Los mensajes del Papa que pasaron en silencio debido al caso Barros
La historia del obispo de Osorno, acusado de haber encubierto los abusos de su mentor Karadima, acabó monopolizando la atención y haciendo pasar en segundo nivel las palabras del Pontífice sobre la Amazonia, la corrupción y la conversión necesaria para la Iglesia.
REUTERS
El Papa con los pueblos amazónicos
Vatican Insider..., 25/01/2018
ANDREA TORNIELLI
CIUDAD DEL VATICANO
La admisión de haberse equivocado al responder a la pregunta de una periodista radiofónica sobre el caso Barros, primer y explícito “mea culpa” de un Papa que reconoce un error (y no los cometidos por sus predecesores en un pasado lejano), ha llamado, comprensiblemente, la atención mediática al final del viaje de Francisco a Chile y Perú. Acabó por distraer la atención de los mensajes que el Papa quiso llevar a los dos países sudamericanos, visitados en un “tour de force” de 30 mil kilómetros con 10 vuelos en 7 días.
La entrevista durante el vuelo de regreso de Lima a Roma se concentró principalmente sobre los casos de los abusos de menores en Chile y en Perú. Aunque Bergoglio admitió haberse expresado mal al pedir “pruebas” a las víctimas de abusos, insistió en que está convencido de que en contra del obispo de Osorno, Juan Barros Madrid, uno de los “hijos espirituales” del abusador serial Fernando Karadima (además de su secretario particular), no hay evidencias que permitan condenarle. Indicando que no está convencido del testimonio de quienes afirman que el futuro obispo Barros habría estado enterado de los abusos de Karadima y los habría encubierto. Es mucho más que probable que la historia no acabe aquí.
Se notó todo el cuidado y todo el trabajo personal que puso el Papa a la hora de preparar los discursos y las homilías del viaje a Chile y Perú. Pero lo que se verificó, debido a la concentración mediática sobre el caso Barros, fue la apresurada archivación de algunos de los mensajes centrales del viaje de Francisco. Un viaje eminentemente misionero. Las palabras del Papa sobre la corrupción («forma, a menudo sutil, de degradación ambiental que contamina progresivamente todo el tejido vital», definida un «virus social, un fenómeno que infecta todo, y los pobres y la madre tierra son los más afectados») pronunciadas en Perú se referían en general a toda Sudamérica, y no solamente a ella.
Entre los mensajes que quedaron en el olvido también están las palabras sobre la Amazonia, tesoro que debe ser preservado no según la ideología ambientalista según la cual el hombre es el cáncer del planeta, sino a partir de los pueblos autóctonos que viven en esa región y que tienen derecho a ser respetados y considerados un recurso insustituible. Esos pueblos amazónicos que nunca han estado «tan amenazados como hoy», por los grandes intereses económicos de quienes quieren cortar árboles, perforar para buscar petróleo, abrir nuevas carreteras de cemento en el corazón de la selva: y precisamente al final de la visita del Pontífice, Perú confirmó la ruta de la súper carretera de dos carriles que cubrirá 227 kilómetros de distancia y que dividirá en dos el pulmón verde del mundo, conectando Puerto Esperanza, en el noreste del país, con Iñapari, en la frontera con el estado de Acre (Brasil), atravesando cinco parques nacionales.
Y cómo olvidar, para concluir, el discurso al clero y a los religiosos chilenos (uno de los textos más bellos del Pontificado) en el que Francisco ofreció consejos útiles para cualquier cristiano: «No estamos aquí porque somos mejores que los demás. No somos súper héroes, que desde arriba, bajan a encontrarse con los “mortales”. Más bien hemos sido enviados con el conocimiento de ser hombres y mujeres perdonados. Y esta es la fuente de nuestra alegría». Y como «Jesús no se presenta a sí mismo sin heridas», los suyos también son invitados a «no esconder ni disimular» sus heridas. «Una Iglesia con heridas», explicó Bergoglio, «es capaz de entender las heridas del mundo de hoy y hacerlas suyas, soportarles, acompañarlas y tratar de sanarlas. Una iglesia con heridas no está en el centro, no se cree perfecta, pero pone en el centro al único que puede sanar las heridas y que se llama Jesucristo».
La conciencia de tener heridas, efectivamente, libera «de convertirse en autorreferencial», de creerse «superior». Libera de la tendencia «prometeica» de aquellos que dependen «únicamente de sus propias fuerzas y se sienten superiores a los demás porque observan ciertas normas o porque son irrevocablemente fieles a un cierto estilo católico típico del pasado». Palabras que quedan perfectamente para describir la enfermedad del clericalismo y para comprender la pérdida de la credibilidad ante la opinión pública de una Iglesia (la chilena) que era tan amada y considerada un seguro baluarte durante los años de la dictadura de Pinochet, gracias a pastores como el cardenal Raúl Silva Henríquez.
Palabras que llaman a la conversión de toda la Iglesia y que son útiles también para llamar a lo esencial a los frenesíes “reformadores” y funcionalistas de quienes (dentro y fuera de la Curia) reducen a eslóganes vacíos las enseñanzas del Pontífice, actuando acaso en su nombre, como si fueran “súper héroes”.
La historia del obispo de Osorno, acusado de haber encubierto los abusos de su mentor Karadima, acabó monopolizando la atención y haciendo pasar en segundo nivel las palabras del Pontífice sobre la Amazonia, la corrupción y la conversión necesaria para la Iglesia.
REUTERS
El Papa con los pueblos amazónicos
Vatican Insider..., 25/01/2018
ANDREA TORNIELLI
CIUDAD DEL VATICANO
La admisión de haberse equivocado al responder a la pregunta de una periodista radiofónica sobre el caso Barros, primer y explícito “mea culpa” de un Papa que reconoce un error (y no los cometidos por sus predecesores en un pasado lejano), ha llamado, comprensiblemente, la atención mediática al final del viaje de Francisco a Chile y Perú. Acabó por distraer la atención de los mensajes que el Papa quiso llevar a los dos países sudamericanos, visitados en un “tour de force” de 30 mil kilómetros con 10 vuelos en 7 días.
La entrevista durante el vuelo de regreso de Lima a Roma se concentró principalmente sobre los casos de los abusos de menores en Chile y en Perú. Aunque Bergoglio admitió haberse expresado mal al pedir “pruebas” a las víctimas de abusos, insistió en que está convencido de que en contra del obispo de Osorno, Juan Barros Madrid, uno de los “hijos espirituales” del abusador serial Fernando Karadima (además de su secretario particular), no hay evidencias que permitan condenarle. Indicando que no está convencido del testimonio de quienes afirman que el futuro obispo Barros habría estado enterado de los abusos de Karadima y los habría encubierto. Es mucho más que probable que la historia no acabe aquí.
Se notó todo el cuidado y todo el trabajo personal que puso el Papa a la hora de preparar los discursos y las homilías del viaje a Chile y Perú. Pero lo que se verificó, debido a la concentración mediática sobre el caso Barros, fue la apresurada archivación de algunos de los mensajes centrales del viaje de Francisco. Un viaje eminentemente misionero. Las palabras del Papa sobre la corrupción («forma, a menudo sutil, de degradación ambiental que contamina progresivamente todo el tejido vital», definida un «virus social, un fenómeno que infecta todo, y los pobres y la madre tierra son los más afectados») pronunciadas en Perú se referían en general a toda Sudamérica, y no solamente a ella.
Entre los mensajes que quedaron en el olvido también están las palabras sobre la Amazonia, tesoro que debe ser preservado no según la ideología ambientalista según la cual el hombre es el cáncer del planeta, sino a partir de los pueblos autóctonos que viven en esa región y que tienen derecho a ser respetados y considerados un recurso insustituible. Esos pueblos amazónicos que nunca han estado «tan amenazados como hoy», por los grandes intereses económicos de quienes quieren cortar árboles, perforar para buscar petróleo, abrir nuevas carreteras de cemento en el corazón de la selva: y precisamente al final de la visita del Pontífice, Perú confirmó la ruta de la súper carretera de dos carriles que cubrirá 227 kilómetros de distancia y que dividirá en dos el pulmón verde del mundo, conectando Puerto Esperanza, en el noreste del país, con Iñapari, en la frontera con el estado de Acre (Brasil), atravesando cinco parques nacionales.
Y cómo olvidar, para concluir, el discurso al clero y a los religiosos chilenos (uno de los textos más bellos del Pontificado) en el que Francisco ofreció consejos útiles para cualquier cristiano: «No estamos aquí porque somos mejores que los demás. No somos súper héroes, que desde arriba, bajan a encontrarse con los “mortales”. Más bien hemos sido enviados con el conocimiento de ser hombres y mujeres perdonados. Y esta es la fuente de nuestra alegría». Y como «Jesús no se presenta a sí mismo sin heridas», los suyos también son invitados a «no esconder ni disimular» sus heridas. «Una Iglesia con heridas», explicó Bergoglio, «es capaz de entender las heridas del mundo de hoy y hacerlas suyas, soportarles, acompañarlas y tratar de sanarlas. Una iglesia con heridas no está en el centro, no se cree perfecta, pero pone en el centro al único que puede sanar las heridas y que se llama Jesucristo».
La conciencia de tener heridas, efectivamente, libera «de convertirse en autorreferencial», de creerse «superior». Libera de la tendencia «prometeica» de aquellos que dependen «únicamente de sus propias fuerzas y se sienten superiores a los demás porque observan ciertas normas o porque son irrevocablemente fieles a un cierto estilo católico típico del pasado». Palabras que quedan perfectamente para describir la enfermedad del clericalismo y para comprender la pérdida de la credibilidad ante la opinión pública de una Iglesia (la chilena) que era tan amada y considerada un seguro baluarte durante los años de la dictadura de Pinochet, gracias a pastores como el cardenal Raúl Silva Henríquez.
Palabras que llaman a la conversión de toda la Iglesia y que son útiles también para llamar a lo esencial a los frenesíes “reformadores” y funcionalistas de quienes (dentro y fuera de la Curia) reducen a eslóganes vacíos las enseñanzas del Pontífice, actuando acaso en su nombre, como si fueran “súper héroes”.
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