La
ideología de los secuestradores nigerianos/Tony Blair, Prime Minister of the United Kingdom from 1997 to 2007, is Special Envoy for the Middle East Quartet. Since leaving office, he has founded the Tony Blair Faith Foundation and the Faith and Globalization Initiative.
Traducido del inglés por Carlos Manzano.
Project
Syndicate |26 de mayo de 2014
El
secuestro de más de 240 niñas nigerianas ha horrorizado al mundo, pero,
lamentablemente, el suyo no es un caso asilado en Nigeria. De hecho, muchos
países africanos padecen el mismo tormento que Nigeria y la motivación del
secuestro se debe a una ideología que es mundial.
Dicha
ideología se basa en una concepción de la religión degenerada y falsa. Se
enseña en las escuelas oficiales y las que no lo son. Naturalmente, las
horrendas y delirantes palabras del dirigente de Boko Haram, el grupo que ha
secuestrado a las niñas, son representativas sólo del sector más extremoso de
esa ideología, pero, mientras no limpiemos la tierra en la que arraiga esa
planta ponzoñosa, seguirá arruinando las oportunidades vitales de millones de
jóvenes de todo el mundo… y poniendo en peligro nuestra seguridad.
En
toda el África subsahariana, ese problema ha alcanzado vastas proporciones.
Malí, el Chad, el Níger, la República Centroafricana, Somalia, Kenya e incluso
Etiopía han sufrido o afrontan intensas angustias ante la difusión del
extremismo. Ahora muchos otros países han comprendido que el extremismo es su
problema más importante.
Con
frecuencia los gobiernos lo afrontan con valor y determinación, como lo
demuestra la utilización de fuerzas africanas en muchos países para intentar
mantener la paz, pero el caso es que el problema sigue intensificándose.
No
es casualidad. Cuando pasé a ser Primer Ministro del Reino Unido en 1997, Nigeria
constituía un ejemplo de cooperación productiva entre cristianos y musulmanes.
La ideología destructiva representada por Boko Haram no forma parte de las
tradiciones de ese país; ha sido importada.
Con
el crecimiento de la población, aumentará el problema. En la actualidad,
Nigeria tiene, aproximadamente, 168 millones de habitantes y se calcula que su
población ascenderá a 300 millones en 2030, dividida casi a la par entre
cristianos y musulmanes. Sin un clima de coexistencia pacífica, las consecuencias
para el país –y el mundo– serán enormes.
La
pobreza y la falta de desarrollo desempeñan un papel enorme en la creación de
las circunstancias en las que se incuba el extremismo, pero la pobreza por sí
sola no explica ese problema, pues ahora un factor importante que frena el
desarrollo es el terrorismo. ¿Quién invertiría en el norte de Nigeria en las
condiciones actuales? ¿Cómo van a prosperar las economías locales con semejante
atmósfera?
Ese
problema no está limitado a África. Como sabemos, Oriente Medio está inmerso en
un proceso de revolución y agitación que el islamismo y sus vástagos
extremistas han complicado enormemente. En el Pakistán, más de 50.000 personas
han perdido la vida en los ataques terroristas del pasado decenio. La violencia
vinculada con la misma ideología se ha cobrado también vidas inocentes y ha
destruido comunidades en la India, Rusia, el Asia central y Extremo Oriente.
¿Qué
ideología es ésa? Ése es el quid de la cuestión. Como todo pronunciamiento
sobre esa cuestión inspira siempre réplicas erróneas, permítaseme expresar
algunas cosas muy claramente. Esa ideología no representa al islam. La mayoría
de los musulmanes no están de acuerdo con ella. Les repugna, cosa que debería
infundirnos esperanzas para el futuro.
Pero
esa ideología es un componente del islam que representa a una minoría
organizada, importante, potente y financiada. Lo que podríamos llamar poco
rigurosamente islamismo se basa en una politización de la religión que es
fundamentalmente incompatible con el mundo moderno, pues da por sentado que
sólo existe una religión verdadera y una sola interpretación de ella y que ésta
debe prevalecer y dominar la política, las instituciones gubernamentales y la
vida social de todos los países. Quienes no compartan esa opinión deben ser
derrotados.
Esa
ideología islámica tiene un amplio espectro. En un extremo hay grupos como Boko
Haram. Otros grupos pueden no propugnar la violencia (aunque a veces lo hacen),
pero, aun así, predican una concepción del mundo que es peligrosa y hostil para
quienes no están de acuerdo con ella. Para entender lo que quiero decir, léase
la declaración hecha en 2013 por los Hermanos Musulmanes en la que denunciaban
la declaración de las Naciones Unidas sobre las mujeres para defender, entre
otras cosas, su derecho a viajar o trabajar sin el permiso de sus maridos.
Lo
que hay que afrontar es la ideología y no los actos extremistas.
Mi
fundación, que presta apoyo práctico para contribuir a prevenir los prejuicios,
los conflictos y el extremismo religioso, lleva varios años actuando en Nigeria
a fin de reunir a clérigos cristianos y musulmanes con miras a fomentar el
entendimiento mutuo. En más de veinte países de todo el mundo, tenemos
programas escolares que conectan a niños de credos diferentes para que aprendan
mutuamente cosas de unos y otros. Incluso en los lugares más difíciles los
resultados son claros y sólidos.
En
Sierra Leona, donde participamos en la campaña contra el paludismo, movilizamos
las iglesias y las mezquitas para que cooperen en sus comunidades locales y
ayuden a las familias a utilizar las mosquiteras para camas eficazmente y se
protejan contra una enfermedad que sigue matando a 750.000 mujeres embarazadas
y niños todos los años en África. Hemos ayudado a dos millones de personas con
un acto de compasión e interés y con resultados que son tan notables como la
cooperación entre los credos que los produce.
Así,
pues, la batalla no está perdida, pero se debe entender como lo que es. Todos
los años, Occidente gasta miles de millones de dólares en acuerdos sobre
defensa y lucha contra el terrorismo. Sin embargo, se permite que aquello
precisamente que combatimos cunda en los sistemas educativos de muchos de los
países con los que tenemos relaciones… e incluso en el nuestro.
Actualmente,
la educación es una cuestión de seguridad. El G-20 debe convenir en que la
educación con amplias miras que fomenta la tolerancia religiosa deber ser una
responsabilidad de todos los países. Debemos insistir al respecto en nuestros
propios sistemas educativos… y después también en los de los demás.
Las
niñas secuestradas de Nigeria son víctimas no sólo de un acto de violencia,
sino también de una forma de pensar. Si conseguimos derrotar esa ideología,
empezaremos a lograr avances hacia un mundo más seguro.
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