precios del
café, del petróleo y del carbón afectarán al presidente de centro de Colombia,
Juan Manuel Santos.
Dicho
esto, existe una cierta sensación de que quien siembra vientos recoge
tempestades en el caso de los líderes de izquierda de América Latina, que han
tenido una buena racha desde que el difunto presidente de Venezuela, Hugo
Chávez, asumió la presidencia en 1999. Algunos de ellos -inclusive Lula en
Brasil, pero también los sucesivos líderes en Chile y Uruguay- gobernaron de
manera sensata y responsable. Otros estaban demasiado concentrados en una
retórica ideológica como para hacer las cosas bien. Pero, más allá de su
desempeño, estos partidos siguieron ganando elecciones (algunas más justas que
otras), en base a la idea de que lideraban el camino hacia el progreso
económico. Como quedó en claro recientemente, ese progreso no surgía de una
gobernancia “realista”, sino de condiciones económicas internacionales
favorables.
Sin
embargo, ahora que comenzó la reacción negativa contra los gobiernos en
funciones, los debates ideológicos seguramente se intensificarán. Los gobiernos
de izquierda como en Argentina y Venezuela hace mucho tiempo que adoptaron
políticas polarizadoras, especialmente en cuestiones como la violencia, la
solidaridad con los países parias (Cuba para Venezuela; Irán para Argentina) y
la corrupción -políticas que hoy pueden ser cuestionadas o revertidas por los
líderes nuevos.
El
caso venezolano es especialmente interesante. La oposición, a pesar de tener
una mayoría en la Asamblea Nacional, sabe que debe negociar con la rama
ejecutiva, que todavía está liderada por Maduro. Pero no puede hacer
concesiones de manera global.
Uno
de los desafíos fundamentales que enfrenta la oposición es qué hacer con las
enormes transferencias de riqueza a Cuba que comenzaron en 2004. Mediante
mecanismos opacos como precios del petróleo subsidiados y pagos excesivos a
médicos, personal de seguridad y maestros de Cuba, Venezuela ha venido
rescatando la decrépita economía cubana durante más de una década. Si bien la
oposición ha prometido desde hace un tiempo recortar la ayuda, lo último que
Estados Unidos quiere ver hoy es un colapso cubano, teniendo en cuenta que la
inmigración proveniente de la isla ya se duplicó en el último año.
En
este contexto, parece factible que Estados Unidos termine presionando a la
oposición de Venezuela para que no recorte el petróleo que envía a Cuba, aún si
presiona al gobierno para que libere a los presos políticos y quiera
implementar una gobernancia más justa y más transparente. Mientras tanto, los
aliados de Maduro en América Latina comenzarán a perder o a abandonar el poder,
en tanto la izquierda revive el drama de siglos de la región: los precios de
las materias primas suben y bajan, arrastrando consigo a los gobiernos.
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