Sueños
y utopías/ ANTONI GUTIÉRREZ-RUBÍ
El
mérito histórico del discurso de MLK es dibujar la utopía de la igualdad como
un recorrido posible
El País, 21 AGO 2013
Un
sueño aislado es una quimera o una fantasía; a veces, el preludio de una
alucinación. Pero un sueño compartido es una utopía colectiva, un reto posible.
Un desafío. Cuando Martin Luther King (MLK), en las escaleras del Lincoln
Memorial, pronunció su discurso I have a dream (Tengo un sueño), el 28 de agosto
de 1963, construyó una de las más poderosas utopías contemporáneas. Esas 1.666
palabras sacudieron a la sociedad mundial con tres principios: más unidad, más
igualdad, más democracia. Los mismos que cien años antes, a mediados de junio
de 1858, en la Convención Republicana de Springfield que le postularía como
candidato a senador por el Estado de Illinois, Abraham Lincoln transmitió en su
memorable discurso: “Una casa dividida contra sí misma no puede mantenerse en
pie”. La política como utopía necesaria y, en consecuencia, que debe ser
posible y realizable. La utopía como proyecto.
La
conexión Lincoln-King en el discurso y en la trayectoria de ambos es evidente
en lo explícito y en lo emocional. “Pero cien años después, las personas negras
todavía no son libres. Cien años después, la vida de las personas negras sigue
todavía tristemente atenazada por los grilletes de la segregación y por las
cadenas de la discriminación. Cien años después, las personas negras viven en
una isla solitaria de pobreza en medio de un vasto océano de prosperidad
material”. Así habló MLK.
La
primera versión de Utopía, el libro fundamental del humanista del Renacimiento
Tomás Moro, se publicó en 1516. El texto es una sátira política, pero también
una obra alegórica y romántica. Moro quería denunciar los excesos del poder, la
avaricia y la obsesión por lo material. Para ello describe, a través de un
narrador que es un explorador, un mundo ideal (una isla), organizado
racionalmente (es decir, justo) que se convierte en una comunidad pacífica que
establece la propiedad común de los bienes. Toda la organización social de la
isla (el trabajo, la propiedad, el ocio) pretende disolver las diferencias
sociales y fomentar la igualdad. Una ciudad imaginaria. Una ciudad inexistente.
Un “no lugar”, como tradujo Utopía al castellano Francisco de Quevedo. Desde
entonces, lo utópico se ha presentado como irrealizable, por inexistente, más
que por impensable. Por imposible, más que por incomprensible.
El
mérito histórico del discurso de MLK es dibujar la utopía de la igualdad como
un recorrido posible, no como una isla inalcanzable; tampoco como una isla de
marginación, sino como un camino de superación, integración y redención social
y cívica: “del oscuro y desolado valle de la segregación al soleado sendero de
la justicia social”; “desde las arenas movedizas de la injusticia racial hasta
la sólida roca de la fraternidad”. Una marcha colectiva por una geografía
tortuosa y difícil, pero que no impedirá que se cumpla el sueño colectivo:
“todo valle será alzado y toda colina será bajada”. La marcha sobre Washington
como metáfora y etapa inicial.
I
have a dream no es un pensamiento onírico, es una visión política. De nuevo, la
conexión con Lincoln es singular y sugerente. El presidente, torturado permanentemente
por el destino y las repercusiones históricas de sus decisiones más dramáticas,
hurgaba en sus sueños (en sus pesadillas) para interpretar el futuro y
reconfirmar su presente. Lincoln llegó a soñar −unos días antes− cómo era
asesinado, según le explicó a su esposa, quien durante muchos años descifraba o
interpretaba sus sueños en el marco de una relación tortuosa de dependencias
mutuas y múltiples capas psicológicas entremezcladas con reproches y
sentimientos cruzados.
Los
sueños han sido inspiración y premonición de creaciones extraordinarias e
históricas. John Lennon compuso Imagine después de haber escuchado la melodía
en un sueño. Lo mismo afirmó Paul McCartney en relación a la melodía del tema
Yesterday. Y Albert Einstein informó que su teoría de la relatividad fue
inspirada en una serie de sueños que tuvo entre abril y junio de 1905. Pero el
sueño de MLK fue más allá de la creación o de la invención. Se convirtió en
coro social, en bandera política e himno generacional.
Cincuenta
años después, su discurso es parte de la cultura universal. Trasciende el
contexto y la historia concreta, para situarse en un plano moral y se
transforma en imperecedero e inagotable. Cincuenta años después, la política −en particular
en nuestra realidad más próxima−
se ha desgajado de la palabra que emociona, que interpreta y proyecta, que
acoge y proclama. El descrédito de la política es triple: no tiene sueños que
se conviertan en retos, no defiende utopías que comprometan a la acción y no
encuentra las palabras que conmuevan y promuevan los cambios colectivos:
aquellos que son mucho más que la suma de los individuales.
I
have a dream no es un discurso, es un manifiesto permanente para la acción y la
movilización. Un camino, más que un destino o una meta. Por ello no es de
extrañar que a los más de dos millones de indocumentados que llegaron a Estados
Unidos siendo niños y que podrían, potencialmente, beneficiarse de la
aprobación de la ley denominada Dream Act del presidente Barack Obama se les
conozca hoy como los dreamers (soñadores).
El
sueño continúa: el americano para muchos y el universal para todos. El sueño de
la fraternidad. Gracias eternas, Martin Luther King.
Antoni
Gutiérrez-Rubí es asesor de comunicación y consultor político.
Con motivo de la
conmemoración del 50º aniversario del discurso de Martin Luther King, ha
coordinado la edición de un ‘e-book’ gratuito, en el que participan distintos
autores, como Federico Mayor Zaragoza, Juan María Hernández-Puértolas,
Gumersindo Lafuente, Fran Carrillo, Rafael Vilasanjuan, Carlos Páez, Roberto
Trad, Francesc Pujol, Yago de Marta, Xavier Peytibi y Ángela Paloma Martín.
Estará disponible a partir del 28 de agosto en la web conmemorativa
www.gutierrez-rubi.es/istillhaveadream
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