La
desactivación de Irán/Joschka Fischer, exministro de Asuntos Exteriores y exvicecanciller de Alemania de 1998 a 2005, fue un dirigente del Partido Verde Alemán durante casi 20 años.
Traducido del inglés por Carlos Manzano.
© Project Syndicate / Instituto de Ciencias Humanas, 2014.
Publicado en español por El
País |3 de marzo de 2014
El
18 de febrero se iniciaron en Viena unas negociaciones decisivas sobre el
programa nuclear de Irán entre este país y los cinco miembros permanentes del
Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas más Alemania. El acuerdo provisional
alcanzado el pasado mes de noviembre en Ginebra reflejó la aceptación de facto
por parte de Occidente de que Irán tiene derecho a llevar a cabo un
enriquecimiento limitado de uranio enriquecido en el marco del Tratado de No
Proliferación (TNP). Occidente liberó unos 7.000 millones de fondos iraníes
congelados y relajó algunas de las sanciones, mientras que Irán accedió casi a
congelar su programa nuclear, con lo que se creó la base para un acuerdo
duradero. La realización de esas posibilidades será, sin embargo, difícil.
En
primer lugar, habrá que superar una montaña de desconfianza mutua. Occidente e
Israel no creen que el programa nuclear iraní esté concebido para fines
meramente civiles. De lo contrario, ¿por qué habría de invertir Irán miles de
millones de dólares en un programa hecho casi a medida para fines militares?
Los dirigentes iraníes continúan convencidos de que Estados Unidos sigue
queriendo provocar un cambio de régimen. Desde la perspectiva de Irán, la mano
extendida americana podría convertirse en un puño.
Además,
cualquier compromiso podría ser impugnado dentro de ambos bandos, lo que
propiciaría graves conflictos políticos internos. Y aun cuando los dirigentes
actuales de los dos bandos fueran sinceros, ¿lo serán también sus sucesores?
La
falta de confianza entre Irán y Occidente nos lleva directamente al segundo
obstáculo para un acuerdo amplio: la verificación y la supervisión. La cuestión
fundamental en esas negociaciones se refiere a la “capacidad de romper el
equilibrio”: el tiempo que necesitaría, en el marco de cualquier acuerdo con
Occidente, para incumplirlo y fabricar un arma nuclear. ¿Cuánta supervisión
será necesaria no solo para verificar el cumplimiento, sino también para
descubrir cualquier intento de ruptura del equilibrio?
Las
cuestiones técnicas son complejas y el proverbial quid está en los incontables
detalles, pero las perspectivas de acuerdo dependerán de la resolución de tres
cuestiones amplias.
Las
dos primeras reflejan las dos vías hacia la obtención de la bomba: el
enriquecimiento de uranio y la producción de plutonio. Cualquier acuerdo viable
obligará a Irán a renunciar al enriquecimiento de uranio por encima del nivel
del 5% necesario con miras a un programa de energía nuclear para uso civil,
aceptar límites para los volúmenes de enriquecimiento, el número de
centrifugadoras y la tecnología, acceder a renunciar al reprocesamiento y
abordar las operaciones en el reactor de agua pesada de Arak. La tercera se
refiere a la supervisión y la vigilancia, que durante no poco tiempo tendría probablemente
que superar lo acordado en el Protocolo Adicional del TNP y abarcar ciertas
instalaciones militares.
De
hecho, la duración del acuerdo revestirá importancia decisiva. Occidente quiere
que se aplique durante el mayor periodo posible, mientras que Irán preferiría
un marco temporal muy corto dentro del cual alcanzar sus objetivos
fundamentales: una revocación duradera y completa de las sanciones
internacionales y el reconocimiento como potencia nuclear no militar conforme
al TNP. Eso plantea otra cuestión importante: ¿de verdad tiene el presidente de
EE UU un mandato nacional para negociar una revocación completa de las
sanciones?
A
este respecto volvemos a la cuestión fundamental de este proceso: las
cuestiones técnicas, aun siendo importantes, siguen siendo solo una expresión
de los conflictos y hostilidades políticos subyacentes. Estos son los factores
reales que impulsan la confrontación a cuya desactivación van encaminadas las
negociaciones de Viena.
Todos
los participantes relevantes se aferran a sus posiciones iniciales. EE UU no
quiere que Irán llegue a ser una potencia nuclear militar ni que consiga
preponderancia regional. Europa comparte esa posición, pero es más flexible.
Arabia Saudí, potencia suní, quiere impedir que el chií Irán sea una potencia
en ascenso en el Golfo y se ha adherido al bando opuesto en Siria, Líbano e
Irak. Israel se opone a que Irán se convierta en una potencia nuclear militar y
está dispuesto a impedirlo por medios militares.
Para
lograr un compromiso sostenible que todos acepten, las negociaciones deben ir
acompañadas de medidas diplomáticas encaminadas a crear confianza. Irán debe
decidir si quiere seguir la vía norcoreana del aislamiento internacional o
alguna variación de la vía china a la integración en la economía mundial.
Además, debe entender que su relación con Israel y con Arabia Saudí afectará a
las negociaciones, ya sea positiva o negativamente.
Y
Occidente tendrá que acostumbrarse a la idea de coexistir con un programa iraní
de energía nuclear civil, sin por ello dejar de limitar la capacidad iraní para
llegar a ser una potencia nuclear militar en ascenso. Como muestran los
ejemplos, muy diferentes, de la Unión Soviética y China, el régimen iraní
podría desplomarse algún día o experimentar un cambio muy profundo…
probablemente cuando casi nadie se lo espere. Hasta entonces, debemos hacer
todo lo posible para desactivar juntos la bomba nuclear de relojería.
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