Algunas
respuestas de Benedicto XVI que dan luz al hoy vaticano
Madrid,
14 de febrero de 2013 (Zenit.org). Redacción |
El
16 de abril de 2005, al cumplir 78 años, el cardenal Joseph Ratzinger
comunicaba a sus próximos, “su familia”, la alegría por su próxima jubilación.
Tres días después era papa y pastor de mil doscientos millones de fieles. “No
es precisamente una tarea que uno vaya a reservarse para los días de la vejez,
comentaba el autor de Luz del Mundo, el superventas al que ahora se vuelve para
buscar las claves de la renuncia de Benedicto XVI. Peter Seewald, periodista
bávaro, tiene una larga trayectoria de colaboración editorial con Joseph
Ratzinger, a quien describe como responsable en parte de su reconversión al
catolicismo.
“En
realidad, yo había esperado tener por fin paz y tranquilidad. El hecho de que
me viera de pronto frente a esa formidable tarea fue, como todos saben, un
shock para mí. La responsabilidad es realmente gigantesca”, dice en el libro
Benedicto XVI sobre su elección al pontificado.
Y
comenta, no sin cierto fino humor, la imagen que se le vino encima: “Sí, me
vino a la cabeza la idea de la guillotina: ¡ahora cae y te da! Yo había estado
totalmente seguro de que ese ministerio no era mi destino, sino que entonces,
después de años de gran esfuerzo, Dios me iba a conceder algo de paz y
tranquilidad. En ese momento sólo pude decirme y ponerme en claro: al parecer,
la voluntad de Dios es otra, y comienza algo totalmente distinto, nuevo para
mí. Él estará conmigo”.
“¿Qué
estás haciendo conmigo?”
Y
es de una inusitada transparencia y sencillez, lejos de grandilocuencias el
relato de su paso por la llamada “habitación del llanto”, antes de aparecer en
el mirador de San Pedro: “En realidad, en ese momento se está requerido por
asuntos totalmente prácticos, exteriores. Hay que mirar cómo se las arregla uno
con las vestiduras papales, y cosas así. Además, yo ya sabía que enseguida
tendría que pronunciar algunas palabras en el balcón; de modo que comencé a
pensar qué podía decir. Por lo demás, ya en el momento en que fui elegido había
podido decirle al Señor con sencillez:'¿Qué estás haciendo conmigo?'. Ahora, la
responsabilidad la tienes Tú. ¡Tú tienes que conducirme! Yo no puedo. Si Tú me
has querido a mí, entonces también tienes que ayudarme. Digamos, pues, que en
ese sentido yo me encontraba en una relación de urgido diálogo con el Señor,
diciéndole que, si Él hace lo uno, tiene que hacer también lo otro'”.
Ante
sus proyectos personales, opuestos a los cargos eclesiales, y el
estremecimiento “ante lo que le sucede una y otra vez en contra de la propia
voluntad”, afirma: “Así es, justamente. Cuando se dice 'sí' en la ordenación
sacerdotal, es posible que uno tenga su idea de cuál podría ser el propio
carisma, pero también sabe: me he puesto en manos del obispo y, en última
instancia, del Señor. No puedo buscar para mí lo que quiero. Al final tengo que
dejarme conducir'. De hecho yo tenía la idea de que mi carisma era ser profesor
de Teología, y me sentía muy feliz cuando mi idea se hizo realidad. Pero
también tenía claro que siempre me encuentro en las manos del Señor y que debo
contar también con cosas que no haya querido. En ese sentido, sin duda fueron
sorpresas para mí el ser arrebatado de improviso y no poder seguir más el
propio camino. Pero, como he dicho, el sí fundamental implicaba también: estoy
a disposición del Señor y, tal vez, un día tendré que hacer cosas que yo mismo
no quiera”.
Las
cifras no hacen al papa
Y
relativiza los mil doscientos millones de católicos: “Por supuesto, esas
estadísticas son importantes. Ellas señalan cuán extendida está la Iglesia y
qué grande es realmente esta comunidad que abarca razas y naciones,
continentes, culturas, hombres de todo tipo. Pero el papa no tiene poder en
virtud de esas cifras”.
¿Por
qué no?: “El tipo de comunidad que se tiene con el papa es diferente, y el tipo
de pertenencia a la Iglesia también, por supuesto. De los mil doscientos
millones hay muchos que no acompañan interiormente su condición. San Agustín lo
dijo ya en su tiempo: hay muchos fuera que parecen estar dentro; y hay muchos
dentro que parecen estar fuera. En una cuestión como la fe, o la pertenencia a
la Iglesia católica, el 'dentro' y el 'fuera' están misteriosamente
entretejidos. En eso tenía razón Stalin al decir que el papa no tiene
divisiones ni puede mandar. Tampoco posee una gran empresa en la que todos los
fieles de la Iglesia fuesen sus empleados o subordinados.
En
tal sentido, el papa es, por un lado, un hombre totalmente sin poder. Por otro
lado, tiene una gran responsabilidad. En cierta medida es el jefe, el
representante, y al mismo tiempo el responsable de que la fe que mantiene
unidos a los hombres sea creída, que siga estando viva y que permanezca intacta
en su identidad. Pero sólo el mismo Señor tiene el poder de mantener a los
hombres también en la fe”.
Para
la Iglesia católica el papa es vicario de Cristo. ¿Puede usted hablar realmente
por Jesús?: “En el anuncio de la fe y en la celebración de los sacramentos,
cada sacerdote habla por encargo de Jesucristo, por Jesucristo. Cristo confió a
la Iglesia su palabra. Esa palabra vive en la Iglesia. Y si asumo interiormente
y vivo la fe de esa Iglesia, si hablo y pienso a través de ella, si lo anuncio
a Él, entonces hablo por Él, aún cuando en detalles siempre puede haber
debilidades, por supuesto. Lo importante es que no exponga mis ideas, sino que
procure pensar y vivir la fe de la Iglesia, actuar con obediencia en virtud de
la misión que Él me ha confiado”.
¿Infalible?
“¿Es
el papa realmente 'infalible', en el sentido en que se transmite a veces por
los medios? ¿Es un soberano absoluto cuyo pensamiento y voluntad son la ley?”.
“Eso es erróneo –responde el papa--. El concepto de infalibilidad se ha
desarrollado a lo largo de los siglos. Surgió frente a la pregunta acerca de si
hay en alguna parte una instancia última que decida. El Concilio Vaticano I
sostuvo, por fin, siguiendo una larga tradición que provenía desde los tiempos
de la cristiandad primitiva, que existe una decisión última. No queda todo en
la indefinición. En determinadas circunstancias y dadas ciertas condiciones, el
papa puede tomar decisiones vinculantes últimas por las cuales queda claro cuál
es la fe de la Iglesia y cuál no lo es.
Lo
que no significa que el papa pueda producir permanentemente afirmaciones
'infalibles'. Por lo común, el obispo de Roma actúa como cualquier otro obispo
que confiesa su fe, que la anuncia, que es fiel en el seno de la Iglesia. Sólo
cuando se dan determinadas condiciones, cuando la tradición ha sido aclarada y
sabe que no actúa de forma arbitraria puede el papa decir: ésta es la fe de la
Iglesia, y una negativa al respecto no es la fe de la Iglesia. En tal sentido,
el Concilio Vaticano I definió la capacidad de decisión última para que la fe
conserve su carácter vinculante”.
Unidad
en la verdad
“El
ministerio de Pedro ¿garantiza la coincidencia con la verdad?. San Agustín lo
expresó con la frase: 'Donde está Pedro, está la Iglesia, y allí está también
Dios'”. “Esa frase no reza así –rebate Benedicto XVI- y no fue formulada por
Agustín, pero ese punto podemos dejarlo aquí en suspenso. De todos modos, es un
antiguo axioma de la Iglesia católica. Donde está Pedro, está la Iglesia. Por
supuesto, el papa puede tener también opiniones privadas erróneas. Pero, como
decíamos antes, cuando habla como pastor supremo de la Iglesia en la conciencia
de su responsabilidad, no dice ya algo propio que se le acaba de ocurrir. En
ese caso sabe que tiene esa gran responsabilidad y que, al mismo tiempo, está
bajo el amparo del Señor, de modo que, en una decisión semejante, no conduce a
la Iglesia por el camino del error sino que asegura su unidad con el pasado, en
el presente y en el futuro, y sobre todo con el Señor, de esto se trata, y esto
es también lo que sienten otras comunidades de fe cristiana”.
El
menor entre todos
“En
un simposio dijo que el papa debía 'considerarse y comportarse como el menor
entre todos'”. “Así es, y también hoy lo considero correcto. El primado se
desarrolló desde el comienzo como primado del martirio. En los primeros tres
siglos, Roma era el lugar precedente y principal de las persecuciones de
cristianos. Mantenerse firme ante esas persecuciones y dar testimonio de Cristo
era la misión especial de la sede episcopal romana.
Se
puede considerar como un hecho de la Providencia el que, en el momento en que
el cristianismo alcanzó la paz con el Estado, la sede imperial se haya
trasladado a Constantinopla, junto al Bósforo. Roma pasó así a una situación
como de provincia. De ese modo, el obispo de Roma podía poner más fácilmente de
relieve la autonomía de la Iglesia, su diferenciación respecto del Estado. No
hay que buscar expresamente el conflicto, claro está, sino, en el fondo, el
consenso, la comprensión.
Pero
la Iglesia, el cristiano, y sobre todo el papa, debe contar con que el
testimonio que tiene que dar se convierta en escándalo, no sea aceptado, y que,
entonces, sea puesto en la situación de testigo, en la situación de Cristo
sufriente. Es significativo que todos los papas de la temprana Iglesia fueran
mártires. Ser papa no implica poseer un señorío glorioso, sino dar testimonio
de Aquel que fue crucificado y estar dispuesto a ejercer también el propio
ministerio de esa misma forma, en vinculación a él”.
Sin
embargo, también ha habido papas que se dijeron: el Señor nos ha dado el
ministerio, ahora, disfrutémoslo. “Sí, eso también forma parte del misterio de
la historia de los papas”, responde escuetamente.
Contradicciones
pero también mucha alegría
La
disposición cristiana a la contradicción atraviesa toda su biografía como el
dibujo constante de un tejido. Esas líneas fundamentales ¿influyen ahora en el
modo como configura su pontificado? “Naturalmente, una experiencia tan larga
implica también una formación del carácter, deja su impronta en el pensamiento
y en la acción. Desde luego que no he estado siempre en contra por principio.
Ha habido muchas hermosas situaciones de entendimiento. Cuando pienso en mi
tiempo como vicario, si bien se percibía ya la eclosión del mundo secular en
las familias, había sin embargo tanta alegría en la fe compartida, en la
escuela, con los niños, con los jóvenes, que yo me sentía verdaderamente
impulsado por esa alegría. Y así fue también en el tiempo en que fui profesor.
Mi
vida entera ha estado atravesada siempre también por esta línea de que el
cristianismo brinda alegría, da amplitud. En definitiva, la vida se haría
insoportable siendo alguien que está siempre y sólo en contra. Pero al mismo
tiempo estuvo siempre presente, aunque en diferentes dosis, el hecho de que el
evangelio se opone a constelaciones de poder. Como es natural, esto fue
especialmente drástico en mi infancia y juventud, hasta el fin de la guerra, A
partir de 1968, la fe cristiana entró cada vez más en contraposición con
respecto a un nuevo proyecto de sociedad, de modo que tuvo que hacer frente una
y otra vez a opiniones que luchaban poderosamente por imponerse, Por tanto,
soportar hostilidad y ofrecer resistencia --aunque una resistencia que sirva
para sacar a luz lo positivo- son cosas que pertenecen a la vida cristiana”.
Noto
que las fuerzas decaen
Usted
tiene hoy 83 años, ¿De dónde saca la fuerza? “Ante todo debo decir que lo que
acaba usted de enumerar es un signo de que la Iglesia vive. Contemplada sólo
desde Europa pareciera que se encuentra en decadencia. Pero esta es sólo una
parte del conjunto. En otros continentes crece y vive, está llena de dinamismo.
La cantidad de nuevos sacerdotes ha crecido en los últimos años a nivel
mundial, así como también el número de seminaristas. En el continente europeo
experimentamos sólo un lado concreto, y no todo el gran dinamismo del despertar
que hay realmente en otras partes y con el que yo me encuentro en mis viajes y
a través de las visitas de los obispos.
Es
cierto que, en realidad, todo eso exige a una persona de 83 años. Gracias a
Dios hay muchos buenos colaboradores. Todo se elabora y se lleva a cabo en un
esfuerzo común. Yo confío en que Dios me dará toda la fuerza que me hace falta
para hacer lo necesario. Pero noto también que las fuerzas decaen”.
El
papa podría enseñar algunas cosas también como entrenador de estado físico.
“--El papa ríe--. No lo creo. Naturalmente, hay que organizar bien el tiempo y
reparar bien en contar con suficiente descanso, de modo que, en las ocasiones
en que a uno lo necesitan, esté presente de forma adecuada. En síntesis, hay
que atenerse con disciplina al ritmo del día y saber para cuándo se necesita la
energía”.
¿Recibe
el papa por lo menos más ayudas y consuelos 'de lo alto' que, digamos, un común
mortal? “Y no sólo de lo alto --replica--. Recibo muchas cartas de gente
sencilla, de religiosas, madres, padres, niños, en las que me dan aliento. Me
dicen: ...Rezamos por ti, no tengas miedo, te queremos. Y adjuntan también regalos
de dinero y otros pequeños obsequios...”.
¿El
papa recibe regalos de dinero? “No para mí personalmente --explica--, sino para
poder ayudar a otros. Y me emociona mucho que gente sencilla me adjunte algo y
me diga: 'Sé que usted tiene mucho que ayudar; yo también quiero hacer algo por
ello'. En ese sentido me llegan consuelos de la índole más variada. También
están las audiencias de los miércoles, con los diferentes encuentros. Me llegan
cartas de viejos amigos, en ocasiones también visitas, aunque, como es natural,
eso se ha hecho cada vez más difícil. Como siempre siento también el consuelo
'de lo alto', experimento al orar la cercanía del Señor en la oración, o en la
lectura de los Padres de la Iglesia veo el resplandor de la belleza de la fe,
hay todo un concierto de consuelos”.
¿Se
ha modificado su fe desde que, como pastor supremo, es responsable del rebaño
de Cristo? A veces se tiene la impresión de que, ahora, esa fe se hubiese
vuelto de alguna manera más misteriosa, más mística... “Místico no soy
–responde el papa sencillamente--. Pero es verdad que, como papa, se tienen
muchas más ocasiones para orar y abandonarse por completo a Dios. Pues veo que
casi todo lo que tengo que hacer es algo que yo mismo no puedo hacer en
absoluto. Ya por ese solo hecho me veo por así decirlo forzado a ponerme en
manos del Señor y a decirle: 'Hazlo Tú, si Tú lo quieres'. En este sentido, la
oración y el contacto con Dios son ahora más necesarios y también más naturales
y evidentes que antes”.
Dicho
de forma profana: ¿hay ahora 'mejores conexiones' con el cielo, o algo así como
una gracia del oficio? “Sí, a veces se percibe eso --reconoce--. Por ejemplo,
en el sentido de: acabo de hacer algo que no puedo en absoluto por mí mismo.
Ahora me abandono al Señor y noto que cuento con una ayuda, que se realiza algo
que no proviene de mí mismo. En ese sentido se da sin duda la experiencia de la
gracia del oficio”.
Los
verdaderos adoradores
Juan
Pablo II hablaba de la 'Oración al Espíritu Santo' y después se fue dando cuenta
poco a poco de lo que significar cuando Jesús dice que los verdaderos
adoradores de Dios son los que adoran a Dios 'en Espíritu y en verdad'. “Ese
pasaje del Evangelio de san Juan, capítulo 4 –explica el papa--, es la profecía
de una adoración en la que ya no habrá templo, sino que, sin templo exterior,
se rezará en la comunión del Espíritu Santo y en la verdad del evangelio, en la
comunión con Cristo; donde ya no se necesita más templo, sino la nueva comunión
con el Señor resucitado. Esto sigue siendo siempre algo importante, porque
representa un gran giro también desde el punto de vista de la historia de las
religiones”.
Un
mendigo frente a Dios
¿Y
cómo reza el papa Benedicto? “En lo que toca al papa, también él es un simple
mendigo frente a Dios, y más que todas las demás personas. Por supuesto que
rezo siempre en primerísimo lugar a nuestro Señor, con el que tengo una
relación de tantos años. Pero también invoco al Espíritu Santo. Tengo amistad
con Agustín, con Buenaventura, con Tomás de Aquino. A esos santos se les dice:
'¡Ayudadme!'. Y la Santísima Virgen es de todos modos siempre un gran punto de
referencia. En este sentido me interno en la comunión de los santos. Con ellos,
fortalecido por ellos, hablo entonces también con Dios, sobre todo mendigando,
pero también dando gracias, o simplemente con alegría”, concluye Benedicto XVI.
(14
de febrero de 2013) © Innovative Media Inc.
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