500
años de ‘Utopía’/Francisco Martínez Mesa es profesor de Ciencia Política de la Universidad Complutense de Madrid.
El
País, 15 de mayo de 2016.
Inmersos
en tanta vorágine de aniversarios y conmemoraciones, quizás convendría
aprovechar para evocar la publicación en Lovaina en 1516, hace 500 años de una
obrita absolutamente decisiva en el devenir del pensamiento occidental, Del
estado ideal de una república en la nueva isla de Utopía, más conocida con el
título de Utopía. Su autor, el pensador, teólogo y político humanista inglés
Tomás Moro, difícilmente hubiera podido imaginar el formidable impacto de su
escrito y la trascendencia tuvo hasta el punto de acuñar un nuevo término.
Ahora
bien, ¿qué nos permite explicar su vigencia? Su autor nos describe una
comunidad ficticia, Utopía, ubicada en un territorio inexplorado, cuyos
habitantes viven bajo un clima de paz y armonía. Una imagen que nos remite a
una visión amable del mundo, tanto más gratificante cuanto contrasta con la
dura realidad vivida por los lectores. Algunos han considerado ese componente
placentero omnipresente en la obra como la clave de su considerable atractivo
por ser una vía de evasión de nuestros problemas cotidianos, pero… ¿es
realmente así? A decir verdad, la condición de los habitantes de Utopía dista
mucho de ser la ideal: son individuos normales y corrientes, tan viciosos o
virtuosos como lo pudiéramos ser nosotros. ¿Qué les separa a ellos entonces de
nosotros lectores? O mejor, ¿qué les permite a estos hombres disfrutar y gozar
de una vida apacible y grata, tan vedada a nosotros en la vida real?
Para
Tomás Moro, la existencia de sus compatriotas ingleses –y, por extensión, la de
los europeos de entonces- desde luego no era en absoluto ni feliz y ni mucho
menos esperanzadora. Ni para los ciudadanos más acaudalados, ni, por supuesto,
para el común de la población: la situación reinante era de desesperanza y
pesimismo general. La Corte, y las clases privilegiadas, asistían,
desorientadas y atemorizadas, a un ambiente social de violencia e inseguridad
crecientes. Pero la suerte de los sectores más desfavorecidos no era, desde
luego, mejor, enfrentados a una situación de creciente penuria de recursos y
trabajo, que podía acabar aun peor, en la mendicidad y la delincuencia. Lo que
más llamaba la atención al humanista inglés, sin embargo, era el extremo recelo
mutuo que se había ido imponiendo en el país, provocada por la instauración de
la propiedad privada como eje vertebrador de las relaciones sociales. La
divisoria establecida entre propietarios y no propietarios (de bienes o de trabajo),
y, sobre todo, la condición naturalmente excluyente de la propiedad –limitada a
un único titular- resultaban definitivos para Moro, a la hora de explicar aquel
escenario social gobernado por unos niveles de competencia e individualismo
atroz hasta entonces nunca contemplados, que inspirarían posteriormente a
Hobbes.
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