Eraclio
Zepeda/José
Woldenberg
Publicado en Reforma, 26
Dic. 2014
1.
En 1985 acompañé a Eraclio Zepeda en parte de su recorrido por Chiapas en busca
del voto para ser diputado por el PSUM. Realizamos mítines en Tuxtla Gutiérrez,
Simojovel, Las Margaritas y Ocosingo. En los últimos, la CIOAC (Central
Independiente de Obreros Agrícolas y Campesinos) tenía un fuerte arraigo y se
vivían días difíciles por un sinnúmero de conflictos agrarios. Junto con Laco,
el otro jefe de la comitiva era José Dolores López, el Lolo, un respetado
dirigente campesino que era entonces la mano derecha del legendario Ramón
Danzós Palomino. Eraclio -gordo, bigotón, con una sonrisa como la del gato en
la versión dibujada de Alicia en el país de las maravillas- fue el centro de
esa gira. Contó historias, historietas y leyendas. Lo hacía con una gracia y
concentración hipnóticas e hizo de esa parte de la campaña una delicia. En un
ambiente sombrío y preocupante sabía inyectar esas dosis de gusto por la vida
que hace más llevadera la actividad política. Precisamente por los múltiples
problemas agrarios que mantenían en tensión a una zona importante del estado
solicitamos una entrevista con el gobernador (y general) Absalón Castellanos.
Fuimos recibidos y el Lolo y otros compañeros le plantearon la explosiva
situación que se vivía y expusieron algunas rutas de solución. Para nuestra
sorpresa, el gobernador respondió algo como lo siguiente: "Miren amigos,
no nos hagamos tontos. Todos sabemos que los indios no se mueven ni dan
problemas si no es por los agitadores que los soliviantan". Me quedé mudo.
Entonces Laco le dio una lección de lo que pasaba en el campo como si estuviera
hablando con un niño de primaria. Admiré el temple, la paciencia y la capacidad
pedagógica de quien luego formaría parte de aquel pequeño grupo de diputados
(12) del PSUM, coordinado por Arnoldo Martínez Verdugo, y entre los que se
encontraban Jorge Alcocer, Pablo Pascual y Arturo Whaley.
2.
Vino entonces el segundo esfuerzo unificador de la izquierda mexicana con la
construcción del Partido Mexicano Socialista. En 1987, cinco agrupaciones se
fusionaron -PSUM, PMT, PPR, MRP y UIC- acicateadas por la cita electoral de
1988. Había que designar a nuestro candidato a la Presidencia y se decidió que
fuera a través de unas elecciones en las que participarían los afiliados al
nuevo Partido. Se registraron cuatro precandidatos: Heberto Castillo, José
Hernández Delgadillo, Antonio Becerra y Eraclio Zepeda. La mayoría de quienes
veníamos del MAP -vía PSUM- decidimos apoyar a Heberto. Era la personalidad más
conocida de la izquierda y nos parecía que si el secretario general de la nueva
agrupación -Gilberto Rincón Gallardo- provenía del PCM-PSUM, era justo que el
candidato a la Presidencia fuera del segundo partido entre los que se
unificaban (PMT). Aquella elección fue ejemplar. Los candidatos hicieron
campaña, los afiliados votaron, Heberto ganó y los otros contendientes
aceptaron los resultados. No recuerdo un solo roce con Eraclio, ni un gesto de
reclamo y menos una mala palabra porque no lo habíamos apoyado. Era -se decía-
una contienda entre compañeros y Eraclio dio el ejemplo de lo que es competir y
perder en buena lid.
3.
Lo leí por supuesto. Aquel Juan Rodríguez Benzulul, el hombre que quiso ser
otro y acabó colgado y sin lengua. Era como el río que "no cuenta lo que
ve... por eso no muere nunca. Todo lo guarda en el fondo", y cuando decide
hablar, convertido en otro, atrae la desgracia (Benzulul). O aquel Primitivo
Barragán, El Caguamo, que desata sin quererlo un rosario interminable de
muertes. Un hombre bueno, trabajador, cumplido y caliente que, al repeler la
agresión de quien debería ser su suegro, tiene luego que matar a los policías
que van por él y después hasta a su propia mujer, luego de que ésta aborta y se
deshace del hijo que espera con ansias Primitivo. Una especie de tragedia griega
en Jitotol (El Caguamo). Pero también sus cuentos sonrientes como los
recopilados en Horas de vuelo. En uno, el piloto Francisco Sarabia invita a sus
amigos de Yajalón a volar a Tuxtla para tomar unas cervezas bien frías, solo
para ser confundidos con una delegación que debía encabezar el gobernador de
Veracruz, Heriberto Jara (Cerveza fría). O el de Don Pacífico Muñoz, que al
constatar que su territorio se encuentra "arrugado" por montañas y
montañas, decide emprender el vuelo confeccionando unas alas parecidas y
proporcionales a las de las gallinas (Don Chicho que vuela). Humor, compasión y
ternura dibujan el aura de estos últimos cuentos.
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