18 oct 2009

Más sobre el Yunque

El Yunque o la nueva Cristiada /LUIS PAREDES Y ENRIQUE CID,
Revisa Proceso # 1718, a 18 de octubre de 2009;
El papel que ha jugado la Organización del Yunque en la derecha, su origen, su estructura, sus recursos económicos, sus alcances, son relatados por Luis Paredes y Enrique Cid en el libro Los secretos del Yunque. Historia de una conspiración contra el Estado mexicano, que la editorial Grijalbo pondrá en circulación esta semana. “Me considero una persona autorizada para responder” a esas y otras preguntas, asegura Paredes, quien militó en esa agrupación clandestina durante 30 años. Con autorización de la editorial, reproducimos aquí partes sustanciales del libro, como el testimonio de Paredes, que exhibe las entrañas de la ultraderecha mexicana.
El hombre atraviesa el presente con los ojos venda­dos. Sólo puede intuir y adivinar lo que de verdad está viviendo. Y después, cuando le quitan la venda de los ojos, puede mirar al pasado y comprobar qué es lo que ha vivido y cuál era su sentido.
Milan Kundera, El libro de los amores ridículos
Tanto se ha dicho sobre la Organización del Yunque, tantas leyen­das de todo tipo han surgido en torno a ella, tanto se ha especulado, que resulta indispensable plantear el papel que ha jugado en la his­toria política de México y analizar sus métodos de acción. Desde mi punto de vista es necesario conocer y comprender aspectos profun­damente humanos que, al afectar a sus jefes e integrantes, han im­pulsado sus diversas formas de proceder, unas dignas de encomio, otras reprochables.
¿Cómo surgió? ¿Quiénes la fundaron y quiénes la han integrado? ¿Cómo alcanzaron posiciones de poder frente a un sistema omnipo­tente? ¿Qué ideas los animaban? ¿Cómo se prepararon? ¿De dónde provenían sus recursos financieros? ¿Controla esta organización el poder en México? ¿En qué otros países actúa?
Me considero una voz autorizada para responder a estas pregun­tas y a otras más. Milité en la Organización del Yunque durante más de 30 años, desde el mítico 1968. Crecí con ella y como miembro fui líder estudiantil, dirigente empresarial, alcalde de Puebla de los Ángeles, donde surgió y se propagó. En ella se me preparó y ayudó a establecer relaciones para influir en la política nacional. Sus miem­bros, mexicanos visionarios, desatamos acciones concertadas a las que se sumaron incontables actores políticos, económicos y sociales para zarandear a un régimen imperial cuyo poder parecía no tener límites.
En agosto de 1975 aparecimos ante la nación como un ejérci­to surgido de la nada para amagar al sistema con lo que tanto temía: una nueva Cristiada. La osadía dio otra dimensión a acciones poste­riores, pero le costó la vida a nuestro jefe y a otros compañeros: fue­ron asesinados. Nuestra organización era clandestina… No podía ser de otro modo.
La lucha política ha sido el eje de nuestras vidas. Nos fortaleci­mos en la medida en que el viejo gobierno se resquebrajaba. No optamos por la violencia y pacientemente nos aplicamos a la construcción de condiciones que contribuyeron a forjar un régimen democrático.
Pero el México que encontramos cuando llegamos a gobernar no es el mismo que existía cuando iniciamos nuestra lucha. Aque­llas ciudades provincianas y aisladas del mundo son ahora urbes cos­mopolitas, habitadas por personas con una visión del mundo y de la vida mucho más vasta y distinta de la de quienes las poblaban en las décadas de 1950 y 1960. La humanidad ha vivido la más profunda transformación sociológica que se haya dado en toda la historia, la vida se asume diferente. Las mujeres se integran en forma gradual pero plena a las actividades sociales, políticas, económicas y cultu­rales, y aportan una perspectiva más amplia. Estamos inmersos en la era del conocimiento y nuestros anhelos y motivaciones poco tienen que ver con los de nuestros padres y abuelos.
Los jefes de la Organización no han asumido la realidad con­temporánea. Desplazaron a quienes con sus opiniones, no siempre apegadas a lo “orgánicamente correcto”, les incomodaban. Se ence­rraron en un círculo de incondicionales incapaz de generar el pen­samiento político que inspirara su forma de actuar en el poder. No estuvieron a la altura de lo que la historia les demandaba y han ter­minado como una monumental agencia de colocaciones que funda su poder en permitir o bloquear el paso a los cargos de elección po­pular y en su capacidad de otorgar chambas a quienes se sometan a su voluntad.
Aquellos que guiados por su pensamiento abierto pretenden lle­gar al poder en forma democrática y desempeñarse con autonomía, representan un peligro para ellos. En estas páginas se narran algunas experiencias de gobierno que de manera sencilla resuelven proble­mas añejos y que a la vez deslegitiman a inveterados poderes con los que los jefes orgánicos terminaron colaborando para defender inte­reses paralelos. En busca de operar con éxito de esa manera, echan mano de los instrumentos de los que se valió el viejo sistema, y los usan de manera mancomunada y para los mismos fines.(…)
La vertebración de la sociedad
Llegó un momento en que la fuerza de la Organización no era ya su supuesta capacidad para movilizar al pueblo católico en defensa de la religión, sino su capacidad real de encabezar un movimiento na­cional que rechazaba al sistema político y planteaba nuevos derro­teros para la nación. El “pensamiento orgánico” estaba fundamentado con solidez en la doctrina social cristiana, pero también estudiaba y difundía análisis sobre la economía de mercado y las economías centralmen­te planificadas o el socialismo real. Se contrastaron los resultados de “las dos Alemanias” y empezaron a ponderarse las virtudes de la democracia. Algunos cuates se inscribieron en el Partido Acción Nacional y en la “dócil oposición”, que no entusiasmaba en ab­soluto.
Poco a poco, muchos años de esfuerzo sostenido rindieron fru­tos: la Coparmex a escala nacional y muchos organismos empresaria­les en los estados se constituyeron en los más eficaces instrumentos de lucha de la Organización, desplazando a los grupos confesiona­les y a los de barrios y colonias; ni siquiera le competían los univer­sitarios. La lucha política había cambiado su teatro de operaciones y ahora el fondo religioso era un sólido aval para un discurso polí­tico, económico y social. La motivación de nuestros seguidores es­taba más vinculada con la protección y promoción de un estilo de vida que desde años atrás había rebasado el ámbito profundamente religioso de una sociedad provinciana y aislada del resto del mundo. México ya era un país mucho más abierto. Los efectos de los suce­sos de 1968 se volvían en contra del régimen priista. Marchábamos rumbo a la democracia.
Los cuerpos intermedios como cuerdas y herrajes
Entre el Estado y el individuo se desarrollan “cuerpos” o corpora­ciones que agrupan a las personas en función de un interés que les es común y puede darse por su actividad, vecindad u otra motivación. Estos cuerpos estructuran a la ciudadanía y le permiten desarrollar mecanismos que ayudan al buen funcionamiento del sistema políti­co y a la gestión de los asuntos públicos por parte de la sociedad civil.
Al principio, la mejor opción fueron las universidades, públicas y privadas; ellas han sido el semillero natural que ha provisto de mili­tantes a la Organización: jóvenes de familias educadas y bien relacio­nadas en sus comunidades, por lo general de clase media y con altas aspiraciones. Ahí empezó la Organización, desde ahí dio sus prime­ras batallas y en ellas sigue desarrollándose con amplia autonomía. Los colegios católicos cierran la pinza.
Un miembro del Yunque, al desenvolverse en su actividad, se inserta en los cuerpos intermedios correspondientes: cámaras de co­mercio o industriales, colegios de profesionales, sindicatos o asocia­ciones patronales, sociedades de vecinos, sociedades de padres de fa­milia, entre otros. La preparación, visión y experiencia adquiridas en la Organización ayudan a influir de manera importante, cuan­do no determinante, en la vida de esas asociaciones. Con el paso del tiempo se desarrollaron eficaces métodos para controlarlas; la norma fundamental consistió en orientarlas, siempre conforme a su propia naturaleza, hacia el eficaz cumplimento de una misión.
Para mucha gente la Organización ha significado el medio ideal para identificar y dar sentido a su propia vocación. Sin dificul­tad se presentaba como un baluarte de la sociedad ante los abusos del poder político. Poco a poco desplazamos a muchos que desea­ban aportar algo a la comunidad pero que no tenían muy claro qué ni cómo. Lo mismo hicimos con quienes solían manejar a aquellos organismos: unos como actividad social y otros al servicio del po­der oficial. A los primeros se les envolvía y no se les privaba del lu­cimiento, incluso llegaron a ser necesarios para “vestir” a la insti­tución. Los segundos, en cambio, dada la situación del país, fueron vistos como personeros del régimen. Así tomamos el control de mu­chos cuerpos intermedios, ejercimos presión sobre los gobiernos lo­cales y cada vez más sobre el gobierno federal.
Perfil de los jerarcas
Muy poco traté al jefe fundador de la Organización. Lo conocí cuando fungió como conferencista en un curso nacional efectuado en Cholula. Su personalidad impactaba y debo comentar que cuando me causó esta impresión, no sabía que era el jefe general. Esto debió de haber sido hacia 1972. Volví a verlo varias veces en julio y agosto de 1975, cuando se preparaba aquel acto en el Parque Nacional de los Remedios donde la Organización hizo surgir a un “ejército” de la nada y dejó ver a la ensoberbecida familia revolucionaria que era po­sible una nueva Cristiada. Este acontecimiento poco después lo lle­varía al exilio y más adelante le costaría la vida. Entonces sí lo iden­tifiqué, lo traté y recibí sus instrucciones directas. De mente lúcida y ánimo encendido, irradiaba idealismo, arrojo y congruencia. Me motivó que él fuera nuestro jefe. Meses después supe que había sido víctima de un artero atentado al que sobrevivió de manera milagro­sa. No me enteré, sino hasta tiempo después, que se había exiliado. Luego, por una esquela publicada en el periódico Excélsior, supe que había muerto y, días después —dado que esto ocurrió la Nochebue­na— me enteré de que se había tratado de un asesinato. Guardo de él un respetuoso recuerdo.
José Antonio Quintana, su sucesor, fue jefe regional en Puebla desde 1968 (año de mi ingreso en la Organización) hasta 1979. Fue mi jefe directo mientras ocupé un asiento en el mando regional de 1974 a 1978 como secretario de Enseñanza, y después cuando fungí como jefe de una rama universitaria. Ingeniero civil de profesión, ha tenido, desde que lo conozco, uno de los más acreditados despa­chos de Puebla, que más tarde se convertiría en compañía construc­tora. Tuvo clientes muy interesantes —buenos mecenas, podríamos decir— para los que desarrolló varios de los principales fracciona­mientos de la Puebla de los años sesenta y setenta. Aparte de este ni­cho comercial interesante, también construyó algunas de las obras más importantes de la ciudad durante esas décadas y hasta la fecha.
No pretendo presentar aquí la biografía de Leo, pero es conve­niente saber de qué tipo de persona hablamos. Miembro del consejo de administración de varios bancos y empresas a los que era llamado no por el capital que podría aportar, sino justo por su consejo, nun­ca ha gustado de los reflectores, jamás buscó presidencias ni figurar; procuró siempre ser el poder tras el trono. Eso le dio gran fuerza y autoridad moral. Supo imponer el orden y equilibrar las muy disím­bolas personalidades de sus brillantes subordinados: Manuel Rodrí­guez Concha, José Antonio Arrubarrena Aragón, Juan Aurelio Vigil Ávalos, Mario Bracamonte Zardeneta, Eduardo García Suárez, Gerardo Pellico Agüeros, Manuel Díaz Cid en una primera línea; Ramón Buergo Ferrari, Alfredo Sandoval González, Alfonso Prie­to, Mario Iglesias García Teruel, Vicente Pacheco Cevallos en una segunda línea; dicho esto en razón de edad y no de otra cosa. Luego siguió mi camada; serví a las órdenes de varios de los mencionados. Cuánto aprendí de ellos. Ninguno fue rico ni poderoso, pero todos eran talentosos y exitosos. Y teníamos jefe: Leonardo.
Su forma de vida ha sido y es demasiado austera. Por las obras y los negocios en que participaba, podía tener una casa y un automó­vil mucho mejores que los que ha tenido. Pero se asume como es, para dar ejemplo y testimonio a los miembros de la Organización. No le conozco conducta reprobable ni en su vida social ni en los negocios. Es una persona recatada y prudente; habla poco, escucha mucho; sabe posicionarse de manera que siempre sea él quien ten­ga la última palabra. En las juntas de la Organización sabía condu­cir el debate y sintetizar las propuestas. Tuvo bajo sus órdenes a un extraordinario equipo al que escuchaba (los mencionados en el pá­rrafo anterior). Con todos ellos se forjó la Organización en Puebla, la que por muchos años fue la más eficaz de las fuerzas políticas en nuestra región. Él es un jefe.
Por ser muy conservador, durante mucho tiempo se resistió a la operación de una rama femenina en su jurisdicción; contenía a sus más visionarios subordinados, moderó los riesgos de la Organiza­ción y de las instituciones que de ella habían surgido, sobre todo los financieros, en particular los de la Universidad Popular Autónoma del Estado de Puebla. Aunque surcó las crisis con gran mesura y se salvó, la institución educativa también dejó pasar interesantes opor­tunidades y perdió el nicho de mercado para el que fue creada. Esto afectó el desarrollo de la Organización.
Ese espíritu que se le infundió a la UPAEP hizo que los más am­biciosos jóvenes de Puebla la descartaran, de manera intuitiva, como una opción interesante para estudiar. Quienes allí se forman están en una institución sólida y seria, pero de alcances limitados. Este fenó­meno ilustra lo que sucedió en general con la Organización cuan­do Leo fue el jefe general. Es inteligente, pero no listo. Es constante y duro, pero no osado. Se aferra a la nostalgia de un mundo idea­lizado en función del conocimiento que posee, que en gran medi­da es obsoleto. Supo coordinar la acción y la formación de muchos para derrotar a un sistema político en decadencia. Pero esto se logró fundamentalmente al destacar sus fallas, no al entusiasmar con otro modelo. No imagina un futuro con el que pueda atraer a la gente de hoy; eso mismo provoca la adustez que limita su arrojo y le lleva a un extremo recato y prudencia. No es un hombre de poder, sino un jefe opositor y, como tal, no pudo dar lo que no tiene. Al margen de sus incuestionables logros, imprimió a la Organización una impronta que la restringió de modo brutal en su siguiente etapa, la de gobernar.

No hay comentarios.:

Francisco alza la voz en contra de Israel, éste le revira.

Este sábado, una semana después de recibir al presidente palestino Abu Mazen , Francisco criticó a Israel por el ataque ataque aéreo en la F...