El
reportero que habría plantado a Lana Turner/David Jiménez, director de El Mundo.
El
Mundo, 15 de mayo de 2016
Llamé
a Fernando Múgica para quejarme de que no hubiera publicado una crónica que le
había enviado sobre los muyahidines en Afganistán. Me dijo que si lo prefería
podía cogerme un avión y ocupar su sitio en la mesa de edición de
Internacional, que en aquellos días posteriores a los atentados del 11-S
suponía pasarse el día cerrando páginas, además de tener que aguantar a
corresponsales convencidos de que todo los que escribían merecía tratamiento de
Pulitzer. «Tú editas la sección y yo me voy al frente, ¿trato?».
Fue
la primera y única vez que nos enfadamos y sé que no bromeaba cuando decía que
me cambiaría el puesto. Fernando era de esos reporteros de raza para los que,
como dijo Robert Capa, perderse una invasión era como tener que «rechazar una
cita con Lana Turner». Tuve la suerte de que fuera mi primer jefe en
Internacional cuando me marché de corresponsal: el maestro que me ayudó a limar
las impaciencias de reportero novel, me animó a tomar las fotografías de mis
reportajes y me aconsejó no hacer el idiota más de lo necesario, porque no
conocía a «ningún corresponsal muerto que haya enviado su crónica a tiempo».
Unos
días después de nuestra discusión le llamé para decirle que necesitaba regresar
a casa un par de semanas. El periódico envió en mi lugar a Julio Fuentes,
nuestro general de cuatro estrellas y uno de los reporteros míticos del oficio.
Al poco de entrar en Afganistán lo mataron en una emboscada y en adelante
compartí con Fernando un sentimiento de culpa que nunca nos abandonó del todo:
yo por haber pedido el reemplazo que llevó a Julio a una guerra que podría
haberse evitado y él porque se sentía injustamente responsable de que hubiera
tomado aquella carretera entre Jalalabad y Kabul donde fue asesinado.
Fernando,
que murió el pasado jueves a los 69 años, era el tipo cordial y humilde que han
descrito sus amigos. Pero no coincido con los nostálgicos que dicen que su
desaparición supone el fin de una época de reporterismo que ya no volverá,
porque él mismo se encargó de que recogieran el testigo los que venían detrás. Rosa
Meneses y Alberto Rojas, dos de nuestros periodistas jóvenes que han tomado ese
relevo, recordaban en un vídeo homenaje dedicado a Múgica cuánto les inspiró a
seguir sus pasos.Quizá por ello, porque sentía el compromiso de garantizar la
continuidad del oficio, se tomó con tanto entusiasmo su labor como maestro de
periodistas.
España
tiene hoy, a pesar de la precariedad y de años muy difíciles para los medios,
la generación de fotoperiodistas más reconocida internacionalmente de su
historia, liderada por Manu Brabo, Álvaro Ybarra Zabala, Maysun, Ricardo García
Vilanova y tantos otros que publican su trabajo en medios extranjeros de
prestigio y ganan premios antes vetados para los nuestros. En los conflictos
más arriesgados, y las guerras más olvidadas, periodistas como los
recientemente liberados Antonio Pampliega, José Manuel López y Ángel Sastre
siguen jugándose la vida por contar lo que pasa. Y otros colegas más veteranos,
como Javier Espinosa, Mikel Ayestaran o Marc Marginedas empiezan a inspirar ya a
la siguiente generación que busca emularles. Tiene razón Daniel Okrent, el que
fuera defensor del lector del ‘New York Times’, cuando dice que los periodistas
seguirán persiguiendo historias mientras los perros persigan coches por las
calles.
Más
difícil será volver a ver una figura más elegante y clásica que la de Fernando
en mitad del horror de la guerra, desenvolviéndose con la humildad de quienes
han visto demasiado como para creerse por encima de nadie. Con su barba cuidada
y rubia, sus ojos azules y su voz calmada, no habría desentonado en una
película de la época dorada de Lana Turner. Pero puestos a elegir, habría
preferido coger su Leica y marcharse al frente para retratar, como sólo pueden
hacer los grandes, las luces y las sombras de la condición humana.
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