Columna Razones/Jorge Fernández Menéndez
Diego y el caso Gutiérrez Barrios
Excélsior, 19 de mayo de 2010;
Las líneas de investigación en torno al secuestro de Diego Fernández de Cevallos se reducen y con ello se torna cada vez más complejo alcanzar una suerte de final feliz en toda esa historia. Las autoridades federales y las estatales dicen estar trabajando en dos hipótesis básicas: el crimen organizado y una venganza, sobre todo después de que el EPR, a través de un comunicado, informó que esa organización no tenía en su poder a Diego e incluso lamentaba el secuestro.
La venganza puede ser una línea de investigación sólida. Diego, como abogado litigante, ha participado en innumerables casos muy controvertidos y con fuertes intereses contrapuestos. En ese sentido, son muchos quienes pudieran tener de alguna forma cuentas pendientes que quisieran cobrar con el ex candidato presidencial. Algunos hablan hasta de conflictos que podrían ingresar en ámbitos muy personales, incluso sentimentales. Todo puede ser, sin embargo, para pasar de la hipótesis, o la línea de investigación, a los hechos, como que hay mucha distancia. Y si fuera una venganza no se entendería tampoco el secuestro: las cosas hubieran sido diferentes.
Algo similar ocurre con el crimen organizado. Por supuesto que existe la posibilidad de que algún grupo haya decidido agredir a un personaje público tan influyente y que además solía andar sin seguridad personal: en esta suerte de guerra contra el narcotráfico, todo lo que debilite al gobierno le ayuda a los grupos criminales y a nadie le tendría que caber la duda de que estos hechos han golpeado a la administración de Calderón. Pero ésta no parece ser una acción típica del crimen organizado. Esos grupos quieren demostrar su poder: exhibirlo, desafiar al Estado. Un secuestro sin peticiones especiales, sin una reivindicación específica, no le serviría al narcotráfico.
Por eso mismo, la hipótesis de los grupos armados aparecía como más lógica: éstos pueden reivindicar o no el secuestro de inmediato y contar con tiempos y espacios diferentes. El comunicado del EPR parece despejar dudas respecto a su hipotética participación. Pero, siendo la de mayor capacidad operativa, no es la única organización armada en el país: ha tenido varias fracciones, que operan con autonomía, se ha intentado crear otros grupos que no tienen relación con esas viejas organizaciones y se han sucedido varios secuestros en distintos puntos del país que tienen, según las autoridades federales, todo la apariencia de haber sido cometidos por grupos armados, a pesar de que el EPR ha declarado que desde tiempo atrás no está secuestrando. La posibilidad, entonces, de que alguno de esos grupos pudiera haber realizado el secuestro, no está cancelada.
Un secuestro económico no parece tener mucho sentido, salvo que se trate de grupos demasiado sofisticados o, paradójicamente, excesivamente inexpertos. No se secuestra al que paga, dice la primera línea del manual de un secuestrador, y ello se debería aplicar doblemente a un hombre como Fernández de Cevallos.
La impresión que queda es que éste es un secuestro que tiene otros objetivos y lecturas. El lunes decíamos que podría equipararse al que sufrió Fernando Gutiérrez Barrios en diciembre de 1997 y que nunca se supo, por lo menos públicamente, quién lo realizó y con qué objetivo, fuera de un pago de rescate mucho menor de lo esperado. Y entre aquel Gutiérrez Barrios y este Diego, aunque tengan poco que ver entre sí y a pesar de que sus historias han estado muy separadas en el tiempo y en el espacio político, existen muchos puntos de contacto: ambos se consideraban, con razón, políticos desplazados del poder, no obstante el enorme caudal de información y relaciones que tenían o tienen en el caso de Diego; los dos mantenían diferencias internas con los grupos hegemónicos de su respectivo partido; ambos mantenían, pese a ello, posiciones de poder muy considerables en la administración federal (la influencia de Diego en la Secretaría de Gobernación y la PGR es indudable). Y, por lo menos, con lo que se sabe hasta ahora, el secuestro de Diego resulta tan oscuro como aquel de Gutiérrez Barrios, que nunca se supo quién lo realizó y tampoco qué fue negociado realmente en torno al mismo. El mayor valor de Diego, en una circunstancia como ésta, igual que ocurría con Gutiérrez Barrios, es la información con que cuenta el personaje, información que en el caso de Diego alcanza y, por mucho, no sólo al mundo de la política sino también al de los negocios. Gutiérrez Barrios fue liberado una semana después de su secuestro. Ojalá en el caso de Diego ocurra algo parecido, pero que ahora sí sepamos qué sucedió y quién fue el responsable de ello.
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Columna Itinerario Político/ Ricardo Alemán El Universal, 19 de mayo de 2010
Silencio
Guardan silencio las procuradurías General de la República y estatal de Querétaro. Guardan silencio quienes se llevaron a Diego Fernández de Cevallos. Prefieren el silencio los familiares del político desaparecido. Y por si fuera poco, le dan vuelta al asunto los presidenciables.
Pero también Televisa ordenó silencio en todos sus informativos, en la cobertura de la desaparición de El Jefe Diego. Silencio del gigante mediático, que no es cosa menor.
El silencio, dice Unamuno, “a veces es la peor mentira”. El papa Bonifacio VIII acuñó un clásico; “El que calla otorga”, en tanto que Rubén Darío clasificó al silencio en otra dirección; “Quien calla, está más seguro de acertar”.
¿Por qué de manera irregular, si no es que ilegal, la PGR decidió concentrar toda la información de las indagatorias oficiales en torno a la desaparición de Diego Fernández de Cevallos, si no atrajo la investigación? Está claro que toda desaparición o secuestro, es un tema delicado, y que a veces el silencio es el mejor ingrediente para el rescate. Pero si de callar se trata, el silencio pudo imperar desde el principio. Como en el caso del secuestro de Fernando Gutiérrez Barrios.
Los familiares del desaparecido solamente hablaron para convocar a los que se llevaron a Fernández de Cevallos. El llamado supone que la familia y la autoridad saben que se trata de un secuestro. En ese caso tiene lógica el silencio, como la tendrá que no se sepa nada hasta que se haya superado el trance. Y el público no sabrá si los captores ya se comunicaron, si se negocia el rescate y las condiciones de libertad. Salvo, claro, que aquellos que se llevaron al político, estén cómodos bajo el escándalo mediático. En ese caso, ellos buscarán los medios y a los medios para la difusión.
Pero, a los que incomoda el escándalo es a los presidenciables; todos ellos potenciales candidatos a la misma suerte de El Jefe Diego. Y es que a querer o no, la desaparición del queretano pone a remojar las barbas de todos los pretensos para el 2012. Por lo pronto prefieren el silencio.
¿Por qué Televisa ordenó el silencio? ¿Por qué no hablar del tema hasta “su desenlace”? Se puede especular todo lo que se quiera. La verdad es que nada parece casual en el concierto del silencio. Y cuando muchos callan, el sentido común señala que el escándalo es grande. ¿Qué está pasando en el caso Fernández de Cevallos, como para que muchos quieran taparnos los oídos?
El silencio “es el ruido más fuerte”, dijo una vez el genio musical Miles Davis.
EN EL CAMINO
Los que no callaron, y con su voz enviaron un poderoso mensaje de tolerancia y civilidad —que reivindica su calidad de verdadera guerrilla—, son los jefes el Ejército Popular Revolucionario (EPR), a los que nadie ha respondido por sus desaparecidos.
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