De Obras Completas:
Bañuelos y Cross/MIGUEL ÁNGEL FLORES
Revista Proceso No.
1887, 30 de diciembre de 2012
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Hemos ingresado ya a la segunda década de un nuevo siglo y
un nuevo milenio, pero no parece avizorarse en el horizonte la existencia de
estudios sobre los derroteros que ha tomado la poesía mexicana a partir de la
segunda mitad del siglo XX. El estudio más importante sobre este tema sigue
siendo el prólogo de Octavio Paz a la
antología Poesía en movimiento (1966).
No es de asombrar que así sea: la costumbre, la obligación o
la necesidad, como se le quiera llamar, de reseñar los libros de poesía nos
parece como una actividad que estaba reservada a los hititas, pero como éstos
ya desaparecieron, así también el registro de los libros que han escrito nuestros
poetas. Las presentaciones de libros,
que no agregan nada a la lectura de un libro, han tratado de suplir el vacío
alrededor de las novedades bibliográficas; sabemos bien que éstas son
sucesos más bien sociales y no actos de crítica. Es difícil imaginar que hubo
una época en que los libros de poesía eran objeto de atención y que se escribía
sobre ellos. Los poetas que se dedicaban a la actualidad de los libros han
desaparecido o han dejado de escribir. Quedan algunos, pero lo hacen con la
tinta del rencor, el ninguneo o con acrítica pleitesía a la amistad.
El Fondo de Cultura Económica publicó recientemente la obra
completa de Juan Bañuelos, lo que en sí mismo constituye un acontecimiento
editorial. La mención de su nombre convoca la presencia de uno de los poetas
más destacados de la poesía mexicana, mas pocos parecen haberse enterado de que
su libro ha comenzado a circular. Juan Bañuelos (Chiapas, 1932) hizo su
aparición con Puertas del mundo, en el volumen colectivo La espiga amotinada
(FCE, 1960). Como los otros poetas que lo acompañan en ese libro, el componente
social de su temática fue muy importante, pero la fuerza y la vigencia de su
poesía se debe a la destreza con la que Bañuelos escribió su indignación.
Demostró que se podía ser un poeta social –llamémoslo así– sin caer en el
lenguaje panfletario.
En Bañuelos se da el caso de una hábil incorporación de
otras voces a su poesía, dotándola de un acento propio. Siglo de Oro y poetas
prehispánicos; tradición y vanguardia; tales fueron los pilares para dar un
toque de novedad a sus orígenes y dotar así a sus poemas de una voz muy
personal: “Dentro de mí hay un mundo que habito”. Sus poemas nos hablan de una
gran destreza para elaborar imágenes en que los elementos adquieren otros
rasgos: “Qué lentitud de prisa de las horas”. Vallejo en el centro de su
poesía, pero Bañuelos está lejos de ser un epígono: el poeta peruano es un
punto de partida para escribir con un lenguaje que establece su propia lógica:
“Cuando el ojo percibe los sonidos/ el oído se aviene a mirar las huellas que
no dejan/ las aves ni los peces”. La obra completa de Juan Bañuelos (hubo una
recopilación anterior: El traje que vestí mañana, Plaza&Janés, 2000) nos
permite confirmar que libro tras libro su poesía siempre se ha sostenido en un
nivel muy alto. l
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Otro importante protagonista de la poesía mexicana, en este
caso autora, recopila también sus obras completas, que han aparecido, asimismo,
con el sello del Fondo de Cultura Económica. El recorrido por las páginas de
este libro nos permite confirmar que estamos en presencia de una de las voces
más contundentes de nuestra poesía. Elsa
Cross pertenece a la estirpe de poetas que toman la palabra para elaborar una
profunda reflexión sobre el sentido de la vida a partir una espiritualidad
ecuménica. Desde sus inicios su expresión ha sido sosegada, expresando con
nitidez paisajes espirituales que construye con precisión: “Percibo a mis
espaldas la grave reiteración del mar en sombras, la ausencia de gaviotas. Y te
aguardo callada, frente al desierto incesante, temblando como un desvanecido
contorno de espejismos”. Hemos citado un fragmento de su poema “Naxos”, que da
título a su primera publicación: Naxos (Ollin, 1966), una brevísima plaquette
compuesta de poemas en prosa.
La composición de sus poemas en prosa revela ya un dominio
de lenguaje que poco a poco iría adquiriendo una gran solidez con cada nuevo
libro. La dama de la torre (Joaquín Mortiz, 1972) confirmó la presencia de una
nueva autora capaz de recrear mundos desaparecidos dándoles una dimensión
presente: “Uní al azar/ fragmentos de paisajes destrozados./ Vine rastreando
las huellas/ del paso ciego y desigual”. Pero su registro es muy amplio.
Urracas (Aldus, 1996) es el testimonio de una realidad
amenazada, que puede desatar una inminente violencia: “Habito las grietas que
abres/ bajo mis pies,/ me vuelvo al vacío que te llena, a ti que eres abismo”.
De su inmersión en la espiritualidad hindú ha salido a la superficie con poemas
de deslumbrante belleza: “Y bajo el día/ la noche de Naráyana/ hace ondular
brazos azules/ desde su lecho de serpientes./ Y tu sueño va imbricado en sus
escamas”.
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