15 feb 2021

¿Erradicar el Covid y otros virus?/César Nombela

 


¿Erradicar el Covid y otros virus?/César Nombela es microbiólogo. Miembro de la Real Academia Nacional de Farmacia.

ABC, Lunes, 15/Feb/2021


Parecería una entelequia el título de este artículo, cuando la enfermedad infecciosa a la que se alude impacta en nuestras vidas de manera tan excepcional en plena transición de la segunda a la tercera década del siglo XXI. La emergencia reciente de un virus amenaza seriamente a nuestra salud, condiciona nuestras costumbres, aplasta a la economía y prolonga mucho más de lo esperado las incertidumbres que generaba hace apenas trece meses cuando tuvimos noticias de su existencia. Es la pandemia que hemos dado en llamar Covid-19 (siglas en inglés de ‘enfermedad producida por coronavirus’), desde que algunos organismos internacionales se apresuraron a buscar una denominación ajena al lugar geográfico de procedencia.

Los virus son entes biológicos elementales, ni siquiera son células sino que se reproducen invadiendo células, ya sean vegetales, animales o microbianas, para proliferar muchas veces de forma masiva. Al destruir a las células que los hospedan, afectan a muchos organismos incluido el hombre. Se estima que hay más de millón y medio de virus por conocer, la mitad pueden afectar al hombre; la ciencia tiene aún un vasto territorio por explorar en este capítulo de la vida microbiana.

El virólogo inglés David Tyrrel (1925-2005) investigó siempre sobre virus respiratorios humanos, en los sesenta encontró uno de estos virus asociado a catarros leves, cuya morfología le confería aspecto de corona. Junto con la escocesa June Almeida acuñaron el nombre ‘coronavirus’, porque la designación en latín sigue importando en el mundo científico. Tuve ocasión de asistir en 1984 a una conferencia de Tyrrel en la que sustanciaba una propuesta muy provocadora: se puede y se debe seguir aspirando a erradicar de la faz de la tierra a algunos virus patógenos de la especie humana.

Así había sucedido con el virus de la viruela, enfermedad que la OMS declaró extinguida en 1980, tras una intensa campaña de vacunación en todo el mundo. Extraordinariamente contagioso, el virus de la viruela estuvo presente en la historia de humanidad durante milenios, de su elevada virulencia dan cuenta los 300 millones de muertes que causó sólo en el siglo XX. Con esta erradicación de la viruela, el debate se tornaba en si era adecuado mantener algún ‘stock’ del virus vivo que la producía, en laboratorios de investigación, o se debía proceder a su destrucción definitiva.

Era posible ya hace cuatro décadas plantear la erradicación de determinadas enfermedades infecciosas y así se ha venido haciendo a través de programas de ponen en el punto de mira especialmente a infecciones víricas. De entre ellas, el sarampión y la poliomielitis se señalaban como los dos primeros objetivos, tras el éxito con la viruela, por ser dos agentes infecciosos que afectan solamente al hombre, para los que era posible disponer de vacunas muy eficaces. Desgraciadamente, sabemos que tanto el sarampión como la poliomielitis distan mucho de estar erradicadas; así lo demuestran por ejemplo los más de 400.000 casos de sarampión por año, aunque la mortalidad que producen se haya reducido notablemente en tiempos recientes. Pero ello no significa que haya que abandonar esfuerzos en esta línea de vencer globalmente a los muchos agentes infecciosos, especialmente cuando la humanidad en su conjunto se ve condicionada por una pandemia en su diario vivir.

Nos impacta el que las medidas más inmediatas para evitar el contagio del coronavirus sean de corte medieval: protección respiratoria, distancia de seguridad, detección de infectados, aislamiento, cuarentena. Todo ello a pesar de que el despliegue de recursos para estas investigaciones en el mundo ha sido espectacular. Pero, los progresos se nos siguen mostrando muy reduccionistas. Podemos aislar y controlar fenómenos concretos profundizando mucho en su naturaleza, pero dominar la complejidad de sus interacciones requiere más esfuerzos y más tiempo. Un tiempo que pasa delante de nosotros, incapaces de evitar tanta muerte y tanto dolor.

Muchos ejemplos lo ilustran. Desde hace un año se conoce la secuencia genética del virus SARS-CoV-2, el agente etiológico de la pandemia, pero está por esclarecer cómo pudo generarse desde el reservorio de coronavirus que es el murciélago y hacerse tan infeccioso y transmisible entre humanos. No está claro si hubo un hospedador intermedio entre el murciélago y el hombre. Con pruebas de laboratorio muy precisas podemos detectar el rastro del virus en el organismo humano, pero las preguntas sobre la evolución del virus y la aparición de variantes genéticas (¿más contagiosas, más patógenas?) desbordan nuestras posibilidades de predicción.

También ha sido posible demostrar que la respuesta inmunitaria del organismo humano, frente al virus, se puede provocar por vacunación. Pero, las vacunas contra el Covid, extraordinariamente innovadoras, se han tenido que aprobar por procedimientos de urgencia, previstos en normas que aceptan el que parte de la información queda pendiente. Se necesita más tiempo para conocer la duración de la inmunidad vacunal, y, además, se requiere un esfuerzo ingente para lograr un nivel de inmunidad colectiva vacunando a un porcentaje suficiente de la población.

La complejidad de las leyes que rigen en el universo biológico impide que todas las circunstancias que rodean a una pandemia como la que vivimos puedan predecirse en estos momentos. Pero, hemos de seguir aspirando a que el conocimiento científico, el que se puede lograr a estas alturas de la historia, permita diseñar intervenciones, médicas y de salud pública, que atajen los efectos de una pandemia tan global como el Covid. El virus SARS-CoV-2, el productor del Covid, reúne dos características fundamentales para ser un candidato a la erradicación. Por un lado el reservorio del virus es el ser humano, su presencia en animales, detectada según algunas informaciones, no es seguro que suponga una vía de contagio. Por otro, en un tiempo récord se han podido producir vacunas que protegen de la infección, aunque en este aspecto queda mucho por mejorar. Las agencias regulatorias de medicamentos en el mundo occidental han aprobado ya tres vacunas que se están empleando. La experiencia sobre los resultados que pueden aportar, tanto en prevenir el contagio de los vacunados, como en evitar que contagien, se ve enriquecida día a día. Seguirá habiendo novedades, quizá las más relevantes están por llegar. La principal es que podamos atisbar el fin de la pandemia.


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