Hipólito
Mora se alzó en armas por los abusos de templarios contra los limoneros
Afirma
no temer que lo maten: que me busquen; si ellos quieren, nos vamos ojo por ojo
Hipólito
Mora (de pie), líder de las autodefensas de La Ruana, en entrevista con La
JornadaFoto Víctor Camacho
Arturo
Cano, enviado
Periódico
La Jornada
Viernes
31 de enero de 2014, p. 7
La
Ruana, Mich., 30 de enero.
A
Hipólito Mora no lo secuestraron ni le mataron a nadie. Tampoco le quitaron su
huerta ni le violaron una nieta. Sus razones fueron pragmáticas, como suelen
ser las que desatan guerras civiles o invasiones extranjeras: “Dije ‘se acabó’
cuando (los templarios) se apoderaron de las empacadoras de limón”.
La
gente salía a las huertas antes de amanecer. Pero muchas veces, a las ocho de
la mañana, el cártel daba la orden de detener el corte.
Con
el poder de las armas, manejaban nada más el limón de ellos para que el precio
se mantuviera alto, sin importarles que a nosotros nos estuvieran matando de
hambre. Las empacadoras estaban para ellos nada más.
Hipólito
Mora rumió su coraje en sus 15 hectáreas de limoneros durante meses, los mismos
que tardó en convencer a cuatro personas, porque nadie se animaba.
Y
fue el primero en levantarse en armas contra los templarios, el Día de la
Bandera de 2013, tres horas antes que sus vecinos de Tepalcatepec.
La
víspera del primer aniversario del alzamiento, Hipólito Mora –58 años, gafas,
playera sencilla, sombrero y huaraches– es la autoridad en un pueblo donde no
hay otra.
Se
le puede encontrar a la entrada de La Ruana –que oficialmente lleva el nombre
del socialista yucateco Felipe Carrillo Puerto–, bebiendo limonada mientras
atiende a periodistas y a lugareños que acuden a solicitar su ayuda.
Es
de risa fácil y sabiduría campirana: “No crean que soy buen investigador ni
nada. Yo nada más dije: ‘chingue su madre y vámonos, háganse bolas y el que se
quiera unir, únase’”.
–¿Cuánta
gente lo siguió de inmediato?
–Seríamos
unos 250. A esos pinches sicarios yo sentía que solo los sacaba. Pero sabía
bien que si lo hacía, iban a llamar a cientos de cabrones de otros pueblos y me
iban a dar en la madre. Entonces era imposible que los enfrentara solo. Por eso
invité al pueblo y salió bien todo. En lo único que me equivoqué es que yo no
creía que fuera a crecer tanto esto.
Si
no se hubieran metido con los honestos, seguirían vigentes
La
gente que tiene algún problema en esta zona ya no va a ver al presidente
municipal (ni hay), ni a la policía (tampoco hay), sino a don Hipólito. A su
lado, un anciano espera. Mora coge su teléfono celular y habla con el
comandante Patancha: Te lo mando con su asunto. El viejo se va, agradecido.
–¿Aquí
hubo mucha gente beneficiada por los templarios?
–No
mucha. La gente que resultó afectada con este movimiento son enemigos míos
ahorita, aquí mismo, en La Ruana. Se afectaron sus intereses, eso fue. Pero si
ellos no se hubieran metido con los honestos, todavía estarían vigentes.
En
las barricadas, el grito más repetido de las autodefensas es que detengan a las
principales cabezas de los templarios. Pero Mora dice que con tres o cuatro que
detengan no se termina esto. Manda pedir un diagrama de las líneas de mando de
los Caballeros templarios, con todo y fotos. Con ese papel quiere demostrar que
siempre habrá un jefe menor para sustituir al apresado o abatido.
Le
pongo el ejemplo: si me matan a mí, no se va a terminar esto. Hay muchos detrás
de mí. Así es también la organización esa. Si matan a tres o cuatro, no.
Necesitan más todavía.
–¿Qué
se necesita entonces?
–Darles
duro hasta que los terminen.
–Algunos
comandantes de las autodefensas elogian a la Policía Federal y se quejan del
Ejército.
–Tenemos
puntos de vista diferentes. A pesar de que el gobierno no hizo su trabajo
durante 10 o 12 años, yo aún sigo confiando. Todos merecemos una segunda
oportunidad.
A
Felipe Calderón le dio hasta una tercera, porque todavía elogia la manera en
que combatió a los cárteles, aunque hace unos años se fue al Distrito Federal y
anduvo dando vueltas por Los Pinos. No pudo entrar ni a la oficialía de partes.
Un
ejército de pobres
Con
el vientre abultado, su barba rala y encanecida, el iniciador de las
autodefensas dice que cuando los templarios se hicieron de los empaques de
limón afectaron a todos: “El pobre no tenía para darle de comer a sus hijos ese
día. El rico tenía que sacar su ahorro debajo de la camita. Pero la gente que
anda aquí conmigo es pura gente pobre, ninguno rico. Aquí en el movimiento que
represento yo no anda ningún grande.
–En
algunos lugares los ricos financian el movimiento. Hasta les pagan a sus peones
para ser autodefensas.
–Pues
otros movimientos tienen la suerte de que traen ricos, nosotros no. Fuimos los
primeros, pero se nos ha puesto difícil porque ya va para un año y todavía no
nos completamos de armas.
–¿Cómo
se adoptan las decisiones en las autodefensas?, ¿quién manda?
–Orita
mucha gente. Al principio era yo nada más, y otros amigos míos aquí y en
Tepeque (Tepalcateec), que nació el mismo día que nosotros. Ahorita ya hay
muchos coordinadores, muchos líderes. Se va a oír mal lo que tengo que decir,
pero tengo que decirlo: cada quien conduce su grupo como cree que está bien. No
siempre estamos coordinados.
–¿Cómo
deciden los avances entonces?
–Nos
reunimos, acordamos, pero hay cosas en las que no. Padre de 11 hijos –cinco de
ellos residen en Estados Unidos–, Hipólito Mora nunca tuvo miedo. Menos ahora,
a pesar de que sabe que los templarios que huyeron y otras personas de la
región me quieren matar. Me tiene sin cuidado, que chinguen a su madre. Y que
me busquen, ya saben dónde vivo, donde paso y yo sé dónde viven ellos aquí. Nos
vamos, si ellos quieren, ojo por ojo.
Ojalá
nadie se convierta en paramilitar
En
los 11 meses recientes Hipólito Mora ha salido pocas veces de La Ruana, y casi
siempre en helicóptero. A mediados de enero, la Policía Federal lo llevó a la
ciudad de México, a que lo trataran en el Instituto Nacional de Cardiología.
Narra que el director lo apapachó y les dijo a sus colegas: Atiendan a este
señor bien, porque no tienen idea de quién me acaba de hablar personalmente
para decirme que lo atiendan. Estaba feliz de que esa persona le hubiera
hablado.
Como
casi no sale de La Ruana, algunos se extrañaron de verlo a principios de semana
en Tepalcatepec, a donde fue a firmar con el gobierno la legalización de las
autodefensas.
Cómo
no iba a venir si es el mero verraco, dijo un comandante mientras lo apretujaba
en un abrazo.
–Oiga,
muchos dicen que existe el riesgo de que ustedes terminen en paramilitares.
–Sí,
eso dicen. Me hablan de Colombia a cada rato. Yo le pido a Dios que no vaya a
pasar.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario