La
supervivencia después de Tiananmen/Minxin Pei is Professor of Government at Claremont McKenna College and a non-resident senior fellow at the German Marshall Fund of the United States.
Traducción de Kena Nequiz.
Project
Syndicate | 26 de mayo de 2014
Puede
ser difícil creerlo, pero hace 25 años el Partido Comunista Chino (PCC) estuvo
a punto de ser derrocado por un movimiento nacional a favor de la democracia.
Los nervios de acero del desaparecido líder supremo, Deng Xiaoping, y los
tanques del Ejército de Liberación Popular –enviados para aplicar la ley
marcial y frenar las protestas en la Plaza de Tiananmen en Beijing– permitieron
al régimen, a costa de cientos de vidas civiles, evitar la caída.
Con
ocasión de los 25 años de la masacre en la Plaza de Tiananmen el 4 de junio de
1989, dos preguntas destacan: ¿Cómo ha logrado sobrevivir el PCC en los últimos
veinticinco años del siglo? Y ¿podrá durar su régimen otros 25 años?
La
respuesta a la primera pregunta es relativamente sencilla. El ajuste de
políticas, tácticas inteligentes de manipulación y una buena dosis de suerte
permitieron al PCC ganar el apoyo necesario para conservar el poder y frenar a
las fuerzas desestabilizadoras.
Sin
duda, cometieron errores serios. Después de la masacre, los dirigentes
conservadores chinos trataron de revertir las reformas liberalizadoras que Deng
había iniciado en los años ochenta, llevando así a la economía de su país hacia
una recesión. Además, la implosión de la Unión Soviética en 1991 causó pánico
al PCC.
Sin
embargo, Deng logró de nuevo salvar al partido. Reuniendo toda su energía y
capital político, el líder de 87 años revivió las reformas económicas
orientadas al mercado y de ese modo desató una revolución económica que trajo
una ola de crecimiento y desarrollo, lo que favoreció considerablemente la
credibilidad del PCC.
Deng
y sus sucesores reforzaron esta tendencia mediante la oferta de libertades
personales considerables a los ciudadanos chinos, que estimuló el auge de una
cultura de gran consumismo y entretenimiento masivo. En este nuevo mundo de
“pan y circo” era mucho más fácil para el PCC recuperar el apoyo del público y
eliminar a la oposición. También contribuyó el orquestar minuciosamente medidas
para promover el nacionalismo chino y aprovechar la xenofobia.
Incluso
la represión, pilar de supervivencia del régimen, se afinó. La nueva riqueza
adquirida de China permitió a sus dirigentes crear uno de los firewalls
(cortafuegos) de Internet técnicamente más sofisticados del mundo y dotar a sus
fuerzas de seguridad internas de las herramientas más efectivas.
Para
tratar con la comunidad disidente, pequeña pero fuerte, el régimen de China
depende de la estrategia de “decapitación”. En otras palabras, el gobierno
elimina la amenaza que suponen las principales figuras de la oposición mediante
encarcelamiento o exilio, independientemente de su importancia. Liu Xiaobo –que
fue galardonado con el Premio Nobel en 2010– fue sentenciado a once años de
prisión a pesar de las protestas en contra en todo el mundo.
Aunque
cínico, el enfoque ha funcionado. Sin embargo, el PCC no habría tenido tanto
éxito de no haber contado con suerte en algunas áreas críticas. Primero, las
reformas posteriores a 1992 coincidieron con una mayor globalización que
permitió a China tener entradas masivas de capital (alrededor de 1 billón de
dólares en inversión extranjera directa desde 1992), un gran número de nuevas
tecnologías y un acceso prácticamente libre a los mercados de consumo
occidentales. Así pues, China se convirtió en el taller del mundo, cuyas
exportaciones se habían decuplicado para 2007.
Otro
factor que favoreció al régimen es el llamado dividendo demográfico (una
abundante fuerza laboral y un porcentaje relativamente pequeño de niños y
mayores a cargo). Esto permitió a China tener una enorme mano de obra de bajo
costo, mientras que el gobierno ahorraba grandes cantidades en pensiones y
servicios de salud.
El
problema que ahora enfrenta el PCC es que gran parte de los factores que le
permitieron sobrevivir desde lo ocurrido en Tiananmen desaparecieron o están a
punto de desaparecer. En efecto, en términos prácticos, las reformas orientadas
al mercado están agotadas. Una cleptocracia de funcionarios del gobierno, sus
familias y hombres de negocios bien relacionados han colonizado el Estado chino
y están decididos a bloquear cualquier reforma que pueda poner en riesgo su
estatus privilegiado.
Además,
el PCC ya no puede contar con la prosperidad creciente para mantener el apoyo
del público. La corrupción rampante y la desigualdad creciente y un deterioro
claro del medio ambiente están haciendo que los chinos comunes –especialmente
la clase media que alguna vez tuvo grandes expectativas en las reformas– estén
cada vez más decepcionados.
Al
mismo tiempo, debido al rápido envejecimiento de la población, el dividendo
demográfico de China se ha disipado casi por completo. Además, puesto que China
ya es el mayor exportador del mundo, con más del 11% de proporción del mercado
global, hay poco margen para el crecimiento de las exportaciones en los
próximos años.
Por
lo anterior, las únicas herramientas que le quedan al PCC después de Tiananmen
son la represión y el nacionalismo. En efecto, ambas siguen teniendo un papel
primordial en la estrategia del presidente Xi Jinping para garantizar la
supervivencia del partido.
No
obstante, Xi también está experimentando con dos nuevos instrumentos: una
campaña anticorrupción sin precedentes y
un intento para reanimar las reformas orientadas al mercado. Hasta ahora, su
lucha contra la corrupción ha tenido un mayor impacto que su plan de reforma
económica.
En
principio, la estrategia de Xi parece sensata. Sin embargo, la lucha contra los
funcionarios corruptos y los esfuerzos por realizar reformas integrales
destinadas a desmantelar la cleptocracia china inevitablemente provocarán
enfrentamientos entre Xi y las élites políticas y económicas del país. La
pregunta es cómo vencer la resistencia de las élites sin buscar el apoyo del
pueblo, cuya movilización podría poner en peligro el sistema de partido único.
El
PCC desafió a los catastrofistas después de 1989, sobrevivió y evitó más
amenazas a su poder. No obstante, las probabilidades de que pueda mantenerse
otro cuarto de siglo están decreciendo y es difícil que mejoren.
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