La
princesa y el pueblo/ENRIQUE Krauze
Su
vocación social, su oído sensible y su leal compromiso ideológico con las
corrientes de izquierda, recuerdan la actitud de Kropotkin o Tolstoi
El País, 20 de noviembre de 2013
Desde
hace seis décadas, una mujer de linaje polaco y alma mexicana ha estado en el
centro de la vida literaria en este país: Elena Poniatowska. Su vocación
social, su oído sensible al habla popular y su leal compromiso ideológico con
las corrientes de izquierda, aun las más radicales, recuerda la actitud de los
nobles eslavos como Kropotkine o Tolstoi, que despreciando las rudas costumbres
y pasiones de la burguesía, se acercaron a los campesinos y vieron en su vida
el embrión de una utopía social. Elena, la rubia y risueña Elena, la traviesa e
indignada Elena, se volvió una especie de soldadera de nuestra literatura,
acompañando a Juan Pueblo en su búsqueda, si no de una utopía, al menos de una
vida posible y mejor.
Su
literatura convocó, desde un principio, a un coro de voces. Comenzó practicando
el arte de la conversación, cruzando palabras con personajes del arte, la
política y las letras, pero su primer libro perdurable fue La noche de
Tlatelolco. Ese libro, que recogió los estremecedores testimonios de las
víctimas de la represión gubernamental en el movimiento estudiantil de 1968,
dio voz a nuestra generación, justificó nuestra historia. “¡Qué bueno”,
escribió Gabriel Zaid, “que Elena Poniatowska haya tenido el valor de
enfrentarse al espejo de esa noche horrenda, durante meses, durante años,
recomponiendo el espejo roto, en mil pedazos, por nuestra furia y nuestro
desconsuelo!”.
Elena
transitó temprano del periodismo al cuento y la novela, atrayendo al ámbito literario
procedimientos del periodismo. Es el caso de su primera novela, Hasta no verte
Jesús mío (1969), monólogo de una lavandera que Elena construyó a partir de las
cientos de horas grabadas con Jesusa Palancares, mujer del pueblo que en su
juventud vivió de cerca los estragos de la Revolución.
Siguieron
sus retratos literarios (sobre Tina Modotti, en Tinísima), recreaciones íntimas
(Querido Diego, te abraza Quiela, sobre las desdichas de la primera mujer de
Diego Rivera), biografías y novelas vivaces sobre contemporáneos que admiró y
quiso como Elena Garro (Paseo de la Reforma), Leonora Carrington (Leonora),
Octavio Paz (Las palabras del árbol) y Juan Soriano (Niño de mil años).
Pero
la voz principal de sus libros (y la de su corazón) es la de los desheredados,
como en Nada, nadie, libro sobre las víctimas del terremoto que sacudió a
México en 1985, o Las soldaderas, que rinde homenaje a las mujeres que hicieron
también la Revolución.
“Escuchar”,
escribió Octavio Paz, en un encomio a La noche de Tlatelolco “es un arte sutil
y difícil pues no solo exige finura de oído sino sensibilidad moral: reconocer,
aceptar la existencia de los otros”. El Premio Cervantes a Elena Poniatowska no
es solo un reconocimiento a México sino a la entraña de México.
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