Palabras del Secretario de Gobernación, Fernando Gómez Mont, durante la instalación de la comisión intersecretarial para prevenir y sancionar la trata de personas.
México, D. F., a 16 de julio de 2009 Discurso
Hoy damos un paso más en la lucha del Estado mexicano por afirmar su carácter democrático, su compromiso de acendrar un orden constitucional basado en el respeto y el reconocimiento de lo humano. Y esto es central.
Hoy nos convoca, como objeto de esta comisión, como punto medular de su trabajo, de su visión, de sus preocupaciones, de sus angustias, el reconocimiento de lo humano.
Al tratar de explicar el genocidio de la Segunda Guerra Mundial, Hannah Arendt, nos señalaba lecciones brutalmente simples. Nos decía que el genocidio es escala, lo habían hecho gentes normales; gentes con las mismas aptitudes y experiencias de vidas de cada uno de los que están sentados en esta mesa, no habían sido monstruos, no habían sido gentes absolutamente psicotizadas.
Un elemento fundamental que había posibilitado que gentes comunes y corrientes administraran la locura fue el hecho de estar condicionados culturalmente a no ver al otro como parte de su misma especie, el otro no era humano, no tenía nada que ver con uno mismo.
Esta crisis de la percepción, esta posibilidad de que la cultura genere una crisis de la empatía, esta posibilidad de institucionalizar la cosificación de los seres humanos está en el centro de la batalla que hoy nos articula burocráticamente para tratar de generar políticas públicas que permitan evitar la trata de personas.
Cualquier política pública que no pase por pelear contra la crisis de la empatía, contra la posibilidad de no conectar con el otro como un ser humano, como uno mismo, como una parte de sí mismo, de no poder reconocerse en el otro, está condenada al fracaso.
No es ni debe ser un discurso fácil, el mundo está urgido de tender puentes entre unos y otros, de recuperar la posibilidad de la empatía.
El centro de la batalla en la trata de personas es cuando el otro es uno mismo, sino sólo es una fuente de riqueza, una fuente de placer, cuando el otro no es más que condición de producción, cuando el otro no es más que una extensión de mis necesidades.
Debemos de luchar contra aquellas condiciones culturales que impiden este reconocimiento en el otro.
Debemos analizar aquellas condiciones estructurales, inclusive legales que rompen la posibilidad de generar esos puentes.
En la prevención contra este tipo de opresión el Estado tiene que revisar en qué ayuda para romper estos puentes de la comunicación con el otro.
Un ejemplo clarísimo son las políticas legales en materia de migración, que producen condiciones de clandestinidad en donde el otro queda en el terreno de lo ilegal, y en el terreno de lo ilegal ya no puede ser contactado.
En un mundo globalizado, bienes e información fluyen con gran rapidez, pero las personas son vistas de manera rara.
Celebro la instalación de esta Comisión. Exijo de todos que nos salgamos de los discursos fáciles, que nos ponen en un pedestal, a veces hipócrita, tratando de conseguir réditos personales a través de la simulación de la generosidad.
Exijo de ustedes un compromiso autocrítico, para que realmente podamos conectarnos con lo mejor de lo que está sucediendo en el mundo en esta batalla por recuperar la dignidad humana y defenderla de aquellas agresiones de los seres humanos en contra de la humanidad misma.
Sí es lamentable y tal vez tengamos que revisar en el discurso las metáforas bélicas que utilizamos, si no fuera lo ingente de la batalla, si no fuera la necesidad de sofocar la violencia que deshumaniza, si no fuera necesidad de recuperar los espacios para la paz, para la cordialidad y para la concordia. Podríamos utilizar otras.
Preocupa que las metáforas bélicas tapen todo un ejercicio institucional y social para conectar estos puentes. La posibilidad de recuperación del enfermo, la emancipación del oprimido, del miserable o del ignorante.
Toda una serie de esfuerzos institucionales que hacemos entre todos por recuperar los espacios de la libertad y la dignidad, hoy se pueden ver tapados por la violencia de algunos.
No olvidemos que este esfuerzo es lo que nos justifica, lo que nos explica, lo que nos hace crecer, lo que nos hace desarrollarnos, pero que el afán de la paz no se tape la obligación fundamental del Estado, de someter a los procedimientos institucionales a aquellos que atentan contra la dignidad de los otros que los crucifican, que los usan, que los explotan.
Que no se olvide que esos ejercicios de fuerza se dan en el contexto de la necesidad y en el afán de la libertad y de la justicia.
Encontremos, pues, los caminos para romper clandestinidades, para romper disfuncionalidades que no nos permiten contactar con el otro.
En esta invitación a reconstruir la empatía, en este espacio del mundo que nos toca a nosotros, declaro inaugurada la presente sesión en la esperanza de que no se vuelva un ejercicio retórico, sino un ejercicio intelectual, honrado y honesto, de formulación de políticas públicas y de acciones concretar que nos permitan reconstruir lo humano entre nosotros.
Muchas gracias.
México, D. F., a 16 de julio de 2009 Discurso
Hoy damos un paso más en la lucha del Estado mexicano por afirmar su carácter democrático, su compromiso de acendrar un orden constitucional basado en el respeto y el reconocimiento de lo humano. Y esto es central.
Hoy nos convoca, como objeto de esta comisión, como punto medular de su trabajo, de su visión, de sus preocupaciones, de sus angustias, el reconocimiento de lo humano.
Al tratar de explicar el genocidio de la Segunda Guerra Mundial, Hannah Arendt, nos señalaba lecciones brutalmente simples. Nos decía que el genocidio es escala, lo habían hecho gentes normales; gentes con las mismas aptitudes y experiencias de vidas de cada uno de los que están sentados en esta mesa, no habían sido monstruos, no habían sido gentes absolutamente psicotizadas.
Un elemento fundamental que había posibilitado que gentes comunes y corrientes administraran la locura fue el hecho de estar condicionados culturalmente a no ver al otro como parte de su misma especie, el otro no era humano, no tenía nada que ver con uno mismo.
Esta crisis de la percepción, esta posibilidad de que la cultura genere una crisis de la empatía, esta posibilidad de institucionalizar la cosificación de los seres humanos está en el centro de la batalla que hoy nos articula burocráticamente para tratar de generar políticas públicas que permitan evitar la trata de personas.
Cualquier política pública que no pase por pelear contra la crisis de la empatía, contra la posibilidad de no conectar con el otro como un ser humano, como uno mismo, como una parte de sí mismo, de no poder reconocerse en el otro, está condenada al fracaso.
No es ni debe ser un discurso fácil, el mundo está urgido de tender puentes entre unos y otros, de recuperar la posibilidad de la empatía.
El centro de la batalla en la trata de personas es cuando el otro es uno mismo, sino sólo es una fuente de riqueza, una fuente de placer, cuando el otro no es más que condición de producción, cuando el otro no es más que una extensión de mis necesidades.
Debemos de luchar contra aquellas condiciones culturales que impiden este reconocimiento en el otro.
Debemos analizar aquellas condiciones estructurales, inclusive legales que rompen la posibilidad de generar esos puentes.
En la prevención contra este tipo de opresión el Estado tiene que revisar en qué ayuda para romper estos puentes de la comunicación con el otro.
Un ejemplo clarísimo son las políticas legales en materia de migración, que producen condiciones de clandestinidad en donde el otro queda en el terreno de lo ilegal, y en el terreno de lo ilegal ya no puede ser contactado.
En un mundo globalizado, bienes e información fluyen con gran rapidez, pero las personas son vistas de manera rara.
Celebro la instalación de esta Comisión. Exijo de todos que nos salgamos de los discursos fáciles, que nos ponen en un pedestal, a veces hipócrita, tratando de conseguir réditos personales a través de la simulación de la generosidad.
Exijo de ustedes un compromiso autocrítico, para que realmente podamos conectarnos con lo mejor de lo que está sucediendo en el mundo en esta batalla por recuperar la dignidad humana y defenderla de aquellas agresiones de los seres humanos en contra de la humanidad misma.
Sí es lamentable y tal vez tengamos que revisar en el discurso las metáforas bélicas que utilizamos, si no fuera lo ingente de la batalla, si no fuera la necesidad de sofocar la violencia que deshumaniza, si no fuera necesidad de recuperar los espacios para la paz, para la cordialidad y para la concordia. Podríamos utilizar otras.
Preocupa que las metáforas bélicas tapen todo un ejercicio institucional y social para conectar estos puentes. La posibilidad de recuperación del enfermo, la emancipación del oprimido, del miserable o del ignorante.
Toda una serie de esfuerzos institucionales que hacemos entre todos por recuperar los espacios de la libertad y la dignidad, hoy se pueden ver tapados por la violencia de algunos.
No olvidemos que este esfuerzo es lo que nos justifica, lo que nos explica, lo que nos hace crecer, lo que nos hace desarrollarnos, pero que el afán de la paz no se tape la obligación fundamental del Estado, de someter a los procedimientos institucionales a aquellos que atentan contra la dignidad de los otros que los crucifican, que los usan, que los explotan.
Que no se olvide que esos ejercicios de fuerza se dan en el contexto de la necesidad y en el afán de la libertad y de la justicia.
Encontremos, pues, los caminos para romper clandestinidades, para romper disfuncionalidades que no nos permiten contactar con el otro.
En esta invitación a reconstruir la empatía, en este espacio del mundo que nos toca a nosotros, declaro inaugurada la presente sesión en la esperanza de que no se vuelva un ejercicio retórico, sino un ejercicio intelectual, honrado y honesto, de formulación de políticas públicas y de acciones concretar que nos permitan reconstruir lo humano entre nosotros.
Muchas gracias.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario