Piedra
de sol: el presente perpetuo/Javier
Aranda Luna
Publicado en La Jornada, 31 de marzo de 2014
Cuando
muere un poeta comienza su verdadera vida. La obra se separa de su autor y sólo
existe por su propio impulso: el que le da cada lector. Fernando Pessoa fue
durante muchos años un escritor para unos cuantos y William Blake, uno de los
grandes poetas de Inglaterra fue, entre sus contemporáneos, casi un
desconocido.
¿Y
no condenaron la obra de Sor Juana Inés de la Cruz al claustro, primero, y
después a la academia, hasta que Amado Nervo la rescató de las reliquias del
pasado en el remoto 1910? Octavio Paz y Fernando Benítez, lectores generosos,
continuaron ese rescate.
Las
festividades por el centenario de Octavio Paz (1914-1998) serán quizás el
último gran impulso externo que tenga su obra durante algún tiempo. ¿Dejaremos
que su destino sea similar al de Alfonso Reyes que con todo y premios, elogios
de Borges y obras completas no se ha convertido en referente natural para los
jóvenes?
Decenas
de estudios críticos y la publicación de su correspondencia poco han animado a
otros grupos de lectores para acercarse al autor de Visión de Anáhuac. Ya sé
que algunos de sus poemas son material básico de escuelas y universidades, pero
¿no le habrá hecho falta una buena antología sin el almidón de la academia, sin
el ojo del Tartufo solipsista? En sus obras completas existen textos
espléndidos que aún esperan ser exhumados.
A
veces me da la impresión de que ciertas antologías de poemas están hechas para
los antologadores. Cumplen con periodos, tendencias, formas poéticas sin pensar
mucho en el lector común. Para Savater, buen lector, eso equivale a fabricar
calcetines para fabricantes de calcetines. ¿Se vale? Se vale pero, si lo que se
busca es divulgar una obra, se debe pensar en los muchos y no en los testimoniales
happy few.
Creo
a estas alturas que el tiempo ya seleccionó dos de las obras de Octavio Paz que
habrán de sobrevivir mientras sobreviva nuestro idioma: El laberinto de la
soledad y Piedra de sol. Me gustaría que también sobrevivieran en el ánimo de
los lectores del futuro algunos poemas de Salamandra, ese libro donde las
palabras arden, o de Árbol adentro, el último volumen de poemas de Paz que
tanto entusiasmó al crítico José Luis Martínez.
Un
ensayo y un poema; un libro en prosa imantado por el poder magnético de la
poesía y un largo poema donde el canto y las imágenes nos hacen pensar, sentir
y hundirnos por momentos en la historia, en el espejo enterrado que nos aguarda
en silencio.
Piedra
de sol fue publicado en 1957, en la colección Tezontle del Fondo de Cultura
Económica. Se tiraron 300 ejemplares y ese mismo año el también poeta Ramón
Xirau publicó un comentario que para algunos sigue vigente: “Si El arco y la
lira es la summa del pensamiento de Octavio Paz, Piedra de sol es también la summa
de su poesía”.
Para
José Emilio Pacheco, Piedra de sol fue la obra maestra de Octavio Paz. Escribió
incluso en uno de sus ensayos que le gustaría que lo enterraran con ese poema y
Juan Malpartida, otro poeta, lo leyó en el funeral de su madre.
Creo,
como Xirau, que Piedra de sol es la summa de la poesía de Paz. Incluidos los
poemas de Árbol adentro, publicados 30 años después. También creo, como
Pacheco, que es su obra maestra.
Allí
está el ¡No pasarán! que excluyó de sus obras cuando habla del Madrid bombardeado
en 1937, el Árbol adentro que incendia una mirada, Salamandra, donde las
palabras arden: Como en el bosque en su lecho de hojas/ tú duermes en tu lecho
de lluvia/ tú cantas en tu lecho de viento/ tú besas en tu lecho de chispas.
Retrato
de Octavio Paz, 1938. Archivo General de la Nación/ Archivo fotográfico Enrique
Díaz Delgado y García
Están
el tiempo y la memoria, la transparencia del verso y el transparente misterio
del agua que bebemos, el amor porque amar es combatir, la palabra, el cuerpo de
la mujer, la escritura, el mundo que nace cuando dos se besan en medio de la
guerra: Los dos se desnudaron y besaron/ porque las desnudeces enlazadas/
saltan el tiempo y son invulnerables.
Allí
está la voz del poeta que se transforma en la voz de los lectores y la voz de
la mujer que es Eloísa, Perséfona, Melusina que son todas las mujeres y
ninguna. También están las paredes de tezontle, los cerdos vestidos de policía,
los jefes tiburón, los burros pedagogos y la democracia, la falsa aspiración de
algunos y la desilusión de muchos.
En
una carta a Tomás Segovia, fechada el 6 de septiembre de 1965, Paz le confiesa
que Piedra de sol “es ‘lo que está después’ de mis experiencias surrealistas y
simultáneamente ‘lo que va al encuentro del surrealismo’”. Y añade un dato que
refrenda su dicho: “los seis o siete primeros versos los ‘oí’ dentro de mí,
precisamente en endecasílabos, un mediodía cuando iba en un taxi por la avenida
Insurgentes. Estos versos querían ser…”
Después
de esos primeros versos, escribió su poema en cuatro o cinco sentadas, cada una
de ocho o diez días, separadas por meses de silencio.
Con
Elena Poniatowska fue más explícito: empezó el poema como un automatismo y
después intentó “utilizar la imagen verbal y orientarla un poco… Fue un caso de
colaboración entre lo que llamamos el inconsciente, y que para mí es la
verdadera inspiración, y la conciencia crítica y racional”. Otra potencia que
intervino en la escritura del poema fue la memoria. “La memoria es el origen de
la poesía. Por ser obra de la memoria Piedra de sol es una larga frase
circular. Empieza donde termina”.
Un
año antes de su publicación, el 16 de enero de 1956, un grupo de amigos se
reunieron con Octavio Paz en la galería de Excélsior para escuchar el poema.
Allí estuvieron León Felipe, Luis Cernuda, Juan Rulfo, Edmundo O’Gorman, Juan
Soriano y Maka Strauss. Los 300 ejemplares de su primera edición fueron,
seguramente, una especie de acelerador de partículas para esos asistentes.
Aunque
los jóvenes de ahora poco tienen que ver en materia de gustos con los de 1956
(pasaron de Moby Dick, de John Huston, a la serie Breaking Bad y de los cafés
con leche al té chai) unos y otros encuentran en los 584 endecasílabos
perfectos de Piedra de sol la otra voz. La voz que nos habla y que a veces nos
sorprendemos escuchándola en el rumor de la sangre.
Alguna
vez Octavio Paz dijo que los árboles son la imagen de la persistencia de la
vida frente a la inclemencia, frente a la ferocidad de los elementos: frente a
la lluvia, frente al frío, frente al fuego y las inundaciones. Los humanos, los
leones, las aves huimos ante la adversidad y a veces para defendernos,
atacamos. Los árboles, sin moverse, se defienden. A veces sobreviven. Piedra de
sol es uno de esos árboles: un sauce de cristal, un chopo de agua. Sobrevivirá
por su propio impulso, por su arquitectura
verbal que al decirla se disipa. Sobrevivirá y permitirá ver a los
lectores futuros otros textos de Octavio Paz, otros poemas
La foto es del archivo Tomas Montero DR
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