25 dic 2017

Bonifaz Nuño, delicadeza y novedad de ritmos

Bonifaz Nuño, delicadeza y novedad de ritmos/ Alejandro Avilés Inzunza
Tomado del libro "Un Grito contra nadie. Aproximaciones a la obra de Alejandro Avilés"/ Fred Alvarez Palafox y Leopoldo González; Primera edición 2016, Instituto Sinaloense de Cultura (ISIC)
Este texto se publicó originalmente el 17 de mayo de 1953 en el Periódico El Universal,  Revista de la Semana titulada "Poetas Mayores". (Entonces Rubén Bonifaz Nuño tenía 33 años)
Rubén Bonifaz Nuño se ha ganado, en pocos años, un firme lugar en las letras de México. Nació en Córdoba, Veracruz, en 1923. En la Universidad Nacional hizo sus estudios de licenciado en Derecho.
Siendo un estudiante de veinte años comenzó a escribir poesía. En 1945 editó su primer libro, La muerte del ángel, que en verdad no anuncia al poeta cuajado de hoy. En cambio, su Poética, publicada en 1951, es ya un fruto maduro, lo mismo que su plaqueta Ofrecimiento romántico, editada el mismo año. Después hemos visto con frecuencia sus poemas en diversos periódicos. Y acaba de publicar —en marzo de este año— la obra que lo consagra: Imágenes.
«Voy a contestarle con una definición aprendida», dice Rubén Bonifaz Nuño cuando le preguntamos cuál es su concepto de la poesía. «Poesía es la comunicación de un contenido psíquico por medio de las puras palabras.» Y agrega sonriente: «Ya le dije que no es definición mía: es de Carlos Bousoño».

Insistimos en que nos diga su concepto personal de la poesía. Y, con el mejor buen humor, elude comprometerse en una respuesta directa: «Esto también se lo voy a contestar con una frase ajena. Según Hölderlin, la poesía es la más inocente de las tareas. Eso es para mí».
Respecto a sus preferencias literarias, contesta sin temor alguno: «En México, José Gorostiza; en España, Dámaso Alonso, entre otros. Pero lo que más leo, lo que más me gusta, es la poesía clásica que va de Garcilaso a Quevedo. De los autores en otras lenguas le diré simplemente que leo desde Horacio hasta Rilke».
Todo lo anterior indica que Rubén Bonifaz Nuño, por su juventud, se considera en época de aprendizaje y, con simpática modestia, prefiere atenerse a lo que dicen «los que saben».
Poética
Es doblemente interesante considerar su Poética, porque en ella aparece ya una lírica depurada y porque nos da las ideas directrices de su obra futura.

Próximos brillan el sonoro vaso y el agua,
mas no se funden uno y otra. Siempre es distinta 

la sola esencia, vida clara, con que relumbran; 
forma es el vaso que contiene; vida sin forma
la sosegada transparencia que lo hace grave.
No de tal modo la palabra y el pensamiento
sino en sí mismos forma y vida. Luzca el poema 

de una materia solamente; cristal desnudo 
blanco en su centro tembloroso; líquido claro 
que junto al aire se endurezca libre y preciso.
Con estos ritmos nerviosos, en lo que tan bien se funden el verso de nueve y el de cinco para hacer uno solo de catorce, tan diverso del alejandrino, nos da el poeta su concepto más preciso de esa insepa- rable sustancia que hacen el fondo y la forma en la poesía, desde su nacimiento. No como el vaso y el agua, sino como una sola transparencia, nacen la forma rítmica y su contenido poético.
Luego dice, haciéndolo, cómo el verso endecasílabo debe transformarse, hacerse flexible, dúctil, en vez de conservar la rigidez que algunos quisieran darle:
No siempre en alas del italiano 
verso cristalino vuele sonoro
el endecasílabo. Otras veces
un compás lo lleve tenue y sombrío.

Pero ¿por qué este anhelo de ritmos nuevos? Por necesidad de expresión:
Que algún sentimiento apagado, oscuro, 
vecino al rumor de la sangre, rija
con un movimiento sosegado
su corriente mínima y en penumbra.

Y en dos bellas estrofas justifica, simultáneamente, su designio de crear formas nuevas y su idea de que la poesía y su forma son una sola realidad:
Así cante a veces el verso: blando 
como la pequeñez apacible
que forma su cauce transcurriendo 

por la muchedumbre sorda del ruido. 
Se mezcle la música con el tema 
formando una misma sola hermosura; 
que en trance de ritmo la palabra 
adquiera la voz de la poesía.
Su Poética sigue dando precisiones que, en nuestro sordo ambien- te literario, no han encontrado eco: 
Nunca el tema es de por sí poesía 
sino solo desolada materia:
el informe desamparo que el arte 

amuralla contra el filo del tiempo.

La poesía es, en definitiva, lo que salva de su caducidad a nuestras vivencias:
Adviene callada la muerte;
nada prolonga el instante caduco
 sino el canto perfecto, que presta 
tiempo sin tiempo a la vida... 
...Descubren belleza las cosas, 
suben serenas hasta el pensamiento 
que a través de la voz las percibe 
libres del tiempo que pasa.
Y concluye con esta profesión de fe que nos dice hasta dónde ha caído en él el sentimiento de la belleza, hasta dónde es consciente de su vocación:
Largo es el tiempo de la muerte. Corto 
el que vivimos. Nada nos resguarda, 
del todo somos indigentes.
Solo nos ampara la belleza.


Ofrecimiento Romántico
Junto a la preocupación de la forma, es su delicadeza sentimental lo que define la poesía de Rubén Bonifaz Nuño. Delicadeza, sensibilidad, finura; jamás cursilería. Su Ofrecimiento romántico es, desde el nombre, un reto para quienes piensan que el romanticismo es algo de lo que hay que avergonzarse. Contra ellos, el poeta recuerda quizá a Darío: ¿Quién que es no es romántico? Pero sabe, sobre todo, que es la autenticidad lo primero en la expresión poética, y si al lírico se le muestra la poesía con un halo romántico, no tiene por qué rechazarla, sino aceptarla así. Lo que importa es que se encarne en formas renovadas y hermosas, y no en las ya gastadas del romanticismo militante. 
«Tu corazón de su profundo sueño tal vez despertará»: el bec- queriano epígrafe inicia el reto romántico, y lo inicia acogiéndose al poeta romántico más perdurable. Y la carga romántica se eleva en formas clásicas; es el endecasílabo su molde:
Con lenta muerte el tallo se clausura, 
que la rama y la flor junta y divide,
y al verde cáliz alcanzar impide
la suavidad, la miel y la hermosura.
Así van naciendo los sonetos que integran este poema. Y su vena romántica se adelgaza en la esbeltez de la forma; el nivel de sus aguas represadas sube con la presión de las paredes:
Si acaso te encontrara, no me digas
que estamos muertos ya; no digas nada. 

Que en mi dolor descienda tu mirada 
como el verano sobre las espigas..
Con la angustia del cáliz no maduro 
que el tallo ve morir que lo suspende, 
su parva lumbre el corazón enciende
en medio de la paz del aire oscuro.

El amor en canto
Más allá del romanticismo, más allá de todas las corrientes literarias, el tema del amor es eterno, aunque haya quienes lo quieran proscri- bir de la poesía. Y es en los más delicados matices amorosos donde la poesía de Bonifaz Nuño adquiere su mejor expresión. Sus «Canciones para velar un sueño», escritas en décimas, logran florecimientos súbitos que suspenden el oído y la mirada:
Cantar, que tu ritmo suave
la levante y la retenga;
que en tu ritmo vaya y venga 

con dulce vaivén de nave... 
...Ah, canción, si tu sonido
ser su silencio pudiera... 

...cércala de soledad,
canción, cuando esté despierta...

Su mexicano sentir encuentra voces semejantes a las de la canción popular mexicana. Y, como en la canción de «Los mirlos», con la que todavía la provincia se mece en madrugadas de serenata, el poeta le dice a su canción:
Mientras duermes, canto mío, 
llévale tus ruiseñores,
antes que sientan las flores
las pisadas del rocío.

De su intenso y acendrado «Canto del afán amoroso», aquí solo podremos hacer breves referencias, aunque merece un estudio cuya extensión permita revelar su honda delicadeza:
Dios te salve.
Preserve Dios tu santa soledad... 

...Huerto cerrado, templo 
cerrado, flor cerrada...
Así quiere a la amada. Que nada la toque, ni el suspiro suyo: «que mi amor no te duela». Que Dios la guarde y permita que viva como es ella. Así podrá decirle:
Amada, niña clara, extraña mía...
En espiral de sentimiento, se van elevando a las regiones en que las potencias del hombre se hacen puras:
La memoria del tiempo en que vivimos 
queriendo destruir la soledad...
La memoria que intenta, sin poderlo, asir instantes en que amada y amado vivieron, sin conocerse, inscritos en la misma luz y el mis- mo aire, aunque «pronunciando palabras diferentes».
Y él siente que, desde siempre, ella estaba en su sangre y que su amor, ahora, sigue siendo
lazo y distancia entre la luz más clara 
y el pozo de la sombra más vacía.
Y es su infinito respeto al ser de ella lo que lo hace repetir:
Preserve Dios tu santa soledad...
 Porque tú también eres.
Ella es también; ella en sí misma, infranqueable en su esencia, intocable en el mundo de su espíritu:
¿Cómo, sin destruirte, lograría
que tú fueras yo mismo? Dios te guarde.

La invasión victoriosa de la amada en él mismo derriba sus propios muros, y ella, por tanto, no tiene ya dónde guardar lo suyo, ni dónde guarecerse:
No busques en mi amor, amada, un vaso 
donde guardar tu amor; no la muralla
 que quiera detenerlo.
Si así fuera, verías

el vaso dolorosamente henchido 
y el muro derribado.
Con lo citado basta para que el lector se asome al delicado universo amoroso en que el poeta se mueve. Después, todo parece haberse derrumbado y el poeta busca la soledad. Escribe en tersas liras que, desde Fray Luis, tanto sirven para contener la más intensa emoción, para frenar con belleza el más poderoso impulso:
Ven, soledad, conmigo,
mas ven sin el recuerdo. Ven vacía. 

Ven sin el enemigo
camino que me guía
a la memoria dulce de aquel día.


Imágenes..
El último libro de Bonifaz Nuño es una síntesis de sus mejores virtudes poéticas. Logra en él una sabia variedad de ritmos y una finura de expresión que son la mejor corona de su amor al oficio.
El mar, a lo lejos, destruye puertas 
rumbo a todas partes; llegan deseos...
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Su combinación predilecta (seis más cinco), o sea el endecasílabo acentuado en la quinta sílaba, discurre con gran fluidez, y los deli- berados cortes que a veces introduce dan efectos semejantes a los hallados por Darío:
Debajo de grandes árboles, quietos
en el humo verde gris de la tarde,
nacen hierbas claras, duermen tranquilos 

frutos, inmortales raíces brillan.
Por su concisión y su escasez de artículos, busca también momen- tos gongorinos:
Espumas
aglomera turbias, esconde flores...

Y, siguiendo el ejemplo de Quevedo, introduce palabras extra-poéticas en su mundo lírico, logrando vigorosos efectos:
se ven los colgajos de la lluvia.
Su imitación de Quevedo llega hasta la copia, como cuando 
transcribe la conocida sentencia sobre el Tíber:
...solamente
lo fugitivo permanece y dura.

Con metálicos versos de nueve, a la manera de Sor Juana, alcanza algunos de sus mejores momentos:
...lejos, inalcanzada, brilla
la ausente luz que no tuvimos... 

...alguien está cantando. Suena 
la simple voz, y los sentidos
se tienden a su sombra, abiertos.

 Del árbol de la sangre nacen 
henchidos frutos silenciosos.
Lo preocupa la muerte, y este sentimiento es quizá el único que asalta, como un contrapunto de sombras, su transparencia lírica:
Un desesperado golpe de amorfa 
soledad; un turbio silencio; luego
la sucia presencia definitiva.
Ella —la desnuda muerte—, en confusos 

lagos de materia sola, perdidos
habrá de dejarnos. Y las moscas 
seguirán comiendo de nosotros...
Así es como construye uno de sus mejores sonetos, cargado de materia dramática, lleno de terrestres sombras, muy diferente a la diafanidad en que habitualmente se mueve:
Al ir subiendo, sale todavía
de los miembros desnudos un espeso 

olor de muerte. Al armazón de hueso
 se anuda con dolor la carne fría. 
Suavemente la sangre desvaría
por húmedas cavernas; flota ileso
el corazón, y con su blando peso
en silencio se llena y se vacía.
Un hálito de larvas despojadas
crece bajo la tierra oscura; 

un ruido de alas menudas se propaga y llega. 
Y en torno de las manos rescatadas 
una lengua se forma, un sol podrido, 
una ternura pegajosa y ciega.
Su expresión más frecuente, y la más suya hasta hoy, sigue siendo sin embargo la que refleja un trance de limpidez, una suavidad de aceite y trémulo cintilar de estrella. Así cuando nos cuenta, sabia- mente, el nacimiento del Poema:
En medio del alba mira el poeta 
las íntimas ligas que entre las cosas 
forman una red invisible. Sabe.
Ve las diferencias conocidas,
las inadvertidas semejanzas,
y con signos suaves, sin tiempo
—magia de junturas simples y astutas—, 

recuerda, desviste, compara, niega,
y encuentra, en el dulce canto que forma, 

un modo inocente de estar contento
y de hacer el bien a los que pasan.

El barro mismo se hace transparente. Las pesadas piedras adquie- ren alas. Y todo lo sordo se hace oídos al Orfeo que canta:
Párase el tiempo cuando así lo quiere 
la poesía. Sombra es el instante, 
jardín de sombras que clausura
con sus puertas claras la belleza.

(17 de mayo de 1953)

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