Qué
literatura ante el horror?/Juan Goytisolo es escritor.
El
País |17 de diciembre de 2015
Uno.
Decía Borges, el mejor lector moderno de Las mil y una noches: “No hay acto que
no sea coronación de una infinita serie de causas y manantial de una infinita
serie de efectos”, y su reflexión abarca tanto el orden literario como el real.
Por tomar un ejemplo reciente, sin la inmolación por el fuego el 17 de
diciembre de 2011 en la localidad tunecina de Sidi Bouzid del joven informático
en paro Mohamed Buazid, cuyo puesto de verduras fue tumbado brutalmente por la
policía por carecer de autorización para vender su mercancía, el movimiento
popular de indignación que barrió la satrapía de Ben Alí no se hubiera
producido y su contagio a la Libia de Gadafi y al Egipto de Mubarak —todo
cuanto se conoce hoy con el nombre de la primavera árabe—no habría sido el
detonante del caos en el que actualmente se halla sumido todo el Oriente
Próximo y sus secuelas de violencia en Europa: masacre diaria de civiles en
Irak y Siria, emergencia del autotitulado Califato Islámico, huida de millones
de civiles, desembarco masivo de refugiados en Italia y Grecia, ataques de la
coalición a los yihadistas, atentados sangrientos de estos contra los
denominados apóstatas y cruzados… ¿Qué habría ocurrido, me pregunto, si en la
mañana del 17 de diciembre Mohamed Buazid no hubiera ido al mercado a causa de
un resfriado o la agente de policía hubiese permanecido de guardia en la
comisaría? Las cosas no se habrían encadenado en la manera en que lo fueron o
lo habrían hecho de forma y en tiempos distintos. La combinación del azar y la
fatalidad que guían la vida y destino de los seres humanos confirma a diario el
análisis borgiano del genio narrativo de Sherazad.
Dos.La
guerra sin límites contra el terrorismo exige la permanente realidad del terror
y su comercialización en cuanto imprescindible mercancía. La próspera industria
armamentista que crea a escala mundial centenares de miles de empleos requiere
como premisa indispensable la existencia de guerras como las que asuelan hoy a
Siria e Irak, Libia y Sudán, Malí y Afganistán, Nigeria y Yemen. Las tensiones
regionales constituyen también un excelente mercado de cara a los países árabes
aliados de Occidente, países respetuosos al máximo, como sabemos, de los
valores democráticos y de los derechos humanos como son Arabia Saudí y los
Emiratos petroleros del Golfo. Las armas que llegan a las manos de los grupos
yihadistas solo pueden ser combatidas mediante los substanciosos contratos
firmados con aquellos y su suministro secreto a intermediarios de doble juego
como los que se enfrentan en nombre de un credo religioso o nacional: suníes
contra chiíes, kurdos contra turcos, partidarios y víctimas del tirano El Asad.
De nuevo Borges: laberinto sin salida de la guerra al terrorismo y círculo
vicioso de ataques y respuestas en el que Obama, Putin y Hollande se hallan
atrapados.
Tres.
Cuando la sucesión de acontecimientos dramáticos sobrepasa los límites de la
comprensión quien esto escribe se refugia en la lectura de Bouvard y Pécuchet:
imagina a los héroes (por cierto, muy poco heroicos) de Flaubert enzarzados en
elucubraciones producto de su lectura de una abundante bibliografía centrada en
el tema terrorismo e islam. Han discutido la conveniencia de visitar los
barrios sensibles de la Banlieu para contactar con los jóvenes seducidos por el
discurso yihadista, estudiar sus manuales de educación islámica, indagar las
razones de su desafección de los valores republicanos y laicos de Francia.
Bouvard sugiere entrevistar a un imán radical a fin de recabar su opinión sobre
el choque de civilizaciones profetizado por Huntington. Pécuchet prefiere un
estudio exhaustivo de la historia de Oriente Próximo desde la caída del
califato otomano y las fronteras artificiales de los nuevos Estados creadas por
los acuerdos Sykes-Picot. La transformación del credo religioso en ideología
belicista es el quid del problema, dice Bouvard. ¿Qué pasa por la mente de
quien se inmola con un cinturón de explosivos?, se pregunta Pécuchet. La docena
de libros escritos sobre el tema no nos lo aclara. Quizás un psiquiatra pueda
procurarnos algunas pistas (Bouvard). ¿Qué diferencias hay entre los jóvenes de
la segunda generación de inmigrantes y los conversos al islam? (Pécuchet). Las
familias conflictivas, el abandono escolar, el trapicheo con drogas… (Bouvard).
En su mayoría son chicos en apariencia integrados que de la noche a la mañana
asumen el discurso integrista (Pécuchet). ¿Cómo hacer frente a la avalancha de
refugiados que se dirigen a la Unión Europea como en la época de las invasiones
de mongoles y tártaros? ¿No asistimos acaso a la decadencia de Occidente, al
ocaso de las naciones blancas? (Bouvard). ¿Los valores de fraternidad y
tolerancia de nuestras sociedades son compatibles con las barreras de alambre
de espino alzadas en Hungría, Croacia, Eslovenia y Austria? ¿Cómo distinguir
entre aquella muchedumbre de refugiados a los auténticos cristianos de los de
origen musulmán? (Pécuchet) ¿Por qué no ofrecerles a su llegada un sándwich de
jamón? (Bouvard). Acabo de leer en mi diccionario que en caso de gran amenaza o
peligro pueden recurrir a la takiya, bueno, el disimulo de su fe y comerse el
sándwich (Pécuchet). ¿Qué hacer entonces en caso de nuevos atentados? ¿Cuáles
son los países más seguros? (Bouvard). Los dos personajes flaubertianos
intercambian conjeturas. Cuanto más alejados de Eurabia y sus infiltrados
mejor. Noruega les atrae, pero la presencia de inmigrantes magrebíes y turcos
les llena de dudas. Islandia es más segura, mas la severidad del clima les
desanima. Ambos consultan la oferta de destinos turísticos a paraísos remotos y
plácidos. Con un sobresalto descubren que Sharm el Sheikh figura entre ellos.
Abatidos, evocan las islas del Pacífico cuyos habitantes profesan el
cristianismo. Únicamente allí pueden sentirse a salvo. Aunque que quizás…
Cuatro.
“No estés donde no deberías estar. Ni en las terminales de aeropuerto de vuelos
nacionales o a otros puntos de destino, ya sean comunitarios o al resto del
mundo. Ni en las líneas de metro, trenes y autobuses, por muy seguras que te
parezcan. Ni en cafés, discotecas y otros locales de esparcimiento nocturno. Ni
en oficinas, talleres, fábricas y demás lugares de trabajo. Tampoco en
edificios administrativos, bancos y hospitales habitualmente atestados. Ni en
estadios, conciertos raperos ni sitios incluidos por las agencias de viaje en sus
circuitos turísticos. Las horas punta y los atascos urbanos son particularmente
peligrosos. Como los ascensores, rascacielos, grandes almacenes y aparcamientos
subterráneos. Sobre todo, no te quedes en casa a hojear los periódicos, seguir
la tele o follar con tu cónyuge. Éste será siempre nuestro objetivo estratégico
primordial”.
(El
lector de este manifiesto premonitorio publicado hace ocho años en las páginas
del Exiliado de aquí y de allá lo hallará en dicha novela junto a otras
predicciones sombrías del futuro que nos aguarda en el mundo globalizado de
hoy).
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