Benedicto XVI se despide de sacerdotes de su diócesis
El Papa Benedicto XVI aprovechó el
tradicional encuentro anual con los sacerdotes de la diócesis de Roma, como
Obispo de la misma, para despedirse de ellos y agradecerles sus oraciones por
él y por la Iglesia.
Señaló que si bien, al retirarse a un monasterio de clausura,
quedará "oculto para el mundo", siempre estará unido a ellos en la
oración
"He
notado siempre vuestra presencia física y aunque me retiro para rezar, sé que
siempre estaréis cerca de mí, aunque para el mundo permanezca oculto",
afirmó el Papa ante el Vicario General para la diócesis de Roma, Cardenal
Agostino Vallini y varios centenares de sacerdotes locales.
El
encuentro ha sido el último de este tipo del pontificado de Benedicto XVI, quien
deja la Sede Vacante a partir del 28 de febrero a las 8:00 p.m., luego de lo
cual los 117 cardenales electores procederán a la elección del nuevo Papa. La
fecha del inicio del cónclave será entre el 15 y el 20 de marzo.
El
Cardenal Valliini, emocionado, dijo al Papa que experimentaba una "mezcla
de sentimientos: tristeza y respeto, admiración y añoranza, afecto y
orgullo".
Reflexión sobre el Concilio Vaticano II
Benedicto XVI hizo hoy una
profunda, extensa y personal reflexión sobre lo que significa el Concilio
Vaticano II para él y para toda la Iglesia, un evento en el que él mismo
participó como perito. Ante los cientos de sacerdotes y obispos auxiliares de
la diócesis de Roma, de la que pronto será Obispo Emérito, contó
episodios poco conocidos de la historia de este acontecimiento.
El
encuentro, realizado en el Aula Pablo VI en el Vaticano donde suelen ser las
audiencias generales de los miércoles, comenzó con la melodía de la canción
"Tu es Petrus" (Tú eres Pedro), acompañado de los aplausos de los
presentes, a los que Benedicto XVI respondió: "gracias por su amor, su
amor por la Iglesia y por el Papa, gracias".
"Es
para mí un don especial de la Providencia que antes de abandonar el ministerio
petrino, todavía puedo ver a mis sacerdotes, al clero de Roma. Es siempre una
gran alegría ver cómo vive la Iglesia, como en Roma la Iglesia está viva: hay
pastores que en el espíritu del Pastor Supremo guían al rebaño de Cristo",
dijo el Papa.
"Es
verdaderamente un clero católico, universal y esto se encuentra en la Iglesia
de Roma en sí, que atrae la universalidad, la catolicidad de todas las
naciones, de todas las razas, de todas las culturas".
Agradeció luego al Cardenal Agostino Vallini, Vicario General del
Papa para la diócesis de Roma, quien "ayuda a despertar, a encontrar las
vocaciones en la misma Roma, porque si Roma es parte de una universalidad,
también debe ser una ciudad con su propia fe fuerte, en la que también nacen
las vocaciones. Y estoy convencido de que con la ayuda del Señor, podemos
encontrar la vocación que él mismo nos da, guiarlas, ayudarlas a desarrollarse
y ser más útil en el trabajo en la viña del Señor".
El
Papa recordó la figura de San Pedro, el primer Papa cuyos restos mortales yacen
debajo de la Basílica del mismo nombre en el Vaticano, que acompaña a la
Iglesia y a sus sucesores como Vicarios de Cristo en la tierra.
Benedicto
XVI dijo que "aunque me retire ahora, en la oración estaré siempre cerca
de todos ustedes y estoy seguro de que todos ustedes estarán a mi lado, a pesar
de que para el mundo permanezca oculto".
"Al
día de hoy, de acuerdo con mis condiciones de mi edad no pude preparar un
discurso grande, como era de esperar, sino más bien pensé dar una pequeña
charla sobre el Concilio Vaticano II, tal como lo veo".
El
Concilio Vaticano II y Benedicto XVI
Sobre
este tema, el Papa relató una historia poco conocida: "yo estaba en el 59
como profesor en la Universidad de Bonn (Alemania), a la que asistían
estudiantes, seminaristas de la diócesis de Colonia y otras diócesis cercanas.
Entonces, me puse en contacto con el Cardenal de Colonia, el Cardenal Frings.
El cardenal Siri, de Génova, me parece que en el 61, había organizado una serie
de conferencias con varios cardenales de Europa y del Concilio".
"Había
invitado al arzobispo de Colonia a celebrar una conferencia. El título era: ‘El
Concilio y el mundo del pensamiento moderno’. El Cardenal me invitó –al más
joven de los profesores– para escribir un proyecto, el proyecto le gustó y
propuso a las personas, en Génova, ese texto que yo había escrito".
"Poco
después el Papa Juan (XXIII) lo invitó a venir y el cardenal estaba lleno de
miedo de haber dicho tal vez algo incorrecto, falso y se temía una reprimenda,
tal vez incluso que le privaran de la púrpura. Sí, cuando su secretaria le
vistió para la audiencia, dijo: ‘tal vez es la última vez que me viste
así’".
"Y
entró el Papa Juan, fue hacia él, lo abrazó y le dijo: ‘gracias, Su Eminencia,
usted ha dicho cosas que yo quería decir, pero no había encontrado las
palabras".
"Así,
el cardenal sabía que estaba en el camino correcto, y me invitó a ir con él al
Concilio, por primera vez como su experto personal. En noviembre del 62, creo,
fui designado perito oficial del Concilio".
Benedicto
XVI recordó que "así nos fuimos al Concilio, no solo con alegría, sino con
entusiasmo y expectativas. Era increíble la esperanza de que todo se iba a
renovar, que era en realidad un nuevo Pentecostés, una nueva era de la Iglesia,
porque la Iglesia era todavía lo suficientemente fuerte en ese momento: la
práctica del domingo seguía siendo buena, aunque las vocaciones al sacerdocio y
a la vida religiosa ya eran un poco más pequeñas, pero suficientes
todavía".
"Y
sin embargo se pensaba que la Iglesia está pasada, pero de nuevo se sentía la
esperanza de que se iba a renovar, de que la Iglesia tendría de nuevo fuerza
para hoy y para el mañana. Y entendimos que la relación entre la Iglesia y la
edad moderna desde el principio fue un poco encontrada, desde el fracaso de la
Iglesia en el caso de Galileo, y se pensó en corregir este mal comienzo y
encontrar de nuevo la colaboración entre la Iglesia y las mejores fuerzas del
mundo, para abrir el futuro de la humanidad, para abrir un progreso real".
El
Santo Padre recordó asimismo que cuando se inició el Concilio no se limitaron a
votar listas preparadas sino que se quería hacer textos propios: "no fue
un acto revolucionario, sino un acto de conciencia, de responsabilidad por
parte de los padres conciliares".
"Se
inició una fuerte actividad de comprensión mutua. Se hizo habitual durante todo
el período del Consejo celebrar reuniones pequeñas". De esta manera, se
familiarizó con las grandes figuras como el Padre Henri de Lubac, Daniélou,
Congar, y así otros más.
Los
franceses y los alemanes, dijo el Papa, tenían muchos intereses en común,
aunque con matices muy diferentes. Su primera intención parecía ser "la
reforma de la liturgia, que había comenzado con Pío XII", quien ya había
reformado la Semana Santa. La segunda intención fue a la eclesiología. La
tercera, la Palabra de Dios, el Apocalipsis, y luego también el ecumenismo.
"Los franceses, mucho más que los alemanes todavía tenían el problema de
hacer frente a la situación de las relaciones entre la Iglesia y el
mundo".
Benedicto
XVI recordó luego que en ese entonces había casi dos liturgias paralelas: el
sacerdote con los acólitos, que celebraba la Eucaristía según el Misal, y los
laicos que rezaban la Misa con sus libros de oración.
Recordó las ideas esenciales del Concilio: el misterio pascual como
centro de la existencia cristiana, y por lo tanto de la vida cristiana, como se
expresa en la Pascua y el domingo es siempre el día de la Resurrección.
"Es
lamentable que hoy en día se ha transformado en el fin de semana el domingo,
mientras que es el primer día, es el principio ", afirmó y cuestionó
"¿quién podría decir que entiende los textos de las Escrituras ahora, sólo
porque están en su propio idioma?".
"Sólo
una formación permanente del corazón y de la mente realmente puede crear
inteligibilidad y la participación, que es más de una actividad externa, que es
una combinación de la persona, de mi ser en comunión con la Iglesia y así en
comunión con Cristo", explicó el Papa.
El
Pontífice dijo además que en aquellos años creció la conciencia de que "la
Iglesia no es una organización, algo estructural, legal, institucional, sino
que también se trata de un organismo, una realidad viva, que entra en mi alma,
para que yo mismo, con mi propia alma creyente, sea elemento de construcción de
la Iglesia como tal".
La
palabra "colegialidad" se usó "para expresar que los obispos,
juntos, son la continuación de los Doce Apóstoles del cuerpo. Y así, sólo el
cuerpo de los obispos, el colegio es la continuación del cuerpo de los
Doce".
"Pareció
a muchos como una lucha por el poder, y tal vez alguien pensaba en el poder,
pero en el fondo no era el poder, sino la complementariedad de los factores y
la integridad del cuerpo de la Iglesia con los obispos, sucesores de los
Apóstoles como portadores, y cada uno de ellos es la columna vertebral de la
Iglesia junto con este gran cuerpo".
Finalmente
el Papa afirmó que "filológicamente en el Concilio aún no está totalmente
maduro, pero es resultado del Concilio que el concepto de comunión se vuelve
cada vez más una expresión del sentido de la Iglesia, de la comunión en
diferentes tamaños, la comunión con el Dios Trino, quien es una comunión entre
el Padre, el Hijo y Espíritu Santo, la comunión sacramental, comunión concreta
en el episcopado y en la vida de la Iglesia".
Homilía de la última Misa del Papa en Miércoles de Ceniza
VATICANO,
13 Feb. 13 / 12:59 pm (ACI).-
Venerados Hermanos,
Queridos
hermanos y hermanas:
Hoy,
Miércoles de Ceniza, comenzamos un nuevo camino cuaresmal, un camino que se
extiende por cuarenta días y nos conduce a la alegría de la Pascua del Señor, a
la victoria de la vida sobre la muerte.
Siguiendo
la antigua tradición romana de las estaciones cuaresmales, nos reunimos para la
celebración de la Eucaristía. La tradición dice que la primera estación tiene
lugar en la Basílica de Santa Sabina de Aventino. Las circunstancias nos han
reunido en la Basílica Vaticana.
Esta
tarde muchos estamos alrededor de la tumba del apóstol Pedro para pedir también
su intercesión por el camino de la Iglesia en este momento particular,
renovando nuestra fe en el Supremo Pastor, Cristo el Señor.
Para
mí es una oportunidad propicia para agradecer a todos, especialmente a los
fieles de la diócesis de Roma, mientras me preparo para concluir el ministerio
petrino, y pedir que me recuerden especialmente en su oración.
Las
lecturas que se han proclamado nos permiten entender que, con la gracia de
Dios, estamos llamados a poner por obra las actitudes y comportamientos
concretos durante esta Cuaresma. La Iglesia nos vuelve a proponer, en primer
lugar, el fuerte reclamo que el profeta Joel dirige al pueblo de Israel:
"Así dice el Señor, retornen a mí con todo el corazón, con ayuno, con
llantos y lamentos" (2,12).
Se
subraya la expresión "con todo el corazón", que significa desde el
centro de nuestros pensamientos y sentimientos, desde las raíces de nuestras
decisiones, opciones y acciones, con un gesto de total y radical de libertad.
Pero, ¿es posible este retorno a Dios? Sí, porque hay una fuerza que no reside
en nuestro corazón, sino que emana del corazón mismo de Dios. Es la fuerza de
su misericordia.
Dice
además el profeta: "Retorna al Señor, vuestro Dios, porque él es
misericordioso y piadoso, lento a la ira, de gran amor, pronto a arrepentirse
respecto al mal". El retorno al Señor es posible como "gracia"
porque es obra de Dios y fruto de la fe que nosotros reponemos en su
misericordia. Pero este retornar a Dios se hace realidad concreta en nuestra
vida solo cuando la gracia del Señor penetra en lo íntimo y lo sacude
donándonos la fuerza de "rasgar el corazón".
Y
todavía el profeta hace resonar de parte de Dios estas palabras: "rasguen
vuestro corazón y no las vestiduras" (v.13). En efecto, también en
nuestros días, muchos están prontos a "rasgarse las vestiduras" ante
escándalos e injusticias –naturalmente cometidos por otros– pero pocos parecen
disponibles a actuar sobre el propio "corazón", sobre la propia
consciencia y sobre las propias intenciones, dejando que el Señor transforme,
renueva y convierta.
Ese
"retornar a mí con todo el corazón", entonces, es un reclamo que
involucra no solo al individuo, sino a la comunidad. Hemos escuchado siempre en
la primera lectura: "Suene el cuerno en Sión, proclamen un solemne ayuno,
convoquen una reunión sagrada. Reúnan al pueblo, congreguen a una asamblea
solemne, llamen a los viejos, reúnan a los niños, los lactantes; salga el
esposo de su cámara y la esposa de su tálamo" (vv.15-16).
La
dimensión comunitaria es un elemento esencial en la fe y en la vida cristiana.
Cristo ha venido "para reunir a los hijos de Dios que estaban
dispersos" (cfr Jn 11,52). El "Nosotros" de la Iglesia es la
comunidad en la que Jesús nos reúne (cfr. Jn 12,32): la fe es necesariamente
eclesial. Y esto es importante recordarlo y vivirlo en este Tiempo de la
Cuaresma: que cada uno sea consciente de que el camino penitencial no lo
afronta solo, sino junto a tantos hermanos y hermanas en la Iglesia.
El
profeta, finalmente, se refiere a la oración de los sacerdotes, los cuales, con
lágrimas en los ojos, se dirigen a Dios diciendo: "No es tu heredad el
oprobio y escarnio de las naciones. ¿Por qué han de decir entre los pueblos:
‘Dónde está su Dios?’" (v.17). Esta oración nos hace reflexionar sobre la
importancia del testimonio de fe y de vida cristiana de cada uno de nosotros y
de nuestras comunidades para manifestar el rostro de la Iglesia y como este
rostro es, a veces, desfigurado.
Pienso
en particular en las culpas contra la unidad de la Iglesia, en las divisiones
en el cuerpo eclesial. Vivir la Cuaresma es una más intensa y evidente comunión
eclesial, superando individualismos y rivalidades, es un signo humilde y
precioso para aquellos que están lejanos o indiferentes ante la fe.
"¡Es
ahora el momento favorable, es ahora el día de la salvación!" (2 Cor 6,2).
Las palabras del Apóstol Pablo a los cristianos de Corinto resuenan también
para nosotros con una urgencia que admite ausencias o inercias. El término
"ahora" repetido más veces indica que este momento no puede dejarse
pasar, es ofrecido a nosotros una ocasión única e irrepetible. Y la mirada del
Apóstol se concentra en el compartir con el que Cristo ha querido caracterizar
su existencia, asumiendo todo lo humano hasta hacerse cargo del mismo pecado de
los hombres.
La
frase de San Pablo es muy fuerte: Dios "lo hace pecado a nuestro
favor". Jesús, el inocente, el Santo, "Aquel que no ha conocido
pecado" (2 Cor 5,21), se hace cargo del peso del pecado compartiendo con
la humanidad el éxito de la muerte y de la muerte de cruz. La reconciliación
que nos viene ofrecida ha tenido un precio altísimo, el de la cruz elevada
sobre el Gólgota, sobre el que estuvo colgado el Hijo de Dios hecho hombre.
En
esta inmersión de Dios en el sufrimiento humano y en el abismo del mal está la
raíz de nuestra justificación. El "retornar a Dios con todo el
corazón" en nuestro camino cuaresmal pasa a través de la Cruz, el seguir a
Cristo en el camino que conduce al Calvario, al don total de sí. Es un camino
en el que se debe aprender cada día a salir siempre más de nuestro egoísmo y da
nuestras cerrazones, para hacer espacio a Dios que abre y transforma el
corazón.
Y
San Pablo recuerda como el anuncio de la Cruz resuena en nosotros gracias a la
predicación de la Palabras, de la que el mismo Apóstol es embajador, un reclamo
para nosotros para que este camino cuaresmal sea caracterizado por una escucha
más atenta y asidua de la Palabras de Dios, luz que ilumina nuestros pasos.
En
la página del Evangelio de Mateo, que pertenece al llamado Discurso de la
montaña, Jesús hace referencia a tres prácticas fundamentales previstas por la
ley mosaica: la limosna, la oración y el ayuno, son también indicaciones
tradicionales en el camino cuaresmal para responder a la invitación de
"retornar a Dios con todo el corazón".
Pero
Jesús subraya como debe ser la calidad y la verdad de la relación con Dios lo
que califica la autenticidad de cada gesto religioso. Por esto Él denuncia la
hipocresía religiosa, el comportamiento que quiere aparecer, las actitudes que
buscan el aplauso y la aprobación. El verdadero discípulo no se sirve a sí
mismo o al "público", sino a su Señor, en la simplicidad y en la
generosidad: "Y el Padre tuyo que ve en el secreto, te recompensará"
(Mt 6,4.6.18).
Nuestro
testimonio entonces será siempre más incisivo cuanto menos busquemos nuestra
gloria y seremos conscientes que la recompensa del justo es Dios mismo, estar
unidos a Él, aquí, en el camino de la fe y, al final de nuestra vida, en la paz
y en la luz del encuentro cara a cara con Él para siempre (cfr 1 Cor 13,12).
Queridos
hermanos y hermanas, comenzamos confiados y alegres el itinerario cuaresmal.
Resuena fuerte en nosotros la invitación a la conversión a "volver a Dios
con todo el corazón", acogiendo su gracia que nos hace hombres nuevos, con
aquella sorprendente novedad que es participación en la vida misma de Jesús.
Que
ninguno de nosotros, entonces, sea sordo a este llamado, que nos viene dirigido
también en el austero rito, tan simple como sugerente, de la imposición de las
cenizas, que dentro de poco cumpliremos. Que nos acompañe en este tiempo la
Virgen María, Madre de la Iglesia y modelo de todo auténtico discípulo del
Señor. ¡Amén!
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