Carta de Singapur/Guy Sorman
ABC
| 6 de abril de 2015
La
muerte de Lee Kuan Yew a los 91 años, en el Estado que fundó, invita a
reflexionar sobre esta experiencia única. ¿Singapur es realmente un Estado o,
como decía el economista Milton Friedman, un «asunto de familia»? Cuando se
jubiló el fundador, puso al mando a su hijo, el actual primer ministro. Este me
contestó que Singapur era realmente un Estado porque tenía un Ejército y una
política exterior, pero la flota estadounidense es la que protege en realidad
la Ciudad.
En
cualquier caso, Singapur es un éxito económico desconcertante porque no encaja
dentro de ninguna categoría clásica, ni socialista, ni liberal. Sin duda habría
que considerarlo una forma de despotismo ilustrado, como las ciudades italianas
del Quattrocento o las utopías que se imaginaron en el Siglo de las Luces.
¿Podemos extraer alguna lección universal de esta singularidad?
Desde
Deng Xiaoping en 1979 (que procedía del mismo pueblo que Lee Kuan Yew, el hakka
del sur de China), los dirigentes de Pekín han mirado con lupa a Singapur, y
Lee Kuan Yew no escatimaba los consejos. La alianza entre una economía dinámica
y el autoritarismo político, buena para Singapur, ¿no lo era para China? Los
dirigentes de Pekín tomaron prestado de Singapur el carácter mixto de la
economía china y las infraestructuras públicas atractivas para los empresarios
privados. A los comunistas chinos les fascinó el PAP, el Partido de Acción
Popular (fundado por Lee Kuan Yew), que en unas elecciones casi libres obtiene
por lo general el 90% de los votos.
La
comparación termina ahí, porque la experiencia de una ciudad-Estado de seis
millones de habitantes parece inaplicable a un continente que cuenta con 1.500
millones de habitantes. Y Lee Kuan Yew fue un déspota, pero no fue sanguinario
como los comunistas chinos, ya que los intelectuales disidentes en Singapur,
que los hay, no son encarcelados, pero les ofrecen becas para estudiar en una
universidad occidental. A los rivales de Lee Kuan Yew se les nombraba a menudo
embajadores, con la condición de que se quedasen en su puesto, lo más lejos
posible.
Lee
Kuan Yew, formado en Gran Bretaña, como su hijo, sabía qué era el Estado de
derecho y sabía que la estabilidad del derecho era un requisito fundamental
para el desarrollo. Este Estado de Derecho está garantizado por una justicia
independiente, una Policía incorruptible y una burocracia por encima de
cualquier sospecha. Una de las características más originales de Singapur es
que los funcionarios están mejor pagados que los directivos de las empresas
privadas, lo que atrae a los mejores. En contrapartida, no se tolera ningún
tipo de corrupción, a diferencia de lo que sucede en China y en otros regímenes
autocráticos en general. Otra característica singular de Singapur es la
preferencia de Lee Kuan Yew por la propiedad privada de la vivienda. La ciudad
es un país de propietarios, ayudados por créditos ventajosos. Lee Kuan Yew
consideraba que la propiedad aburguesaba los espíritus y disuadía de votar a la
oposición.
Los
detractores de Singapur esgrimen por lo general dos argumentos principales. El
primero, de carácter económico, es que la ciudad se ha beneficiado de su
situación geográfica, un punto de paso obligado en una ruta marítima por la que
transita el 60% del transporte de mercancías mundial. Y es verdad, pero
recuerdo que en la década de 1960 reinaba en Singapur una extrema pobreza. Las
infraestructuras y la seguridad creadas por Lee Kuan hicieron el Singapur
actual.
La
otra crítica, esta política, lamenta la falta de libertad de expresión, el
desprecio a la oposición, e incluso el aburrimiento que existe en la ciudad.
Esta crítica fundada debe suavizarse, como se ha señalado anteriormente, por la
previsibilidad del derecho. Por otra parte, el hecho de que el régimen optase
por la seguridad puede justificarse por la heterogeneidad de la población y por
la presencia de una importante comunidad musulmana que no es ajena a los
llamamientos islamistas procedentes de los países vecinos. Cuando los imanes
predican en las mezquitas de Singapur, las puertas deben permanecer obligatoriamente
abiertas. Y, por último, Singapur evoluciona ya que no solo es menos aburrida,
sino que el PAP no descarta perder en el futuro las elecciones para iniciar una
democracia de alternancia.
Más
allá de estas circunstancias y de la personalidad de su fundador, se plantea el
complejo tema de la relación entre el desarrollo económico y la democracia. Por
el momento no se ha logrado encontrar una relación cuantificable y previsible.
India ha sido durante mucho tiempo una democracia con un índice de crecimiento
nulo; China es totalitaria y crece; Corea del Sur y Taiwan despegaron bajo las
órdenes de unos dictadores; el Chile de Pinochet progresaba más rápido que la
Argentina democrática, y Etiopía y Ruanda progresan sin democracia. Todos los
casos coexisten. El teorema de Samuel Huntington que planteaba que, a partir de
una determinada renta, todos los regímenes autoritarios se democratizan, solo
se demostró en Taiwan y en Corea del Sur, bajo la presión de EE.UU. Nos
plantearemos que existe, sin duda, una relación entre democracia y desarrollo,
pero demasiado compleja para teorizar sobre ella.
Pero
nos plantearemos también que la democracia y el desarrollo son unos valores en
sí que merece la pena alcanzar por luchas y medios que no necesariamente
coinciden. Al menos, habría que evitar que esos medios se opongan. Por ejemplo,
los militantes de la Primavera Árabe en Egipto luchaban por la democracia y
decían ser partidarios de un socialismo y de un nacionalismo antieconómicos.
Los tunecinos, en cambio, hacen que la democracia y la economía de mercado
progresen juntas. Y volviendo a Lee Kuan Yew, este se definía como
«pragmático», pero, por desgracia, el pragmatismo es un pensamiento poco
extendido.
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