26 dic 2019

Silencio ante el silencio de Dios/ Manuel Mandianes

Solo guarda silencio quien tiene algo que decir; los demás callan.... 
 Silencio ante el silencio de Dios/ Manuel Mandianes, antropólogo del CSIC y escritor. Su última publicación, En blanco.
El Mundo, Miércoles, 25/Dic/2019;

Algunos, grupos buscadores de novedades, para desvirtuar lo de la encarnación, tratan de demostrar el origen pagano de la Navidad, demostrando que la Navidad es la cristianización de fiestas anteriores, pero olvidando que, a su vez, esas fiestas habían ocupado, por obra de vencedores, el lugar de otras fiestas que habían celebrado los vencidos. No se trata de cristianizar la celebración anterior sino solo de celebrar los misterios cristianos en ciertas fechas. La Iglesia, como buena estratega, aprovechó momentos significativos y distinguidos del ciclo anual, auténticas referencias temporales de calendarios anteriores, para situar en el tiempo la celebración de sus grandes ministerios, en el momento más próximo en el tiempo a la ocurrencia del mismo. Se dice en antropología que los nuevos dioses nunca anulan por completo a los dioses viejos, anteriores a los que ahora llegan por eso. Al menos para mucha gente, las nuevas fiestas y celebraciones pueden guardar vestigios y reminiscencias de las fiestas antiguas.
Otros grupos han pretendido eliminar la Navidad, a veces con el pretexto de no ofender a grupos de religión distinta o sin religión que conviven con los cristianos en su país. Puesto que no han podido lograr su propósito, han optado por celebrarla prescindiendo por completo del misterio cristiano celebrado en la Navidad, Navidad sin Natividad. Han eliminado el Belén, pero ante las protestas de sus votantes, y por miedo a perder los votos, han hecho un Belén sin niño Jesús y sin imágenes que hagan pensar en el misterio cristiano. Algo parecido a aquellos que no quieren que sus hijos hagan la primera comunión, pero no quieren privar a sus hijos de una fiesta como la que tienen los que la hacen y para ello hacen una primera comunión laica. Ocurre lo mismo con el bautismo. «Nosotros no somos creyentes, pero queríamos que nuestro hijo tuviera una fiesta que anunciara a la sociedad que había nacido. Así que le cebáramos un bautismo laico con padrinos, regalos, velas», me dijeron sus padres. Los ritos cristianos del bautismo y la primera comunión, además de sacramentos son también ritos de paso celebrados por todas las culturas.
La sociedad posmoderna, centrada en el rendimiento, en la eficacia y en la diversión, no deja demasiado espacio a la celebración, ni al rito ni a la contemplación del misterio. Los ritos y las fiestas, en sentido tradicional, no se inventan como no se inventa una lengua, sino que se aprenden. Los ritos y fiestas son fruto de tradiciones de los que la colectividad y los individuos abrevan según sus necesidades. Las fiestas uniformes de antaño dan lugar hoy a las diferencias individuales y a la vivencia de las contradicciones del individuo consigo mismo. Al fallar los encuadramientos colectivos tradicionales, cada uno inventa su fiesta. Todas las formas se vuelven legítimas para abrir el camino a la pluralización subjetiva. La fiesta es como un autoservicio, hace parte del consumo cotidiano como el cine, las telenovelas, conciertos; hace parte del menú diario del consumidor moderno que busca emociones y sensaciones nuevas, excluyendo de su vida los códigos ascéticos del pasado y buscando principalmente el bienestar, la moda, el ocio y el entretenimiento. Las nuevas generaciones, más que por razones razonables se mueven por emociones y por creencias sometidas a los efectos especiales de las nuevas tecnologías. Toman la vida como un espectáculo; les dan valor al espectáculo y la simulación, lo que supone la adhesión a la virtualidad, no a la realidad real. Las fiestas corresponden a la representación que los colectivos se hacen del mundo, de la moral, del ocio y son propias y distintas en los diferentes grupos.
Los ritos, las fiestas tradicionales no son partidas acabadas, sino que entablan una nueva partida cada vez que las celebramos. El hombre reconoce que en este proceso la opacidad de su existencia adquiere un significado que parece trascenderlo. Esto supone que, a pesar de las diferencias que pueda haber entre unas fiestas y otras, también hay semejanzas, traducible por proximidad, de lo contrario sería imposible para los que vienen comprender lo que fue una fiesta para los que ya pasaron. Tal vez tan semejantes y próximos que cuesta reconocer las diferencias. La aspiración de la actual civilización es de vivir frente a una pantalla y de penetrarla. Si nuestras relaciones están transformándose en digitales, nuestras fiestas no van a seguir siendo como las de nuestros abuelos. Un acontecimiento no es exactamente lo que acontece, sino algo dado en lo que ocurre algo que ha sido expresado o realizado, o a lo que se le ha dado forma en lo que ha ocurrido; algo que busca darse en lo que está presente por eso se distingue entre el nombre y el acontecimiento. Un acontecimiento no es una cosa sino algo que actúa en una cosa. Los acontecimientos nunca están presentes, acabados o formados; nos convocan y nos llevan hacia el futuro, llamándonos. El movimiento crucial está en tratar el acontecimiento como algo que se juega en las palabras y las cosas como una potencia que vibra en su seno. La afirmación del acontecimiento es menos una acción que una receptividad, algo que nos llega de muy lejos en el tiempo y en el espacio. A medida que el tiempo pasa, su contenido se va desvelándose
A pesar de los inconvenientes, el lenguaje es la herramienta para que el creyente explique quién es Jesús para él, capaz de entender el tiempo e interpretarlo. A veces, el silencio es una manera de dar a entender, defender y comunicar la inviolabilidad de Dios que la más brillante exposición de los dogmas. «Para cada uno/ tiene un camino virgen, Dios», escribió León Felipe. Cristo es la proximidad de la «silente indisponibilidad»(Rahner), Dios. La muerte de Dios supuso la muerte de la metafísica, pero Dios no es metafísica, por eso alguien escribió un día en el metro de Nueva York: «‘Nietzsche ha muerto’ (Fdo.: Dios)». Si la Iglesia sigue vehiculando a Dios en conceptos metafísicos periclitados, la gente seguirá creyendo en Dios, pero la Iglesia pensará que el mundo es ateo. Un ruido de alas que se baten en la habitación, el anuncio le cayó a la Virgen como una llamarada en el oído y soportó el terror de una estrella caída. Y el terror de llevar el cielo en su seno. La agonía de la llama que no quema, una llama sin fuego ni acero al rojo, pero quema como un hierro candente. Vivió los días triviales como los de todo el mundo que sólo se enteró de que era Dios cuando los ángeles se lo dijeron desde lo alto. Y el mensaje, que se difundió a través de la estrella y los ángeles, difundirlo a través de los medios de comunicación modernos, comprometer a estrellas del deporte, de la canción, de la literatura.
Jesús no es Prometeo, ni un héroe, es Dios que viene para ser Enmanuel, Dios-con-nosotros. Uno de los rostros de Dios que más impacto ocasiona modernamente es el rostro del otro. Lo primero que me revela el rostro es que el otro es alguien y no algo. Un descanso para admirar un Belén o para sentarse en un banco de un solitario templo que encierra la ausencia de Dios de la sociedad moderna, es un acto de trascendental importancia, es la contemplación del silencio de Dios y del otro. El nacimiento de Jesús, qué misterio insondable, es el inicio del cristianismo, lo precedente e inicial, lo que determina toda la historia del cristianismo, como su surgimiento e inauguración. No hay proceso de selección. Toda palabra de la teología cristiana recibe su contenido y significado a partir de la Navidad.
La respuesta del hombre ante el pesebre no puede ser más que el sobrecogimiento, el anonadamiento, el asombro y la contemplación en silencio del silencio de Dios. Solo guarda silencio quien tiene algo que decir; los demás callan. La encarnación puso al alcance de los sencillos lo incomprensible de Dios. El cristianismo es la relación del hombre con el Cristo que existió. El nihilismo actual, la kenosis de que habla San Pablo, devuelve al hombre actual la libertad para escuchar la palabra de Dios, para hincarse de rodillas o permanecer de pie delante del portal de Belén, un precipitado de misterio, y meditar en silencio sobre el silencio de Dios.




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