El
gigante se mueve/Xulio Ríos es director del Observatorio de la Política China y autor de China pide paso. De Hu Jintao a Xi Jinping.
El
País | 19 de noviembre de 2013
No
solo crece: el gigante se mueve. Al cumplirse el primer año del mandato de Xi
Jinping al frente del Partido Comunista de China (PCCh), la batería de medidas
anunciadas explicitan un nuevo impulso transformador del país. Dos son sus
destinatarios principales. De una parte, la propia sociedad china, que ansiaba
largamente aprehender un soplo de cambio en asuntos sensibles en los que
durante mucho tiempo se ha mareado la perdiz. De otra, la comunidad
internacional, a quien se envía un claro mensaje de progresiva adaptación a las
tendencias predominantes, que facilitará la implicación de China en la
gobernanza global de forma mucho más intensa.
El
simbolismo y la parcialidad de muchas de las medidas anunciadas no deben ir en
detrimento de su alcance ni el alborozo debe obnubilar el realismo. Más allá de
las propuestas de corte social (hukou o sistema de empadronamiento, hijo único,
seguridad social, educación…) o relacionadas con la mejora de los derechos
humanos (pena capital, campos de reeducación, etcétera), una vez más la clave
prioritaria es la economía. La suavización de la política de planificación
familiar, por ejemplo, no pasa por alto que en la última década la mano de obra
disminuyó en casi 30 millones de personas.
Los
cambios estructurales apuntan a dos frentes. Primero, el redimensionamiento de
lo público a favor de lo privado, de forma que en el ámbito productivo y en el
financiero se abrirán nuevos espacios para la competencia, aunque sin afectar a
la consideración de la propiedad pública como determinante. En segundo lugar,
el reajuste en las funciones gubernamentales; lo cual no solo supone abogar por
la descentralización y profesionalización de la Administración reforzando su
vocación de servicio público, sino, también, la desministerialización de
aquellas actividades relacionadas directamente con la economía productiva, lo
cual aligerará notablemente su actual omnipresencia. Un anticipo vivimos ya en
marzo último, cuando se transformó el modus operandi en el sector del
ferrocarril, pasando de ministerio a corporación; ahora habrá más sectores
afectados, lo que unido a la quiebra de los monopolios (especialmente en
energía y minería) generará un nuevo marco de juego.
No
obstante, sería un error pensar que el PCCh va a renunciar a controlar y
dirigir la economía. Sus organizaciones seguirán presentes en todo el tejido
económico, incluido el privado. Simplemente advierte la existencia de holgura
suficiente para introducir una mayor apertura y flexibilidad que le facilitarán
seguir creciendo a un ritmo capaz de garantizar la consecución del objetivo
marcado el pasado año: duplicar el PIB y el ingreso per capita en 2020 respecto
a 2010. Por otra parte, las medidas correctoras con relación a la agricultura y
los campesinos son indispensables para alentar el consumo. Pero su impacto
puede tener un alcance mayor.
A
nivel internacional, la imagen de China puede verse positivamente afectada por
estas medidas. Tras años de fuerte inversión en su poder blando, los logros son
discutibles. Ello se debe, en esencia, a que no solo se trata de una cuestión
de asignación de voluminosos recursos, sino de actitudes y credibilidad. Por
más que se creen institutos Confucio en todo el mundo, cuando un monje tibetano
se inmola, todo amenaza derrumbarse como un castillo de naipes. He ahí, de
cuanto ha trascendido, una de las grandes ausencias: ni una novedad en relación
con la problemática de las nacionalidades minoritarias que, por el contrario,
reclama igualmente un cambio de modelo que supere el actual binomio
desarrollo-represión.
La
reforma que se plantea, a pesar de que ahora se manifiesta en las cuestiones
más maduras y que generan más consenso, es integral, pero su mayor reto sigue
siendo el modelo político. En este orden, con alusiones medidas a la primacía
de la Constitución y al imperio de la ley, se mantiene abierta la esperanza a
una segunda etapa que quizás pudiera dar pie a avances relativamente
significativos. Por el momento, no parece que así sea. La adopción de medidas
concretas para expandir la democracia choca con una concepción de la
estabilidad que sigue ocupando una posición infranqueable en la agenda de
preocupaciones de la máxima dirigencia.
El
diseño de alto nivel que se proponen recrear los dirigentes chinos en los
próximos años, una especie de ingeniería política de alta precisión, constituye
todo un reto que debe culminar con la plasmación de un sistema institucional
con una fuerte carga cultural a sus espaldas, una especie de socialchinismo
adaptado a las peculiaridades del país, pero sin poder rehuir el reconocimiento
de derechos que late en una sociedad que no quiere ser masa y aspira a ser
sujeto de sus propias decisiones.
En
suma, lo que en realidad motiva este nuevo impulso es el lógico afán de ultimar
la modernización, pero también el dar vida a un nuevo sistema que asegure tanto
desarrollo como estabilidad. Y que igualmente suscite la admiración que antaño
sentían los viajeros al descubrir su exótico universo. Esa es la esencia del
sueño que sugiere Xi Jinping: asombrar de nuevo al mundo. ¿Lo lograrán?
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