Al
final ¿dónde y cuándo nació Jesús?/JUAN ARIAS
El País, 23 DIC 2014
La
Navidad es una bella y tierna leyenda ya que Jesús no nació ni el 24 de
diciembre, ni en Belén, ni en un pesebre
Cada
año, al acercarse la Navidad hay siempre quien me pregunta, recordando mis
estudios bíblicos: “¿Donde nació de verdad Jesús?” ¿Es verdad que no nació en
Belén sino en la minúscula aldea de Nazaret, en la región de Galilea?
¿Es
cierto que no nació el 24 de diciembre? ¿Se sabe lo que hizo hasta aparecer en
público con 30 años? ¿Estaba casado? ¿Tuvo hijos? ¿Por qué lo mataron? ¿Por
revolucionario político o por desafiar el poder del Templo judío?
La
Navidad tal y como la viven los cristianos, católicos, protestantes o
evangélicos es hoy más bien una leyenda según los expertos en estudios
bíblicos. Una bella y tierna leyenda creada, para que se cumplieran las
profecías según las cuales el Mesías debería ser de la estirpe de David que
había nacido en Belén.
Se
decidió que fuera el 24 de diciembre porque era la gran fiesta de Roma, la
fiesta al dios Sol. La Iglesia bautizó como cristiana la gran festividad pagana
de los romanos.
Otro
de los argumentos de los biblistas para defender que Jesús nació en Nazaret se
refiere al hecho de que a los judíos se les designaba o por el nombre del padre
o por el del lugar del nacimiento. Jesús debería haberse llamado o Jesús de
José o Jesús de Belén, algo que no aparece en ningún texto evangélico. En
ellos, en todos, se le llama siempre Jesús de Nazaret.
Una
cosa es cierta: nadie sabe lo que Jesús hizo hasta los 30 años que es cuando
aparece en público. Se ha querido defender últimamente que Jesús era
analfabeto. Nada más falso. Si acaso, el misterio radica en saber como sabía
tanto tras haber vivido hasta entonces encerrado en el pequeño pueblo de
Galilea trabajando como carpintero o peón de albañil.
En
efecto, a los 30 años Jesús se muestra capaz de discutir con los doctores de la
ley, conocía los textos sagrados del judaísmo, varias culturas como la griega o
la de los gnósticos y otras religiones como el budismo.
Jesús
era culto y hasta intelectuales como Nicodemo iban a encontrarse con él de
noche, a escondidas, para discutir temas filosóficos como el de la metamorfosis
indispensable para poder dar un salto cuántico del frío culto a la ley a la
libertad de espíritu del nuevo Reino por él anunciado.
Nacen
así las hipótesis de que en vez de haberse quedado en Nazaret hubiese podido
viajar a Egipto y hasta a la India durante su juventud. Conocía bien la cultura
griega. Cuando los apóstoles le presentan un grupo de griegos que querían
conocerle, usa con ellos de una fina ironía. A sabiendas de que para ellos la
belleza corporal era fundamental y criterio de poder, Jesús les cuenta la
parábola de la simiente, la cual si no se pudre en la tierra y no se la cubre
de estiércol, no nacerá ni dará frutos. Lo opuesto a los puros criterios de la
estética de la belleza griega.
¿Qué
si Jesús estaba casado? Pocos teólogos y expertos en cuestiones bíblicas tanto
católicos como protestantes lo ponen hoy en duda. Era práctica inconcebible
para un judío de su tiempo no tener familia y descendencia ya que el judaísmo
se transmite de madre a hijo.
Tan
fuerte era ese motivo que en la Biblia a los patriarcas cuyas esposas eran
estériles, Dios les pedía que se acostasen con una de las esclavas para darles
descendencia. Fue el caso, por ejemplo, de Abraham casado con Sara que no podía
procrear.
Jesús
estuvo casado sin duda con la Magdalena que no era, como sostuvo durante siglos
la Iglesia, una prostituta o endemoniada
¿Con
quién estaba casado? Sin duda con la Magdalena, que no era, como sostuvo
durante siglos la Iglesia, una prostituta o endemoniada. Con mucha probabilidad
era una conocedora de la doctrina gnóstica, como aparece en algunos evangelios
de aquella secta. A ella confiaba sus mayores secretos, algo que despertaba los
celos de Pedro: “¿Por qué a ella y no a nosotros?”, se pregunta en uno de los
evangelios gnósticos.
De
no haber sido su mujer no hubiese sido a ella a quien se le apareció el día de
la resurrección, antes aún que a su madre. Pedro se quedó perplejo
preguntándose por qué no se les había aparecido a ellos, sus discípulos, ya que
además las mujeres no contaban nada, ni eran creíbles en aquel tiempo. Ni
siquiera como testigo ante un juez.
Fue
siempre ese hecho el gran quebradero de cabeza de Tomás de Aquino, doctor de la
Iglesia, que se murió sin entender por qué Jesús no se apareció antes que a
nadie a Pedro, que era el jefe del grupo de apóstoles y lo hizo a una mujer.
¿Entonces,
si no nació en Belén ni el 24 de diciembre vale la pena celebrar la Navidad?
Sí, porque esa leyenda lleva en su entraña la añoranza del ser humano de
pararse una vez al año para celebrar la vida, para apostar por la paz, un
paréntesis para el perdón y la aceptación de los otros, sobretodo de los
diferentes.
¿No
fue por ser diferente, por no doblegarse al poder tirano e injusto, por
predicar el perdón, bendecir a prostitutas y endemoniados y tocar a leprosos
por lo que Pilatos mandó clavarlo aún joven en una cruz? Dónde y cuándo nació
importa menos.
Mi
amigo Jorge Perelló me escribe para felicitarme la Navidad, que dice “existe
sólo para los rechazados”, y añade: “el resto es leyenda, historia y hasta
superstición”.
Es
cierto, pero en ese caso en la Navidad cabemos todos ya que de un modo u otro
todos somos de algún modo rechazados por alguien, pobres de algo, solitarios,
exiliados, a veces de nosotros mismos y a la vez buscadores de esa paz que el
mundo rechaza porque es más fácil matar o mandar matar, que amar y perdonar.
Por
eso, a pesar de todo,
¡Feliz
Navidad!
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