Una
paz cuesta arriba en Colombia/Marta Ruiz es periodista y consejera editorial de la revista Semana.
The
New York Times, Jueves, 24/Nov/2016
La
historia está llena de ejemplos de países que se han visto abocados a la
guerra, aun sin quererla, por la decisión arrogante y temeraria de sus
gobiernos. Colombia parece ser el caso contrario. El presidente Juan Manuel
Santos tendrá que sacar adelante la paz, muy a pesar de que aún medio país no
cree en ella.
El
proceso para ponerle fin al conflicto armado con las Farc ha polarizado tan
radicalmente a Colombia, que el nuevo acuerdo logrado el 12 de noviembre tendrá
que ser refrendado e implementado en el congreso, sin pasar por las urnas,
donde fue rechazado el pasado 2 de octubre.
Tras
el plebiscito, el proceso de paz entró en un limbo peligroso, a pesar de que el
cese al fuego definitivo ya estaba en marcha. Pasaron 40 días frenéticos en los
que el gobierno escuchó a los líderes del No, que obtuvieron una mayoría de
apenas 53.000 votos, o 0,43 por ciento de diferencia. A la cabeza del No están
dos expresidentes que intentaron hacer la paz con las Farc en el pasado y
fracasaron: Álvaro Uribe y Andrés Pastrana.
El
acuerdo de paz fue negociado durante cuatro años en La Habana no solo para que
la guerrilla abandone la lucha armada, sino para cerrar de una vez por todas la
espiral de violencia política en Colombia.
Se
identificaron los puntos que han sido determinantes en la persistencia de la
guerra interna: el problema campesino y la falta de una reforma agraria, la
precariedad de la democracia, la fallida lucha contra el narcotráfico, la
rampante impunidad ante la ley y el orden, y la reincorporación política de los
excombatientes para evitar el reciclaje de la violencia.
En
casi todos estos temas Uribe y los demás líderes del No son contrarios a los
cambios propuestos. En sus recomendaciones defendieron el modelo económico
rural, a pesar de que saben que el sector rural colombiano es uno de los más
desiguales del mundo. Criticaron todas las medidas para garantizarle a las Farc
y a sus bases sociales representatividad política, incluyendo la creación de un
partido. Y apoyaron la infructuosa guerra contra las drogas. Por último, se
negaron tercamente a reconocer los mecanismos de la justicia transicional.
Para
Uribe, Pastrana y sus seguidores, la única responsable de los crímenes graves
cometidos en medio siglo son las guerrillas.
Esos
sectores conservadores buscan mantener un statu quo que ha hecho de Colombia un
país fracturado territorial, social y políticamente.
¿Qué
representa entonces Santos? La derecha liberal, moderada y modernizante que ha
entendido que Colombia debe superar la violencia política para desarrollar su
potencial económico.
Aunque
su proyecto no ha calado lo suficiente y su decisión de evitar un nuevo
plebiscito es impopular, es el único camino para no echar por la borda un
acuerdo de paz tejido con filigrana.
Este
nuevo acuerdo, que fue pensado para una paz estable y duradera, entrará con
fórceps al ordenamiento jurídico y será atacado durante su implementación desde
muchos flancos. Si quienes lo repudian ganan las elecciones del 2018, con la
bandera de echarlo para atrás, Colombia se enfrenta al riesgo de un nuevo ciclo
de violencia.
Dado
que Santos no logró construir un consenso básico para el nuevo acuerdo, está
obligado a luchar por él en los 20 meses que le quedan de gobierno.
Primero,
debe mostrar victorias tempranas en la implementación, comenzando por el
desarme de las Farc. Ese es un hecho contundente que puede convencer a los
escépticos sobre las bondades de la paz.
Segundo,
debe mantener un diálogo político con diversos sectores sociales que se
sintieron excluidos en el proceso de paz, particularmente las élites locales y
emergentes, reticentes a un pacto con la guerrilla y tolerantes con formas de
violencia paramilitar. Sin ellas, la paz siempre será débil e inestable.
Uribe
y los suyos anunciaron que se van a la calle, a buscar un referendo contra los
puntos críticos del acuerdo, y a disputar la presidencia bajo la bandera de la
indignación. La misma que les resultó exitosa en el plebiscito.
Todo
indica, entonces, que las elecciones presidenciales del 2018 funcionarán como
referendo popular de este nuevo acuerdo. Por eso, finalmente, para enfrentar a
los adversarios se necesita una coalición inédita en Colombia, del centro hasta
la izquierda. Esta coalición tendría la bandera de la reconciliación en sus
manos, que no es poca cosa. Su éxito dependerá de que los líderes actúen con
grandeza, y de que este nuevo acuerdo se convierta en realidad lo antes
posible.
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