El callejón sin salida francés/
Brigitte Granville,
profesora de International Economics and Economic Policy en la School of
Business and Management, Queen Mary College, University of London
Project Syndicate, 16/03/12;Cuando falta poco para que se celebren las elecciones presidenciales en Francia, este país está acercándose a una situación límite. Durante tres decenios, con gobiernos tanto de derechas como de izquierdas, el país ha perseguido los mismos fines incompatibles, si no contradictorios. Como la crisis de la deuda soberana está empujando los bancos franceses –y, por tanto, la economía francesa– contra la pared, algo habrá que hacer y pronto.
Cuando llegue la hora de la verdad –casi con toda seguridad un año o dos después de las elecciones–, causará un cambio radical y doloroso, tal vez más incluso que el golpe de Estado de Charles de Gaulle, que condujo al establecimiento de la Quinta República en 1958.
La mayoría de los políticos y los
burócratas franceses consideran alarmistas esas ideas. Al fin y al cabo, ¿acaso
no son peores en los Estados Unidos y Gran Bretaña indicadores como la tasa de
endeudamiento o el déficit presupuestario? De hecho, la situación de Francia
podría parecer comparable a la de los “anglosajones”, de no ser por el querido
cielito de la clase política francesa: el euro.
Si bien el euro no ha causado los
problemas económicos de Francia, el compromiso de sus políticos con la moneda
única representa una barrera insuperable para resolverlos. El problema
fundamental es el de que el generosísimo Estado del bienestar del país (el
gasto público representó el 57 por ciento, aproximadamente, del PIB en 2010,
frente al 51 por ciento en el Reino Unido y el 48 por ciento en Alemania)
asfixia el crecimiento necesario para que el euro siga siendo viable.
Los fallos estructurales más
graves corresponden a las tasas del impuesto de las rentas del trabajo y la
reglamentación del mercado laboral, que dificultan –a no ser a un costo
prohibitivo– a las empresas la reducción de la fuerza de trabajo cuando
empeoran las condiciones económicas. La OCDE informa de que en 2010 la presión
fiscal (el impuesto sobre la renta, más las contribuciones de los empleados y
de los empleadores a la seguridad social, menos las transferencias monetarias
como porcentaje de los costos laborales totales) superó en al menos 13 puntos
porcentuales la media de la OCDE en todos los niveles de ingresos de los
hogares.
El resultado ha aumentado los
costos laborales unitarios en relación con el grupo de homólogos (en particular
Alemania) y un desempleo persistentemente elevado. Durante la presidencia de
Valery Giscard d’Estaign en el decenio de 1970, el desempleo aumentó todos los
años hasta llegar al 6,3 por ciento en 1980. François Mitterrand prometió un
crecimiento rápido y un desempleo menor cuando llegó al poder en 1981, pero su
presidencia se caracterizó por una desaceleración económica y un aumento del
desempleo. En 1997, el desempleo ascendía al 11,4 por ciento y sólo en un año
fue inferior al ocho por ciento desde entonces (2008).
Los elevados costos laborales
unitarios y las tasas de desempleo son las causas, a su vez, de la reducción de
la tasa tendencial de crecimiento económico, principalmente por la mano de obra
infrautilizada, mientras que la combinación de un crecimiento deficiente y una
carga de asistencia social que no cesa de aumentar ha dado como resultado déficits
presupuestarios crónicos. El último superávit se dio en 1974.
Así, pues, la campaña electoral
actual está centrada en la posición fiscal de Francia. Todo el mundo conviene
en que es necesario reducir el déficit, pero difiere en cómo hacerlo. La solución propuesta por Sarkozy es la de
impulsar el crecimiento reduciendo la carga impositiva a los empleadores y al
mismo tiempo aumentando la tasa del impuesto al valor añadido. Su oponente
principal, el dirigente socialista François Hollande, impondría impuestos
mayores principalmente a los ricos y al sector financiero, pero también a las
grandes empresas.
Descartadas las únicas soluciones
eficaces –una verdadera unión política de la zona del euro o el abandono del
euro–, sólo queda arreglárselas como bien se pueda. Otro nombre para esa
actitud es “unión de transferencias”, que entraña una inexorable austeridad
económica y un descenso del nivel de vida, porque los países fuertes –Alemania,
en primerísimo lugar– están decididos a limitar su responsabilidad de rescatar
a los países deficitarios condicionando todas las transferencias a una intensa
reducción presupuestaria.
Al mismo tiempo, los mercados
financieros están obligando a los gobiernos a hacer una reducción fiscal, como
hará el nuevo tratado fiscal previsto (en el que insistió Alemania, entre
otros). Así, pues, la demanda se está agotando en las economías de la zona del
euro, y la mayor demanda exterior, debida a la depreciación del euro frente a
las divisas más importantes, no puede compensar el efecto en el crecimiento.
El Gobierno francés espera que
los ingresos presupuestarios equivalgan al gasto total, excepto el servicio de
la deuda, de aquí a 2014, pero ese pronóstico da por sentado un crecimiento
continuo, mientras que Francia está deslizándose hacia la recesión. Así, pues,
el déficit presupuestario persistirá y será necesaria una mayor reducción.
¿Se limitará el público a poner
al mal tiempo buena cara y lo soportará o exigirá un cambio radical de
dirección? En este último caso, el cambio correría a cargo de una parte de la
clase política principal que rompiera filas o mediante un desafío logrado por
parte de elementos políticos ajenos a ella, ya sea la dirigente del Frente
Nacional, Marine Le Pen, por la derecha o el Frente de Izquierda de Jean-Luc
Mélenchon. Los dos partidos están haciendo campaña con una plataforma
proteccionista y antieuro.
Sarkozy ha adoptado una postura
de estadista, como corresponde al Presidente titular, al avisar a los votantes
de los difíciles tiempos por venir, como, por ejemplo, la necesidad de trabajar
más horas por un sueldo inferior por hora, pero intentar convencer al público
francés de que el doloroso cambio estructural es el precio que pagar por
“Europa” ya no da resultado.
Entretanto, el programa de
Hollande da a entender que se puede evitar el sufrimiento suavizando las
imposiciones europeas. Ha indicado que, si resulta elegido, renegociará el
tratado fiscal y procurará modificar los estatutos del Banco Central Europeo,
tal vez como señal temprana de la disposición a incumplir la ortodoxia europea.
También promete emular a sus predecesores convenciendo a Alemania sobre el
punto de vista francés, es decir, el de recurrir a las transferencias fiscales
alemanas. De ese modo, Francia podría continuar con el proyecto europeo con
costo medio inferior para el nivel de vida interior.
Se trata de una artimaña que el
mentor de Hollande, Mitterrand, pudo aplicar, pero no pudo hacerlo porque las
mañas de Mitterrand fueran superiores, sino porque Francia tenía una posición
más fuerte respecto de Alemania que actualmente.
La reacción de Francia ante la
tensión entre el deseo de preservar el proyecto europeo (equiparado con la
moneda única) y la necesidad evitar una economía crónicamente deprimida será la
de aplazar el momento de la verdad durante el mayor tiempo posible. Esa
estrategia en forma de callejón sin salida presentará vanos intentos de ganarse
a Alemania y expedientes económicos desesperados, como, por ejemplo, el recurso
esencialmente coercitivo a la utilización de los ahorros nacionales para financiar
la deuda estatal, pero el momento de la verdad llegará y entonces la clase
gobernante de Francia será juzgada muy duramente
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