Lo malo no es ser ignorante/José Herrera Peña, abogado e historiador.
- Si Vicente Fox supiera leer, sería interesante que leyera el libro de Patricia Galeana titulado El Tratado McLane-Ocampo, la comunicación interoceánica y el libre comercio, CISAN-UNAM-PORRÚA, 2006.
Todos lo
somos.
Lo malo es emitir opiniones con base en la ignorancia, en lugar de
informarse, como lo acaba de hacer Vicente Fox, al señalar: “Sostengo mi dicho,
hay muchos cuestionamientos sobre la presidencia de Benito Juárez, el primero
de ellos: el Tratado McLane-Ocampo, donde prácticamente entregó la soberanía
del país a Estados Unidos, eso es casi una traición a la patria.
Afortunadamente, los americanos no aceptaron esa propuesta del propio
presidente Juárez”.
1.
Desconcierto ante la disputa
Siendo
estudiante de Bachillerato en el Colegio de San Nicolás, al leer los enconados
ataques de los conservadores y las severas críticas liberales contra Melchor
Ocampo, ministro de Relaciones del presidente Benito Juárez, por haber
negociado un Tratado de Tránsito y Comercio con Robert McLane, embajador de
Estados Unidos en México, quedé desconcertado. Era extraño que liberales y conservadores
se pusieran de acuerdo para acusar a Juárez de traición. Por otra parte, al
leer el Tratado McLane-Ocampo, me asombré de que Ocampo lo hubiera negociado y
Juárez firmado. Luego entonces, es cierto que cedió a Estados Unidos, entre
otras cosas, el derecho de paso ad perpetuam a sus ciudadanos, efectos
mercantiles y tropas por el istmo de Tehuantepec, de un océano a otro.
Sin
embargo, cuando leí el Tratado de La Mesilla,, que le sirve de antecedente,
aprobado y ratificado por el,presidente Antonio López de Santa Anna, de lo que
me asombré es que siguiera juzgándose tan severamente a Ocampo, porque el paso
de las tropas norteamericanas por Tehuantepec había sido estipulado por el
artículo 8 de el Tratado de Límites entre los Estados Unidos Mexicanos y los
Estados Unidos de América, llamado Tratado de la Mesilla, no por el Tratado
McLane-Ocampo. Y los derechos de tránsito por los pasos del norte del país
habían sido autorizados por el presidente Ignacio Comonfort, no por Ocampo.
Mi
asombro fue mayor por dos razones fundamentales: porque el McLane-Ocampo no fue
ni es propiamente un Tratado en sí mismo, sino la ampliación del Tratado de La
Mesilla, en lo que concierne al tránsito de tropas norteamericanas por el istmo
de Tehuantepec, en cumplimiento del compromiso contraído previamente por ambos
países, o como lo señala su texto, "una ampliación del artículo 8 del
Tratado de 30 de diciembre de 1853".
Pero
ni siquiera fue una ampliación, ni nada, puesto que no lo aprobó de inmediato
el Senado norteamericano, y al acordar que se discutiera nuevamente seis meses
después, el presidente Juárez se negó a ampliar la prórroga para que su
discusión, así que de este modo puso fin al asunto.
Además,
la cláusula del Tratado de La Mesilla, que hace referencia al compromiso de
México para celebrar el “arreglo para el pronto tránsito de tropas y municiones
de Estados Unidos” por Tehuantepec, fue derogada de común acuerdo, en abril de
1937, por los presidentes de México y EEUU, Lázaro Cárdenas del Río y Franklin
D. Roosevelt, por medio del Tratado que deroga el artículo 8 del Tratado de
Límites de 30 de diciembre de 1853.
2.
Condenado sin juicio previo
Durante
la guerra de reforma, liberales y conservadores buscaron el apoyo de las
potencias extranjeras, a cambio de gravosas concesiones. Había que pagar el
precio. De esta forma, los conservadores firmaron el Tratado Mon-Almonte, y los
liberales, el McLane-Ocampo. El primero involucraba la intervención de España y
Francia en los asuntos internos de México; el segundo, la de Estados Unidos.
Los dos bandos se acusaron mutuamente de traición a la patria.
Lo
notable es que, mientras los conservadores defendieron con inteligencia el
Tratado Mon-Almonte, buena parte de los liberales juzgaron con dureza el
McLane-Ocampo. En efecto, al instalarse el Congreso mexicano como resultado del
triunfo de la guerra de Reforma, el diputado presidente acusó de traición al
presidente Juárez y exigió que se le turnara el expediente sobre el Tratado
McLane-Ocampo. El Congreso acordó que se investigara la forma en que el
presidente Juárez había utilizado las facultades extraordinarias que se le
habían concedido para hacer frente a la situación. El gobierno envió al
Congreso los documentos respectivos y Ocampo, que se había retirado a su
hacienda de Pomoca, se mostró satisfecho de que se tratara el tema, a fin de
exponer públicamente lo que se había negociado confidencialmente, y preparó sus
notas y papeles; pero ya no tendría la oportunidad de hacerlo.
Aunque
las armas liberales habían triunfado, las conservadoras no habían sido
exterminadas. Las primeras dominaban las ciudades del país, pero las segundas,
aún desarticuladas y en forma de gavillas, se movían de un lugar a otro y
subsistían como podían, en espera de mejores tiempos. La guerra, pues, seguía
viva. Melchor Ocampo fue capturado por una de esas gavillas, acusado de traición
y condenado a muerte, por haber firmado el Tratado que lleva su nombre. En su
breve testamento escribió: "Muero creyendo que he hecho por el servicio de
mi país cuanto he creído en conciencia que era bueno".
3.
Conocer, antes de juzgar
De
acuerdo con la profecía de Humboldt, la nación que llevara a cabo la
comunicación interoceánica en América, estaría llamada a convertirse en el
centro del comercio internacional. Por eso, eliminada España de este escenario,
dos potencias europeas en su apogeo, Gran Bretaña y Francia, y la naciente
potencia americana, Estados Unidos, no sólo presionaron a los tres países
poseedores de las zonas críticas para alcanzar dicha comunicación, México,
Nicaragua y Colombia (a cuyo territorio pertenecía Panamá), sino también
lucharon entre sí en busca de la supremacía.
Estados
Unidos había iniciado su expansión territorial en la primera mitad del siglo
XIX, a costa de Francia, con la adquisición de Louisiana; de España, con la
compra de la Florida, y de México, con la anexión de Texas, Nuevo México y
California.
Pues
bien, en esos años se llevaron a cabo numerosas batallas diplomáticas por la
comunicación interoceánica, entre ellas, la del embajador norteamericano Robert
McLane con el canciller mexicano Melchor Ocampo, que fue una de las más
difíciles y complicadas de nuestra historia (si no es que la más difícil), al
haberse llevado a cabo entre un país fuerte, en plena pujanza, y un país débil,
dividido y destrozado por la guerra civil, sin más destino que el de convertirse
en protectorado, y en la que sólo el talento, el tacto y la habilidad
diplomática del débil, compensó y neutralizó la agresividad del fuerte.
En
su libro sobre el tratado “imperfecto” (tratados imperfectos llaman los
norteamericanos a los que no entran en vigor), la doctora Patricia Galeana
plantea no sólo el tema militar, sino todos los asuntos involucrados en las
negociaciones sobre el Tratado McLane-Ocampo, incluyendo el libre comercio
(tema que empezaría a adquirir importancia en 1990), y en lugar de acusar,
defender o criticar, hace historia: éste es el aspecto más constructivo y
apasionante de su obra, porque al historiar, descubre y revela el proceso para
llegar a los acuerdos. Y al revelarlo, pone en evidencia no sólo la agresividad
diplomática del fuerte y las dignas y decorosas resistencias del débil, sino
también el complicado y denso tejido de circunstancias -internas y externas-
dentro del cual ocurrieron los hechos.
Si
Vicente Fox supiera leer, sería interesante que leyera el libro de Patricia
Galeana titulado El Tratado McLane-Ocampo, la comunicación interoceánica y el
libre comercio, CISAN-UNAM-PORRÚA, 2006.
4.
Los primeros tratados
En
1848, por ejemplo, al negociarse el Tratado de Guadalupe Hidalgo, se instruyó
al embajador norteamericano que ofreciera 30 millones de dólares, en lugar de
15, si además de Nuevo México y la Alta California, el gobierno mexicano
concedía a Estados Unidos el derecho de paso por Tehuantepec; propuesta que fue
rechazada categóricamente por los negociadores mexicanos, amparados en que el 1
de marzo de 1842, el gobierno mexicano había otorgado a José de Garay la
concesión para construir una vía de comunicación por el istmo, accesible a
todas las naciones del mundo, en el término de 28 meses.
La
empresa era de tales dimensiones, que de Garay pidió varias ampliaciones, todas
las cuales le fueron otorgadas, hasta que el 7 de enero de 1847 transfirió sus
derechos a los inversionistas ingleses Manning, Macintosh y Scheneider.
En
todo caso, los negociadores mexicanos alegaron que la concesión había sido
transferida a Gran Bretaña, con autorización de México, por lo que no era
posible establecer con EEUU ninguna negociación al respecto.
Desde
ese momento, EEUU consideraría menos oneroso adquirir la concesión de los británicos,
que pagar algo a México; pero en noviembre de 1848, al no cumplir los
concesionarios británicos con las condiciones del contrato, México anuló la
concesión, un mes después de que una empresa de Nueva York la adquiriera, por
lo que EEUU exigió a México que la respetara.
Dos
años después, en 1850, por el Tratado Letcher-Gómez Pedraza, México concedió el
derecho de paso de mercancías y ciudadanos norteamericanos, escoltados por
tropas de EEUU, por el istmo de Tehuanteoec, previo permiso del gobierno
mexicano; pero rechazó la concesión de Garay y la circulación discrecional de
tropas norteamericanas por cualquiera otra parte del territorio nacional.
El
gobierno de Washington no envíó dicho Tratado al Senado para su aprobación, a
pesar de lo ventajoso que era para sus intereses, sino hasta que se reconociera
la concesión de Garay. Ante la amenaza de que México firmara el Tratado en
tales términos o el istmo sería ocupado por la fuerza, el canciller Lacunza
dijo dramáticamente a su contraparte:
"El
gobierno de usted es fuerte, el nuestro es débil. Ustedes tienen poder para
apropiarse de cualquiera parte de nuestro territorio… o de todo, si les agrada.
No tenemos medios para resistir. Hemos hecho cuanto nos ha sido posible para
contentar a su país. No podemos hacer más. La política así como el deseo de
México es mantener con los Estados Unidos las relaciones más amistosas. No
podemos conceder lo que se nos exige".
5.
Tratados frustrados
En
1851 se concluyó un Tratado casi igual al anterior, e incluso EEUU permitió que
favoreciera a México en algunas de sus cláusulas; pero insistió que se
reconociera la concesión de Garay, a menos que quisiera dificultades. Aunque
las dificultades no se querían, México ya había declarado insubsistente dicha
concesión, así que en abril de 1852, a pesar de sus bondades, el nuevo tratado
fue rechazado por el Senado mexicano por 71 votos contra 1.
En
1853 se firmó otro Tratado entre los dos países, que fue aprobado por el
Congreso mexicano, pero no por el Senado norteamericano, porque omitía los
privilegios de la concesión de Garay.
Ese
mismo año, el presidente Pierce anunció una política de expansión territorial
“en defensa” de su país y anunció la adquisición de Cuba, que era colonia de
España, y de los cinco estados fronterizos mexicanos y la península
bajacaliforniana, mediante una oferta de compraventa o por cualquier otro
medio. Por Cuba ofreció 130 millones a España, y por Tamaulipas, Nuevo León,
Coahuila, Chihuahua, Sonora y Baja California, 50 millones a México.
Con
el tiempo se modificarían las opciones, salvo Baja California y, al menos, La
Mesilla, que era parte de Sonora; territorio necesario para tender las vías del
ferrocarril de Brownsville a San Diego. Además, exigió la derogación del
artículo 11 del Tratado de Guadalupe Hidalgo, y por último, revivió el asunto
de Tehuantepec. Al mismo tiempo, surgió entre grupos políticos mexicanos el
proyecto de establecer por métodos revolucionarios (con apoyo texano) la
república de la Sierra Madre, formada por los territorios de todos los estados
fronterizos de la República Mexicana.
6.
El Tratado de La Mesilla
En
estas condiciones, el presidente Santa Anna cedió a EEUU el territorio de La
Mesilla y retiró sus tropas del valle; aceptó que se derogara el artículo 11
del Tratado de Guadalupe Hidalgo, sin indemnización, que eximió a EEUU de la
obligación de evitar las invasiones de indios salvajes de su territorio a las poblaciones
mexicanas, y aunque no reconoció la concesión de Garay, otorgó en todo tiempo,
es decir, a perpetuidad, el libre paso a ciudadanos, efectos y tropas
norteamericanas de un océano a otro por el istmo de Tehuantepec. La modalidad
para efectuar el paso de dichas tropas quedó pendiente y se acordó definirlo en
un acuerdo posterior: éste sería el McLane-Ocampo.
En
1857, el presidente Buchanan quiso obtener los territorios de Baja California,
Sonora y Chihuahua y advirtió a México que no podía decidir nada de lo que
concerniera a Tehuantepec, ya que había adquirido por el Tratado de La Mesilla
un derecho que nunca y bajo ninguna circunstancia abandonaría, y que no tomara
ninguna decisión sin su consentimiento; además, insistió que se amplíara dicho
Tratado para asegurar su control sobre el istmo y decidir a su arbitrio su
protección. El presidente Comonfort rechazó dos proyectos bajo tales
lineamientos, pero concedió a EEUU el derecho de tender vías de ferrocarril que
partieran de dos de sus puntos fronterizos y llegaran a varios puertos
mexicanos del Océano Pacífico y del Golfo de California.. El gobierno
norteamericano sugirió entonces dos Tratados, el de Tehuantepec y el de los
territorios del norte; pero Comonfort dio golpe de estado y salió de la escena
política e histórica.
En
1858, el embajador Forsyth reconoció al gobierno conservador y le planteó las
propuestas anteriores, pero fueron rechazadas. El canciller Luis G. Cuevas
expresó:
"No
es posible predecir lo que Estados Unidos y México serán dentro de 50 años. Una
cosa cierta es que ni uno ni otro pueblo podrán disfrutar una felicidad
duradera, ni conservar sus instituciones e independencia, si no son guiados por
principios de equidad y justicia en sus relaciones mutuas".
En
1859, en fin, en plena guerra civil entre liberales y conservadores, mientras
estos dominaban no sólo la capital sino gran parte del país, y aquellos se
refugiaban en Veracruz, Washington consideró que había llegado el momento de
hacer progresar sus intereses. Ordenó que se bloquearan todos los créditos a
los liberales, a fin de que quedaran más débiles, y de este modo, las
negociaciones entre ellos fueran más fácilesj.
7.
El Tratado McLane-Ocampo
En
estas condiciones, llegó el agente confidencial Churchwell ante el debilitado
gobierno de Juárez y le reveló que el de EEUU quería la península de Baja
California, el derecho perpetuo de tránsito desde El Paso hasta Guaymas en el
Golfo de California y de un punto del Río Grande (Río Bravo) a otro de dicho
golfo californiano, para tender vías de ferrocarril a través de Sonora y
Chihuahua, así como el derecho perpetuo de paso a través de Tehuantepec: todo
protegido por sus tropas.
El
ministro de Relaciones Melchor Ocampo replicó que para eso se necesitaba un
Tratado entre ambos países y EEUU no podía firmarlo, porque ya había reconocido
al gobierno conservador de Zuloaga, así que propuso que se reconociera el
gobierno de Juárez como condición sine qua non para discutirse el Tratado. EEUU
aceptó. De ese modo, logró lo más importante; es decir, el reconocimiento
político y diplomático.
Entonces,
el secretario de Estado de EEUU nombró embajador a Robert McLane, quien al
presentar sus cartas credenciales al gobierno mexicano, le advirtió que si no
garantizaba la seguridad de los ciudadanos norteamericanos en México, su
gobierno actuaría por cuenta propia. Ocampo, aprovechó la amenaza de
intervención militar unilateral, para proponerle un tratado de alianza militar,
ofensiva y defensiva, entre los dos países. En el fondo, buscaba comprometer a
EEUU para que se convirtiera en aliado de México ante la inminencia de la
intervención europea. No cedió ni un milímetro en el asunto de Baja California,
pero se mostró dispuesto a negociar los tránsitos por el norte y por
Tehuantepec, a cambio de una indemnización, porque México dejaría de cobrar los
aranceles.
Durante
los meses siguientes se proseguirían las negociaciones, sin que las partes
hicieran avanzar sus pretensiones. El Tratado debía celebrarse en cumplimiento
de lo dispuesto por el de La Mesilla, que estipula su ampliación. así que el
compromiso bilateral tenía que respetarse; pero al insistir McLane en la cesión
de Baja California, por la que EEUU estaba dispuesto a pagar una indemnización
(que el gobierno liberal de Juárez requería con suma urgencia), Ocampo le dijo
que si quería hacer prosperar el asunto de Tehuantepec, separara el de Baja
California, porque el Congreso mexicano jamás aceptaría un Tratado que
implicara la cesión de territorio.
Al
mismo tiempo, le sugirió un convenio preliminar sobre escoltas binacionales por
las rutas que corren del río Bravo a Mazatlán y de Tucson a Guaymas, para
proteger las caravanas comerciales norteamericanas, asunto que ya había sido
previamente autorizado por Comonfort, y su sugerencia fue aceptada por el
embajador norteamericano.
McLane
alertó a su gobierno sobre la inminencia de la intervención europea. Ocampo le
reiteró a ese respecto la necesidad de concertar un tratado de alianza
defensiva y ofensiva entre ambas naciones, porque sólo así se justificaría el
tránsito de tropas por el norte y por Tehuantepec, lo que es razonable entre
aliados. Y con base en el principio de reciprocidad, agregó que las tropas
mexicanas también tendrían derecho de paso por el territorio norteamericano.
Sin embargo, en el artículo 5 de su proyecto puntualizó que ninguna de las dos
repúblicas podría situar tropas en el territorio ajeno, sin autorización de la
otra.
Dada
la inestabilidad de México, McLane consideró improcedente la alianza militar
entre ambos países. A su juicio, EEUU tenía pleno derecho a proteger
militarmente no sólo las rutas del norte y el istmo sino "todas las rutas
existentes o que se construyan en adelante, ya sea que crucen el istmo o
cualquiera otra parte de la república".
Ocampo
siguió rechazando el paso de tropas norteamericanas por el territorio nacional,
sin previa autorización del gobierno mexicano, y volvió a proponer el
aseguramiento de los pasos comerciales con tropas binacionales. Además reiteró
que si EEUU insistía en trasladar su fuerza militar de un punto a otro del
territorio nacional, sólo sería posible a condición de que se celebrara una
alianza militar entre ambos países, lo que implicaba que México también
trasladara la suya por territorio norteamericano; en el entendido de que en los
dos casos, el paso se efectuaría previa autorización de ambos gobiernos.
O
McLane
insistió en Baja California y replicó que México no estaba en posibilidad de
proteger los pasos comerciales en su propio territorio, menos en el ajeno;
luego entonces, era necesario que EEUU lo hiciera. El secretario de Estado del
gobierno norteamericano, por su parte, consideró descabellada la propuesta de
alianza militar, porque EEUU jamás admitiría la intervención de tropas de
México en su territorio.
Í
Entonces,
Ocampo rechazó definitivamente el asunto de Baja California y la
discrecionalidad del tránsito de tropas norteamericanas por el territorio
nacional, incluyendo Tehuantepec. EEUU debía respetar la soberanía, las leyes y
las instituciones de México, y aún en el caso de que se celebrara la alianza
militar, las tropas norteamericanas sólo podrían actuar en México previo
premiso del gobierno mexicano, salvo en caso de delito in franganti, pero sin
ejercer actos de jurisdicción, ni establecer residencia en la zona.
Al
estancarse las negociaciones, Ocampo fue reemplazado en el ministerio de
Relaciones por Juan Antonio de la Fuente, pero éste, en lugar de aceptar cambios,
defendió el mismo proyecto. EEUU no tenía derecho de imponer sus condiciones a
un país independiente. México no podía aceptarlas. El gobierno liberal de
Juárez rechazaba convertirse en un instrumento mutilador de la República.
También consideraba infranqueable el tránsito de tropas norteamericanas por el
territorio nacional sin previo consentimiento del gobierno mexicano. No se les
podía otorgar paso franco por el país. Y el derecho de servidumbre por
Tehuantepec merecía recompensa.
En
tales circunstancias, McLane dio por concluidas las negociaciones y regresó a
su país. Mientras tanto, el gobierno de Miramón firmó con España el tratado
Mon-Almonte, lo que alarmó a Washington. Miguel Lerdo (secretario de Hacienda),
quien se encontraba en EEUU esforzándose por destrabar el asunto de los
créditos, y José Ma. Mata (embajador de México en Estados Unidos), elaboraron
un proyecto de Tratado que excluyó la cesión de Baja California, con la
esperanza de desbloquear los créditos que le urgían a México, y fue apoyado por
McLane. Ocampo reprendió a Mata por entablar negociaciones con el gobierno
norteamericano, sin autorización de México, y Mata renunció por no tenérsele
confianza.
McLane
no tuvo más opción que la de trasladarse a Veracruz a presentar el nuevo proyecto
de Tratado aprobado por Washington, y Ocampo fue reinstalado por el presidente
Juárez en el ministerio de Relaciones Exteriores. El embajador retiró lo de
Baja California, pero insistió en que las tropas norteamericanas protegieran
discrecionalmente las rutas de tránsito por el norte y por Tehuantepec. Ocampo
rechazó categóricamente el punto y reiteró su propuesta de una convención
militar anexa al tratado, que implicara el paso de tropas de un país sobre el
territorio del otro, y que la alianza de ambos países en esta materia bajo el
principio de reciprocidad, para “conservar el orden y la seguridad en el
territorio de la República de México y de Estados Unidos”. Finalmente, McLane
aceptó las condiciones de Ocampo y se firmó el Tratado.
De
ese modo, Ocampo lo obtuvo todo (reconocimiento diplomático, apoyo político y
alianza militar) a cambio de nada, porque lo que concedió (el paso de tropas
por Tehuantepec) ya había sido previamente concedido por el Tratado de La
Mesilla.
Después
se celebraron dos batallas por su aprobación y ratificación; una larga y
apasionante en EEUU, en la que el Senado rechazó el Tratado, en principio, al
oponerse a la convención militar, y pospuso su dictamen final transcurridos
seis meses, previa nueva discusión. Y otra en México, en la que Juárez rechazó
cualquier prórroga a su discusión, con el apoyo de su consejo de ministros, y
de esa manera puso fin al asunto.
En
conclusión, no hay que criticar a Vicente Fox por los cortos alcances de su
visión histórica, ni tampoco exaltar desmesuradamente las figuras de Juárez y
de Ocampo, sino simplemente normar el criterio que se quiera adoptar al
respecto, cualquiera que éste sea, con base en un conocimiento más amplio de
los hechos respectivos.
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