El mañana
efímero que llegó para quedarse/J. A. González Sainz, escritor. Su última novela publicada es Ojos que no ven (Anagrama).
El País |7 de diciembre de 2013
Lo peor
que puede pasar a veces con el tiempo es que no pase; que lo que tendría que
ser efímero, cosa de un día o por lo menos de corta duración, se estanque y
persevere. Porque lo que se estanca tiene tendencia a descomponerse y
corromperse.
En estas
fechas hace exactamente un siglo que Antonio Machado escribió su célebre poema
El mañana efímero, y es, si bien se lee, como si lo hubiese escrito hoy mismo.
¿1913 hoy? Mucho me temo que sí. El tiempo, se echa de ver si uno se fija con
atención en el poema, parece no haber pasado en España en algunos aspectos
importantes. Da la impresión de haberse estancado y, en consecuencia, bien
podría haberse corrompido. Aunque cabría también otra deducción, y es que el
tiempo sí haya pasado para nuestro país, pero mayormente en vano. Y puede que,
para presidir el paso del tiempo y el curso de las cosas, no haya nada peor que
la vanidad, que nada sirva nunca para mejorar nada.
Pero
vayamos al poema, a ese El mañana efímero escrito a finales de 1913 que ya digo
que viene como anillo al dedo a nuestros finales de 2013. Supongo que no habrá
muchas personas mínimamente leídas o atentas en nuestro país —o incluso ya sólo
mínimamente gorjeadas o twiteadas— que desconozcan por completo el poema de
Machado al que aludimos, que no sepan incluso de memoria algunos de sus versos
o no les suenen por lo menos algunos de sus temas o motivos. Ya recordarán: es
el poema de “la España de charanga y pandereta”, el de la España que “ora y
bosteza” y “embiste, / cuando se digna usar de la cabeza”, y también el de la
“otra España”, la “España de la rabia y de la idea”.
A El
mañana efímero le hacen eco de cerca en la obra de Machado —unas pocas páginas
antes y otras pocas después en Campos de Castilla— por lo menos otras dos
poesías: Del pasado efímero y el famoso poemilla de Proverbios y cantares, tan
cantado y repetido, cuyos primeros versos rezan: “Ya hay un español que quiere/
vivir y a vivir empieza/ entre una España que muere/ y la otra que bosteza”.
Son los muy trillados poemas de las “dos Españas”, los que tematizan como tal
vez ningún otro el asunto de las “dos Españas” que a tanta gente le gusta sacar
a relucir y repetir una y mil veces, la mayor parte, como suele ocurrir, a la
ligera y sin conocimiento de lo que dice de veras el texto original.
No se
trata, ni mucho menos, de los poemas de Machado que uno prefiera o que juzgue
mejores; es más, tengo la convicción de que, en una obra magnífica como la
suya, son más bien de los peores. Pero son sin embargo, y también como suele
ocurrir, de los más citados y sobre todo utilizados, vamos a decir
instrumentalizados también. Pero ¿qué dicen en realidad esos poemas?, ¿cuáles
son en verdad esas dos Españas? Y a un siglo exacto de su escritura: ¿ha sido
el mañana que vaticinaba el poeta de veras efímero? ¿Y el pasado al que también
tildaba de efímero? ¿Es lo efímero de veras efímero en nuestro país?
Vamos por
partes, despacito y en buena interpretación. Por un lado, como es sabido,
describe Machado a la “España inferior”. ¿Cómo? Ya recordarán: como la “España
de charanga y pandereta, / cerrado y sacristía, / devota de Frascuelo y de
María, / de espíritu burlón y de alma quieta”. Y más abajo como la “España
inferior que ora y bosteza, / vieja y tahúr, zaragatera y triste; / esa España
inferior que ora y embiste, / cuando se digna usar de la cabeza”.
La
práctica del bostezo, del abrir desmesurada e involuntariamente la boca
haciendo una aspiración de aire que luego se espira por efecto del aburrimiento
o la modorra, la reitera Machado, como rasgo distintivo de una de esas dos
Españas, en los tres poemas aludidos. Por algo será, de modo que habrá que
reconocerle, dentro de la amplia gama de imágenes que, como el bostezo, remiten
al vacío en los tres poemas, una cierta centralidad significativa. Pero además
de por la predisposición al bostezo, esa “España inferior” está caracterizada
por otros elementos: por su alboroto festivo (la “charanga y pandereta”), por
lo cerrado, por la devoción, tanto hacia iconos como hacia personas, como
actitud y por el tono burlón, por la bulla reñidora también y por la tendencia
a usar la cabeza sólo para atacar al otro.
Traduzcan
ustedes “charanga y pandereta”, por ejemplo, por “guateque y botellón” para
entendernos hoy mejor y ya me dirán. La actitud de sacristía y devoción, de
cierre y burla ante cuanto no sea lo propio, de ataque zaragatero a cabezazos
en lugar de con cabeza, en lugar de pensar, analizar y ponderar, no me digan
que no es hoy todavía lo que más abunda. Claro, hoy los devotos no son de
Frascuelos y Marías, sino de la Ser o de la Cope, del PSOE o del PP o de IU, de
la Izquierda o la Derecha o de los Nacionalismos, esos que, tarde o temprano,
acaban siempre por escribirse con zeta. Las actitudes políticas predominantes
siguen siendo las propias de la devoción, no las del discernimiento; las del
cierre en banda y la embestida contra los del otro lado, no las de la verdadera
política como práctica de la mediación y el compromiso. El grado máximo de la
embestida y la cerrazón, del espíritu de sacristía y devoción es el crimen del
terrorista, pero entre este y la falta de inquietud del alma —“el alma quieta”—
la gama de nuestras tristes zaragaterías es amplia.
Quiso
vaticinar Machado que “ese vacío del mundo en la oquedad de la cabeza” que
sirve fundamentalmente para embestir era cosa de un “vano ayer” que engendraría
un mañana también vacío, todo lo “lechuzo” y “tarambana” que se quiera, pero
por ventura pasajero. Porque, frente a esa “España inferior”, él veía “nacer
otra España”, la del “cincel y la maza”, la “redentora”. A esta, la de “la
rabia y de la idea”, la caracterizó como “implacable” y “con un hacha en la
mano vengadora”. En esto no se equivocó: la “otra España” no ha dejado el hacha
de la venganza. En lugar de laborar por una justicia independiente y fidedigna,
desde la Ley del Poder Judicial ha venido compadreando con su oponente para
obstaculizarla y sujetarla al poder de la partitocracia; y en lugar de pensar y
analizar y sopesar lo conveniente a la mayor parte, tiene ideas, ideas
mayormente “viejas y tahúres” pero, eso sí, rabiosas.
No, las
“dos Españas” no son dos; son una y la misma: la “España inferior” del poema.
Nada ha nacido ni ha alboreado sino para ser lo mismo que lo que ya había:
“cerrado y sacristía” una y “cerrado y sacristía” la otra, “lechuzos” y
“tarambanas” unos, es decir, de poco juicio y escasa inteligencia, y “lechuzos”
y “tarambanas” los otros también: aturdidos, irreflexivos e informales los de
un lado y los del otro, nada cumplidores ninguno. Que una España “muera” y la
otra “bostece” (y esa es la caracterización de una y otra en el último de los
poemas aludidos) no supone la mínima diferencia: entre ambas, que son la misma,
nos siguen helando el corazón.
No es
Machado hombre que, por más que use de finura e ironía, se ande en las cosas
fundamentales con chiquitas de ninguna especie. Para él lo malo y lo bueno existen,
fuera de “buenismos” y “malismos”, y estructuran el mundo, y lo mismo existen y
estructuran el mundo lo inferior y lo superior aun en era de pujantes y
mostrencos igualitarismos. Las “dos Españas”, cabe inferir, son la “inferior”,
la mala. Frente a ella, ¿saldrán hoy por algún lado almas inquietas, sin
“mazas” ni “hachas” ni “ideas” fijas, sin venganzas ni odios ni aun redenciones
que den suelta al tiempo represado y corrompido, a las ciegas esperanzas y las
vanas monsergas —relatos les llaman hoy— que llevan tanto tiempo cargando
explosivamente el ambiente del país de “zaragatas” y “tarambanas” y las manos
de “hachas implacables”? ¿O será otra vez falso, a no ser en el deseo
machadiano, que “el vano ayer” traiga un mañana igualmente vacío pero por ventura
pasajero, un mañana efímero que llegó para quedarse entre nosotros y
constituirnos?
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