- El verdadero dilema de la izquierda/Roberto Blancarte
Los adjetivos se usan para definir una característica. En política sirven para marcar. Poco importa la veracidad de lo dicho. Cuenta más la capacidad de despertar el imaginario entre los seguidores y de señalar al contrario cuando se le quiere estigmatizar. Eso fue lo que intentó Andrés Manuel López Obrador cuando dijo, en el X Congreso Nacional Extraordinario del PRD, que “una izquierda legitimadora” no es más que una derecha tímida y simuladora Después, el dirigente nacional del partido, Leonel Cota Montaño, criticó “a quienes creen encontrar virtudes en la docilidad de la izquierda frente al poder”. El objeto de dichos ataques, no cabe duda, es la corriente Nueva Izquierda o de Los Chuchos, mayoritaria en el PRD y presencia decisoria en las diversas fracciones parlamentarias. No deja de extrañar, por lo tanto, que el dirigente nacional del partido y el líder que se proclama presidente legítimo, ataquen a las bases de su propio organismo político, acusándolas de entreguismo.
El asunto puede ser causado por una absoluta desesperación respecto al curso de los eventos, tanto dentro como fuera del partido. Pese a sus aseveraciones triunfalistas, las cosas no han ido como López Obrador hubiera querido, ni en el PRD ni en política nacional. El Frente Amplio Progresista no se ha desmembrado, pero tampoco ha dado visos de consolidarse como una organización alternativa aglutinadora de la izquierda; cada uno de sus componentes ha empujado su agenda propia. Sobre todo, han manifestado una mayor institucionalidad de la prevista. En el plano nacional, Felipe Calderón se ha consolidado como el único y legítimo Presidente Constitucional de los Estados Unidos Mexicanos. Así que, en la lógica sectaria y reduccionista del lopezobradorismo, los mayores culpables son los propios militantes del PRD; son ellos los que, con su docilidad y entreguismo, habrían convertido al PRD en una izquierda legitimadora. Lo que se requeriría, según López Obrador, es abandonar esas “absurdas ideas” sobre una izquierda moderna y responsable para entrar de lleno en el enfrentamiento, en la toma de plazas, en la agresión continua al Presidente, en el bloqueo de la institucionalidad vigente; en suma, en una revolución “pacífica” que les dé lo que las urnas y el sistema electoral les negaron.Los “enemigos” son los militantes del partido que se han negado a seguir una estrategia suicida, que acabaría con las pocas y crecientemente reducidas esperanzas del PRD para convertirse en gobierno por la vía legal de las elecciones y el voto popular. Quienes son acusados de ser dóciles y legitimadores privilegian la negociación, pero sobre todo la institucionalidad democrática que les permite plasmar en las leyes las demandas de sus electores.López Obrador y Leonel Cota, por su parte, no creen en la transformación por la vía electoral, aunque pretendan usar las instituciones para subvertirlas. Cota cuestionó en su discurso, por ejemplo, si el PRD quiere ser sólo un partido para la competencia electoral o si quiere buscar como proyecto “una profunda transformación del país”. Para López Obrador “sería autodestructivo seguir apostando a la política tradicional”. Los dos creen tener la verdad y nunca van a admitir que las mayorías de este país no están esperando el asalto al Palacio de Invierno, que la estrategia de choque y de vituperios contra el Presidente y las instituciones no les ha dado resultado, que cada vez menos ciudadanos votan por el PRD y que la imagen del partido es la de una bola de revoltosos (cuando no están en el poder) y oportunistas (cuando son gobierno).
La enorme paradoja es que el PRD, el verdadero PRD, no es el que López Obrador y Cota quisieran, sino el que lenta y pacientemente han construido los militantes de Nueva Izquierda y otras corrientes similares. Y que son ellos los que han edificado una alternativa seria y responsable, misma que está actuando a través de las Cámaras. Si no fuera por ellos, por los militantes que hacen mayoría en el PRD y que apoyan a sus representantes populares, el rumbo del partido sería desastroso. La paradoja radica en que la imagen pública predominante del PRD es la que las corrientes minoritarias, incluido el lopezobradorismo, le han dado al partido, no la de Nueva Izquierda.
En el fondo, la verdadera gran división dentro del PRD es la que protagonizan aquellos que, por un lado, creen en la vía de la democracia (electoral en primer lugar aunque no únicamente) para transformar el país y, por el otro, los que consideran a la democracia un instrumento de dominación de la burguesía. Aceptan jugar con sus reglas sólo cuando les conviene pero no creen en ella y la rechazan en cuanto les es desfavorable. Ser de una izquierda moderna o no depende de en qué lado se está respecto a dicho asunto. La izquierda en España, Italia, Francia o Inglaterra ha entendido y trascendido ese punto. Todos aceptan real y definitivamente las reglas del juego democrático. No se trata, por lo tanto, de ser dócil o legitimador. Se trata de lo que definió hace unos días muy atinadamente Porfirio Muñoz Ledo, por cierto fundador y antiguo dirigente de ese partido: “Para que la democracia prospere se requieren demócratas”.
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