31 mar 2014

OCTAVIO PAZ/Roberto López Moreno


 OCTAVIO PAZ/Roberto López Moreno

 No vio nacer al mundo,
más se enciende su sangre cada noche…
 No vio nacer al mundo
más se incendia su sangre cada noche;
desde ese palpitar otea el día,
lo descifra, traduce,
lo acomoda en todo lo que nombra.
El día aquí
es una herida por donde fluye
un motín de buganvilias.
 Baja la fecha a nuestro somos,
recorre litorales de barro y nube.
Asombros.

 Ometecutli –huitzillin amarillo-
(bujía de mis más rotundos desconciertos)
eleva
sobre nuestros destinos
la sed del fósforo
y nos convierte en la patria
de su penacho incandescente.
 Cisne y nahual se ciñen a esta fecha
(este es un cisne que sí conoce
su peso en el paisaje,
nahual que sabe su embrujada brasa)
cucharada de azúcar,
cucharada de sal.
 En la pupila azul de la memoria
se dibujan los perímetros del viento,
descienden hasta el cisne y el nahual
que laten en la sangre
-adentro del gran árbol de su sangre-.
 A la menor provocación
salta la sangre a ver el mundo,
a encontrarse con los líquidos
de la tierra de la que fue hecha árbol.
 En el profundo cielo se refleja el mar.
El mar es un tumulto de agua estancada
en el que apenas cabe el huracán de la palabra.
El reflejo brama.
 En el centro del espejo
un relámpago verde, fluido verde, manantial
verde, verdad verde de alegría
y alegría de verde,
arquitectura de los siglos verdes,
verbo verde
con todos los caminos inventados
para vivir sus construcciones verdes.
La vida, tocada por su mano verde,
arriba y abajo, a los lados,
adentro del tigre curvo
rayonado de años luz. Verdes.
 El ansia bracea a contra-río,
va asumiendo la pequeñez de su distancia.
Bracea.
Hay valles y planicies en el recorrido
que se habían encuclillado
en algunos rincones de sus células.
Bracea río arriba.
Redescubre paisajes despintados
por un tiempo a la inversa.
Reconstruye paisajes.
Bracea hasta ovillarse, diminuto,
en un principio de agua mansa y misteriosa,
laguna de sombra y de sustancia eléctrica.
 El ansia regresa a conocer la fuente.
Volvió a su centro,
a empaparse de la primavera incógnita;
está ahí, ovillada,
segundos antes de que haga saltar
en mil novecientas noventa y cuatro astillas
el cristal que la contiene.
Ahora el ansia bracea río abajo,
asumida otra vez a la corriente.
Ahora es una fuerza más verde que nunca.
 Ya creó de nuevo el día.
No vio nacer al mundo
pero lo está inventando
al encender su sangre cada noche,
al arder en la inmensa y silenciosa noche,
al alzar la noche
repozo de Dios,
oración del Diablo,
sacerdota y poetisa,
fruto derramado desde el cosmos,
oscura sabihonda,
cuna de la próxima ecuación verde.
 (Abecedario Ave se diario Abecedario
A veces sedario
A veces sed … a río…)
 Ya está aquí el día y su azul memoria. Verde.
Es un libro que no cesa,
Bracea. Prende.
Delata mis blasfemias.
 INTERMEZZO
El mundo nace cuando dos besan
Octavio Paz
El mundo nace cuando dos se enlazan
en el sensual secreto de la danza,
beso de carne y tiempo se consuma.
Los ríos se hinchan,
la pelambre vegetal
humedece las crestas de su ola,
los suaves valles estremecen,
la playa gime el abrazo del espumo,
el volcán lanza su braza fragorosa.
El mundo nace vasija del secreto,
adentro de ese vientre rotatorio
se mezclan el sumo del licor sagrado
y la fiebre de la selva.
Corren los dedos de la música sobre del teclado.
Dos se besan.
El mundo nace, gira.
Dos se están besando.

ERAN LAS 3.5 ADOLFO CASTAÑÓN
 Eran las 3.5 ascensiones de Richter;
vinieron a informar a la ciudadanía
que el poeta había muerto.
¿Cómo decírselo ahora a sus poemas?,
¿cómo decirle al aire en el que vuela?,
¿cómo al agua?,
tienes razón Adolfo, ¿cómo?
Tú me presentaste con él, ¿te acuerdas?,
Casa de los Azulejos: “el es Roberto López...”
y yo tendí mi mano hacia el centro en combustión
de mis blasfemias.
Una cosa es hablar de la llama
y otra hablarle a la llama.
“El es Roberto López...” y la calle Madero
fue colibrí nocturno de mi anfracto calendario.
Eran las 3.5 de Richter, Adolfo Castañón,
unas horas antes
la llama de Mixcoac se había elevado sobre el valle,
se había hecho aire de abril,
sur de domingo,
y nosotros pupila absorta frente a la transparencia.
Eran las 3.5
y era la eternidad que nos rozaba.

OCTAVIO PAZ
 Hirviendo en el espacio la sal de toda era
-las horas de Estocolmo en el curvado cierto-
reviven los minutos de algún horario yerto,
reloj sin manecillas, elevada venera.
 Luminoso velamen que crece a su manera
con la esfera enluzada en el espacio abierto,
y baja hasta la rosa y crece hasta su huerto
en la verdad que asume su llama postrimera.
 Metáfora de soles, estatura cumplida,
radiante broche en alto de su broche radiante,
colibrí de ultratumba que alumbra cada herida…
 Y que en Paz no descanse si Paz es este andante
que en medio de su coro -aforo de la vida-
asume: un árbol bien plantado más danzante…

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