#1DMX: Vándalos
vs. Violentos/DENISE DRESSER
Revista
Proceso
No. 1887, 30 de diciembre de
2012
“Una peste sobre ambas casas”, exclama
Mercutio tres veces en Romeo y Julieta antes de morir. Maldice así a las
familias cuya rivalidad lleva a su ruina. Y ese sentimiento de rechazo a ambos
bandos también lo produce lo ocurrido el 1 de diciembre. También lo inspira la
violencia que acompaña la toma de posesión de Enrique Peña Nieto. El
enfrentamiento buscado que engendra la violencia condenable. La confrontación
orquestada que incita los peores instintos. Vándalos contra violentos.
Estudiantes contra policías. Anarcopunks contra granaderos. Perredistas contra
priistas. Mexicanos contra mexicanos. Usando la violencia para cambiar la
realidad y ensangrentándola. Condenables unos y otros.
#1DMX
representa mucho de aquello que no funciona. Se ha convertido en un microcosmos
de lo que el país no ha logrado resolver. La ausencia del estado de derecho y
la dificultad para lograr su aplicación; estudiantes encapuchados que provocan
la violencia y policías agresivos que la exacerban; muchachos que quieren
actuar al margen de la ley y que –al mismo tiempo– padecen su uso discrecional.
#1DMX es ése México repleto de contradicciones. Donde se exige la mano dura
para quienes rompen vidrios pero no para quienes se enriquecen ilícitamente. 14
encarcelados en una prisión, y Arturo Montiel –como siempre– vacacionando en una
montaña nevada. Decenas de personas acusadas de violentar la paz pública, y
políticos impunes a quienes el gobierno ni siquiera ha investigado. La ley del
pueblo y la ley contra el pueblo.
La
intención detrás de las órdenes policiales dadas ese día es clara; el objetivo
es transparente. Se trata de mostrarle al país lo que ocurriría –
supuestamente– si la izquierda lo gobernara. Se trata de enseñar a los
mexicanos todo aquello que –supuestamente– deberían temer. De ligar a Andrés
Manuel López Obrador y #YoSoy132 con los porros y los anarcopunks y los
vándalos. Los abogados del orden evidenciando a los promotores del desorden.
Quienes quieren manipular el miedo provocando a quienes lo producen. Quienes se
dicen los defensores de la “mano firme” creando oportunidades para usar la mano
dura. Vinculando a AMLO y #YoSoy132 con las pedradas y las barricadas.
Distorsionando la información para aprovecharse políticamente de ella.
Todo
eso es cierto. Todo eso es innegable. Todo eso es condenable. Pero todo eso no justifica
el comportamiento de los vándalos y quienes se sumaron a su causa. Pero todo
eso no justifica los vidrios rotos y los policías golpeados. Los puños
empuñados y los granaderos agredidos. Los comercios destrozados y los
ventanales despedazados. La frustración legítima desembocando en métodos que no
lo son. El argumento de que los fines justicieros avalan los métodos
antidemocráticos. El resentimiento que todo lo absuelve. Los excesos aplaudidos
ante los reclamos desatendidos. La violencia redentora que en realidad no lo
es. La convicción de que una causa buena sanciona los métodos malos. Ese viejo
desfase entre justicia y ley, haciéndose presente una y otra vez. El 1 de
diciembre y más allá de allí.
Pero
México no debe creer que la violencia de los desesperados es aplaudible. Pero
México no debe pensar que la violencia de los vinculados con #YoSoy132 es
aceptable. La violencia –escribe Hannah Arendt–, como cualquier otra acción,
cambia al mundo, pero lo hace para mal. Crea vencedores y vencidos, triunfadores
y resentidos. Crea heridas profundas que tardarán mucho tiempo en cicatrizar.
Produce sociedades que empuñan el odio en lugar de promover el diálogo. Produce
sociedades divididas, llenas de ciudadanos que no pueden reconocer la humanidad
esencial de quienes caminan a su lado.
Y
por ello mismo, la violencia promovida por y desde el gobierno es algo que
ningún mexicano debe aceptar. Que ningún mexicano debe exigir. Que ningún medio
de comunicación debe fomentar. Que ningún político de cualquier partido debe
justificar. Porque la violencia estatal es una confesión de fracaso, una
admisión de incompetencia. Demostrada allí en los golpes de las macanas. En los
inocentes agredidos y aprehendidos. En la agresividad desmedida de los
policías. En las personas injustamente arrestadas y encarceladas durante días.
En ejemplo tras ejemplo de fuerzas públicas que imponen el orden violando la
ley. Evidenciando a autoridades que no saben comportarse como tales.
Evidenciando al Estado que existe para impedir la ley de la selva pero que se
vuelve promotor de ella. Porque el Estado tiene el monopolio legítimo de la
violencia, pero debe usarla con responsabilidad, con proporcionalidad. Con
apego a la ley, y no con macanazos por encima de ella. Dentro de los límites que
marca la Constitución, y no con toletazos que la mancillan.
Y
medios que padecen el mismo mal, que actúan de la misma mala manera.
Erigiéndose en inquisidores; actuando como fiscales; acusando en vez de
informar. Promoviendo el pleito en vez de contribuir a su desactivación.
Aplaudiendo la violencia policial en vez de criticar su uso. Imagen tras imagen
que apila el amarillismo y alimenta la estridencia. Medios que se han
convertido en parte del problema y no en parte de la solución al depositar toda
la culpa de la violencia en los jóvenes. Porque en lugar del análisis
responsable han contribuido a la polarización lamentable. Porque en lugar de
calmar los ánimos han ayudado a crisparlos. Sumándose al aplauso colectivo ante
la costumbre de ojo por ojo, diente por diente.
Esa
costumbre que el país debe desterrar. Erradicar. Condenar en ambos bandos
enfrentados ese día. Porque cada petardo disparado, cada tolete empuñado, cada
bolero hostigado, cada hombre pateado, cada policía agredido es una afrenta.
Algo que el país entero debe reclamar; algo que todo panista y todo perredista
y todo priista debe denunciar; algo que todo ciudadano debe parar. Porque nada
que valga la pena ha sido construido sobre los cimientos de la violencia. Y la
violencia –como apuntó Emerson– no es poder, sino la ausencia de poder. Es la
ausencia de aquello que permite mirar a los ojos de otro mexicano y reconocerse
en él.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario