El
secreto del crecimiento de China/Zhang Jun is Professor of Economics and Director of the China Center for Economic Studies at Fudan University, Shanghai.
Traducido del inglés por Carlos Manzano.
Traducido del inglés por Carlos Manzano.
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Syndicate |29 de diciembre de 2014
Muchas
personas son profundamente pesimistas sobre las perspectivas de crecimiento de
la economía china, por la acumulación de una deuda enorme, una inversión
excesiva, un exceso de capacidad y las llamadas “ciudades fantasmas” desde la
crisis financiera mundial de 2008, pero esos problemas no son nuevos. Han
afectado de diversas formas a la economía de China desde 1978 y fueron
evidentes en otras economías de gran rendimiento –Taiwán, Corea del Sur e
incluso el Japón– durante sus períodos de crecimiento rápido.
No
obstante, en los 35 años transcurridos desde que Deng Xiaoping inició su
programa de “reforma y apertura”, China ha registrado un 9,7 por ciento por
término medio de crecimiento anual.
Corea del Sur y Taiwán tardaron sólo 40 años en concluir sus transiciones desde
la situación de economías de escaso rendimiento a las de gran rendimiento.
¿Cómo
consiguieron esas economías crecer tan rápidamente durante tanto tiempo y
superar los graves problemas que afrontaron a lo largo del camino? La respuesta
es sencilla: capacidad de resistencia.
El
del desarrollo económico es un proceso intrincado, lleno de problemas y
riesgos, éxitos y fracasos, crisis exteriores e inestabilidad interior, y los
efectos perjudiciales –como, por ejemplo, un aumento de la relación entre la
deuda y el PIB y el exceso de capacidad– son inevitables.
Si
un país no reacciona adecuadamente ante las nuevas amenazas que surgen, el
crecimiento económico y el desarrollo se estancan. Muchos países de
Latinoamérica y del Asia meridional, por ejemplo, han quedado empantanados en la
llamada “trampa de los ingresos medios”, por no haber ajustado oportunamente
sus modelos de crecimiento.
En
cambio, las economías del Asia oriental ajustaron coherentemente sus
estrategias de crecimiento y emprendieron continuas reformas institucionales.
El objetivo no era el de abordar los problemas que afrontaban directamente,
sino el de inducir nuevas actividades más eficientes que contribuirían a
convertir la deuda en activos y aprovechar al máximo la capacidad de la
economía.
En
ese sentido, las economías del Asia oriental se han lanzado al proceso de
“destrucción creativa” descrito por el economista austríaco Joseph Schumpeter,
por el que la estructura económica se revoluciona continuamente desde dentro.
Además, al aplicar reformas graduales que facilitan –e incluso fomentan– la
substitución de las antiguas fuentes ineficientes de crecimiento por otras
nuevas y más dinámicas, han acelerado dicho proceso.
Por
ejemplo, a las reformas agrarias de China que aumentaron la productividad en el
decenio de 1980 contribuyó en parte el crecimiento del sector no agrícola, a
consecuencia de políticas encaminadas a estimular las empresas de ciudades
pequeñas y pueblos. De forma similar, en el decenio de 1990 China abordó la
acumulación de deudas morosas y proyectos de construcción inacabados
–consecuencia de las pérdidas crónicas y la excesiva inversión inmobiliaria de
las empresas de propiedad estatal– aplicando reformas institucionales que
estimularon el crecimiento en sectores más dinámicos, con lo que compensaron la
disminución de los rendimientos de capital de las empresas de propiedad
estatal.
Así,
pues, la capacidad de resistencia ha caracterizado las relaciones mutuas entre
el Estado y los mercados desde la introducción de las reformas de Deng. De
hecho, según el difunto economista Gustav Ranis, la dinámica interactiva de las
instituciones normativas y los mercados fue la clave para el éxito de las
economías del Asia oriental. Por ejemplo, la descentralización fiscal en China,
estimulada por las peticiones de una mayor autonomía por parte de las
instituciones locales, ha contribuido a avivar la competencia regional y
sostener un ambiente económico cada vez más orientado al mercado.
Esa
dinámica interactiva se refleja también en la formación de las políticas industriales.
Aunque en China prosperan los conglomerados de pequeñas manufacturas pujantes,
las autoridades han hecho relativamente poco para fomentar el desarrollo y el
perfeccionamiento industriales, por lo que corresponde a las instituciones del
mercado guiar el proceso y velar por que desempeñen un papel decisivo en los
sectores industriales en expansión.
Otro
venero de capacidad de resistencia en el Asia oriental son los gobiernos
locales. Para empezar, son los encargados del gasto público de capital, que
impulsa la mejora de las infraestructuras físicas de China y brinda no pocos
rendimientos a los inversores privados, lo que contribuye a la consecución del
objetivo de ayudar a las empresas locales, en particular las pequeñas o
medianas innovadoras, a crecer y prosperar. Para ese fin, los gobiernos locales
están ayudando también a los empresarios a conseguir el acceso a las cadenas
mundiales de producción. Las provincias de Zhejiang y Guangdong han obtenidos
resultados particularmente logrados al respecto, por lo que no es de extrañar
que figuren entre las economías regionales más sólidas de China.
Por
último, los gobiernos locales se han mostrado dispuestos a apoyar la innovación
institucional, lo que permite la flexibilidad necesaria para abordar los empeños
estructurales en el nivel local e impide que bloqueen el crecimiento.
Después
de tres años de crecimiento lento y deuda en aumento, China vuelve a
encontrarse en una encrucijada. Por fortuna, parece estar optando por la senda
de la flexibilidad y del ajuste, al aplicar un ambicioso plan de reforma que le
permitirá –es de esperar– acercarse más al umbral de la renta elevada y con el
tiempo cruzarlo.
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