Quo vadis, Venezuela?/ Rogelio Núñez es investigador senior asociado del Real Instituto Elcano y profesor de la Universidad de Las Hespérides.
Los acontecimientos ocurridos en Venezuela desde los Acuerdos de Barbados (2023) a la toma de posesión de Nicolás Maduro (2025), pasando por el fraude en las elecciones del 28 de julio de 2024, retratan el manual de supervivencia del régimen madurista que se resume en una máxima: "Resistir es vencer". Resistir la presión internacional y nacional sabiendo que el tiempo juega su favor para conseguir la victoria, sobrevivir. El manual, que le ha servido para superar las crisis de 2013-15, 2017-21 y la actual, cuenta con diversas herramientas: diálogos trampa para ganar tiempo y desgastar y dividir a la oposición, acuerdos reiteradamente incumplidos y, como opción final, el fraude y la represión.
Para resistir y vencer, aceptó en 2023 un diálogo con la oposición que culminó en los Acuerdos de Barbados (elecciones libres y trasparentes) a cambio de una disminución de las sanciones. Fue papel mojado: logró que EEUU se convirtiera en el segundo comprador de su petróleo pero la principal líder opositora, María Corina Machado, no pudo participar en las elecciones y el régimen vetó a los candidatos competitivos hasta que creyó que alguien con perfil bajo (Edmundo González Urrutia) no representaba un desafío. Cuando las elecciones mostraron lo contrario, recurrió al fraude; y cuando la población salió a protestar, llegó la represión (2.000 detenidos) y el acoso a los lideres antichavistas (exilio de González Urrutia en Madrid y el paso de Machado a la clandestinidad).
Consumado el fraude y la imposibilidad de la toma de posesión de González Urrutia, la pregunta que cabe hacerse es hacía dónde caminará Venezuela. Hay, al menos, tres posibles alternativas. La primera (autocratización a la nicaragüense) ya se está dando y supone que el régimen dictatorial se consolide, como en la Nicaragua de Daniel Ortega y su esposa, la copresidenta Rosario Murillo. El chavismo no es, más allá de sus especificidades, sino un capítulo más de otros "ismos" vinculados a caudillos autoritarios o regímenes dictatoriales venezolanos como el paecismo y el guzmancismo en el siglo XIX o el gomecismo o el perezjimenismo en el XX. Las modernas dictaduras no son como las antiguas donde existía un partido único y a las "elecciones" solo acudían candidatos del oficialismo. Ahora van a las urnas en duelos desiguales, sin transparencia, con la prensa amordazada, la oposición acorralada y el aparato del estado volcado a su favor. De hecho, el régimen ya aprobó en 2024 dos leyes que profundizan su dinámica autoritaria (la Ley anti-ONG y la Ley Bolívar) que recortan las libertades y la autonomía de la sociedad civil. Además, sobrevuela una reforma de la Constitución, lo que sin duda aumentará la deriva autocrática.
En esa consolidación de su dictadura, a Nicolás Maduro el escenario internacional le favorece. Parece estar muy solo en el ámbito latinoamericano y en el mundial, pero en este último cuenta con apoyos claves para sobrevivir. China, Rusia e Irán han ayudado a Maduro a sortear las sanciones impuestas por la UE y los Estados Unidos. Esa combinación del apoyo de China en lo financiero, de Rusia en defensa y de Irán para vender petróleo le han ofrecido tanto cobertura política como soporte económico. Además, el aparato de inteligencia de Cuba es un pilar esencial a la hora de diseñar esa estrategia de resistencia.
La llegada de Donald Trump genera más incertidumbres que certezas. Por un lado, la presencia en la nueva administración trumpista de figuras como Marco Rubio o Mauricio Claver-Carone parecen indicar que EEUU apostaría por endurecer su postura con respecto a Caracas. Trump incluso ha calificado de presidente electo a Edmundo González. Sin embargo, Maduro sabe que siempre hay margen para negociar con Trump. En este caso, ofreciendo detener la migración a cambio de seguir vendiendo petróleo. Si Washington decide ahogar económicamente al régimen se expone a que, al empeorar la situación económica y social venezolana, eso desemboque en mayor presión migratoria para los países vecinos (sobre todo Colombia y Perú) y para EEUU. Son ocho millones de emigrantes los que han escapado de Venezuela (500.000 a EEUU) y una nueva crisis supondría la salida, al menos, de un millón más. Trump, escarmentado tras el fiasco Guaidó, podría verse tentado a dar prioridad a detener la presión migratoria antes de embarcarse en una escalada de sanciones. La presencia de Richard Grenell cerca de Trump como enviado presidencial para misiones especiales abre la posibilidad de un acuerdo entre Washington y Caracas.
El segundo escenario posible es el de la democratización. Una transición pactada nunca ha entrado en los planes de Caracas. Y una transición por colapso (como en Siria) no es realista. La clave pasa por las Fuerzas Armadas, dominadas por un hombre del régimen como Vladimir Padrino. La cúpula militar está unida a Maduro por una alianza de intereses heterogéneos, algunos non sanctos. Solo la combinación entre la presión popular y una fractura en las Fuerzas Armadas podría precipitar su caída. Y esa fractura existe: los mandos medios, menos vinculados al régimen, no solo han sido testigos del fraude sino que son conscientes de cómo se les ha instrumentalizado. Sería repetir lo ocurrido en 1958 cuando, tras el plebiscito previo en el que el dictador Pérez Jiménez prorrogó su mandato, la combinación de protestas ciudadanas seguidas de un alzamiento militar provocó el final de la dictadura.
El desafío opositor pasa por socavar la unidad del régimen, tendiendo puentes con los sectores blandos del chavismo para provocar el final del madurismo. Entonces se abriría una etapa en la que, para culminar esa transición, habrá que contar con los sectores más pragmáticos del chavismo, asumiendo que esa estrategia pasa por el borrón y cuenta nueva -sin vendettas- para consolidar la democratización. El madurismo aspira a que, encastillado, el tiempo juegue a su favor y la oposición se debilite, se divida y se diluya, como en otras ocasiones. Sin embargo, ahora el contexto es muy diferente: se trata de una oposición legitimada y empoderada, unida y con un liderazgo carismático (María Corina Machado) de enorme arrastre popular y ciertos rasgos mesiánicos.
Finalmente, se encuentra el tercer escenario, la haitianización. Es el menos probable, pero no hay que desestimarlo debido al deterioro sufrido por el estado venezolano. En sus cárceles nació el Tren de Aragua, una estructura criminal cuyos tentáculos llegan de Santiago de Chile a Nueva York. La frontera con Colombia es controlada por narcoguerrillas (ELN) y grupos paramilitares al servicio del régimen. Incluso la penetración del crimen organizado y el narcotráfico ha conseguido cooptar a miembros del estado y de las FFAA. Una profundización de ese deterioro encaminaría a Venezuela a ser un nuevo estado fallido en el Caribe.
Ese manual de supervivencia de Maduro ha profundizado la crisis venezolana y se ha convertido en un grave problema para la estabilidad regional y también para la gobernabilidad mundial por cuatro razones. En primer lugar, la consolidación de un régimen autoritario en Venezuela desafía y compromete a las democracias liberales mundiales, en un contexto en el que estas encaran el creciente auge de alternativas iliberales (de Bolsonaro y Bukele a Orban y Putin, pasando por la China de Xi Jinping).
Además, la crisis venezolana ha desembocado en un problema migratorio de alcance regional que desestabiliza a los países vecinos y repercute también en EEUU.
Asimismo, Venezuela se ha convertido en un agujero negro para la seguridad regional y existe el riesgo de haitinización, y de que se transforme en un estado fallido o un narcoestado autoritario represivo, punto de tránsito y plataforma desde donde se envía cocaína hacia Europa.
Finalmente, Venezuela se ha transformado en una pieza codiciada dentro del juego geopolítico mundial, gracias a sus recursos petroleros y a que Caracas es funcional para el juego que despliegan China, Rusia e Irán, destinado a socavar a EEUU y a las democracias occidentales.
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