Le conocí en 1966. Quería yo estudiar periodismo y alguien me sugirió que me inscribiera en la Escuela de Periodismo Carlos Septién García. Don Alejandro Avilés Insunza. Fue a verle. Me recibió con una sonrisa de oreja a oreja. Me preguntó mi nombre. Se lo dije y desde ese momento comenzó a llamarme «Don Francisco». A escasos días de haberse iniciado el ciclo escolar, Don Alejandro me llamó a la dirección para invitarme a una conferencia en el Centro Nacional de Comunicación Social (Cencos), a la sazón algo así como la oficina para los medios masivos de la Conferencia Episcopal Mexicana. La conferencia la daría monseñor Rafael Vázquez Corona, un perso- naje de la alta alcurnia social y clerical. Trascurrió la entrevista. Me dediqué a anotar en mis cuartillas dobladas en cuatro. Al concluir el encuentro del clérigo con los periodistas que cubrían las fuentes religiosas, de los nueve diarios que entonces circulaban en el Distrito Federal, el «Profe», como también le apodaban, me llamó y me dio la orden: «Redacte usted el boletín».
Uf. Y qué es un boletín. Y cómo se hace. Se me acercó Juan Bolívar Díaz Santana, un moreno caribeño venido de República Dominica a estudiar periodismo en ciudad de México. Me condujo a la oficina de prensa de Cencos. Me sentó frente a una máquina de escribir Remington eléctrica y me dijo: Ahí tienes tus herramientas. Y me puso en la mesa los boletines del día anterior. Yo comencé a la buena de Dios. Al terminar mi trabajo, Bolívar quedó pasmado. Fue con la secretaria quien perforó unos «stenciles» con el boletín. A la media hora, el mimeógrafo había terminado su tarea. Y a doblar documentos y ensobretarlos. Tenían que ser llevados por motociclista a los nueve diarios y otras tantas agencias informativas. Ese mismo día, Don Alejandro me ofreció un empleo. Y me quedé con él a trabajar en el Centro. Ahí aprendí lo que no aprendí en la escuela. Haciendo trío con Juan Bolívar y otro condiscípulo de nombre Mario Cedeño, comencé a practicar la entrevista. Y luego el reportaje. Siempre bajo la mirada, la corrección, la sugerencia de Juan Bolívar y, sobre todo, del profe Avilés. Así me hice periodista; o mejor dicho, reportero. Me gusta más el mote de «reportero», porque periodista puede ser quien quiera. Basta con que tenga suficiente dinero y una terribles ganas de poder para que eche a andar una empresa periodística ya sea impresa o electrónica.
Uf. Y qué es un boletín. Y cómo se hace. Se me acercó Juan Bolívar Díaz Santana, un moreno caribeño venido de República Dominica a estudiar periodismo en ciudad de México. Me condujo a la oficina de prensa de Cencos. Me sentó frente a una máquina de escribir Remington eléctrica y me dijo: Ahí tienes tus herramientas. Y me puso en la mesa los boletines del día anterior. Yo comencé a la buena de Dios. Al terminar mi trabajo, Bolívar quedó pasmado. Fue con la secretaria quien perforó unos «stenciles» con el boletín. A la media hora, el mimeógrafo había terminado su tarea. Y a doblar documentos y ensobretarlos. Tenían que ser llevados por motociclista a los nueve diarios y otras tantas agencias informativas. Ese mismo día, Don Alejandro me ofreció un empleo. Y me quedé con él a trabajar en el Centro. Ahí aprendí lo que no aprendí en la escuela. Haciendo trío con Juan Bolívar y otro condiscípulo de nombre Mario Cedeño, comencé a practicar la entrevista. Y luego el reportaje. Siempre bajo la mirada, la corrección, la sugerencia de Juan Bolívar y, sobre todo, del profe Avilés. Así me hice periodista; o mejor dicho, reportero. Me gusta más el mote de «reportero», porque periodista puede ser quien quiera. Basta con que tenga suficiente dinero y una terribles ganas de poder para que eche a andar una empresa periodística ya sea impresa o electrónica.
Así se inició mi relación con Alejandro Avilés Insunza, maestro desde la adolescencia en el breve pueblo en donde nació —La Brecha, Sinaloa—, miembro del Partido de Acción Nacional (ahora le han quitado el «de»); es director de la revista de ese partido «La Nación» y periodista de cepa, de lucha. Estar en el pan para aquellos panistas de la época era comprometerse con las causas populares, y el Maestro lo atestiguó gracias a ese don que le fue regalado por la Naturaleza, por la Vida: El Don del Viento». Era miembro prominente de un partido católico. Por tanto de derechas. Pero compar- tía el dolor, la desesperanza de los expropiados, de los descobijados, de los excluidos, de los despreciados. Creo que él fue uno de mis principales motores para afianzarme en la Izquierda no partidaria. En esos tiempos —los 60, particularmente—, el profe dio a la actividad reporteril muchos reporteros que se mataban el alma por la nota exclusiva, por la primicia. Y por hacer entrevistas magistrales, reportajes profundos, minuciosamente investigados, diáfanamente presentados. Una época de oro del periodismo mexicano. La Escuela Carlos Septién García llegó a ser considerada la mejor, la más seria, la más profesional, con la ventaja de que la mayoría de sus alumnos ya trabajaban en los medios, o conduciendo un taxi, o de amas de casa. Por esas aulas y esa mirada pícara de Avilés pasaron muchos que luego llegaron a ser «estrellas» en los medios tanto impresos como electrónicos.
Pero no me quedé en lo reporteril. Me fascinó la vena poética de Don Alejandro. Devoré sus poemarios: Madura soledad, Libro de Eva (éste dedicado totalmente al amor de su vida, Doña Eva Sánchez, moreliana de belleza y de carácter), Los claros días, Don del viento, La vida de los seres y sus escritos sobre Francisco Alday. Y me dio profunda satisfacción ver su nombre antologado en Ocho poetas mexicanos, de Gabriel Méndez Plancarte (Rusticatio Mexicana uno de los más intensos y bellos poemarios que he leído sobrela vida mexicana y escrito por un guatemalteco), y en la Antología mexicana de poesía religiosa, siglo xx, de Carlos González Salas. Con él aprendí un poquito de las mañas para escribir un poema. El profe tuvo una formación autodidacta. A los catorce años de edad comenzó a dar clases en una escuela primaria de su ciudad natal. En 1934 ingresó como profesor al Centro Escolar del Noroeste, en los Mochis. Fue cofundador, director y profesor de la Escuela de Periodismo «Carlos Septién García». Fundó del primer noticiario cultural radiofónico en la xela y fue conductor del programa de canal 11 «Poetas de México», al lado de Dolores Castro. Entre 1948 y 1963 fue director de la revista La Nación; dirigió también el semanario Mundo Mejor y el semanario de cultura «Acento», de La Voz de Michoacán (del cual también fue fundador). Colaboró en otras publicaciones periódicas como El Universal, Excélsior, Proceso, Poesía. Registro Iberoamericano, Plural Ábside, Nivel, Fuensanta, Poesía de América, El Día, El Heraldo de México y El Nacional; parte de su obra poética aparece incluida en el Anuario de la Poesía Mexicana, en sus versiones 1954, 1955, 1959, 1960, 1961 y 1962. Recibió los premios «Pío xii»; el Premio Latinoamericano de Prensa (el cual obtuvo en dos ocasiones); en 1977, el Premio Nacional de Poesía de Saltillo, Coahuila, por Don del viento; y, en 1980, el Premio Nacional de Letras «Ramón López Velarde», por La vida de los seres. En 2000 recibió el Premio Nacional de Periodismo por su destacada trayectoria en este ámbito. Fue el poeta del Don. Murió la noche del 16 de septiembre de hace cinco años. Cinco años han trascurrido y en la memoria no solo no se borra sino que se afianza la colosal figura del reportero, articulista y poeta que por azahares del ¿destino? fue mi más puntual, terco, a veces duro (pero siempre sin perder la ternura), maestro. No me envanezco. Creo que le aprendí mucho. Y cuando voy a hacer una entrevista, siempre me pregunto: «Cómo la haría el profe». Un panista que jamás se le escuchó un discurso en defensa de las fuerzas más oscuras del espectro político.,Era creyente pero dispensaba un profundo respeto a los iconoclastas como yo. Se fue sin despedirse de mí. Cambio de residencia el Poeta del Don.
Pero no me quedé en lo reporteril. Me fascinó la vena poética de Don Alejandro. Devoré sus poemarios: Madura soledad, Libro de Eva (éste dedicado totalmente al amor de su vida, Doña Eva Sánchez, moreliana de belleza y de carácter), Los claros días, Don del viento, La vida de los seres y sus escritos sobre Francisco Alday. Y me dio profunda satisfacción ver su nombre antologado en Ocho poetas mexicanos, de Gabriel Méndez Plancarte (Rusticatio Mexicana uno de los más intensos y bellos poemarios que he leído sobrela vida mexicana y escrito por un guatemalteco), y en la Antología mexicana de poesía religiosa, siglo xx, de Carlos González Salas. Con él aprendí un poquito de las mañas para escribir un poema. El profe tuvo una formación autodidacta. A los catorce años de edad comenzó a dar clases en una escuela primaria de su ciudad natal. En 1934 ingresó como profesor al Centro Escolar del Noroeste, en los Mochis. Fue cofundador, director y profesor de la Escuela de Periodismo «Carlos Septién García». Fundó del primer noticiario cultural radiofónico en la xela y fue conductor del programa de canal 11 «Poetas de México», al lado de Dolores Castro. Entre 1948 y 1963 fue director de la revista La Nación; dirigió también el semanario Mundo Mejor y el semanario de cultura «Acento», de La Voz de Michoacán (del cual también fue fundador). Colaboró en otras publicaciones periódicas como El Universal, Excélsior, Proceso, Poesía. Registro Iberoamericano, Plural Ábside, Nivel, Fuensanta, Poesía de América, El Día, El Heraldo de México y El Nacional; parte de su obra poética aparece incluida en el Anuario de la Poesía Mexicana, en sus versiones 1954, 1955, 1959, 1960, 1961 y 1962. Recibió los premios «Pío xii»; el Premio Latinoamericano de Prensa (el cual obtuvo en dos ocasiones); en 1977, el Premio Nacional de Poesía de Saltillo, Coahuila, por Don del viento; y, en 1980, el Premio Nacional de Letras «Ramón López Velarde», por La vida de los seres. En 2000 recibió el Premio Nacional de Periodismo por su destacada trayectoria en este ámbito. Fue el poeta del Don. Murió la noche del 16 de septiembre de hace cinco años. Cinco años han trascurrido y en la memoria no solo no se borra sino que se afianza la colosal figura del reportero, articulista y poeta que por azahares del ¿destino? fue mi más puntual, terco, a veces duro (pero siempre sin perder la ternura), maestro. No me envanezco. Creo que le aprendí mucho. Y cuando voy a hacer una entrevista, siempre me pregunto: «Cómo la haría el profe». Un panista que jamás se le escuchó un discurso en defensa de las fuerzas más oscuras del espectro político.,Era creyente pero dispensaba un profundo respeto a los iconoclastas como yo. Se fue sin despedirse de mí. Cambio de residencia el Poeta del Don.
(8 de marzo de 1953)
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