Jóvenes nutren ejércitos de cárteles
Reportaje de Thelma Gómez Durán
El Universal, Martes 26 de enero de 2010
Ser narco es un juego de niños. La prueba está en una escuela primaria del municipio de Guadalupe, en Zacatecas. Ahí, en junio del año pasado, alumnos de sexto utilizaban el recreo para “jugar” a ser zetas o miembros del cártel de Sinaloa. Realizaron pintas en los baños, utilizaban pasamontañas y pistolas de plástico. Su diversión terminó cuando los directivos del colegio expulsaron por tres días a 18 estudiantes, convocaron a una junta de padres y, para su fortuna, terminó el ciclo escolar.
Para muchos adolescentes y jóvenes, ser narcotraficante o sicario es mucho más que un juego. Son ellos quienes están alimentando la base operativa de los grupos delictivos del país, son la mano de obra del narco.
Víctor Clark Alfaro, del Centro Binacional de Derechos Humanos, tiene una explicación para el reclutamiento de jóvenes: “Si hubiera mucho empleo en este país y todo mundo estuviera trabajando y estudiante no se estaría dando este fenómeno. Pero en estas condiciones, sales a la calle y ahí está la mano de obra barata y desechable”.
Investigadores como Luis Astorga, especialista en temas sobre narcotráfico, señalan que además del desempleo, la pobreza y la deserción escolar, hay otro factor que empuja a los jóvenes a ser narcos o sicarios. En muchas zonas del país, asegura, el narcotráfico como es una forma de visa, es parte de la cultura. Es, algo así, como el camino natural que sigue la mayoría de los jóvenes que viven en estas regiones.
Nacen rodeados de violencia
Luis Astorga, autor del libro El Siglo de las Drogas: El narcotráfico, del Porfiriato al Nuevo Milenio, recurre a la historia para explicar el fenómeno del reclutamiento. Sinaloa, al igual que Sonora, Durango, Tamaulipas y Chihuahua, se caracterizan por ser las zonas más antiguas del país en cuanto a producción y tráfico de drogas. Aquí, estas actividades tienen una historia de, por lo menos, 70 años. El narcotráfico se ha enraizado tanto que es visto por la población como una forma de vida.
Por ello, sostiene que la probabilidad de que alguien ingrese a las filas del narco o de los grupos de sicarios es mucho mayor cuando se tiene una mayor afinidad cultural con quienes reclutan.
Astorga lo explica con un ejemplo: “Si llevo un bebé adoptado a una ranchería de la sierra de Badiguarato, Sinaloa, donde desde hace varias décadas la mayoría de la gente se dedica al tráfico de drogas, ten la plena seguridad de que tiene 99% de posibilidades de convertirse en traficante”.
Lo trágico es que cada vez hay más rancherías, pueblos y ciudades en donde el narcotráfico ya es parte de la cultura local, en donde los niños nacen y crecen rodeados de violencia e historias de traficantes. En este nuevo mapa resaltan comunidades de Michoacán y Guerrero. Son lugares, menciona Astorga, donde el Estado no tiene una presencia, donde se ha vivido un abandono social histórico.
El reclutamiento de jóvenes también se está dando con mayor fuerza en zonas urbanas como los municipios de Nezahualcóyotl, Ecatepec, en el estado de México. Incluso, en el Distrito Federal. Así lo ha visto Carlos Cruz, director de Cauce Ciudadano, organización que trabaja con jóvenes de diversos estados del país.
“Desde el año 2000 advertimos que había jóvenes sicarios en la Ciudad de México. Nosotros los veíamos en los barrios en los que vivimos, pero nos dijeron que era una exageración”, cuenta Cruz.
El éxito de la delincuencia organizada con los adolescentes y jóvenes, dice, también se debe a que les está dando “trabajo y reconocimiento”, algo que se les niega en otros ámbitos sociales.
Cada vez más pequeños
Carlos Cruz ha encontrado que cada vez son más jóvenes, casi niños, los que ingresan a las organizaciones delictivas. Hace una década tenían 20 a 35 años, ahora reclutan a chavos de 12, 13, 14 y 15.
Además, la crisis económica ha hecho más fácil el trabajo de reclutamiento. “Ante las necesidades económicas, muchos padres se hacen de la vista gorda cuando sus hijos entran a estos grupos”, resalta el director de Cauce Ciudadano.
Esos padres olvidan algo. Clark Alfaro lo recuerda: a los jóvenes no los reclutan para participar en actividades de lavado de dinero ni para establecer las relaciones con la clase política o empresarial. Ellos están en la base de la pirámide, hacen el trabajo sucio: la venta, traslado de la droga y, en últimas fechas, también son sicarios.
Así lo han visto en lugares como Tijuana. Hace menos de un mes, en la ciudad fronteriza se detuvo a tres jóvenes. Ninguno tenía más de 18 años. Incluso, había una mujer de 16. “Cuando los interrogaron dijeron que les habían pagado 300 pesos por ejecutar a una persona”.
Ser narco, “para tener esas morras”
En el Laboratorio de Estudios Psicosociales de la Violencia, de la Universidad Autónoma de Sinaloa, realizan un estudio para saber cómo están respondiendo los estudiantes de bachillerato a las promesas que les ofrecen las organizaciones delictivas.
Lo que han encontrado les preocupa: “Cada vez hay más estudiantes que no tienen como proyecto de vida la educación ni la formación profesional. Muchos de ellos están siendo cautivados por el narco”, cuenta Tomás Guevara Martínez, investigador que dirige el laboratorio.
En su trabajo diario con jóvenes de varias zonas del país, Carlos Cruz, de Cauce Ciudadano, ha observado que la escuela ya no es atractiva para ellos. Los datos de la Segunda Encuesta Nacional de la Juventud 2005, refuerzan su dicho: sólo 44% de los entrevistados consideró que la educación servía para conseguir trabajo. Además, muchos de estos chavos viven violencia en casa y en la escuela, así que cuando van a la calle son rápidamente reclutados por el crimen organizado.
El equipo del investigador Tomás Guevara ha entrevistado a estudiantes de bachilleres. Más de uno les ha contestado que desean ser narcotraficantes “para tener dinero y esas morras que andan con los narcos”. Los resultados preliminares del estudio que elaboran en la Universidad de Sinaloa muestran que los jóvenes también entran a los grupos criminales para conseguir “estatus y poder”.
En Sinaloa, recuerda Guevara Martínez, hay un dicho popular: “Más vale vivir cinco años como rey, que 50 como buey”. En este estado es común escuchar a los adolescentes y jóvenes decir que quieren ser “un buchón”, es decir, alguien que muestra con orgullo toda aquella parafernalia que se ha relacionado con el narco: medallas de oro, camionetas, botas, atractivos celulares. Incluso, existen tiendas especializadas en la “moda del narco”.
La violencia, dice Guevara Martínez, se ha banalizado: “Los jóvenes ahora están expuestos continuamente a la violencia y a la muerte. La miran por todas partes, la viven a diario. Así que, morir ya no los detiene, para muchos es como si se tratara de una película de aventuras”.
Generación perdida
¿Cuántos son los que se están contratando con el narco? Es difícil tener cifras precisas. Pero, Víctor Clark Alfaro, de la Comisión Bilateral de Derechos Humanos señala que la proliferación de narcotienditas permite tener una idea. “Tan sólo en Tijuana calculamos que hay entre 15 y 20 picaderos o narcotienditas en cada colonia”. En cada uno de estos lugares “labora”, por lo menos, una ventana o un halcón, como se les llama a quienes hacen la función de vigilar el lugar.
“Estamos viendo una generación perdida”, se lamenta Clark, “Y no vemos estrategias enfocadas a revertir esto”.
Cauce Ciudadano en voz de Carlos Cruz resalta que una de las grandes fallas del sistema es no reconocer a los jóvenes y adolescentes como sujetos capaces de impulsar un cambio en el país.
“No se les reconoce, no se les respeta sus derechos humanos, no se les da oportunidades, se les criminaliza. Se está destinando a un gran sector de la juventud al fracaso. Y con ello también se fracasará en cualquier estrategia contra el narco”.
Ellos ven, ellos hacen
Edgardo Buscaglia, especialista en temas de seguridad, coincide: “Es urgente trabajar en la infraestructura social del país, porque los jóvenes se están deslizando como hormigas hacia estos grupos, debido a que no hay alternativas de vida”.
La sociedad en su conjunto, dice el investigador Tomás Guevara Martínez, tiene mucho trabajo que hacer. “Hay un abandono de la niñez y de los jóvenes. Ellos están creciendo y se están educando en la calle”, dice.
El reclutamiento de jóvenes por los cárteles es parte de lo que Buscaglia llama “enfermedad social”, una enfermedad que muestra que instituciones como familia, escuela y Estado no están haciendo bien su trabajo.
El mejor reflejo de esa falla institucional son los niños que juegan a ser narcos y zetas en las escuelas de Zacatecas y en otras partes del país.
¿Por qué los niños juegan a ser narcotraficantes? Luis Astorga tiene una explicación: “Los niños juegan a lo que ven y escuchan. ¿De qué habla la televisión y los medios todos los días? De zetas, de ejecutados, de narcos. De eso también hablan los niños, a eso juegan”.
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