En las elecciones Turquía escogerá un nuevo presidente.; el vencedor sea Recep Tayyip Erdogan.
Erdogan
contra Erdogan/Eduard Soler i Lecha es coordinador de investigación del CIDOB (Barcelona Centre for International Affairs).
El
País | 7 de agosto de 2014
Las
elecciones presidenciales del 10 de agosto en Turquía tienen un nombre propio:
Recep Tayyip Erdogan, y una novedad decisiva: tras una modificación
constitucional, los turcos escogerán a su presidente por sufragio directo. Más
que una elección entre tres candidatos (Erdogan, Ihansoglu y Demirtas), estos
comicios parecen un plebiscito sobre el liderazgo de quien ha sido primer
ministro desde el año 2003.
Erdogan
ha avisado que no quiere ser un presidente al uso, que se contente con el papel
de árbitro de la vida política y el ejercicio de las más altas funciones de
representación del Estado. Si lo quisiera ser, no tiene el perfil adecuado ya
que entre sus cualidades no está ni la de generar amplios consensos ni la de
usar un tono conciliador con sus adversarios. Erdogan polariza, no deja a nadie
indiferente, o se le venera o se le detesta, y esto puede traducirse en un alto
nivel de participación en estos comicios.
Hasta
hoy se consideraba a Turquía un sistema parlamentario. No obstante, con la
elección directa del presidente evolucionará hacia un modelo semipresidencial.
Y más todavía si Erdogan gana las elecciones. Ya ha anunciado que piensa
aprovechar todas las competencias previstas en la Constitución, entre las
cuales está la posibilidad de presidir y convocar consejos de gobierno. En la
práctica, eso implicaría dirigir desde el palacio presidencial la acción de
gobierno, apoyándose probablemente en un primer ministro leal. De hecho,
Erdogan querría ir más lejos y aprobar, si consigue una amplia mayoría en las
elecciones legislativas de 2015, una nueva Constitución que tienda hacia un
modelo presidencialista. A medio plazo, Erdogan no oculta el sueño de seguir en
el cargo para cuando Turquía celebre el centenario de la creación de la
República, en 2023. Si lo consigue, habrá estado en la primera línea política
durante treinta años.
El
primer cargo importante de Erdogan fue como alcalde de Estambul, entre 1994 y
1998, en las filas de un partido islamista, el Partido del Bienestar. Se vio
obligado por la justicia a dejar el cargo por haber recitado un poema que decía
así: “Las mezquitas son nuestros cuarteles, sus cúpulas nuestros escudos, sus
minaretes nuestras bayonetas y quienes tienen fe, nuestros soldados”. La
lectura de estas líneas se produjo tras el “golpe de Estado blando” en que el
ejército, sin sacar los tanques a las calles, hizo caer el Gobierno de
coalición liderado por el ya fallecido Necmettin Erbakan y consiguió ilegalizar
el Partido del Bienestar. Este episodio explica, en buena medida, la
desconfianza de Erdogan hacia la justicia y su voluntad de someter las Fuerzas Armadas
a la autoridad civil.
Erdogan
volvió a la primera línea en 2002, si es que alguna vez la dejó. En noviembre
de ese año, las elecciones legislativas supusieron un varapalo para los tres
partidos que habían gobernado el país en la anterior legislatura y que
sufrieron el desgaste de una desastrosa crisis económica y de todo tipo de
escándalos. Pasaron de tener 350 escaños a quedarse sin representación
parlamentaria. El principal beneficiario de este terremoto electoral fue una
nueva fuerza política, el Partido de la Justicia y el Desarrollo (AKP, en sus
siglas turcas), creado por cuadros del ilegalizado Partido del Bienestar como
el propio Erdogan. Esta formación consiguió una confortable mayoría
parlamentaria a pesar de haber obtenido sólo el 35% de los votos. Erdogan no
pudo ser elegido diputado porque todavía pesaba sobre él la condena de
inhabilitación para ejercer responsabilidades públicas. Pero tras una
modificación legal y unas elecciones parciales en la ciudad de Siirt, consiguió
el escaño y ser nombrado primer ministro en marzo de 2003.
Empezaba
así la fase de Erdogan como primer ministro. Al hacer balance de estos 11 años
como jefe de Gobierno es habitual distinguir dos etapas. La primera se
caracterizó por notables avances en materia democrática. Estas reformas
permitieron a Turquía acercarse a la Unión Europea y en 2004 la Comisión
consideró que el país cumplía satisfactoriamente los criterios políticos
necesarios para iniciar, un año después, las negociaciones de adhesión. Durante
este periodo, Erdogan contó con el respaldo de sectores liberales, huérfanos de
representación política, que veían en el AKP un aliado para reducir el poder de
las Fuerzas Armadas en la vida pública, pasar página a un nacionalismo de
Estado excluyente y priorizar los derechos y libertades individuales. Los
primeros años de gobierno coincidieron con una fase de expansión económica, con
niveles de crecimiento del PIB de hasta el 8%, algo que sólo países como China
podían conseguir. En paralelo, Turquía aumentaba su presencia diplomática y
comercial, especialmente en los países vecinos.
La
segunda etapa empezaría en 2011, año en que Erdogan consiguió, por tercera vez,
una amplia mayoría absoluta, esta vez rozando el 50% de los votos. Algunos
analistas, no obstante, sitúan el cambio de ciclo algunos años antes. Esta
segunda etapa se caracteriza por un Erdogan que se siente respaldado por la
población, que es hostil a cualquier tipo de crítica y que percibe cualquier
ataque como parte de una conspiración a gran escala contra él. En consecuencia,
el clima político, especialmente durante el último año y medio, se ha ido
crispando, las crisis políticas se han hecho más frecuentes, a Erdogan le han
llovido acusaciones de limitar derechos y libertades y ha roto con antiguos
aliados.
Las
protestas de Gezi, entre mayo y junio de 2013, escenifican este aumento de la
tensión política y social. Empezaron con una acción reivindicativa contra la
destrucción de un parque del centro de Estambul pero en las protestas
posteriores acabaron confluyendo grupos políticos y sociales muy diversos
aunque unidos por su rechazo al Gobierno. En diciembre de ese año estallaba un
escándalo de corrupción que presuntamente afectaría a altos cargos y familiares
del AKP y del que Erdogan se ha defendido achacándolo a una maniobra
conspirativa. En marzo de 2014 Turquía volvía a atraer la atención mediática
internacional al prohibir, durante dos semanas, el uso de Twitter. En mayo, un
desgraciado accidente minero en Soma volvía a crispar los ánimos, con acusaciones
de la oposición de negligencia por parte del Gobierno y de falta de empatía
hacia las víctimas.
En
política exterior esta segunda etapa también ha sido convulsa. Turquía se ha
significado en su apoyo a la oposición siria, ha condenado de forma vehemente el
golpe de Estado en Egipto y sigue con preocupación el caos en Irak, con
desafíos como el secuestro en Mosul de 49 ciudadanos turcos, entre ellos el
cónsul, por parte del Ejército islámico. Las relaciones con Israel siguen
dañadas, con Estados Unidos se han enfriado y las negociaciones de adhesión con
la UE están en estado de coma inducido.
Erdogan
ha demostrado una gran capacidad de supervivencia a todo tipo de crisis y en
estas elecciones jugará con tres cartas. La primera es la económica,
prometiendo crecimiento económico, grandes infraestructuras y nuevas
oportunidades de consumo. La segunda carta es la del proceso de paz con el PKK,
con la promesa de poner fin, de forma definitiva, a décadas de violencia y, de
paso, aumentar el apoyo entre el electorado kurdo. La tercera, y quizás la más
importante, consiste en asociar su persona al país, dejando a entender que
quienes quieren que él fracase es porque quieren que Turquía también lo haga.
En
las elecciones presidenciales de agosto de 2014, Turquía escogerá un nuevo
presidente. Lo más probable es que el vencedor sea Recep Tayyip Erdogan. Si se
confirman estos pronósticos será él quien tenga que decidir qué tipo de
presidente quiere ser. ¿Querrá parecerse al Erdogan que como primer ministro
hizo grandes reformas, sometió el ejército al poder civil, acercó su país a la
UE y convirtió Turquía en un actor internacional imprescindible? ¿O, por el
contrario, querrá contribuir a polarizar todavía más a la sociedad turca,
limitando derechos, escudándose tras la acusación de ser víctima de una
conspiración y deteriorando la imagen internacional del país?
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