OCTAVIO
PAZ/Roberto López Moreno
No
vio nacer al mundo,
más
se enciende su sangre cada noche…
No
vio nacer al mundo
más
se incendia su sangre cada noche;
desde
ese palpitar otea el día,
lo
acomoda en todo lo que nombra.
El
día aquí
es
una herida por donde fluye
un
motín de buganvilias.
Baja
la fecha a nuestro somos,
recorre
litorales de barro y nube.
Asombros.
Ometecutli
–huitzillin amarillo-
(bujía
de mis más rotundos desconciertos)
eleva
sobre
nuestros destinos
la
sed del fósforo
y
nos convierte en la patria
de
su penacho incandescente.
Cisne
y nahual se ciñen a esta fecha
(este
es un cisne que sí conoce
su
peso en el paisaje,
nahual
que sabe su embrujada brasa)
cucharada
de azúcar,
cucharada
de sal.
En
la pupila azul de la memoria
se
dibujan los perímetros del viento,
descienden
hasta el cisne y el nahual
que
laten en la sangre
-adentro
del gran árbol de su sangre-.
A
la menor provocación
salta
la sangre a ver el mundo,
a
encontrarse con los líquidos
de
la tierra de la que fue hecha árbol.
En
el profundo cielo se refleja el mar.
El
mar es un tumulto de agua estancada
en
el que apenas cabe el huracán de la palabra.
El
reflejo brama.
En
el centro del espejo
un
relámpago verde, fluido verde, manantial
verde,
verdad verde de alegría
y
alegría de verde,
arquitectura
de los siglos verdes,
verbo
verde
con
todos los caminos inventados
para
vivir sus construcciones verdes.
La
vida, tocada por su mano verde,
arriba
y abajo, a los lados,
adentro
del tigre curvo
rayonado
de años luz. Verdes.
El
ansia bracea a contra-río,
va
asumiendo la pequeñez de su distancia.
Bracea.
Hay
valles y planicies en el recorrido
que
se habían encuclillado
en
algunos rincones de sus células.
Bracea
río arriba.
Redescubre
paisajes despintados
por
un tiempo a la inversa.
Reconstruye
paisajes.
Bracea
hasta ovillarse, diminuto,
en
un principio de agua mansa y misteriosa,
laguna
de sombra y de sustancia eléctrica.
El
ansia regresa a conocer la fuente.
Volvió
a su centro,
a
empaparse de la primavera incógnita;
está
ahí, ovillada,
segundos
antes de que haga saltar
en
mil novecientas noventa y cuatro astillas
el
cristal que la contiene.
Ahora
el ansia bracea río abajo,
asumida
otra vez a la corriente.
Ahora
es una fuerza más verde que nunca.
Ya
creó de nuevo el día.
No
vio nacer al mundo
pero
lo está inventando
al
encender su sangre cada noche,
al
arder en la inmensa y silenciosa noche,
al
alzar la noche
repozo
de Dios,
oración
del Diablo,
sacerdota
y poetisa,
fruto
derramado desde el cosmos,
oscura
sabihonda,
cuna
de la próxima ecuación verde.
(Abecedario
Ave se diario Abecedario
A
veces sedario
A
veces sed … a río…)
Ya
está aquí el día y su azul memoria. Verde.
Es
un libro que no cesa,
Bracea.
Prende.
Delata
mis blasfemias.
INTERMEZZO
El
mundo nace cuando dos besan
Octavio
Paz
El
mundo nace cuando dos se enlazan
en
el sensual secreto de la danza,
beso
de carne y tiempo se consuma.
Los
ríos se hinchan,
la
pelambre vegetal
humedece
las crestas de su ola,
los
suaves valles estremecen,
la
playa gime el abrazo del espumo,
el
volcán lanza su braza fragorosa.
El
mundo nace vasija del secreto,
adentro
de ese vientre rotatorio
se
mezclan el sumo del licor sagrado
y
la fiebre de la selva.
Corren
los dedos de la música sobre del teclado.
Dos
se besan.
El
mundo nace, gira.
Dos
se están besando.
ERAN
LAS 3.5 ADOLFO CASTAÑÓN
Eran
las 3.5 ascensiones de Richter;
vinieron
a informar a la ciudadanía
que
el poeta había muerto.
¿Cómo
decírselo ahora a sus poemas?,
¿cómo
decirle al aire en el que vuela?,
¿cómo
al agua?,
tienes
razón Adolfo, ¿cómo?
Tú
me presentaste con él, ¿te acuerdas?,
Casa
de los Azulejos: “el es Roberto López...”
y
yo tendí mi mano hacia el centro en combustión
de
mis blasfemias.
Una
cosa es hablar de la llama
y
otra hablarle a la llama.
“El
es Roberto López...” y la calle Madero
fue
colibrí nocturno de mi anfracto calendario.
Eran
las 3.5 de Richter, Adolfo Castañón,
unas
horas antes
la
llama de Mixcoac se había elevado sobre el valle,
se
había hecho aire de abril,
sur
de domingo,
y
nosotros pupila absorta frente a la transparencia.
Eran
las 3.5
y
era la eternidad que nos rozaba.
OCTAVIO
PAZ
Hirviendo
en el espacio la sal de toda era
-las
horas de Estocolmo en el curvado cierto-
reviven
los minutos de algún horario yerto,
reloj
sin manecillas, elevada venera.
Luminoso
velamen que crece a su manera
con
la esfera enluzada en el espacio abierto,
y
baja hasta la rosa y crece hasta su huerto
en
la verdad que asume su llama postrimera.
Metáfora
de soles, estatura cumplida,
radiante
broche en alto de su broche radiante,
colibrí
de ultratumba que alumbra cada herida…
Y
que en Paz no descanse si Paz es este andante
que
en medio de su coro -aforo de la vida-
asume:
un árbol bien plantado más danzante…
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