Libre,
pero “80 por ciento muerto”/RAFAEL
CRODA
Revista Proceso # 1974, 30 de agosto de 2014
El
martes 26 fue excarcelado Jhon Jairo Velásquez Vásquez, El Popeye, exjefe de
sicarios del capo colombiano Pablo Escobar. Pasó en prisión 23 años por
asesinar a 200 personas, participar en los homicidios de 3 mil más y cometer
200 atentados. Su liberación ocurrió en medio de fuertes medidas de seguridad y
su paradero es desconocido. No es gratuito: se granjeó enemigos a granel tras ofrecer
testimonios que sirvieron para condenar a líderes políticos, funcionarios de
alto nivel y narcotraficantes; “80% a que me matan cuando salga de prisión”,
dijo a Proceso en febrero del año pasado.
BOGOTÁ.-
Jhon Jairo Velásquez Vásquez, El Popeye, exjefe de sicarios del líder del
Cártel de Medellín, Pablo Escobar Gaviria, es desde el pasado martes 26 un
hombre “80% muerto”. Ese día recobró su libertad tras pasar 23 años en prisión
y siempre supo que al volver a la calle sus posibilidades de sobrevivir serían
escasas.
Además
de los 200 homicidios que cometió directamente, el lugarteniente de mayor
confianza de Escobar participó en la muerte de más de 3 mil personas y en unos
200 atentados con carros-bomba. Sus víctimas abarcan civiles, policías,
políticos, funcionarios judiciales, a su propia novia, Wendy Chavarriaga, y a
criminales cuyos deudos y cómplices están habituados a hacer justicia por
propia mano.
En
febrero del año pasado, durante una entrevista con este corresponsal (Proceso
1985), El Popeye se refirió así a sus posibilidades de sobrevivir al salir en
libertad: “80% a que me matan y 20% a que corono”.
Con
esa certeza, un día antes de ser liberado solicitó a la Defensoría del Pueblo
de Colombia (equivalente a la Comisión Nacional de los Derechos Humanos) la
protección necesaria para salvaguardar su vida al salir de la prisión de máxima
seguridad de Cómbita, Boyacá (170 kilómetros al noreste de Bogotá), donde pasó
los últimos 12 años casi solitario, en el pabellón más resguardado y
fortificado del presidio.
El
defensor del pueblo en la región de Boyacá, William García, se hizo presente en
la cárcel la noche del martes 26 en compañía de una veintena de agentes y tres
vehículos de la Policía Nacional de Colombia (PNC). Se encontró con El Popeye
en el área de egresos y durante 10 minutos constató su estado físico y verificó
los documentos de liberación.
“Hablamos
unas cuantas palabras. Lo vi un poco extrañado y un poco impresionado porque
iba a obtener su libertad, pero en general tranquilo y contento. Lo único que
comentó es que después de 23 años no iba a ser fácil volver a la selva de
cemento”, dice García a Proceso.
El
Popeye, de 52 años y quien debe su apodo a su breve paso por la Escuela Naval
de la Armada en su juventud, vestía pantalón de mezclilla, tenis y una sudadera
blanca de algodón.
García
lo entregó a cuatro efectivos de la PNC, quienes lo condujeron, con apoyo de
guardias del Instituto Nacional Penitenciario y Carcelario (Inpec) que lo
rodearon con escudos blindados, a una patrulla con vidrios polarizados. Al
subir, el vehículo policiaco encendió las torretas y se colocó en medio de una
caravana de automóviles. Atrás de la patrulla, en un sedán, viajaba el defensor
regional del pueblo.
En
las afueras de la prisión se arremolinaba medio centenar de periodistas que
sólo alcanzaron a ver cruzar la caravana, la cual tomó la carretera contigua a
la cárcel rumbo a Bogotá. Eran las 21:05 horas.
“Iban
a más de 100 kilómetros por hora”, dijo un testigo, quien observó cómo dos
patrullas de la PNC interrumpieron algunos minutos el tránsito por la carretera
para impedir que los vehículos de los periodistas o cualquier otro automóvil
siguieran al Popeye.
Dos
horas después, la caravana que escoltaba al sicario favorito de Escobar llegó a
un puesto de policía conocido como Comando de Atención Inmediata (CAI), en el
norte de Bogotá, donde los uniformados de Boyacá entregaron a sus compañeros de
esta capital al recién liberado.
García
relata que verificó de nueva cuenta el estado físico del Popeye y esperó a que
los policías redactaran un acta en la que quedó constancia de que el
delincuente –uno de los tres únicos sobrevivientes de la cúpula del Cártel de
Medellín– se mantuvo en buen estado durante las dos horas y media en que la PNC
lo mantuvo bajo su custodia con el acompañamiento de la Defensoría del Pueblo.
A
las 11:15 de la noche, de un automóvil negro estacionado a unos metros del CAI
bajaron tres hombres, uno de los cuales saludó de mano al Popeye en presencia
de varios uniformados. El exreo subió al vehículo, que se perdió en las calles
bogotanas.
“La
policía lo entregó a esas personas. No sé si eran familiares de él o amigos.
Tampoco tengo conocimiento de que tenga protección oficial. Ignoro quién lo va
a cuidar”, señala García.
Desde
esa noche el paradero del Popeye es un misterio. Diferentes medios colombianos
sostuvieron que su destino sería Bogotá, una ciudad que por su tamaño y por su
población de 7.7 millones de habitantes le ofrece mayor cobertura, o la
noroccidental Medellín, cuna del temido cártel de las drogas que lideró Escobar
durante los ochenta y principios de los noventa.
Cuando
sea libre
En
febrero del año anterior, cuando Proceso entrevistó a El Popeye en el penal de
alta seguridad de Cómbita, la expectativa de su liberación lo mantenía ansioso.
De mente ágil e inteligencia superior al promedio, según los estudios
psicológicos a que fue sometido durante su reclusión, el exsicario criado en
Medellín pasaba muchas horas del día pensando en cómo sería su vida fuera de
las rejas.
Sabía
que, de acuerdo con los códigos del hampa, su sobrevivencia en la calle estaba
en entredicho. “Pero yo tampoco soy huevón (pendejo, en argot colombiano), yo
me cuido, y si un tipo viene a matarme, pues yo me defiendo. Yo no soy
suicida”, aseguró.
El
Popeye dijo que al salir de prisión buscaría a una mujer buena, bonita y
austera con la que pensaba compartir la “fortuna pequeña” que le quedó de sus
días de jefe de sicarios de Escobar Gaviria y la cual le daría para vivir con
modestia, “como clase media-media”, el resto de su vida.
Como
gran parte de los oriundos de Antioquia, el departamento cuya capital es
Medellín, Velásquez Vásquez gusta del tango. En el penal de Cómbita añoraba los
acordes del bandoneón y la lírica desgarradora de ese género musical.
“Cuando
salga –aseguró– voy a escuchar mucho tango. El tango es hecho para el hombre
que sufre. Para usted gustarle el tango debe haber estado casado con unas tres
puntas que lo hagan sufrir como un verraco (cabrón), debe haber matado a unas
dos de esas, haber pagado por ahí unos 20 años de cárcel, y haber visto la
sangre y la violencia. Ahí sí le sabe rico el tango con una cervecita fría.”
De
acuerdo con El Popeye, una vez libre intentaría llevar una vida cristiana y
católica, “como lo ordena Dios”, y haría “lo que haya que hacer” para
protegerse de sus múltiples y poderosos enemigos.
Su
testimonio fue determinante para llevar a la cárcel al expolítico del Partido
Liberal Alberto Santofimio, como coautor intelectual del asesinato del
precandidato presidencial de ese partido, Luis Carlos Galán, perpetrado por
sicarios del Cártel de Medellín en agosto de 1989. Además fue testigo del
proceso por el atentado explosivo de esa organización delictiva contra un avión
de Avianca, en el cual murieron 107 personas en noviembre de ese año. Él mismo
confesó su participación en ese hecho.
El
Popeye dijo que si lo matan, las autoridades judiciales tendrán miles de
sospechosos por investigar. “Pero yo conozco la vida y la muerte y ahí me
entretengo, cuidándome. Así como yo era bueno para buscar, soy bueno para
esconderme”, aseguró a este semanario hace 18 meses.
Hombre
nuevo
Antes
de salir en libertad, el jefe de sicarios de Escobar grabó un video para el
Inpec en el cual dijo ser “un hombre totalmente nuevo”.
El
día de su liberación el hombre procesado por homicidio, terrorismo, secuestro
agravado, narcotráfico, lesiones personales y concierto para delinquir escribió
una carta dirigida a los familiares de sus víctimas en la que les pide perdón y
manifiesta estar arrepentido de sus crímenes.
El
presidente jurídico de la Fundación Colombia con Memoria, Federico Arellano,
quien perdió a su padre en el atentado de 1989 contra el avión de Avianca,
repudió la liberación del exsicario y dijo que “23 años de prisión es muy
poquito para alguien que participó en 3 mil asesinatos”.
El
Popeye quedó en libertad condicional por decisión del juez Yesid Rodríguez.
Estará sujeto a un periodo de prueba de 52 meses y 22 días, durante los cuales
tendrá que mostrar un excelente comportamiento y reportarse una vez al mes con
un juez en cualquier parte del territorio.
Para
el jurista Carlos Medellín, cuyo suegro, el periodista y director de El
Espectador, Guillermo Cano, fue asesinado por el Cártel de Medellín en 1986, El
Popeye es “un esquizofrénico que ha contado verdades, verdades a medias y
mentiras que no concuerdan con nada”.
De
acuerdo con Medellín, “el gobierno debe tener cuidado porque es un loco y un
loco peligroso al que hay que seguirle la pista para garantizarle al resto de
los colombianos que no volverá a delinquir”.
El
ministro de Justicia, Yesid Reyes, dijo que es entendible que las víctimas y
afectados por los atentados de Velásquez manifiesten su inconformidad por su
liberación, “pero jurídicamente ya cumplió su pena”, la cual fue reducida a
cambio de su entrega a la justicia en 1992.
El
Popeye reveló a Proceso que viajó varias veces a México a finales de los
ochenta como emisario del jefe del Cártel de Medellín, a fin de entrevistarse
con el entonces jefe del Cártel de Juárez, Amado Carrillo Fuentes, El señor de
los cielos. Dijo que la sociedad entre los dos fallecidos capos fue muy
rentable para ambos hasta 1991, cuando Escobar se entregó a la justicia
colombiana.
De
acuerdo con el delincuente, cuando Escobar estaba preso, “Amado Carrillo le
robó al Patrón como 12 mil kilos de cocaína. Esto lo hizo en alianza con el
Cártel de Cali, que estaba en guerra con nosotros. Entonces ahí se terminó la
sociedad”.
Escobar
pensó en vengarse del jefe del Cártel de Juárez, pero “mandar 20 sicarios de
Medellín a México… se los tragan vivos en 10 minutos”, señaló.
El
Popeye, único sobreviviente del Cártel de Medellín junto con Roberto Escobar,
El Osito, hermano de Pablo, y Carlos Mario Alzate Urquijo, El Arete, sostuvo
que el jefe del Cártel de Sinaloa, Joaquín El Chapo Guzmán –quien en esas
fechas se encontraba libre–, caería preso.
“En
muy poco tiempo El Chapo Guzmán va a caer –dijo en febrero de 2013–. ¿Por qué?
Porque el bandido tiene que tener suerte todos los días, las 24 horas, y el
policía necesita un minuto de suerte para agarrarlo”. El jefe del Cártel de
Sinaloa fue capturado en Mazatlán en febrero pasado.
La
voz de la calle
Carlos
Arcila, coordinador de la Mesa de Derechos Humanos del Valle de Aburrá en
Medellín, señala que en las comunas de esa ciudad hay preocupación por el
eventual regreso del Popeye al mundo criminal.
“En
las calles de las comunas (barrios marginales) de Medellín hay mucha
expectativa y temor de que pueda suceder algo, que vaya a venir El Popeye a
buscar las caletas (escondites) de dinero que supuestamente dejó Pablo Escobar.
Eso produce miedo y alarma en un sector del mundo criminal. Tenemos que estar
pendientes de que no sea un factor de violencia. Para Medellín sería mejor que
no regrese”, sostiene.
El
presidente de la Corporación para la Paz y el Desarrollo Social de Medellín,
Luis Fernando Quijano, especialista en el crimen organizado en esa ciudad,
sostiene que durante los 23 años que El Popeye pasó en prisión hubo cambios
profundos en el mundo local del hampa “que no le favorecen en nada porque los
nuevos patrones (la Oficina de Envigado y Los Urabeños) son los que le ganaron
la guerra al Cártel de Medellín”.
Dice
que el exsicario de Escobar “forma parte del grupo que perdió la guerra y aquí
su vida no vale nada, sobre todo cuando ha hecho fuertes denuncias contra
grupos mafiosos muy poderosos. Medellín no es un buen lugar para que vuelva.
Tiene demasiados enemigos y no creo que vaya a cometer el error de pararse por
aquí. Más bien lo veo a la defensiva, organizando su seguridad y sin ninguna
incidencia en el mundo criminal”.
Quijano
aclara que “la única motivación que tiene para venir a Medellín son las famosas
caletas de Escobar, que él ha dicho que sabe dónde están, y los escondites de
armas del Cártel de Medellín, pero sería suicida”.
–¿Le
parece que es un hombre 80% muerto? –se le pregunta a Quijano.
–Yo
le pongo 90% a que lo matan, a menos que se convierta en una fuente de información
para la DEA y ellos lo protejan.
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