¿Realismo
mágico o mago del realismo?/ Ricardo Lagos fue presidente de Chile entre 2000 y 2006.
El
País | 3 de mayo de 2014
Con
la partida de Gabriel García Márquez se va también un pedazo de nuestras vidas.
Pero se marcha también un mago, aquel que marcó el devenir de nuestra
generación cuando nos dejó alucinados en aquel 1967 con su Cien Años de
Soledad.Y desde allí siguió la secuencia de relatos de un verdadero descubridor
de nuestra América Latina.
En
todas sus novelas dejó el sello del así llamado realismo mágico. Sin embargo,
como dijo más de una vez, lo que hace es describir la realidad, pero ocurre que
esta realidad nuestra es sorprendente y compleja de aprehender. Y allí García
Márquez devino en ser el verdadero mago, capaz de entender esta extraña
realidad latinoamericana. Un mago que descubre sus misterios y sus trasfondos y
los transforma en palabras, en letras, en escritura. Y cuando esa realidad
persistía en sus semisombras, él supo colocar la palabra y el verbo capaz de
convertirla en conciencia e identidad de un continente.
Fui
testigo de un acto de magia, en una cena inolvidable del año 1998 en la Feria
del Libro en Guadalajara junto a Carlos Fuentes, Belisario Betancourt y Jesús
Polanco, entre otros. Y allí, en la conversación, García Márquez cuenta que
siempre al terminar sus novelas tiene un amigo que lee el borrador final y que
le da su opinión. Y que cuando un amigo leyó el borrador final de El general en
su laberinto, esta descripción magistral en que el mago extrae el alma misma de
lo que siente Bolívar en sus días finales derrotado y abandonado. Allí, como
todos sabemos, describe a Bolívar comiendo solo en una casa de campo muy
antigua, a la espera del barco que lo llevaría por el río Magdalena hasta el
mar. Termina la comida y siente que no podrá dormir por las mil ideas que le
pasan por la cabeza. Sale al patio y empieza a dar grandes zancadas meditando
en su infortunio. Hay una hermosa higuera y, de repente, al medio de las ramas
de aquel árbol aparece una hermosa luna llena.
Cuando
el amigo llega a esta parte del texto le pregunta: “Gabo, ¿quién te dijo que
esa noche había luna llena?”. Y según se cuenta, García Márquez responde:
“¿Quién me puede negar que había luna llena?” Y el amigo le dice: “Gabo, en
muchas cosas tu eres muy ignorante. Tu no sabes acaso que desde el Observatorio
Astronómico de Greenwich, en Inglaterra, el observatorio de Su Majestad
británica, saben exactamente qué luna había en cada día de la humanidad”. Y el
escritor pregunta: “¿Y que quieres que haga entonces?” “¡Escríbele al
observatorio!” Y el Gabo siguió el consejo de su amigo y escribió para
preguntar qué luna había tal día.
A
esas alturas del cuento, García Márquez tenía la atención completa de los
comensales. “Y entonces”, nos dice, “yo parecía un enamorado esperando la
respuesta de su amor. Todos los días miraba por la ventana el momento en que
llegaba el cartero. Lo veía entrar y dejar las cartas, y bajaba corriendo a
mirarlas y no había respuesta. Pasaron cuarenta días y yo expectante sin saber
si habría respuesta. Grande fue mi sorpresa cuando, luego de tanto tiempo,
llega el cartero con una carta del Observatorio Astronómico de Greenwich”. Y
nos cuenta, para mantener tal vez la atención de la audiencia, que dejó el
sobre en la mesa sin abrirlo. Y luego de un rato tomó la decisión y leyó la
respuesta: no podía creerlo, ese día hubo luna llena.
Por
eso digo que Gabo era mago. Pudo haber puesto que ese día no había luna y el
general Bolívar se habría deprimido más todavía en esta noche oscura. Pero él
intuyó que aún en las circunstancias más duras de la vida, el ser humano
necesita un poco de esperanza. Y el borde de lo posible suele ir,
sorprendentemente, un poco más allá.
Somos
muchos que, al igual que el inicio de El Quijote, recordamos como comienza Cien
Años de Soledad: “Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el
coronel Aureliano Buendía había de recordar aquella tarde remota en que su
padre lo llevó a conocer el hielo”. Sí, es lógico sentir que hay un algo común
con las primeras palabras del texto fundacional de Cervantes: “En un lugar de
la Mancha, de cuyo nombre no quiero acordarme, no ha mucho tiempo que vivía un
hidalgo de los de lanza en astillero, adarga antigua, rocín flaco y galgo
corredor”. Hay allí una similitud de comienzos, de alborada cultural. García
Marquez y Miguel de Cervantes fueron descubridores de su tiempo hablando desde
el borde la realidad. Es que tal vez Cervantes, a su modo, también fue mago:
imaginó a don Quijote embistiendo contra molinos de viento. ¿Acaso no es
aquella una gran metáfora que llega hasta nuestros días, cuando hay afanes por
cambiar la realidad y hacerla más justa? ¿Y en aquella primera frase de García
Márquez no está la fuerza de la memoria rescatando lo esencial del paso por la
vida?
Este
gigante que se va, nos deja un testimonio: América Latina, con sus 200 años de
vida independiente, emerge con sus dolores y sus éxitos, con sus miserias
humanas y sus actos de heroísmo, con las dificultades y su persistencia en
apostar por el futuro, porque escritores, pintores, escultores, músicos han
sabido reflejar la imaginación desbordante de una sociedad viva. García Márquez
hizo que América Latina avanzara hacia una identidad propia, para hablar en un
mundo cada vez más global.
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