Lenin
para jóvenes/José Félix Pérez-Orive Carceller, es abogado.
ABC, sábado 14 de mayo de 2016
En
Shanghái, en la casa museo de Chu En-lai (primer ministro de Mao), sita en el
distinguido quartier francés, le preguntan a su joven encargada si conoce quién
fue Chu Enlai; ella contesta que no, que está allí para mejorar nota. Lo cual
permite deducir que si la joven ignoraba que Mao y Chu masacraron a sus abuelos,
siguiendo las enseñanzas de Lenin, aún con mayor motivo muchos jóvenes
españoles pueden no conocerlo. La razón de resucitar a Lenin viene a cuento
porque sus herederos, los señores de Podemos, pretenden vendernos su momia
cérea con monsergas de posmodernidad, y para no caer en el timo de la burra
vieja, hay que dedicar al tema unos minutos.
lenin-para-jovenesAlgo
que ha distinguido a los leninistas es su obsesión por dominarlo todo,
empezando por establecer un nuevo lenguaje: la casta, los círculos…, les suena,
¿verdad? Lo confirmaba Stalin: «El arma más importante del control político es
el diccionario». Saben que una vez se asimilan los nuevos verbos ya nada es
igual: los sindicatos del pueblo no pueden convocar huelgas contra sí mismos; o
la Policía revolucionaria reprimir manifestaciones de indignados, porque la
indignación es vieja política y como vocablo ha sido ilegalizado.
Otro
dato de su comportamiento es la lucha contra las clases medias que subsisten o
el empresariado. No aspiran a requisar dinero al rico para dárselo al pobre, como
de forma aviesa pregonan. Buscan arrebatarles el poder que ese dinero les
permite. Agreden al capital o a los buenos profesionales para que se vayan o se
paralicen, malogrando su optimismo económico o las ganas de innovación; excusa
que les servirá más tarde para culparlos de la ineficacia de su sistema
igualitario, de los supermercados vacíos o del corralito financiero.
Al
podemita le obsesiona deshacerse de sus afines, sean estos los dubitativos del
PSOE, los pobres de IU o disidentes de su propio partido, como hizo Lenin con
mencheviques y socialistas. Les obliga a ello su contradicción interna de tener
que elegir entre el férreo control del poder que ambicionan y la promesa de
consultar a sus bases como forma democrática para llegar hasta él. Así que los
más honestos, y como en todo colectivo los hay, suelen ser los primeros
defenestrados, ustedes lo verán. Explicado en lenguaje para niños, los buenos
les llevan al poder, y los malos lo detentan.
Una
vez en el poder, el leninista se blinda contra sus propios códigos éticos, que
nunca cumple, con reglas no escritas que causan grima. La primera es que, hagan
lo que hagan, no hay que dimitir jamás (fíjense en cómo se han defendido sus
concejales y concejalas en el Ayuntamiento de Madrid). Una segunda es que,
enfrentados ante la peor de las evidencias incriminatorias, niegan o protestan
los hechos probados (los papeles de Chávez o las sentencias de algunos
tribunales que solo respetan cuando les favorecen). Por último, una vez
conquistado el poder, como en el caso de Venezuela, si perdieran unas nuevas
elecciones, entonces los comicios se motejaríán de ilegales por «haber
confundido al pueblo». Todo se subordina a una idea de dominio hegemónico. A
ver si no: un edil comunista acaba de decir que en España «sobran» diez
millones de ignorantes.
Ahora
bien, cuando un sistema que acumula tanta miseria precisa depurarse, las purgas
devienen tragedias. Lenin fusiló a los zares y a sus hijos, Stalin asesinó a su
rival Trotski, Kruchef a Beria, Fidel Castro al general Ochoa, y el grotesco
líder norcoreano atomiza a cañonazos a cuantos ministros ve soñolientos en sus
discursos. Traducido a nivel nacional, la progresista y pacífica China atacó a
la progresista y pacífica Vietnam, y esta invadió a la pacífica y progresista
Camboya, cuyo amor hacia el pueblo terminó en un horrendo genocidio patrio de
tres millones de personas a manos de los jemeres rojos; este es, por cierto, un
hecho recurrente: las guerras nunca son entre democracias.
¿Por
qué ya no se llaman comunistas o leninistas? Porque la pobreza que dejaron
donde estuvieron les es tan adversa que es mejor olvidarla. Cuando se abre la
nevera y solo quedan dos huevos duros hasta final de mes «acaban de toparse con
el socialismo real», relata con valentía Leonardo Padura, premio Príncipe de
Asturias, residente en La Habana. Cierto, en estos sistemas las enfermedades
más comunes lo son por falta de buena alimentación. Claro que, si escasea la
comida, entonces su mito de la medicina pública es un sarcasmo.
Hace
muchos años en Moscú hice cola cerca de diez minutos a 14 grados bajo cero para
visitar la momia de Lenin. Su perilla pelirroja estaba cuidada como si hubiera
salido hacía un rato de la barbería. Delante de mí iba una anciana que se
santiguó confundiéndolo tal vez con el brazo incorrupto de Santa Teresa. Eran
otros tiempos. La realidad es que en la Rusia de hoy todos los partidos se
quieren deshacer de los restos de Lenin y de sus orejeras ideológicas. Sería chocante
que a estas alturas nosotros las adquiriéramos para exhibirlas en la Puerta del
Sol. Claro que no sé si hay motivos para tanta alarma. La mayoría de la gente
en apuros no es tonta, a veces se le va la olla y vota «cabreo», pero cuando
sueña no se pierde por meandros dialécticos: quiere ir a Alemania.
Cien
años después de la Revolución de Octubre, deberíamos los demócratas en estas
elecciones dar sepultura definitiva a Lenin. Recordemos esto a los jóvenes: los
leninistas buscan que el odio, la revancha y lo horrible os parezcan normales,
pero bastante dura es ya la normalidad como para encima empobrecerla.
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