Textos sobre el profesor Kapuscinski: 1932-23/01/2007
"Los cínicos no sirven para este oficio"
- Ryszard Kapuscinski: 'En nuestra profesión, el entusiasmo es la clave'/Ángel Villarino.
Tomado de Reforma (El Angel), 28/01/2007);
1932-2007. Como periodista y escritor, Kapuscinski logró atrapar la historia de su tiempo, retrató a los personajes clave y narró la tragedia de múltiples guerras, por lo que fue considerado un reportero comprometido
De los de periodistas, Ryszard Kapuscinski decía que últimamente se comportan como manadas, aunque confiaba en que muchos siguen haciendo un trabajo excepcional.
En esta entrevista inédita en México, el periodista polaco vierte comentarios similares a los de sus libros, con la fuerza intelectual de la erudición y la vehemencia del descubrimiento. Porque, en definitiva, Kapuscinski, fallecido el martes, era un entusiasta. ¿Como podría si no asegurar que los cínicos no sirven para el periodismo, después de media vida escribiendo sobre guerras, matanzas y miseria?
-Usted ha arriesgado la vida en decenas de ocasiones, ¿ha sido por filantropía?
-No, definitivamente, no. Se trata de la simple actividad profesional del reportero que trabaja en el extranjero. Es parte del trabajo y no se trata de ninguna cosa especial, ni tiene ninguna heroicidad. Cada uno puede contar lo que quiera al respecto, pero es una elección profesional, como digo, más que otra cosa.
-¿Sigue en contacto con alguna de las personas de las que habla en sus libros?
-No, no. Estoy cambiando constantemente de país y de continente. Varío constantemente de temas y por eso tengo que cambiar de contactos, viviendo siempre nuevas historias que contar. Digamos que con cada libro varían mis intereses. Hay periodistas o escritores que se especializan y se centran en determinados países o periodos y que, por fuerza, tienen que mantener sus relaciones para seguir trabajando. Pero ése no es mi caso.
-Y, tras conocer el mundo, ¿qué sentido le da a su vida?
He intentado siempre conocer el mundo, los pueblos, otras culturas, otras ideas. Mi vida ha sido escribir sobre esto. Hacer llegar a los lectores algo tan importante como esto ha sido el sentido de mi vida. Y creo que no es poco, que es algo importante, porque se trata de algo crucial, sobre todo en un mundo cada vez más multicultural. Esa carrera profesional, esa obsesión de intentar hacer entender otras mentalidades, otros pueblos, otras experiencias, otras cosas... Eso he tratado de hacer siempre. Y es fundamental para el desarrollo de una sociedad tolerante y comprometida.
-Decía Bertrand Russell que el entusiasmo es la clave de la felicidad y el éxito, ¿está de acuerdo?
Sí, absolutamente. Creo que, en nuestra profesión, el entusiasmo es la clave, porque lo que nos mueve es la profunda curiosidad, querer saber, conocer. Las ganas de ver, de sentir. Este oficio es muy duro, se necesita mucha energía y sólo puede llevarse a cabo con grandes dosis de entusiasmo y vitalidad. Pero no todo es entusiasmo. Hay otro factor importantísimo que es el conocimiento extenso de cada tema. Uno que trabaja en este campo tiene que estudiar constantemente. Hay que mantenerse en continuo contacto con la antropología, la historia, la etnografía y la sociología, entre otras ciencias. Se requiere, pues, mucho trabajo para llevar a cabo nuestro oficio con una mínima eficiencia.
-Dicen que se sumerge tanto en su trabajo que durante sus viajes por África olvidó telefonear a su familia durante 50 meses, ¿es eso cierto?
-No, no es verdad. Es un chiste. Hay muchas bromas respecto a mi vida que se repiten como si fueran ciertas.
-En todo caso, sí es cierto que necesita una concentración absoluta para su trabajo, ¿ha sido feliz dedicando tantas horas y energías a su profesión?
-Sí, la verdad es que me vuelco totalmente en lo que hago. Eso, por una parte, resulta muy duro, pero también ofrece cientos de satisfacciones. Todo lo que he hecho ha sido porque realmente quería hacerlo. Mi única insatisfacción, que es inevitable, es no haber podido hacer mejor cada crónica, cada libro. Aunque sé que nunca pueden hacerse las cosas como sería lo ideal, siempre me queda clavada la espina de saber que me podría haber acercado más a la perfección y que no lo he hecho.
-Le he oído decir que el pasado no le interesa, que sólo puede pensar en lo que aún le queda por hacer, ¿qué espera del futuro?
-Nunca he dicho que no me interese el pasado en sentido histórico, sino en el sentido vital y profesional. En lo que escribo, sobre todo. No me gusta leer mis libros, ni fijarme en lo que hice hace años. Lo que me interesa en cada momento es lo que me queda por escribir. Ahora mismo estoy escribiendo el nuevo tomo de una obra que se llama Lapidarium, un ensayo y otro libro sobre mis reflexiones y aventuras en América Latina. Aparte de esto, sigo dando varias clases y conferencias universitarias.
-Además, tiene que responder a las preguntas de los periodistas, que es otra forma de trabajo, ¿me equivoco?
-No, así es. Y lo hago con mucho gusto, porque creo que la entrevista es un género periodístico importantísimo y muy útil, especialmente en un mundo que se mueve tan rápido como éste y en el que todo cambia sin dejar tiempo a la reflexión. La entrevista es una reacción contra las cosas inmediatas, las que se hacen todos los días.
En la historia de la prensa, la entrevista es un género tardío y que se utilizaba raramente. Ahora, cada vez ocupa un lugar más importante. Y creo que un periodista tiene que ser buen entrevistador. Los libros de entrevistas son un género nuevo que también considero muy importante.
-¿Por qué le tiene ese pánico a la inmediatez de las cosas?, ¿por qué reniega de Internet o del correo electrónico?
-No, no quiero saber nada de todo eso. Yo necesito tranquilidad y aislamiento para concentrarme. Conscientemente, prefiero prescindir de estas nuevas herramientas. Trabajo diariamente con ordenadores, pero no tengo conexión a la Red. Yo veo a los amigos que han empezado a utilizar Internet y que tienen serios problemas. Son esclavos del correo electrónico.
Para mí, es una pérdida de tiempo. Tengo la misma información sin necesidad de todo eso. Soy partidario de ese escritor americano que decía que no tenía ni teléfono y que si alguien quería contactar con él, que le enviase una carta. Fue un escritor muy prolífico. Cuando se escriben libros se necesita una terrible concentración, que no se puede tener con tanta distracción. Por lo menos, yo no puedo hacerlo.
-¿Qué refleja mejor la realidad, la vida política o la artística?
-Pues ambas y ninguna. Cada parte refleja una faceta de la sociedad y del mundo. Todas las sociedades tienen una organización política sin la cual no se podría entender su cosmogonía y todas han desarrollado algún tipo de manifestación artística.
-¿Y con qué pieza artística resumiría usted el siglo 20?
-Sin duda, con La Montaña Mágica, de Thomas Mann, pese a ser de los años 20.
-Y, después de ver tanto, ¿es usted optimista frente al futuro?
-Realmente, sí. Soy optimista. Aunque creo que la vía optimista es y será manchada por infinidad de problemas. Hay que mantenerse firmes y seguir para adelante, pese a estos problemas y a las voces de los pesimistas. Yo he tenido una vida muy difícil y sin embargo...
-¿Por qué no valen los cínicos para este oficio?
-Lo expliqué en un libro, que titulé precisamente así. La razón es que nuestra profesión no depende sólo de nosotros, sino también de los demás, de lo que nos quieren contar, de lo que nos transmiten. Son los que nos guían y los que nos hacen ver la realidad. Esta profesión hay que realizarla conjuntamente con los demás.
Y, como dependemos de eso, si los que tenemos delante ven que no tenemos interés humano, ellos no nos responderán nunca o, al menos, no se relajarán al hablar con nosotros. Si eso ocurre, no podremos hacer bien nuestro trabajo.
De todos modos, me estoy refiriendo a los reporteros que trabajamos en la calle, no a los que trabajan en la oficina.
Por eso lo del escepticismo, porque los reporteros que trabajamos en la calle necesitamos transmitir a los demás esta actitud humana. Es indispensable.
El imperio estadounidense
-Usted, que ha estado en 27 guerras, algo tendrá que decirnos sobre la guerra en Iraq (en el momento de la entrevista las tropas estadounidenses habían invadido ese país).
-Pienso que esta guerra fue un evento relámpago y duró realmente poco. Asombrosamente poco. De todas maneras, creo que los verdaderos problemas empiezan ahora, porque lograr la estabilidad de la región me parece algo complicadísimo, política, religiosamente, etcétera. Estoy seguro de que va a costar muchísimo trabajo, muchísimo tiempo pacificarlo. Y creo que la inquietud internacional que provoca la inestabilidad en la zona va a durar mucho tiempo.
-¿Pero cree que son más los pros que los contras de la invasión estadounidense?
-Creo que es demasiado pronto para entrar a valorar esto. Se necesita tiempo para poder analizar el acontecimiento. La distancia hará la valoración histórica necesaria. Haciendo una primera consideración, podemos decir que todas las guerras son negativas en términos generales. Pero, definitivamente, es temprano para poder evaluar con exactitud.
-Usted tituló Imperium un libro sobre la Unión Soviética, ¿cree que Estados Unidos merece también este calificativo?
-En este momento es el único imperio mundialmente activo y poderoso, con influencia realmente internacional. Tenemos otros imperios, que podemos llamar imperios territoriales, muy tranquilos, como China o India. Estos últimos, no obstante, no tienen la misma presencia ni fuerza internacional. Pero, definitivamente, el imperio más fuerte es Estados Unidos de América.
-¿Y no cree que es muy ligera y peligrosa la comparación entre la URSS y EU?
-No, ese parangón no se puede hacer. Definitivamente, el imperio soviético fue el último imperio multinacional de la Historia del mundo, que no es el caso de Estados Unidos. Es una tremenda equivocación equipararlos. Se trata de dos tipos diferentes de imperio. El estadounidense es un imperio económico, mientras que el soviético es un imperio que llevó a cabo auténticas conquistas territoriales. Existe otra diferencia fundamental, que no conviene olvidar, y es que Estados Unidos basa su sistema en valores democráticos, mientras que la Unión Soviética era una dictadura totalitaria.
-Usted ha denunciado siempre la pobreza y la desigualdad en el Tercer Mundo, ¿está de acuerdo con los que dicen que el Primer Mundo es responsable directo de todo ello?
-Es necesario analizar esto en términos históricos. Habría que remontarse a la colonización y a sus consecuencias, que conformaron esa realidad de desigualdad interplanetaria.
-Pero ¿cree que actualmente un ciudadano del mundo puede sentirse responsable directo de esta realidad que denuncia?
No, no tiene sentido. Son mecanismos internacionales y económicos los que operan. Sólo los criterios humanitarios de cada uno deberían actuar en relación a esto.
-Ha expuesto sus dudas sobre la globalización, ¿sería justo alinearlo a usted junto a alguno de los movimientos antiglobalización?
-No, no, no. El problema principal es que tenemos que definir qué es la globalización. Tenemos varias maneras de entender este fenómeno y todavía no hay ningún consenso al respecto. Cada uno entiende la globalización como quiere. No puedo situarme a favor o en contra de la gente que habla de globalización sin saber lo que es. Mi postura es científica en este aspecto.
-Entonces ¿cree que la prioridad es abrir ese debate sobre qué entendemos por globalización?
-Exactamente, así es. Eso sería lo primero.
Ángel Villarino, periodista de REFORMA
Estar en el mundo, estar en la literatura/Antonio Saborit, Historiador y ensayista
Tomado de Reforma, 28/01/2007);
La obra de Ryszard Kapuscinski surge de la espesura de los alfabetos, y su lectura demanda un cuidado semejante al que su creador puso en cada página. Exige apreciarla más allá de la sola prédica de los seres humanos que ahí aparecen, de la literalidad del mandato de su vida precaria o el dispendio. No se confunda trabajo con vocación. Si apenas se conoce un par de decenas de los incontables despachos de prensa que completó a lo largo de 50 años como periodista, es porque el propio Kapuscinski decidió en cambio mostrar únicamente lo más acabado de su expresión literaria, en títulos como El Emperador o Viajes con Heródoto. Hoy la muerte lo instala junto a autores como Shiva Naipaul y Bruce Chatwin, que en su momento decidieron asumir la responsabilidad de observar, transmitir y narrar lo más inmediato. Y en lo más inmediato, la eterna y trágica fábula de comunidades humanas que parecen existir fuera de la vida, en los márgenes de lo expresable.
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"De Varsovia no conozco mucho", le respondió hace dos años a un reportero que recibió en su estudio-biblioteca, localizado en un tercer piso de la capital de Polonia. "Aquí todo es bastante nuevo", añadió Kapuscinski, refiriéndose a las oleadas migratorias internas que repoblaron la ciudad tras la aniquilación de la clase media urbana durante la Segunda Guerra Mundial, y no al paulatino y más o menos contemporáneo regreso de artistas e intelectuales a los que entre los 50 y 80 alejaron los ciclos del régimen comunista.
Kapuscinski llegó a vivir a Varsovia al principio de los 40, procedente de su natal Pinsk, y junto con su familia se instaló en una calle con la que nos familiarizó la narrativa de Isaac Bashevis Singer: Krochmalna, junto a una de las puertas del gueto. Y a esa ciudad capital quedó asociada una serie de momentos centrales en la juventud de Kapuscinski: el ingreso a la universidad en 1952, el mismo año en que contrajo matrimonio con Alicja Mielczarek; su alta en 1953 en el Partido Unido de los Trabajadores Polacos, del que se salió en 1981; su incorporación a la plana de colaboradores de Sztandar Mlodych, tras obtener la maestría en historia en 1956, lo que le valió su primera salida al mundo como enviado en India, Paquistán, Afganistán, Japón, Hong Kong y China; el fugaz sedentarismo en el semanario Polytika, entre 1958 y 1961, y la publicación de su primer libro, Busz po Pulsk. Historie Przygodne (El bosque polaco. Una historia imprevista) en 1962.
En adelante, Varsovia se transformó en una ciudad fantasma para Kapuscinski, pues al reingresar en 1962 a la nómina de la Agencia Polaca de Noticias (PAP) se echó a andar por el mundo y sus historias. En 1957, ya había sido parte del equipo de corresponsales de esta agencia, gracias a lo cual viajó por primera vez a África, presenció rebeliones y golpes de estado, y al fin comprendió hasta qué punto este continente alteró la balanza del poder. Así, volver a trabajar para la PAP fue lanzarse a vivir al límite el "cosmos heterogéneo" que desde el principio fue África para Kapuscinski -algunas de cuyas experiencias recogió en Czarne Gwiazdy (Estrella negra, 1963), en Dyby cala Afryka... (Cuando toda África..., 1969), en Ébano. Y de África, trabajando aún para la PAP, en 1967 Kapuscinski inició su primera temporada americana, deambulando por las zonas más lastimadas del continente, y fijando sus bases principalmente en Chile, Brasil y México hasta 1972.
De vuelta a casa, Kapuscinski algo hizo por las páginas de dos revistas polacas durante los 70, Kontynenty y Kultura. Al menos, se dirá, les añadió algo de prestigio, pues de ese tiempo son los dos primeros títulos de Kapuscinski que circularon ampliamente en otros idiomas, y por los cuales se vio obligado a alejarse de Varsovia: Cesarz, su crónica sobre el derrocamiento en 1974 del emperador de Etiopía, Haile Selassie (1978), y Szachinszach, la caída de Mohammed Reza y el ascenso al poder del ayatola Jomeni en Irán (1982). Traducidos como El Emperador y El Sha o la desmesura del poder, estos títulos se encargaron de fijar el nombre de Kapuscinski en el centro de una manera de ver y estar en la literatura y el mundo, al mismo tiempo que despertaron el interés de los nuevos lectores de Kapuscinski por escritos anteriores, reunidos en títulos como Un día más con vida y La guerra del futbol, publicados originalmente en 1976 y 1978.
Si a las estancias en Etiopía e Irán se suma el tiempo que Kapuscinski vivió como profesor visitante en India (1974) y Venezuela (1979), se entenderán las dimensiones que alcanzó en ese tiempo el desapego hacia Varsovia.
Imperio, el libro que recoge lo que Kapuscinski vio al recorrer las repúblicas de la antigua Unión Soviética entre 1989 y 1992, y Viajes con Heródoto, un excepcional libro de memorias -publicados en polaco en 1993 y 2004-, no sólo son muestra de una maestría narrativa siempre en ascenso, sino la cumbre (y, por desgracia, el punto final) de la carrera literaria de Kapuscinski. Nada extraña entonces que Kapuscinski dijera que de Varsovia no conocía mucho, no obstante que fue al mismo tiempo la rosa de los vientos y la nave que lo llevó en todos sus recorridos. Allí escribió y reescribió sus mejores páginas, pues de sus ausencias son las obras que completan su carrera: un libro de poemas (Notes, 1986), más los seis volúmenes de ensayos y apuntes reunidos bajo el título general de Lapidarium (1990, 1995, 1997, 2000, 2002 y 2006), y de los cuales sólo se conoce en español el cuarto de ellos.
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El mundo, en cambio, Ryszard Kapuscinski lo conoció a fondo. Y por él llevó su hambre de historia, la devoción por los hechos reales, el deseo de dar con toda la verdad, y en el camino logró completar la formación iniciada en la Universidad de Cracovia.
Por el interés de cruzar las fronteras salió y se alejó de Polonia muy joven. Se dejó deslumbrar por el espectáculo del mundo, en efecto; y en él aprendió la humildad. Pero así encontró también una manera de sobrevivir al aparato estatal de censura, a un régimen asfixiado por eso que Kapuscinski llamó la "obsesión de la alusión", y sobre todo vio el cauce para una vocación dividida entre la historia y las letras, esto es, entre la obligación de observar bien y la voluntad de registrar, con la mayor precisión, la fugacidad de lo más inmediato en la complejidad de su significado trascendente.
Como en el caso de Gabriel García Márquez, los seminarios, talleres y títulos que Kapuscinski dedicó al ejercicio del periodismo, como Los cínicos no sirven para este oficio (2000) y Los cinco sentidos del periodista: estar, ver, oír, compartir, pensar (2003), son una muestra de su generosidad. Hay en ellos, además, un claro reconocimiento para el oficio que le permitió llegar a donde jamás habría imaginado alguno de su misma generación -toda vez que Polonia, al final de la Segunda Guerra Mundial, sumaba 6 millones de muertos y encaraba un futuro político tocado por las omisiones, las verdades a medias, los sepulcros blanqueados, la amnesia programada-.
Lo anterior no pretende poner en duda la pasión periodística de Kapuscinski, sino acentuar el hecho de que ésta no fue su única pasión -ni siquiera la más apremiante- y que su papel como enviado o como corresponsal le permitió en cambio meterse a fondo en la observación y el estudio directo de las sociedades históricas. Mucho le ayudaron en esto la "teoría del intercambio" del antropólogo Marcel Mauss y el concepto de cultura del sociólogo Max Weber. Las sociedades históricas, escribió Kapuscinski, son aquellas en las que todo ha sido decidido en el pasado; y añadió: "Sus energías, sentimientos y pasiones están orientados al pasado, dedicados a la discusión de la historia. Viven en el reino de la leyenda y de los linajes fundadores. Son incapaces de hablar del futuro, porque el futuro no despierta en ellos la misma pasión que su historia. Es gente histórica, que nace y vive en la historia de las grandes luchas, divisiones y conflictos. Son como un viejo ex combatiente de guerra, que sólo quiere hablar de la gran experiencia que le proporcionó tan hondas emociones que nunca pudo olvidarlas. Las sociedades históricas viven con este peso que nubla sus mentes y su imaginación. Están obligadas a vivir profundamente en la historia; así se identifican. Si la pierden, pierden su identidad. Entonces no sólo serán anónimos, habrán dejado de existir. Olvidar la historia sería olvidarse de sí mismos, una imposibilidad biológica y psicológica. Es una cuestión de supervivencia".
Kapuscinski entendió que la tragedia de estas sociedades históricas radicaba entonces en la dificultad de "concentrarse en algo orientado al futuro", y, por lo mismo, en la creación de "nuevos valores" para los suyos.
La desigualdad, el racismo, las formas de la injusticia en los más diversos tejidos sociales, la desocupación (no el desempleo) de grandes multitudes, los signos, imágenes y símbolos de una comunidad sólo en apariencia primitiva, la intensidad de los movimientos religiosos y emocionales, la realidad menoscabada por el Emperador y los ritos del poder. Éstos fueron algunos de los temas que Kapuscinski aprendió a observar y a registrar, al tiempo que palpaba los pies de barro del edificio del mundo. Al cabo de ser testigo de varias decenas de revoluciones sociales, Kapuscinski escribió: "Si todas esas revoluciones perdidas del siglo 20, el comunismo o el socialismo panafricano y panárabe, pueden servirnos de alguna lección, es ésta: no podemos ir hacia el futuro tomando atajos. Los senderos ideológicos que llevan hacia la utopía no son más que una ilusión".
Así como Claude Lévi-Strauss logró sobrevivir emocional e intelectualmente a cuanto vio en las profundidades de la selva amazónica hacia el final de los 30, Kapuscinski encontró en las páginas de Heródoto la clave para deambular por los territorios más castigados en el siglo 20. Y de él, la fábula puede concluir de la siguiente forma: "Hoy, los vencedores no saborean el triunfo más que durante un rato, y, vencidos, no tardan en levantarse y recuperar fuerzas. Sólo que, por regla general, en la cima aparecen personajes nuevos, ayer desconocidos. Pero tampoco ellos disfrutarán del escenario durante mucho tiempo, pues entre bastidores ya se preparan para salir en escena nuevos voluntarios y candidatos, aún invisibles". (Lapidario IV)
Un periodista sin fronteras/Guadalupe Alonso y José Gordon, periodistas.
Publicado en Reforma (El Angel), 28/01/2007);
"El día de hoy, para entender hacia dónde vamos, no hace falta fijarse en la política sino en el arte".
Con estas palabras, Ryszard Kapuscinski expresaba el compromiso con su tiempo, y bajo esta premisa sostuvo su vocación. Era un hombre que no quería llamar la atención. Esa era su estrategia: un periodista sin aires de periodista, que podía confundirse entre la gente que circula en el anonimato por las calles de cualquier ciudad. Esa capacidad de mimetismo le permitió acercarse a lo que se murmura en una sociedad más allá de las esferas del poder, captar la voz de los que no tienen voz. Sus reportajes sobre la cultura iraní en los tiempos de la caída del Sha, sus textos en torno a la lucha por la sobrevivencia en las comunidades africanas, sobre la atmósfera que se vivía cuando el emperador de Etiopía Haile Selassie fue derrocado, sus crónicas de guerra y de los gestos que anteceden las guerras, nos dieron un registro periodístico que tiene la profundidad de la literatura: permite penetrar el drama de lo que realmente acontece más allá de las versiones oficiales y mediáticas. Este corresponsal de origen polaco vivió en el centro de las revoluciones y guerras que marcaron nuestros tiempos.
Lo recordamos hoy, a unos días de su lamentable pérdida, tratando de establecer el diálogo a pesar de su español fracturado. Era notable su esfuerzo por tender puentes. Su inteligencia aguda y sutil se abría paso en medio de los laberintos del lenguaje.
El siguiente es un extracto de algunos de los temas sobre los que conversamos y que nos brindan el retrato de un periodista asombrado ante el mundo, sumergido en la tarea de narrar, de contar historias que son universales y nos abren el profundo sentido de la comunidad, lo que compartimos como seres humanos más allá de cualquier frontera.
México
"Viví en México como corresponsal durante cuatro años y después he regresado varias veces. La cultura mexicana tiene una riqueza muy profunda, nunca he perdido contacto con ella. Siempre que estoy aquí, visito por lo menos un museo, admiro mucho la literatura mexicana que me permite leer lo que sucede en esta sociedad.
"Fui amigo de Octavio Paz, platicaba con él mientras paseábamos por las calles. Me fascinaba su concepto del hombre que tiene raíces en varias culturas. La cultura mexicana proviene de varias vertientes que se mezclan entre sí y crean nuevos valores, nuevas entidades. Creo que este tema es sumamente importante y moderno para el mundo de hoy, un mundo multicultural".
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"Llevo dentro de mí una escena inolvidable que sucedió en el Zócalo de la Ciudad de México en el año 2001, cuando entraron los zapatistas. Pienso que, con la llegada de la columna zapatista, se constató el gran cambio en la naturaleza de la sociedad mexicana y también de la sociedad latinoamericana en general.
"Todo empezó con las guerrillas, con las luchas y terminó en un movimiento social muy positivo. Ese momento, cuando entra la gente al centro de la ciudad del antiguo México y que todos están en una atmósfera de alegría, en una atmósfera de fiesta, lo llevaré siempre en mi memoria".
La guerra y el peso de la palabra
"Cada guerra es antecedida en el plano de las palabras, eso se nota cuando se leen los periódicos antiguos, cuando el lenguaje se hace más duro, cuando se incrementa la expresión del odio, el antagonismo, los insultos. Hay un registro textual, el cambio de lenguaje se puede apreciar de un día al otro. La guerra no ha empezado todavía, es decir, aún no se escuchan los disparos, no hay bombardeos, pero ahí ya está el principio de la guerra realmente, pues se llega a cierto estado de ánimo del cual ya no hay vuelta atrás porque ya se dijo demasiado, hay que ir hasta el fondo y ese fondo es muy sangriento, muy destructor".
Periodismo y voces marginadas
"Tenemos una responsabilidad tremenda, la de expresar los intereses de esas mayorías calladas, porque esa gente pobre no habla, no tiene voz, no tiene acceso a los medios, nunca se les pide su opinión. A veces no le importan a nadie, porque el problema de la pobreza no es solamente de insuficiencia de alimento. El problema de la pobreza también es de marginalización, de un sentimiento de que no hay solución, no hay salida.
"El hombre pobre no es solamente un hombre que no tiene suficiente para comer. A veces sí tiene, pero percibe ese estado en el que se encuentra, en el que se nació, en el que está su familia, su hogar, sus vecinos, no tiene ninguna salida. No hay posibilidad de huir, no hay posibilidad de esconderse, están condenados para el resto de su vida. De ahí surge el dramatismo de esta situación.
"Esas voces son muy importantes, el problema es que sean escuchadas ampliamente. Hay periodistas destacados como García Márquez que no siempre aparecen en estos medios. Las grandes cadenas de televisión distribuyen sus noticiarios por todo el mundo y sería importante que incluyeran estas voces, que ellos existan, pero hay que recordar también que nuestras posibilidades, las de los periodistas, son muy limitadas, tenemos que ser bastante humildes frente a esas realidades".
Desarrollo y desigualdad
"Aunque hemos crecido tecnológicamente, el problema es que ese desarrollo agudiza la desigualdad humana. Esa es la contradicción que se vive en el mundo de hoy.
"Tenemos más coches, más televisores, más frutas, más botas, más relojes, todo es más y más y más, pero la distribución de esos productos es muy desigual. Esa contradicción marca a nuestro planeta".
Narrador de historias
"Uno narra historias porque descubre algo que le resulta fascinante. Hay historias que nos despiertan interés, pero hay otras que nos dejan absolutamente fascinados. Esto sucede cuando nos enfrentamos a un hecho que trasciende el ámbito de lo particular.
"Narramos porque en esa historia hay algo que es general, que nos es común, que es universal. Cuando encontramos el elemento de universalidad y vemos que el comportamiento de los héroes en una historia es muy parecido al de otros seres humanos, entonces queremos compartirla con nuestros lectores. Así, quien lee esa historia se da cuenta de que otros seres humanos tienen los mismos problemas, las mismas reacciones, los mismos sentimientos. Al narrar, hacemos un esfuerzo por formar una comunidad humana, ese es el sentido de contar una historia".
- Kapuscinski, un viajero en busca de la verdad/Javier Reverte, periodista y escritor
Publicado en ABC, 27/01/07);
Durante los últimos siete años, cuando le descubrí y comencé a leer sus libros, Kapuscinski ha sido uno de mis mejores amigos. Un amigo, por cierto, al que nunca conocí personalmente. Porque no es preciso estrechar la mano de un escritor al que amas para que se convierta en un ser íntimamente ligado a tí. En mi librería, hay un anaquel que sobrepasa el tiempo: es el de mis amigos. Y ahí están Cervantes y Shakespeare, Homero y Camus, Quevedo y Conrad, y desde luego, Kapuscinski, todos tan vivos como cuando caminaban el mundo. Estuve a punto de encontrarme dos veces con el gran polaco, pero fallaron los intermediarios.
Casi lo prefiero, porque tal vez me hubiese decepcionado al comparar su persona con su escritura o porque, de suceder al contrario, esto es, comprobar que se parecía a lo que decía, que apariencia y ser significaban para él la misma cosa, hoy estaría llorando con desconsuelo.
Siendo como era un grandísimo escritor, se definía con modestia como un reportero y decía que, para él, el periodismo, el reporterismo y la literatura venían a ser la misma cosa. En el fondo, esa humildad ocultaba una ironía: Kapuscinski sabía muy bien que vivimos tiempos de «géneros revueltos» y que las fronteras entre los géneros literarios se han desdibujado o se han borrado por completo. Como él decía: «A mi entender, se están afianzando nuevas formas de expresión literaria». Y ponía como ejemplo ese monumental libro de Lévi-Strauss que es «Tristes Trópicos», en donde se mezclan el diario, el ensayo, el reportaje y el estudio antropológico.
No he conocido muchos periodistas que amasen tanto su profesión como él la amaba, si acaso mis amigos Manu Leguineche y el desaparecido Félix Ortega, ni que manifestase con tanto orgullo ante los demás su condición de reportero. Repetía a menudo una frase de un maestro suyo, un periodista polaco que se llamaba Marian Brandys: «¿Sabéis?, este oficio nuestro es como un billete de lotería con premio». Pero él lo practicaba a la manera que intuyó el poeta W. H. Auden lo que era un buen reportero: un auténtico demócrata, el que escucha la voz de los otros, se preocupa por su suerte y habla con los humillados de igual a igual. Ahí radicaba el humanismo que destilan los escritos de Kapuscinski: en dar voz a los que no pueden hablar, en situarse siempre al lado de los parias de la Tierra y hacerlo sin adscribirse políticamente a nada ni a nadie, tan sólo a la libertad.
Un periodista peruano que asistió como reportero hace unos años a la famosa marcha del subcomandante Marcos desde Chiapas a México D.F., me contaba una anécdota singular. Cuando aquella multitud en marcha alcanzó la Plaza del Zócalo, en el centro de la capital, el subcomandante subió a un balcón para arengar a sus seguidores. Según me dijo el peruano, en aquella tribuna rebelde acompañaban a Marcos algunos progresistas europeos de relieve, Manuel Vázquez Montalbán, Danielle Mitterrand, José Saramago y Joaquín Sabina, entre otros cuantos. Abajo, entre la gente, recorriendo los grupos con su cuaderno de notas, fisgoneaba un tal Ryszard Kapuscinski.
Su amor al periodismo no ocultaba, sin embargo, su tristeza al ver en agonía una profesión a la que él consideraba la más hermosa de todas. Los jóvenes estudiantes de información que pueblan las universidades de hoy, deberían de leer esa lección que componen los textos recogidos en el tomo «Los cínicos no sirven para este oficio». Kapuscinski estaba convencido de que una profesión nacida con el noble fin de buscar la verdad había degenerado en la búsqueda de la banalidad y del espectáculo. Y lo lamentaba con no fingida amargura. «Ahora, los periodistas -escribió en otro libro, el “Lapidarium IV”- tratan su trabajo en los medios sólo como una ocupación temporal, hallada por casualidad, y no como base de un ambicioso plan para el futuro. Hoy son periodistas, mañana trabajan en una agencia de publicidad y pasado mañana, finalmente, se convierten en corredores de bolsa». Y concluía su ácido retrato del periodismo actual: «El descubrimiento de que la información es un negocio muy rentable ha causado un enorme flujo de grandes capitales hacia el imperio de los medios. Los buscadores de la verdad de antaño, a menudo idealistas, han sido sustituidos en las cimas del poder del mundo mediático por hombres de negocios que nada tienen que ver con el periodismo».
Era un gran viajero al que le gustaba repetir una frase de una obra de Strindberg: «No tengo casa, sólo tengo una maleta». Sabía que, para comprender a los otros y para intentar dar sentido al caos que domina el mundo, era necesario viajar sin compañía. «Se escribe poesía estando solo -dijo- y también hay que estar solo durante el viaje». Y refiriéndose a las penosas condiciones en que, a menudo, se echan mundo adelante los viajeros solitarios, escribía: «Si no fuera por la pasión, no hay ningún motivo para viajar en las condiciones en que lo hace».
En particular, yo admiro su libro «Ébano», quizás porque los escenarios africanos, en los que transcurre la obra, me son tan queridos como a Kapuscinski. Durante décadas, el reportero escribió sobre guerras, golpes de estado, hambrunas, violencia, miseria y desolación en el continente negro. Pero en «Ébano» pareció dejar de lado la cara amarga de África y buscó su rostro más hermoso. Es un libro impregnado de un profundo lirismo que se aleja del periodismo e ingresa en los territorios de «los géneros revueltos», con una luminosidad cegadora. Refiriéndose a un parque natural, escribe: «Todo parecía increíble, inverosímil. Como si uno asistiera al nacimiento del mundo, a ese momento particular en que ya existen el cielo y la tierra, cuando ya hay agua, vegetación y animales salvajes, pero aún no han aparecido Adán y Eva. Y precisamente aquí se contempla ese mundo recién nacido, un mundo sin el hombre y por lo tanto sin el pecado».
Ha muerto pronto el maestro, dejando pendientes algunas clases.
Publicado en Milenio, 28/01/2007);
No todos podemos admirar a los hombres de talento ni a los incorruptibles sin cierta vergüenza. El ser humano con una mínima racionalidad y decencia, llega a sentir por ellos una admiración intensa y sincera, pero no pocas veces emocionalmente confusa.
Hombres como el escritor y periodista polaco Ryszard Kapuscinski, ofrecen la oportunidad para retomar el canon que representa sobre estos últimos una figura enorme como la del periodista polaco. La honradez y la ética que marcaron su vida, la verdad es que rompe el sosiego del pragmatismo.
En cierto momento, me llegó a pasar en la política con seres humanos como Valentín Campa o con Heberto Castillo y Demetrio Vallejo. Demasiada honradez para tan pocas razones por conocer.
En el periodismo, personas como Ryszard Kapuscinski, nos dieron demasiadas razones para creer en el periodismo. Y cuando se vive una época política como la nuestra, vemos cuánto se necesitan este tipo de seres humanos, sobre todo como cuando el periodismo está llamado a desentrañar la verdad de lo que pasa en la realidad.
Entiendo que la palabra en el periodismo puede servir para traducir los misterios del poder y a sus protagonistas. Lo que hizo Kapuscinski a lo largo de su vida fue hacer su oficio muy bien y sobre todo de una manera asombrosamente estética.
Como el periodista y escritor británico George Orwell, le dio a la palabra ese uso riguroso que derivó en escuela y en ejemplo. Kapuscinsky y Orwell, en momentos distintos, dieron cuenta de las deformaciones del imperio soviético. Orwell fue implacable con los gobiernos colonialistas de su país y, como nadie, reconoció en el dolor y la miseria de los colonizados, los pecados de la Gran Bretraña.
Kapuscinski, por su parte, fue capaz de identificar en los países africanos y latinoamericanos los infiernos de las enfermedades, el atraso y la ignorancia de sus pueblos. Están sus libros como prueba de reportajes contundentes, comprometidos y valientes, que sirvieron para que el mundo conociera el extremo vergonzoso de un mundo desigual.
Legiones de aprendices y periodistas consagrados lo consideran el oficiante mayor que debe ser emulado. Su relación de amistad y sus afinidades intelectuales e ideológicas con Gabriel García Márquez, lo incluían en ese pequeño grupo de privilegiados de grandes escritores nacidos del periodismo.
Y digo que por diferentes que hayan sido los caminos recorridos, por antagónicos que puedan ser los juicios sobre uno y otro, hubo en ellos, en el británico y en el polaco, un heroísmo que fue resultado del rigor intelectual que ambos pusieron en práctica para elevar al periodismo a un oficio que no fuera solamente digno de ser leído, sino que fuera útil y pertinente, a fin de que las sociedades y la opinión pública se enteraran de la verdad.
Si eso fuera lo suyo, si ese fuera solamente su legado, el hecho mismo de que a su oficio adhirieron el compromiso con la verdad y el matiz estético, ya les debemos estar agradecidos. Pero dejaron algo más que eso, como decía antes, un bien superior que es una moralidad y una actitud humana difícilmente imitable.
Concedo, por razones de espacio que en el caso de Ryszard Kapuscinski, el rasgo de la honradez y la ética, resultan irrefutables. No se puede decir nada, no es públicamente conocida una historia en el caso del polaco, como la que culpa a Orwell de haber entregado, supuestamente, al servicio secreto británico, una lista de intelectuales prosoviéticos, versión que ha sido desmentida y rechazada puntualmente por sus biógrafos, entre otros por Christopher Hitchens.
Pero lo que quiero decir es que en una época como la nuestra, cuando la realidad actual tiene a los periodistas como protagonistas centrales, una vida como la de ambos se convierte en una carga moral para quienes ejercen el oficio.
Una carga moral que, por principio, desmiente a todos aquellos que en el periodismo han hecho exactamente lo contrario a lo que hizo Kapuscinski, y que son capaces de escribir elogiosamente de él y exaltar su ejemplo, con la levedad y el cinismo que, justamente, ejerciendo su autoridad, el polaco rechazó en la naturaleza del periodista.
Y si el cinismo no bastara para condenarnos de antemano, lo difícil que es alcanzar el cielo de los elegidos donde mora ya Ryszard Kapuscinski, nos lo dijo Orwell en un escrito dirigiéndose a la izquierda dogmática: “Recuerden, escribió el británico, que la deshonestidad y la cobardía siempre tienen un precio. No se imaginen que durante años interminables podrán ser ustedes los lamebotas propagandistas del régimen soviético, ni de ningún otro, para regresar un buen día, de golpe y porrazo, a la decadencia mental. Quien una vez es una puta, es puta para siempre”.
Pero si por azares de la vida el contexto nos salvara, lo que no podemos olvidar es que periodistas como Ryszard Kapuscinski y George Orwell, nos advirtieron lo difícil que es ejercer cualquiera de estos oficios.
Publicado en Milenio Diario, 26/01/2007);
Acaba usted de morir, querido Ryzsard Kapuscinski. No me parece mal, pero sí inoportuno, pues cuando escuché la noticia, hace tres días, aún no estaba listo para aceptar tal sorpresa. No es que no crea en la muerte, tampoco que no la quiera para mí, mucho menos que me rebele ante su inapelable recurrencia. A los 75 años cualquiera fallece, incluso antes de esa cifra, incluso usted mismo llegando a ella. Pero su honorable persona nunca me dijo que alguna vez moriría y yo jamás consideré que esa circunstancia ocurriera apenas. A menudo olvido que para ser dueño de mí debo estar desprevenido, pues lo inesperado me asalta sin tregua y tanto me perturba. Entonces, querido K (déjeme abreviar así su legendario patronímico, para el cual mi teclado no acepta los acentos eslavos que ortográficamente lleva), su cuerpo físico expiró en Varsovia el cuarto lunes de enero cuando el año recién empieza, la Luna está en creciente y Urano, caprichoso planeta de lo revolucionario, asomará durante meses a la sombría y mortuoria noche plena.
“Llega a tiempo cuando llega”, escribió usted alguna vez, aludiendo de ese modo al tiempo como una medida entre acontecimientos, a un cálculo por completo distinto al tiempo aritmético de los relojes que suele emplear la cultura occidental. De tal modo que aquel sueño, simplemente por haber llegado, se presentó a tiempo. Tal vez quiera escucharlo de nuevo, mientras todo lo que fue su vida vaya desvaneciéndose y sólo quede en pie lo que haya dicho, lo que haya hecho y lo que haya escrito, es decir, nuestro recuerdo. No incurriré en el sentimentalismo trivial de pedirle que consigne lo que usted, querido K, sin pisar más la dudosa claridad del día, vuelto pura conciencia descarnada y libre del peso de lo terrestre, está viviendo en estos momentos. Y digo que acaso quiera escuchar ese sueño de nuevo, pues quien es soñado asiste a la arbitraria convocatoria del soñante. Lo habré tenido hace meses, después de leer por tercera o cuarta ocasión alguno de sus maravillosos libros, quizá El Emperador, aquella versión, según propuso la crítica, de un ácido y genial Lewis Carroll contemporáneo sobre el delirante y surrealista Señor de Etiopía.
Siendo un sueño todo comenzó de pronto, en mitad del asunto y sin ningún aviso. Usted estaba sentado conmigo a una mesa bajo los portales de un onírico zócalo oaxaqueño. Yo lo escuchaba hablar de las culturas poliédricas y tercermundistas que tanto le atraían, de la desorganización dinámica que las caracterizaba, de las actitudes despreocupadas que observaba entre sus gentes, de su lento ritmo de vida, de sus otras mediciones temporales, de sus relaciones familiares horizontales, cuando lo interrumpí para pedirle que me explicara aquel epígrafe sobre el patinaje transcrito en un capítulo del libro de Haile Selassie, el Rey de Reyes. Usted hablaba en polaco, yo en español, y así nos entendíamos.
–Se trata de un método de vida que podría llamarse: “Lo importante que es caer sin hacerse daño”. Toda caída indolora consiste en una caída dirigida. Al ver que se pierde el equilibrio debe dirigirse el cuerpo hacia el lado en que la caída será menos perjudicial. Los músculos se aflojan y uno se encoge al tiempo que protege su cabeza. Una caída así programada no es peligrosa. Pero intentar evitarla a todo trance puede significar lo contrario: un riesgo mucho mayor. Es todo un arte caer como se debe.
Al escuchar tal instrucción en su voz, espejo de un alma suave y melodiosa, quise corresponderle contándole una historia leída en Herodoto, un autor que sin duda frecuentaba mucho más que yo. De inmediato supe que conocía bien ese pasaje, pero usted en su invariable cortesía me dejó continuar hasta el final. Le conté aquella parte de la prostitución sagrada en Babilonia, una costumbre que el historiador griego moralmente reprobaba, y según la cual todas las mujeres nativas del país, pobres o ricas, debían ir al templo de Mylitta una vez en la vida para ahí ofrecerse a un desconocido por una humilde moneda de plata. Insistí en la parte literaria de la historia que por entonces, arbitrariedad del sueño, me ocupaba: la prolongada espera de una mujer poco agraciada a la que durante meses ningún cliente requería. Usted sonrió, sólo sonrió, y los dos nos evaporamos. No tengo constancia de haberle ofrecido entonces escribir esa historia, pero me quedé con la sensación de que usted no me malquería.
Hace poco, querido K, un joven escritor envió para mi consideración las primeras páginas de su novela. Mi respuesta fue perentoria: le propuse olvidar todo lo escrito y que antes de recomenzar lo leyera a usted, sólo a usted, antes que a Flaubert inclusive. Mi opinión fue que cualquiera de sus libros, todos ellos obras maestras, bien leído podría enseñarle a describir y no a relatar, a consignar y no a expresar, a alejarse del baboso sentimiento para procurar el logro de un lenguaje cargado de sentido a su máxima posibilidad. No sé si me hará caso, allá él. Acaso sólo me queda repetirle, querido K, las palabras que tiempo atrás le dirigió aquella anciana polaca en el hotel Zanzíbar. Las escribió el poeta Staff, su compatriota, y vuelven a ser para usted: “Y todo es tan dulce, silencioso, desvaído, / y hoy es tan extraño el mundo circundante, / como si pasases por aquí hace un instante, / rozando la hierba con el borde de tu vestido.”
Muy feliz muerte, generoso maestro múltiple, enviado de Dios, pues apuesto confiado a que en mis sueños y entre sus canónicos libros inagotables mientras yo viva nos volveremos a ver.
La Jornada, 26/01/2007);
"Con el apellido que tienes no te voy a dar una entrevista hasta que no hables polaco". "Entonces no me la vas a dar nunca, porque el polaco es un idioma endiablado que además se declina como el latín". A Ryszard Kapuscinski le molestaba que no supiera sino cuatro palabras, pero me sonreía. Durante su vida trató a la gente como si a la vuelta de la esquina fuera a caer muerta y jamás volvería a verla. Al sentirse valorada, la gente despepitaba con toda confianza su historia de vida. Kapu escuchaba con respeto, con cuidado, con cariño porque era un hombre lleno de compasión humana. Así deberíamos ser los periodistas. En Nueva York lo vi por última vez en el encuentro internacional del Pen Club. Salman Rushdie lo apreciaba mucho y dijo que Ebano (que en Francia obtuvo en 2000 el premio al mejor libro) era una deslumbrante mezcla de reportaje y arte, y que era para él el libro más logrado del gran escritor polaco, "una obra maestra". Los periódicos Die Zeist y Frankfurter Allgemeine Zeitung lo aclamaron y consideraron el más grande periodista de la actualidad. En Nueva York, escritores de la talla de Paul Auster, Margaret Atwood y Breyten Brettenbach lo consideraban su par y lo buscaban para dialogar con él.
Nacido en 1932 en Pinsk, Polonia, a los 13 años se mudó a Varsovia y en los años 50 la agencia de prensa polaca no se dio cuenta que al enviar a ese muchachito carirredondo, rubio y sonriente como corresponsal a Medio Oriente, Africa y América Latina, forjaba a un nuevo Marco Polo, pero esta vez del periodismo, porque Kapuscinski jamás dejó de viajar y de apasionarse por los pueblos de la tierra. El único continente al que no le dedicó su vida fue a Oceanía.
La italiana María Nadotti, de Línea d'Ombra, organizó en Milán, en noviembre de 1994 para el congreso Ver, entender, explicar: literatura y periodismo en un fin de siglo, un diálogo entre John Berger y Kapucinski. Mi amiga María fue la moderadora. El inglés y el polaco se querían entrañablemente porque tenían mucho en común y no quiero pensar en lo mal que la ha de estar pasando John Berger. Ese diálogo fue tan notable que después se recogió en un libro: Los cínicos no sirven para este oficio (sobre el buen periodismo). "Hoy, para entender hacia dónde vamos sostiene Kapuscinski no hace falta fijarse en la política, sino en el arte. Siempre ha sido el arte el que, con gran anticipación y claridad, ha indicado qué rumbo estaba tomando el mundo y las grandes transformaciones que se preparaban. Es más útil entrar en un museo que hablar con 100 políticos profesionales. Hoy día, como el arte nos revela, la historia se está posmodernizando. Si le aplicáramos a ella las categorías interpretativas que hemos elaborado para el arte, quizá lograríamos desentrañarla mejor y tendríamos instrumentos de análisis menos obsoletos de los que, generalmente, nos empeñamos en utilizar".
Muchos mexicanos quisimos al mejor de todos nosotros, los reporteros. A Pablo Espinosa, quien le hizo una excelente entrevista para La Jornada, le dijo que una mala persona nunca puede ser buen periodista y lamentó que los medios estén cada vez más en manos de comerciantes. Hombre sencillo si los hay, Kapuscinski nunca buscó el reconocimiento y menos el lujo. Compartió siempre las condiciones de vida de sus entrevistados y como éstos no tenían para comer, el no comía; como dormían en el suelo, él dormía en el suelo; como no tenían agua, él pasaba sed. En Africa hizo largas colas entre niños (porque los niños eran los encargados) para acarrear el agua. Aguantó granizadas e insolaciones, viajes en camiones destartalados y en trenes atiborrados y malolientes en la India; fue pobre entre los pobres. Nos deja el ejemplo de un periodista como ya no los hay, un hombre que ejerce su profesión como uno más, desprendido de todo, de vuelta de todo, al servicio de todos.
En marzo habría cumplido 75 años (era dos meses mayor que yo). Decía que la nuestra no es una profesión para egoístas. Nos descubrió Africa, el continente que en cierta forma se nos parece, porque aunque no somos negros nos ha ido negro. Insobornable, traducido a muchos idiomas convirtió en libros sus grandes reportajes y los volvió literatura.
Su libro sobre el emperador de Etiopía, Haile Selassie (que parecía una pasita que camina, lo vi cuando vino a México y caminó todo dado a la tristeza por la avenida Juárez), es un clásico, como lo es su texto que nos toca de cerca sobre La guerra del futbol.
¿Quiénes se aproximaron a su talla? Desde luego Walter Lipman, en Estados Unidos. En México, gracias a la Virgen de Guadalupe, tenemos a Julio Scherer, Carlos Monsiváis, Vicente Leñero, Jaime Avilés (que saben moverse en los cinturones de miseria y en el hacinamiento de los miserables), Blanche Petrich y a la mujer que hizo el mejor reportaje sobre el subcomandante Marcos: Alma Guillermoprieto. Claro que se me van muchos nombres, seguramente hay otros en México y en el resto del mundo. Los ejércitos de la noche, de Norman Mailer, es un libro que sale del periodismo como A sangre fría, de Truman Capote, y la obra entera de Tom Wolfe, el padre del New Journalism.
Los humillados de Lima y de Bogotá, los desempleados de la India y de Tailandia, los jóvenes sin oportunidades de Nigeria y Kenia tendrán que buscarse a otro que luche a su lado, como lo hizo Kapuscinki para alcanzar una vida digna.
El enviado especial de Dios/Juan Villoro
Reforma, 26/01/2007);
Ryszard Kapuscinski salió de Polonia con una orden de trabajo bastante genérica: cubrir las noticias de 50 países. Durante su errancia por guerras, revoluciones y golpes de Estado conservó la cordura y renovó su oficio gracias a la capacidad de entender los sucesos como historias íntimas. En la desaforada naturaleza y los cataclismos sociales, insistió en la presencia única e irrepetible del individuo. Nada le fue más ajeno que el informante anónimo. Convencido de que todo mundo tiene derecho a ser neurótico, sólo encontró personas sofisticadas. En la maleza de Ghana habló con un hombre cuya mente estaba poblada de animales: la vida salvaje se había convertido para él en vida interior. Las gacelas y las cebras le producían un tranquilizador efecto; pero a veces imaginaba un león, un león hambriento y detestable, y sentía que la cabeza le estallaba. Mientras los reporteros recorrían el mundo en busca de testigos, el mejor de ellos encontraba el mundo en sus testigos.
En 1975 Kapuscinski conversó en África con una descendiente de europeos obsesionada por una trágica visión evolucionista: "muy pronto, los rubios sólo seremos el 2% de la humanidad". El cronista formaba parte de esa exigua minoría pero no vio en ello una desventaja ni un timbre de distinción. Aceptó ser un polaco entre africanos con el ávido deseo de aprendizaje de quien comprende que nada es más extraño que la realidad.
Durante décadas, Kapuscinski cubrió noticias sin practicar el "periodismo de autor". Trabajó de manera fragmentaria, enviando despachos sobre frentes de guerra y otras de zonas de conflicto. Sólo con el correr de los años sintió el impulso de reelaborar los sucesos para que perduraran en libros. Dos tiempos extremos definieron su estilo: la instantánea cobertura y la dilatada reescritura. Si John Reed, Egon Erwin Kisch y Martín Luis Guzmán asumieron el periodismo como literatura bajo presión, Kapuscinski necesitó de un largo proceso de decompresión de los hechos para transformarlos en material definitivo.
Podían pasar 30 años antes de que una anécdota enviada en el lenguaje casi anónimo del télex fuera reescrita en clave personal. En este tránsito la noticia pública se convertía en un momento privado. El autor no buscaba novelizar lo real, sino reorganizarlo con la intensidad de lo que mira y siente una persona distinta a cualquier otra.
¿Qué merece ser salvado? En el taller de la memoria, los datos nimios y la sabiduría común regresan como reveladores aforismos: "Cuando se mantiene inmóvil, el aire no tiene valor, pero basta que se mueva para que su precio se dispare". ¿Hay mejor definición de la precariedad de África? En el trópico de la escasez ningún negocio supera al viento.
Con estos recursos surgieron libros que reclaman condición de clásicos en los cambiantes territorios del periodismo, la literatura y la historia del siglo XX: El imperio, El Sha, Ébano, Un día más con vida, El emperador. La Unión Soviética, el último monarca persa, el continente africano, la guerra de Angola y el dictador de Etiopía adquirieron entre las páginas de Kapuscinski la indeleble singularidad del tatuaje.
En nuestro mundo antojadizo la reputación suele ser un malentendido. El tardío éxito de Kapuscinski se debe, en cierta forma, a una mixtificación. Preocupados por poner en circulación a un autor doblemente exótico (un polaco en sitios raros), sus editores ingleses lo anunciaron como un carismático rompedor de récords: había cubierto 27 hechos de guerra, escapado de un pelotón de fusilamiento en Burundi y de ser ametrallado en Nigeria, y aún se había dado tiempo para ser amigo del Che Guevara. Este currículum de Indiana Jones ilustrado se repitió una y otra vez. Cuando Jon Lee Anderson preparaba su biografía del Che, entrevistó a su colega. Le preguntó acerca de su trato con el guerrillero y descubrió que, al menos en ese punto, su biografía era inexacta. Fue necesario ficcionalizar al autor para hacer atractivas sus verdades. Paradojas del marketing y sus simulaciones.
Afecto a los títulos sobrios (de preferencia de una palabra), Kapuscinski vio cómo su libro Las botas (publicado por primera vez en español por la Universidad Veracruzana) era rebautizado en Inglaterra como La guerra del futbol.
Observador atento y algo escéptico del acontecer, tomó con sobriedad los equívocos de la fama y no dejó de criticar las veleidades de una época que lo convirtió en icono. En los últimos años se alejó de los reportajes y se concentró en la ética del periodista. En los cuatro tomos de su Lapidarium dejó apuntes que se leen como un sensato prontuario de advertencias, un manual de conducta para una profesión amenazada.
Amigo del periodista de Siempre! Luis Suárez, admirado por Susan Sontag, Salman Rushdie y Gabriel García Márquez, Kapuscinski fue llamado por John Le-Carré el "enviado especial de Dios".
De acuerdo con su diagnóstico, el máximo impedimento del periodista contemporáneo es el exceso de información irrelevante. En consecuencia, entendió su trayectoria como un ejercicio de pureza, no solo en un sentido moral sino técnico: la búsqueda de huesos en un bosque de apariencias. No es casual que sus reflexiones más personales llevaran el título de Lapidarium: palabras como una pulida colección de piedras.
La única exclusiva que se pierde un grande del periodismo es la de su muerte. En esta idea se basa Scoop (Primicia), la nueva película de Woody Allen que en México recibió un título aplicable a lo que sea (Amor y muerte). Ahí, un reportero regresa de la tumba en pos de su última exclusiva.
Es posible que esta historia no sea ajena al enviado especial de Dios. Hay muertos que deciden volver como fantasmas; otros lo hacen como jefes de redacción. Los cronistas ya escribimos con copia para Kapuscinski.