Europa,
a examen en Ucrania/Ana Palacio, exministra de Asuntos Exteriores de España y ex vicepresidenta primera del Banco Mundial, es miembro del Consejo de Estado de España.
Publicado en El
País | 3 de marzo de 2014
Ucrania
nos ha inundado y sobrecogido con imágenes fuerza: los manifestantes de la
plaza de Maidan de Kiev resistiendo con valentía meses de frío lacerante,
embestidas policiales y balas de francotiradores; el oro de los accesorios de
baño de la opulenta residencia del presidente depuesto Víktor Yanukóvich; Yulia
Tymoshenko saliendo de la cárcel en silla de ruedas para dirigirse con voz
quebrada a sus compatriotas. En un momento en que la autoconfianza de Europa
atraviesa sus horas más bajas, el arrojo de que han hecho gala los ucranianos
para derrocar un sistema político corrompido nos ha recordado cuáles son sus
valores fundamentales, que son los nuestros. La cuestión es qué respuesta va a
dar Europa.
La
autorización por la Duma del envío de efectivos militares rusos a Ucrania (es
significativo que no se restringe a Crimea), solicitada por Putin, consolida la
fuerte presencia de facto de tropas rusas ya existente en Crimea y
progresivamente más allá. El espejismo de ver en la destitución de Yanukóvich
una señal de que Ucrania se adentraba en una nueva era, se alejaba
inexorablemente de Rusia y buscaba refugio en el redil democrático europeo se
ha esfumado. Sorprendidos por una realidad que deberían haber previsto,
nuestros líderes han de reconocer que Ucrania se enfrenta a profundas
divisiones internas y fuerzas geopolíticas en conflicto.
Ucrania
es un país desgarrado por tensiones culturales arraigadas, resultado de una
historia de ocupación a manos de potencias extranjeras. En el siglo XVII, la
lucha entre cosacos, rusos y la mancomunidad de Polonia-Lituania por el control
de Ucrania dio lugar a una división a lo largo del río Dnieper. Y, pese a que
la separación desapareció formalmente tras la segunda partición de Polonia en
1793, su legado se mantiene vivo aún hoy.
La
geografía de Ucrania también ha contribuido a la vigencia de líneas de falla.
Tras la devastadora hambruna de 1932-1933, entre 2 y 3 millones de rusos
repoblaron las zonas agrícolas abandonadas en el sur y el este de Ucrania, lo
que no hizo sino ahondar las divisiones etnolingüísticas que perduran hasta
nuestros días. Si a eso añadimos una corrupción endémica, oligarcas poderosos y
poco escrupulosos y díscolos partidos políticos, resulta fácil entender las
dificultades a que se enfrentan los ucranianos en su lucha en pos de un sistema
auténticamente democrático. Y los desafíos no se agotan en las fronteras de
Ucrania. Por el contrario, las discordias internas de Ucrania operan dentro del
contexto de una amplia y cambiante pugna reproduciendo divisiones que parecían
enterradas con el fin de la guerra fría.
Desde
el inicio de las protestas de la plaza de Maidan, de forma soterrada por la
proximidad de los Juegos Olímpicos en Sochi, Rusia viene enviando señales
claras de que su planteamiento con respecto a Siria (y su apoyo a El Assad) no
era un fenómeno aislado, resaltando, así, la carencia de visión estratégica y
la, al menos temporal, menguante influencia global de EE UU. No le faltaba
razón al líder ruso: EE UU, abstraído en sus problemas internos, no determina
hoy la agenda internacional. La muy publicitada conversación de 90 minutos, el
sábado pasado, entre Obama y Putin, cuyo magro resultado fue la amenaza de
hacer descarrilar la cumbre del G8 prevista en Sochi el próximo mes de junio,
da testimonio de los límites actuales del poder americano. Ni siquiera alcanza
las tímidas propuestas formuladas la semana pasada por el antiguo asesor de
Seguridad Nacional de EE UU, Zbigniew Brzezinski, centradas en el
establecimiento de sanciones financieras o la revisión del estatus de Rusia en
la Organización Mundial de Comercio.
La
naturaleza cambiante de las relaciones transatlánticas no hace sino complicar
aún más la situación. La buena noticia es que Europa parece haber reconocido
finalmente la necesidad de asumir una mayor responsabilidad estratégica, y buen
ejemplo son las misiones encabezadas por los franceses en Malí y en República
Centroafricana. Pero el proceso de construcción de una estrategia de seguridad
común para la UE apenas ha comenzado, y los avances, no cabe duda, serán
lentos.
La
UE carece en la actualidad de la experiencia y conocimiento que EE UU acumuló
durante las décadas en las que se erigió como potencia hegemónica
internacional. Esta deficiencia quedó patente en noviembre pasado, cuando la UE
ofreció a Ucrania un acuerdo de asociación que no tenía en cuenta la
vulnerabilidad financiera del país. Ello permitió al presidente de Rusia,
Vladímir Putin, implicarse de lleno, y obligar a Yanukóvich a sabotear el
acuerdo a cambio de una promesa de 15.000 millones de dólares en préstamos y
subsidios a la energía.
Resalta
además que Alemania, renuente líder europeo, ha venido actuando en defensa de
sus propios intereses económicos y energéticos, manteniendo una estrecha
relación bilateral con Rusia. Berlín envía hoy señales confusas. Parece otorgar
cada vez más importancia a los valores —del imperio de la ley a los derechos
humanos— en su trato con Rusia a lo largo del último año, pero no está claro si
llegará a asumir el liderazgo de una iniciativa fuerte en nombre de la UE. Así,
que el ministro de Asuntos Exteriores alemán, Frank -Walter Steinmeier, fuese
acompañado de sus homólogos franceses y polacos a las negociaciones que tenían
como fin alcanzar el acuerdo de la semana pasada en Kiev prueba las dudas de
Alemania, que no se decide a ir por su cuenta. Ello contradice la conferencia
reciente en Múnich del presidente la República Gauck, que proclamaba la
ambición alemana de jugar un papel más activo en los asuntos globales, de la
que no cabía deducir, en absoluto, que Alemania tuviera intención de alinear su
política con la de la UE.
La
incertidumbre de Occidente respecto de Ucrania contrasta con la nítida visión
de Rusia. Putin sabe que una Ucrania pro-Occidental y pro-OTAN representaría un
gran obstáculo a la dominación rusa de Eurasia, podría cortar el acceso de
Rusia al mar Negro y, lo que es aún más importante, servir de modelo a los
opositores en su país. Su actuación en los últimos días confirma que está
dispuesto a jugar fuerte, provechar el descontento (real o inducido) de la población
de etnia rusa de Ucrania, sobre todo en Crimea —que alberga la flota rusa del
mar Negro—.
En
este contexto, si dejamos que viejos conflictos y rivalidades persistan, y
determinen la política, las imágenes que irán emergiendo de Ucrania
progresivamente contrastarán con las esperanzas de la plaza de Maidan, y nos
retrotraerán a las que vimos en 2008, 1979, 1968 o 1956. La comunidad
internacional debe lograr un equilibrio entre la necesidad de que Ucrania no se
convierta en objeto de una lucha de poder, y el imperativo de frenar las
deletéreas ambiciones de Putin. El conflicto de Ucrania entraña una realidad
crítica: la comunidad atlántica y Rusia se necesitan mutuamente. Es, por lo
tanto, urgente que los EE UU y Europa hagan saber a Putin que no le dejarán las
manos libres en Ucrania.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario