Menos
pobres, más delitos/Julio María Sanguinetti es abogado y periodista, y fue presidente de Uruguay (1985-1990 y 1994-2000).
Publicado en El
País | 4 de enero de 2015
Entre
2000 y 2012, América Latina creció un 4,2% anual y si bien actualmente ha
disminuido su ritmo (1,1% para este año), el Índice de Desarrollo Humano en
términos generales ha mejorado sustantivamente. Fueron años de favorables
vientos, en que la demanda china precipitó espectaculares valores de minerales
y productos agrícolas. Bajaron las tasas de pobreza y creció la clase media,
pero paradójicamente nos encontramos con un aumento de la delincuencia, que
aparece como primera preocupación en casi todos los países. (Informe Regional,
PNUD, 2014).
Se
estima que la clase media ha crecido de un 21% de la población en el año 2000 a
un 34% en 2012. Son 82 millones de personas. En el otro extremo, la pobreza
cayó de un 41,7% a un 25,4%, o sea, 56 millones menos. Sin embargo, entre esos
extremos nos encontramos con una nueva situación que hoy se evalúa y que es lo
que se ha llamado “población vulnerable”. Es aquella que ha rebasado
estadísticamente el nivel de ingresos de pobreza (menos de 10 dólares diarios)
pero que no posee capacidad para autosustentarse, normalmente recibe un
subsidio del Estado y cualquier tropiezo de la vida personal le retrotrae a la
situación anterior.
El
desempleo ha bajado. La expectativa de vida de los 512 millones de habitantes
de la región está en 74 años y sigue creciendo, con algunos países que han
superado los 80. Si pensamos que en 1950 el promedio era de 55 años, para los
161 millones que vivían entonces, es indudable que objetivamente la región ha
seguido mejorando.
¿Cómo
se explica entonces que la tasa de homicidios haya crecido el 11%, cuando en el
resto del mundo está más o menos igual? ¿Cómo es posible que la seguridad
ciudadana sea hoy el mayor reclamo de unas sociedades que vienen apuntando
hacia otros escenarios superiores, pero que sufren estas fronteras de
retroceso?
La
pregunta nos lleva a que el desarrollo no se ha acompasado a la expansión
material. Bien se sabe que crecimiento no es necesariamente desarrollo, aunque
sea condición necesaria de él. Y esto es lo que se experimenta aun en los
países con mayor expansión.
¿En
qué debemos pensar para explicar esta paradójica contradicción, que hiere el
concepto mismo de una democracia que, pese a sus altibajos, ha dejado atrás los
tiempos de militarismo y golpes de Estado?
La
familia, en primer lugar, se ha debilitado sustantivamente. Los hogares
monoparentales se han duplicado en los últimos 30 años y los que tienen una
mujer como cabeza son el 26% en Argentina, en Chile el 21% y en México, un 20%.
Los adolescentes que ni siquiera saben quién es el padre terminan siendo carne
de cañón del vicio o el crimen organizado. El consumo de alcohol o drogas es
otro fenómeno en expansión. Se ha investigado si antes de cometer un delito sus
autores habían consumido alcohol, alguna otra droga o la combinación de varias
de ellas, que es lo más habitual. El resultado es afirmativo para el 49% en
Chile, el 38% en Brasil y el 36% en México. Naturalmente, estas adicciones
generan, además, el tráfico ilícito que corroe las estructuras urbanas, con
áreas de altísimo riesgo personal.
Por
cierto, no es despreciable la debilidad institucional que en muchos países es
evidente, por insuficiencias policiales y judiciales. México, que ha
evolucionado en tantos aspectos de su desarrollo, como la industria por
ejemplo, ha exhibido —en su región más pobre— episodios de criminalidad con una
crueldad insuperable. Allí, en Guerrero, han quedado expuestas todas las lacras
sociales, incluida la corrupción política que en este caso afectó al
tradicional partido de izquierda, al que renunció su fundador, Cuauhtémoc
Cárdenas.
En
la más histórica herramienta de progreso social, la educación, cuya importancia
se ha hecho más acuciante en esta desafiante sociedad del conocimiento, se
advierten claramente los rezagos que el crecimiento no ha podido superar. El
hecho es que si bien los años de escolaridad han aumentado y la matrícula de la
educación primaria cubre prácticamente el total de su generación, la enseñanza
media no logra acomodarse a los tiempos. El 51% no la termina y el sistema de
evaluación PISA desnuda sus carencias. Esas pruebas, que miden el nivel en
matemática, la lengua propia y los conceptos básicos de ciencia, en los
adolescentes de 15 años, nos dicen que de 67 países evaluados, los ocho
latinoamericanos están entre el 53 (Chile) y el 67 (Perú). Los siete primeros
son asiáticos, lo que una vez más nos dice que, detrás de los éxitos, no hay
milagros sino esfuerzo inteligente.
Luego
de años de bonanza en el comercio exterior, los tiempos que corren han cambiado
la ecuación. La caída de los precios de las materias primas y la crisis del
petróleo impactan de manera variada a los países. A algunos, dramáticamente,
como la desvencijada Venezuela; a otros, menos, como los exportadores de
alimentos, pero en todo caso se terminaron los precios rutilantes. No se
avizora una crisis, pero sí tiempos en que se requerirá rigor y administración.
Al tiempo que las contradicciones que apuntamos obligan a mirar en profundidad
esas tendencias que no son coyuntura, sino el corazón de su estructura social.
J
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