Biden tuvo razón/Charles A. Kupchan
Project Syndicate., Martes, 17/Ago/2021
MARCUS YAM / LOS ANGELES TIMES
Ha sido terriblemente desalentador ver la avalancha talibán conquistando Afganistán y deshaciendo en cuestión de meses dos décadas de esfuerzos del pueblo afgano y la comunidad internacional por construir un estado decente, seguro y funcional. Los talibanes envolvieron el país con pasmosa rapidez el domingo pasado, cayendo sobre Kabul y provocando la huida del Presidente Ashraf Ghani.
La toma de Afganistán por parte de los talibanes, prácticamente sin contendores, ha hecho surgir preguntas obvias sobre la sensatez de la decisión del Presidente estadounidense Joe Biden de retirar del territorio afgano las fuerzas estadounidenses y de la coalición. Sin embargo, y paradójicamente, la rapidez y facilidad del avance talibán no hace más que reafirmar que Biden tomó la decisión correcta y que no debería revertirla.
La ineficacia y el colapso del ejército y las instituciones de gobierno afganas sustentan gran parte del escepticismo de Biden de que los esfuerzos impulsados por EE.UU. por afianzar al gobierno de Kabul lograran alguna vez el objetivo de que se sostuviera en sus propios pies. La comunidad internacional gastó cerca de 20 años, varios miles de vidas y billones de dólares en beneficiar a Afganistán: derribar a al-Qaeda; hacer retroceder a los talibanes; apoyar, entrenar y equipar al ejército afgano; afianzar las instituciones de gobierno; e invertir en la sociedad civil del país.
Se lograron avances significativos, pero no suficientes. Como ha revelado el veloz avance de los talibanes, ni siquiera dos décadas de apoyo constante no pudieron crear instituciones afganas capaces de mantenerse por sí mismas.
Esto se debe a que la misión partió fatalmente mal desde el principio. Era ilusorio intentar convertir a Afganistán en un estado unitario centralizado. La difícil topografía del país, su complejidad étnica y las lealtades tribales y locales producen una fragmentación política duradera. Su difícil vecindario y la hostilidad a las interferencias externas vuelven peligrosa la intervención extranjera.
Estas condiciones insoslayables causaron el fracaso de cualquier intento de hacer de Afganistán un estado moderno. Biden tomó la difícil y acertada decisión de retirarse y poner fin a un esfuerzo condenado en búsqueda de una meta inalcanzable.
La retirada también se apoya en la realidad de que, si bien Estados Unidos no alcanzó a desarrollar una nación en Afganistán, sí logró su objetivo estratégico principal: evitar futuros ataques en su territorio o en el de sus aliados desde suelo afgano. EE.UU. y sus aliados han diezmado a al-Qaeda en Afganistán y Pakistán. Lo mismo vale para la rama afgana de Estado Islámico, que ha mostrado nula capacidad de realizar ataques trasnacionales desde Afganistán.
Mientras tanto, EE.UU. ha desarrollado una red global de asociados con quienes combatir el terrorismo a nivel mundial, compartir inteligencia relevante e impulsar conjuntamente las defensas nacionales contra ataques terroristas. Hoy EE.UU. y sus aliados son objetivos mucho más difíciles que en el 11 de septiembre de 2001. Al-Qaeda no ha podido llevar a cabo ningún ataque internacional de importancia desde las bombas en Londres en 2005.Por supuesto, no hay ninguna garantía de que los talibanes no den refugio a al-Qaeda o grupos similares, aunque eso sea altamente improbable. Les ha ido bien por su cuenta y tienen pocas razones para retomar su colaboración con grupos como al-Qaeda. También desean mantener una medida de legitimidad y apoyo internacional, lo que hace probable que sofoque las tentaciones de hacer de anfitrión a grupos que pretendan organizar ataques terroristas contra potencias extranjeras. Más aún, estos grupos tienen pocas razones para reagruparse en Afganistán cuando pueden hacerlo más fácilmente en otros lugares.
Por último, Biden está en lo correcto al mantener su decisión de poner fin a la misión militar en Afganistán, ya que hacerlo va en línea con la voluntad del electorado estadounidense. La mayoría de los estadounidenses, tanto demócratas como republicanos, ha perdido la paciencia con las “guerras inacabables” en Oriente Próximo. El populismo iliberal que llevó a la elección (y la cuasi reelección) de Donald Trump surgió en parte como una respuesta a la percepción de que Estados Unidos se estaba excediendo en sus intentos de influir sobre el Oriente Próximo ampliado. En un contexto de décadas de descontento económico entre los trabajadores estadounidenses, recientemente exacerbado por los devastadores efectos de la pandemia, los votantes quieren que los dólares de sus impuestos vayan a Kansas y no a Kandahar.
El éxito del esfuerzo de Biden por reparar la democracia estadounidense depende principalmente de recuperar la inversión interna; las propuestas de ley de infraestructura y bienestar social que se tramitan en el Congreso son pasos cruciales en esa dirección. Pero la política exterior también importa. Cuando Biden promete impulsar una “política exterior para la clase media”, tiene que cumplir propiciando una política de estado que goce del respaldo del pueblo estadounidense.
Afganistán se merece el apoyo de la comunidad internacional en el futuro, pero la misión militar liderada por EE.UU. se ha agotado. Triste es decir que lo mejor que la comunidad internacional puede hacer por ahora es ayudar a aliviar el sufrimiento por vías humanitarias y presionar a los afganos a que busquen la diplomacia, los acuerdos y la autolimitación a medida que su país intente lograr un equilibrio político pacífico y estable.
Charles A. Kupchan, Senior Fellow at the Council on Foreign Relations, is Professor of International Affairs at Georgetown University and the author of Isolationism: A History of America’s Efforts to Shield Itself from the World. Traducido del inglés por David Meléndez Tormen.
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¿Será Afganistán la tumba del imperio americano?/Pedro Baños Bajo
Las relaciones entre Kabul y Teherán siempre han sido tensas y complejas. Afganistán depende en gran medida de Irán para la llegada del combustible que necesita, pues carece de hidrocarburos.
A través de la frontera iraní entra habitualmente un tercio del combustible que consumen los afganos. Cuando las relaciones entre ambos países se han enturbiado, el Gobierno iraní ha limitado o impedido la entrada de camiones cisterna en Afganistán.
Los objetivos de Teherán respecto al país vecino son claros. Por un lado, disponer de un elemento de presión ante la comunidad internacional en relación con su controvertido programa de desarrollo nuclear.
Por el otro, mantener un Afganistán lo suficientemente debilitado e inestable como para que el país dependa de ellos. Para ello, Afganistán no debe disponer de una amplia capacidad económica o militar.
Además, Irán siempre estará del lado de cualquiera que se oponga a su gran adversario, Estados Unidos, y que impida su presencia en la zona.
Washington ha acusado en repetidas ocasiones a Teherán de entrenar y apoyar con armamento a los talibanes que han operado en el suroeste de Afganistán. Según Estados Unidos, los centros de instrucción se encontrarían principalmente en las inmediaciones de la frontera entre ambos países, así como en el Beluchistán iraní, próximo a Pakistán.
Teniendo en cuenta los cientos de miles de afganos refugiados en Irán, no ha sido difícil encontrar extremistas dispuestos a recibir entrenamiento para actuar en su tierra natal. No se debe olvidar que Irán ha servido de refugio a multitud de afganos, sobre todo durante la invasión soviética, cuando llegaron a territorio iraní al menos un millón de ellos.
Por otro lado, Teherán ha intentado siempre potenciar la influencia chií en la sociedad afgana, mayoritariamente suní, por lo que siempre ha considerado a la etnia hazara (mayoritariamente chií) y las provincias afganas fronterizas de Herat y Farah como integrantes naturales de su esfera de influencia.
En el marco de estas relaciones tan complejas, ambos gobiernos han mantenido durante los últimos 60 años un acuerdo que permite que los ríos de Afganistán proporcionen un caudal constante de agua a Irán, que sufre deficiencia hídrica permanente.
Por lo que respecta a Pakistán, las autoridades pakistaníes se han encontrado, incluso cuando han actuado con toda la buena fe posible, con la enorme dificultad de poner coto a la violencia extremista religiosa en su país. Especialmente en las zonas fronterizas con Afganistán.
El motivo es el alto grado de radicalización existente no sólo en una parte importante de su población, sino también entre sus propias fuerzas militares y policiales, por no mencionar los servicios de inteligencia.
Situación que ha complicado enormemente la solución del conflicto afgano al servir el territorio pakistaní como refugio para todo tipo de insurgentes y combatientes procedentes de Afganistán (o que se han preparado y entrenado allí).
Por otro lado, Afganistán es para el gobierno pakistaní el refugio al que acudirían en caso de ser atacados por India, su gran adversario geopolítico. Desde ahí lanzaría Pakistán su contraataque. Y por ello Pakistán ha intentado siempre mantener las mejores relaciones posibles con Afganistán, incluyendo ahí a los talibanes.
Tampoco debemos olvidar que India y Pakistán han dirimido sus diferencias en suelo afgano. Desde hace tiempo existe un enfrentamiento indirecto entre los servicios de Inteligencia de Islamabad y Nueva Deli en Afganistán.
Esta circunstancia se une a las reiteradas quejas pakistaníes de que los consulados indios de Kandahar y Jalalabad han proporcionado armas y dinero a las fuerzas opositoras al gobierno de Pakistán que actúan en las zonas tribales del noroeste del país. Es decir, en la provincia antes llamada Fronteriza del Noroeste (NWFP) y ahora Khyber Pakhunkhwa, así como en Beluchistán.
Cualquier vía de solución para Afganistán pasa por Pakistán. Un país que ahora está más próximo que nunca a China.
Aunque China mantiene una frontera mínima con Afganistán, sus intereses en el país son máximos. China ofrece a Kabul unos acuerdos diferentes a los que proponen Estados Unidos y sus aliados. Pekín evitará cualquier injerencia en los asuntos internos del país, y también evitará posicionarse físicamente con tropas en el país. Todo ello a cambio de que el gobierno afgano, sea cual sea, controle el flujo de posibles musulmanes extremistas hacia Xinjiang o el Turquestán Oriental, donde vive una mayoría musulmana (los uigures) y existe un movimiento independentista.
Como hace también con otros países, China le ofrecerá a buen seguro a Afganistán la creación de infraestructuras a cambio de algunos de sus recursos naturales, sean sus abundantes minerales o madera.
En un momento de máxima rivalidad entre Estados Unidos y China, es un gran éxito para Pekín observar el fracaso de Washington. Además, China ve alejarse de sus fronteras a su gran adversario geopolítico. Algo que llenará a Pekín de satisfacción.
Lo mismo se puede decir de Rusia. Con la condición de que el extremismo islamista no se expanda hacia sus fronteras, Moscú tolerará, con mayor o menor agrado, un nuevo régimen talibán. Y, al igual que China, con la satisfacción añadida de ver cómo los Estados Unidos y la OTAN salen derrotados del país tras 20 años de esfuerzos inútiles.
Para Rusia esta es la revancha por la ayuda que, en su momento, proporcionó la Casa Blanca (junto con el Reino Unido y Arabia Saudí) a los muyahidines para que estos expulsaran a los comunistas del país. Rusia quedará ahora a la espera de que se cumpla esa máxima histórica que dice que todos los imperios que han salido con el rabo entre las piernas de Afganistán comenzaron ahí su declive y el camino hacia su desaparición.
Pedro Baños es coronel del Ejército de Tierra y experto en geoestrategia. Sus últimos libros son El dominio mental: La geopolítica de la mente y El dominio mundial: Elementos del poder y claves geopolíticas.
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