La
violencia en el fútbol/ Antonio Félix, Orfeo Suárez
El
Mundo | 7 de diciembre de 2014.
Orfeo
Suárez: A por ellos con el mazo de la Ley.
La
gente de fútbol, como Simeone, ha dicho estos días que la violencia no es un
problema del fútbol. En definitiva, que no es un problema suyo. Digamos que es
un problema de todos, uno de los cuatro lenguajes universales, según dijo
Jürgen Lenz, un sabio del patrocinio olímpico, junto a la música, el deporte y
el sexo. Por lo tanto, es también un problema del fútbol, que ofrece un
decorado perfecto para articular el mal que forma parte de la condición humana.
Por una parte, escenifica el enfrentamiento tribal que proponen los equipos en
un mundo donde nada enfrenta tanto como la identidad, y que ya esbozó el
visionario Ortega en El Origen Deportivo del Estado. Por otra, ofrece la
impunidad de la masa, en la que se escondía Jimmy y todavía lo hacen los autores
materiales de su muerte. Responsabilizar, pues, únicamente a los clubes, de
cuya connivencia no hay mejor prueba y metáfora que el pésame de Lendoiro a los
encapuchados, es desviar el problema y no afrontarlo abiertamente. Hablemos de
la Ley, en mayúsculas, que, como la violencia, es cosa de todos.
Leyes,
precisamente, no han faltado en la España que emergió de la Transición, con una
compulsión excesiva por legislar a todas horas. También en el deporte, a pesar
de la escasísima referencia que hace la Constitución. Es suficiente con aplicar
las leyes con toda la contundencia que permiten, porque los sistemas más
garantistas, como es nuestro Estado de Derecho, son los que necesitan más
garantías, más cobertura. En las dictaduras basta el miedo, antónimo de la ley.
Ante el fútbol, en cambio, ese Estado ha sido muy débil. La permisividad con
los ultras es sólo un capítulo más. La deuda con la Administración es otro. Fue
como si la Transición no se produjera para el pan y circo. Los clubes que eran
beneficiarios de esa laxitud son ahora víctimas, pero antes que señalar su
responsabilidad, evidente, hay que subrayar la del Estado.
El
fenómeno ultra en el fútbol nació asociado a situaciones de crisis económica,
desarraigo social y turbulencias nacionalistas. El caso más claro es el de Gran
Bretaña, donde las duras reconversiones industriales y mineras se situaron en
paralelo al crecimiento de los hooligans en el inicio de los 80. Sucedió algo
similar en la Alemania del Este tras la unificación o en los Balcanes, antes y
después de la guerra. Los nexos son claros: extremismo, uniformidad y
organización paramilitar en algunos casos. El mimetismo, consustancial a todos
los fenómenos de masas, provocó que ningún país europeo se librara de esta moda
macabra, incluso aquellos cuya estabilidad les hacía más inmunes a las
desestructuraciones sociales, como Holanda. La tendencia encontró en Heysel un
punto de inflexión para los ingleses. Si queremos que la muerte de Jimmy lo sea
para España, vayamos a por ellos, también a por quien los cobije. Ante sus
bates, nos basta un mazo: la Ley.
Antonio
Félix: Cobardes, más que cobardes.
En
su primera comparecencia tras la muerte de Jimmy, el secretario de Estado para
el Deporte, Miguel Cardenal, confesó lo siguiente: «Teníamos la ley, pero nos
faltó la praxis». Durante los últimos años, la posición del mundo del fútbol
respecto a la violencia ultra fue exactamente ésa: mirar hacia otro lado. Miró
hacia otro lado el CSD, lo hizo esa Federación en permanente fin de semana y lo
hizo, vaya si lo hizo, la prensa. Pero entre todos los actores de esta película
sólo uno fue colaborador íntimo, permanente y casi alentador de esa violencia:
los clubes.
En
la siguiente comparecencia tras la muerte de Jimmy, el presidente de la Liga, Javier
Tebas, añadió: «Se acabó dejar a los ultras cuartos en el estadio, se acabó lo
de financiarles viajes, y lo de proporcionarles entradas…» Tebas no reveló
ningún secreto. La colaboración entre los clubes y los ultras estaba a la vista
de cualquiera que decidiera mirar. Y fue estrecha, obscena y mutua. Los casos
en que los dirigentes tiraron de sus ultras para hostigar a periodistas o
reventar asambleas críticas abundan. El año pasado, un líder de Biris lo puso
negro sobre blanco en un libro publicado por la editorial Punto Rojo. Por si
quedaba alguna duda.
A
cambio de su favor, los dirigentes regaron a su brazo armado. El mercadeo con
las entradas con que les obsequiaban se convirtió en una de las principales
fuentes de financiación para los ultras. En sólo dos años, el Betis regaló
boletos por valor de un millón de euros. Se estima que buena parte iría a sus
radicales, cuyos líderes llegaron a contar con pases vips en el Villamarín.
La
intimidad con los dirigentes alentó la sensación de poder de los violentos. El
entierro de Jimmy ofreció un retrato perfecto, con el ex presidente del
Deportivo Augusto Lendoiro presentando sus respetos. Escuchar hoy a esos
presidentes alardeando de las medidas con las que les combatieron suena a
broma. Y, en algunos casos, literalmente lo es, como cuando el Betis decidió
contratar a coachs para dar charlas cívicas a sus radicales. Pocos se les
opusieron de verdad: el Barcelona de Laporta, el Madrid de Florentino y,
durante un rato, el Sevilla de Del Nido. No fue fácil para ellos. La Policía
desactivó el intento de secuestro de Laporta, Florentino lloró la profanación
de la tumba de su esposa, y a Del Nido le sacaron hasta que alquilaba locales
para puticlubs. Tal vez ahora se conviertan en ejemplos a seguir… a la fuerza.
Las
medidas impulsadas por la Liga y el CSD (la Federación ni está ni se le espera)
pueden significar la excusa que usen los COBARDES dirigentes de los clubes para
romper (seamos optimistas) los lazos con sus radicales. COBARDES, sí. Porque
todos miramos para otro lado, pero quienes dieron el dinero a los ultras, les
sentaron a su mesa y rieron las gracias fueron solamente ellos: los clubes.
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