Un puente sobre el Ebro/ César
Antonio Molina es director de La Casa del Lector y fue ministro de
Cultura.
El País |
30 de diciembre de 2015..
Los
puentes se construyen, se destruyen y, con suerte, otros se conservan. El que
levantó el arquitecto otomano Mimar Sinan, a fines del siglo XVI, por encargo
del gran visir Mehmed Pashá Sokolovic, no solo está en pie sino que dio motivo
a una de las más grandes novelas del siglo XX, Un puente sobre el Drina, del
premio Nobel de Literatura serbio Ivo Andric. Un largo puente de piedra sobre
11 ojos, entre Oriente y Occidente. Andric relató magistralmente este cruce de
culturas, lenguas y civilizaciones a través de multitud de historias
personales, muchas de las cuales él mismo escuchó de niño al atravesar el
puente. Un espacio geográfico que aparece repetidamente en las películas de
Emir Kusturica. Una de sus más famosas lleva por título La vida es un milagro.
Está sacado de esta frase de Andric: “La vida es un milagro incomprensible. Se
va gastando, pero se mantiene firme como el puente sobre el Drina”.
Sabemos
que la situación en Cataluña se ha vuelto cada vez más complicada y que muchos,
en ambas orillas, se han dedicado permanentemente a dinamitar los puentes del
diálogo. Y sin diálogo anochece el día y amanece la barbarie. Barbarie en el
sentido de sentirse unos y otros extranjeros, desconocidos. Por tanto, la
desconfianza y el temor crecen. Situación tan compleja no debería únicamente
quedar en manos de los políticos, sino que, por el contrario, también debería
tener una voz importante el mundo de la cultura a través del cual también se
expresa la sociedad.
Desde las
últimas décadas, desde la instauración de la democracia aún imperfecta, nuestra
cultura y nuestras lenguas están viviendo un momento de esplendor como jamás
antes había sucedido. Por lo tanto, esta manifestación libre, individual y
colectiva de expresión creativa y reflexión no debería ser utilizada como arma
arrojadiza sino, por el contrario, como puente inmejorable de convivencia.
Nunca faltó esa relación intelectual entre los catalanes y el resto de España,
desde el romanticismo hasta nuestros días, pasando por el desventurado 98 o las
dos repúblicas. La etapa de los movimientos de vanguardia de entreguerras fue
un momento interesantísimo de creación y colaboración entre artistas y
literatos como Manuel Antonio en Galicia, Junoy o Salvat Papasseit en Cataluña,
Sureda en Baleares, Quesada en Canarias o Guillermo de Torre en Madrid. Sin hacer
otras referencias peninsulares como, por ejemplo,
Pascoais-Pessoa-Unamuno-Adriano del Valle, con Portugal. Siempre hubo
comprensión, entendimiento, debate y salvables discrepancias pero, sobre todo,
nunca faltó la buena voluntad que hoy parece haberse evaporado. En numerosas
ocasiones grupos de intelectuales, escritores y artistas viajaron a Cataluña
para manifestar su adhesión hacia su lengua y cultura (La Gaceta literaria) y,
desde hace ya tiempo, todos compartimos un espacio común peninsular e iberoamericano
todavía muy mejorable.
Hace
años, una compañera de Gobierno me sugirió que debería crearse otro premio,
como el Cervantes, para dárselo solo a las mujeres, muy poco representadas en
el mismo. Me pareció interesante su sugerencia, pero creo que hubiera sido una
discriminación para la mujer. Sin embargo, sí es cierto que no hay un premio
como el Cervantes que se otorgue a un autor que haya escrito en cualquiera de
las otras tres lenguas oficiales. Deberíamos repensarnos este hecho. El Rey, en
otro lugar tan simbólico como el de Alcalá entregando un premio tan relevante y
haciéndolo en la lengua del autor sería un buen mensaje de concordia.
El mundo,
nuestra vida cotidiana, está hecha de símbolos que ayudan a sumar nuestras
identidades. Evidentemente esto no arregla las raíces del conflicto, pero estoy
seguro de que ayudaría en el siempre difícil y complejo mundo de los afectos,
de los amores y desamores, que tantos bienes y males han traído a la humanidad.
Símbolos, pero también mucho trabajo, muchas tareas en común, muchos proyectos.
Aún
estamos a tiempo de conservar este puente sobre el Ebro y levantar otros nuevos
para una renovada y mejor comunicación de las ideas. Decía Andric que cuando
estaba a una orilla del río siempre creía que la esperanza se encontraba al
otro lado del puente. Atravesémoslo, unos y otros, permanentemente, y sigamos
compartiendo esa esperanza doble, así tendremos más posibilidades de sobrevivir
a las clepsidras que son los ríos convertidos en caudalosas masas que recelan y
desconfían del otro: del de la otra orilla.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario